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Psicoauditación - Berto

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 21/11/12
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Rol Berto

En Aldebarán 4 quedó sin padres de niño. Era travieso y preguntón. Al ser tan joven su claridad de razonamiento y su lógica básica contrastaban con la manera de pensar de los mayores, la realidad de las cosas y del entorno. No entendía a los mayores ni al entorno. Y los mayores tampoco le entendían a él.

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Entidad: Me quiero encerrar en mí mismo, estoy como algo molesto. Quiero personificar para sentirme más cómodo. Lo que llaman engramas yo los llamo de otra manera, los llamo recuerdos que te aprietan la mente.

 

Hace mucho tiempo atrás tuve una vida en un mundo salvaje. Mi nombre era Berto, que sería como Alberto. Que yo me acuerde, de pequeñito, tendría 5 años, pasó algo en casa que padre salió en una carreta -y de mamá no sabía nada, no me acuerdo de ella, no me acuerdo para nada- me vino a buscar un señor que no conocía, que decía que era un primo de papá, y me llevó con él en su carro, un carro más pequeño parecido a una calesa, bien para el norte.

 

Recuerdo que amanecimos en una población chiquita. Dormimos en una posada y tuvimos después que seguir el viaje al día siguiente. Al atardecer del día siguiente llegamos a otro poblado. El tío tenía una casa en las afueras del poblado. Él se llamaba Pitro y mi tía, que tampoco la conocía, era Dobra. Eran personas grandes y no habían tenido hijos. Yo, más que un sobrino, era como un nieto.

 

Él trabajaba en el poblado, en una tienda. Yo pensé que era el dueño pero era un empleado. Y ella hacía cosas en la casa. Era como media sorda, yo le hablaba y seguía cosiendo ropa. Hacía cosas así pero cuando me ponía de frente y le hablaba me escuchaba. Entonces no sabía si era sorda o si estaba distraída.

 

No me exigían nada, ni que limpiara, ni que acarreara el agua del pozo, nada. Pero estaba todo el día como aburrido.

 

Había algunas líneas más allá una casona que trabajaban con animales lanudos. Los esquilaban y vendían la lana. Había un chico que se llamaba Calmo, pero de calmo no tenía nada pues era inquietísimo, más que inquieto y me preguntó si quería practicar con la espada.

 

-No tengo -le dije yo-. Me dio una espada pequeña de madera. Él tenía la suya.

 

¡Ay la tía cuando llegué a casa! se puso a gritar. Nunca la había escuchado hablar y gritaba:

 

-Mira lo que te han hecho, casi te abren la cabeza. Ese golpe en la frente. Sangras por completo.

 

Yo no sentía el dolor y decía que sangraba, y me toqué y sí, había sangre. Y cuando a la noche le contó al tío me sentó a la mesa y me tuvo hablando muchísimo tiempo. Yo ya tenía ganas de comer algo y me hablaba, me hablaba de lo que se hace, de que las leyes, de la vida y yo no entendía nada, nada de nada.

 

-Un día te van a matar. Te van a tirar por el despeñadero, Berto.

-Somos amigos con Calmo.

-¡Oh, ese Calmo!

 

Pero yo cuando podía me escapaba e iba a espadear con él. Y estuvimos muchísimo tiempo.

 

Ya tenía -ustedes dirían diez años- ya tenía diez años y había aprendido bien. Ya no me lastimaba Calmo ni nada, al contrario, la mayoría de las veces lo vencía. Pero me empezó a pasar algo. No prestaba atención a las cosas. Todo lo que teníamos en la casa era metálico, los jarros metálicos, lo platos metálicos. Cubiertos no había y comíamos con la mano y si había algo caldoso se servía directamente en un jarro. Pero en la habitación de la tía había como una especie de jarrón de un material raro, era brillante pero yo lo golpeaba y... era raro, era más grueso que la lata pero parecía como frágil. Un día por descuido se me cayó y me pegué un asombro bárbaro porque se rompió en cien pedazos. En vez de asustarme de que se me había roto el jarrón lo levanté y lo miré, lo olí. No tenía olor a nada, veía que se podía partir y yo digo "¿Pero para qué sirve algo que se puede partir así?".

Después de tanto tiempo otra vez escuché gritos de esta mujer que decía que era mi tía "¡Ay!, que era un recuerdo de cuando se unieron, el tío qué va a decir, que le costó un montón de metales de plata".

 

Loco me volvieron, loco. Me castigaron, por varios amaneceres no me dejaron salir. Yo sentía como odio pero no contra ellos, contra nadie, sentía odio.

 

Muchas veces le pregunté: -¿Dónde está papá?

Porque ya no me acordaba ni del rostro de papá. Tenía la mitad de la edad de ahora cuando se fue. ¿Y por qué? ¿Y a dónde? ¿Y para qué? Me decían que se fue a otro lado, se fue para el Oeste.

 

Digo: -Pero, ¿cómo se va ir para el Oeste si para el Oeste está el mar? ¿Cómo se va ir para el Oeste?

 

No era tonto. Tenía una sensación de soledad muy grande, muy, muy, muy grande.

 

Se mudó una señora en una casa que había estado un hombre que murió que le decían el viejo Atías. No sé si la señora sería familiar o qué. Ella se llamaba Ida. Un día voy a la casa y tenía papeles escritos.

 

-¿Sabes leer?

-No, ¿para qué? ¿Qué es eso?

-Son letras que forman palabras.

-¿Y para qué sirven?

-Te cuentan cosas.

-¿Me cuentan cuentos?

-Claro, te cuentan cuentos, te cuentas historias.

 

Me gustó porque había figuras. Se veían hombres grandes, guerreros en sus cabalgaduras, se veían casas, montañas y como en casa no me decían nada iba a lo de Ida a hacerle compañía y ella me lo recompensaba enseñándome a leer. Ya tenía casi 12 y sabía leer. Me costó más escribir, me costó mucho más escribir. Le pregunté a Ida:

 

-¿Cómo hacen esto obscuro, la tinta?

Me dice: -Si te explico no lo vas a entender.

 

Y los grandes siempre hacen lo mismo "Que va a ser difícil, que para qué te lo voy a explicar, que no vas a entender, que eres un niño". O sea, piensan que un niño es una persona retrógrada, ¿no?, y que no sabe y que no entiende, "Que no te metas en conversaciones de adultos, que no entiendes, que no sabes, que no rompas esto y que no toques aquello".

 

Con la excusa de que iba a lo de Ida me juntaba con otro amigo que se llamaba Nancio y me preguntó si quería montar:

 

-¡No, me va a tirar, no!

 

Entonces subí, tomé las riendas empecé a andar y me gustó. El problema era la noche. Una vez que terminaba de cenar tenía una pequeña pieza, una pequeña habitación y allí es donde dormía pero últimamente lloraba por nada y no sabía por qué lloraba.

Ahora tenía otro amigo, Nancio. Era distinto a Calmo, era más dado, más simpático. Aparte no le gustaban las espadas, él quería cabalgar. Y me gustó cabalgar.

Le conté que sabía leer y escribir y no lo podía creer.

 

Dice: -¡No!

-Es verdad -le digo-.

Me trajo unos papeles del papá y me dice: -A ver.

Le digo: -Esto son cuentas.

Me dice: -¿Cómo cuentas?

Digo: -Claro, son cuentas, Ida me enseñó cuentas. Aquí están los metales que gastan en comprar animales, después si tienen crías, las ventas.

 

Tenía 12 y ya sabía todo eso. Y, bueno, el problema era la noche. A la noche trataba de recordar la cara de mamá pero nunca la había visto. Me acordaba, sí, de la cara de papá. Sé que había hablado con un señor. ¿Y cómo se enteró el tío que papá se iba? ¿Cómo me vino a buscar? ¿Quién le avisó? Estábamos a dos amaneceres de distancia. ¿Cómo sabía?

 

Un día le pregunté. Digo:

 

-¿Cómo sabías que tenías que venirme a buscar?

-Me avisaron. Hay un señor que reparte cartas.

-¿Cómo cartas?

-Claro, ahora tú sabes leer, así que sabes. De repente si tú tuvieras un amigo en otro poblado le escribes una carta con lo que te pasa y esas cosas. Claro que al de correos hay que pagarle unos cuantos cobres y él te lo lleva.

-¡Ah! Pero qué bueno es eso. O sea, cabalga todo el día llevando cartas y encima le pagan.

-Pero, Berto, no es tan fácil.

-¿Por qué?

-Porque a veces hay mucha tormenta y llueve muchísimo y eso hay que repartirlo igual. Hay gente que ha muerto de los pulmones porque ha cogido frío repartiendo las cartas y hay muchísimas cartas que no llegaron, sin contar los asaltantes que están en el camino o los cazadores furtivos.

Pero no me daba miedo. Yo digo:

-Cuando sea grande voy a trabajar así, de correo. Voy a llevar a todas las regiones cartas para que la gente esté contenta. ¿Qué decía mi carta? La carta de papá. ¿Qué pasó?

-Ah, eres chico.

-No soy chico. ¿Qué pasó? ¿Por qué se fue?

-Papá perdió sus papás, que también eran los míos, y se quedó solo durante mucho tiempo. Después conoció a tu mamá y tuvieron una unión y cuando tú naciste ella murió.

-¿Yo la maté?

-¡No!

-¡Yo la maté!

-¡No!

-¡Yo la maté! ¿Cómo la maté? ¿Cómo hice para matarla?

-No, no la mataste, Berto.

-¡Yo la maté y papá por castigo se fue!

-No, papá directamente vendió la vivienda y con el correo también me mandó dinero a mí para que te tenga. Me dio casi todo su dinero, una bolsa llena de metales.

-Entonces, tú me compraste.

-No, Berto, no te compré, no se compran las personas.

-Sí, que se compran las personas. Leí el libro de Ida y en el norte hay unos que se llaman esclavos, una raza que se llama esclavo.

-No, Berto, esclavo no es una raza, esclavo es una persona que está prisionera o que directamente no es libre.

-¡Ah! Entonces se puede comprar un esclavo.

-Berto, tú no eres esclavo. Él no te vendió. Directamente como yo no tenía tantos metales me dio metales para que tú pudieras comer, comprarte ropa a medida que fueras creciendo...

-¿Cómo comprar? ¡Sacas de la tienda!

-Pero la tienda no es mía.

-¿Y por qué con la edad que tienes no tienes una tienda?

-Porque no todo el mundo tiene una tienda, Berto.

-Entonces, no me vendió pero se fue. Se fue por tristeza porque yo maté a mamá.

 

No me contestó. Abandonaron, se fueron, se fueron a dormir. Yo maté a mamá y papá me odia entonces, y me dejaron solo. Los tíos me tratan bien pero les rompí ese recuerdo, ese jarrón que se rompe solo, con un material que...

 

Le pregunté a Ida:

-¿Qué es ese material?

-Oh, se hace con algo de la tierra. Es muy difícil de explicarte.

 

Todo es difícil para mí. Yo sé más cuentas que la gente grande de aquella casona donde vive Nancio y yo no sé nada, nadie me explica nada. Algún día voy a ser grande y voy a trabajar en el correo y voy a ganar muchos metales.

Le conté a Nancio que en el Norte compraban gente. Dicen que a las personas grandes les gustan las personas... A un hombre le gusta una mujer, o sea, que si a un hombre le gusta una mujer, ¿la compra? Es verdad que hay muchas cosas que no sé.

Ida me contó que había una región que estaba en guerra todo el tiempo y había mucha gente muerta, mucha, mucha pero mucha. Yo sé manejar la espada. ¿Y si aparte de trabajar en el correo soy guerrero?

 

Le pregunté a Ida:

-¿Cuántos metales se ganan?

-No, no se ganan metales. Generalmente los guerreros se apoderan de otros lugares.

-Claro, donde hay metales y le sacan al que perdió. O sea, que las guerras son para sacarle metales a los que perdieron. Entonces es más fácil hacer la guerra que trabajar.

-Pero no es así porque los malos hacen la guerra. No es así, Berto.

-Sí, eso es verdad porque después muere gente, ¿no? Y si son gente que uno quiere mucho después te castigan. ¿Es verdad, Ida, que allá más arriba, muy, muy arriba, ahí que está casi la tardecita que se ven las estrellas, más allá hay un hombre y él es el que nos manda a nosotros?

-No, Berto, no hay un hombre, hay un ser que no se puede ver.

-¡Ah! Que es invisible. ¿Y por qué no viene para acá y anda entre nosotros si es invisible y se lleva metales si nadie lo ve?

-Él no precisa metales, él quiere que todos seamos felices.

-¿Y por qué no para las batallas y las guerras, entonces? Entonces no se mete, entonces no es cierto que se preocupe por nosotros ni quiere que seamos felices. Cuando nosotros morimos, ¿vamos con ese ser invisible?

-Mira, Berto, así dicen.

-¿Quién?

-Bueno, lo decía mi padre y su padre y su padre.

-Pero ¿cómo sabemos que es verdad? ¿Y allá qué hacemos allá arriba después? ¿Allá se puede jugar con espadas, hacer cuentas, escribir? ¿Qué se hace allá arriba?

-Supongo que de arriba se mira a los que están acá.

-Pero eso es aburrido. Ida, a mí nunca me llevaron al teatro. Dicen que hay otras aldeas más adelante que hay teatros.

-Berto, Berto, con tus incoherencias...

 

¿Por qué incoherencias? ¿Porque digo le que me pasa en el momento? Terminó una conversación y voy con otra conversación, ya está. Los grandes hablan de un tema desde la mañana hasta la noche. Yo de repente hablé de un tema y ya está y toco otro tema y otro tema y ya está. Ustedes son los complicados, los incoherentes. Y aquel que está más allá de las estrellas el día de mañana que yo me muera va a estar enojado conmigo porque -los tíos no me lo dicen- pero yo maté a mamá y fue mi culpa, fue mi culpa porque yo vine para acá. ¡Ah, no! Si yo vine para acá mamá se fue para allá; entonces mamá no murió, mamá está allá, más allá de las estrellas, con ese ser invisible, claro, pero Ida dice que allá no se puede comer ni jugar con las espadas. Es verdad que hay cosas que no entiendo porque soy chico y me molesta que les moleste mi conducta y que pregunte y que pregunte.

No quiero hablar más. Basta. Me retiro.