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Psicoauditación - Carlos M.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 29/09/2017

Sesión 15/11/2017


Sesión del 29/09/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Espíritu de Carlos M.

La entidad relata cómo creció hasta su etapa de adolescente en una interiorización que le aislaba del entorno. Era poco dado a relacionarse y sufría por ello. Su familia no le ayudaba a crecer su autoestima. Ocurrió en Gaela.

Sesión en MP3 (3.012 KB)

 

Entidad: No todos los maestros de Luz se ponen de acuerdo con respecto a los engramas, aconsejan a muchos thetanes a repasar las vidas que en este momento son las que pueden reactivar engramas actuales o bien condicionar al 10% encarnado actual de acuerdo a sus vivencias, si son similares aunque sea en menor medida al relato que va a comentar. Otros maestros dicen "Ir al engrama base" de alguna manera conservadora, no innovadora. Y en mi caso voy a seguir el ejemplo conservador, ir al engrama supuestamente base. Aunque en cientos de vidas pudo haber engramas mucho más graves donde las marcas fueron a fuego, figurativamente hablando.

 

Pero en fin, vamos a repasar el engrama base que en realidad no es uno, son varios en una misma vida de hace cien mil años atrás, en un mundo prácticamente gemelo de la Tierra de Sol III, llamado Gaela, que justamente queda a cien mil años luz en otro brazo de nuestra Galaxia, en un brazo opuesto.

 

Mi nombre era Arturo Rosen, había nacido en Plena. Mis padres, Sara, oriunda de Magar, del viejo continente, similar al que vosotros en Sol III llamáis Europa y mi padre, Paul, era nativo de Plena, en el nuevo continente, similar al que vosotros llamáis América del Sur.

De pequeño fui muy consentido por mamá Sara: "Arturo no hagas esto. Arturo ten cuidado con aquello".

Y me sobreprotegió fomentando en mí un ego tremendo de baja estima, de timidez. De pequeño tenía mi instinto más desarrollado sin entender el porqué. Ejemplo: Iba a lo que vosotros llamáis jardín, una sala de cinco(años) antes de entrar a la primaria, antes de entrar a primer grado, y había una niña que me gustaba muchísimo. Diréis: "¿Cómo a los cinco años puede atraerte una niña, si ni tienes la menor idea de lo que es el amor, ni un beso, ni nada?".

Y hacía todo lo contrario, me aislaba, me sentaba en una mesa aparte, no jugaba. Si la maestra me llamaba hasta estaba a punto de sollozar, no quería interactuar con los demás niños. Y habré durado en el jardín un mes.

Madre Sara me vino a buscar y no me envió más hasta no comenzar el primer grado.

 

En el barrio donde vivía, en la capital de Plena, una capital inmensa, tenía varios amigos: Luis, Luisito. Yo no entendía de genética ni nada por el estilo pero evidentemente quizá por el alcoholismo de su padre o alguna dependencia negativa de su madre, Luis nació como muy baja estatura y sordomudo, o sea, no hablaba pero se hacía entender bien, o sea, era inteligente y pícaro, pero no hablaba. Sin embargo era un amigo leal con el que podíamos jugar.

 

En la época que yo había nacido en Gaela era el equivalente a la mitad de vuestro siglo XX, ya que de la misma manera que en Sol III el cristianismo se pone a contar los años a partir de el supuesto nacimiento de Jesús de Nazaret, nosotros, en Gaela, contábamos a partir del nacimiento de Axxón, que a diferencia de Jesús, en lugar de ser crucificado fue clavado en un madero en forma de rombo. Y de la misma manera que en Sol III, en la misma Roma que tanto combatió al comienzo al cristianismo luego fue la base de esa religión, en este caso la base fue en una región similar a lo que vosotros llamáis Francia, que en Gaela era Amarís. Pero la tendencia religiosa fue muy superior a nivel fundamentalista a lo que es Sol 3, la orden de Amarís dejaba a la inquisición española a la altura de, como decís vosotros, de un poroto, a la altura de un garbanzo. Desaparecía gente, en todas las épocas, que no compartía la creencia en la Orden del Rombo u Orden de Amarís.

 

Madre no era muy creyente de la Orden de Amarís, papá Paul, sí. Toda la familia era creyente en la Orden de Amarís, pero padre era más pragmático, no le daba tanta importancia. Incluso decía "Si Axxón volviera a vivir se molestaría enormemente de cómo está la religión actual".

Si tuviéramos que hablar de alguna ventaja con respecto de Gaela a Sol III, era que la Orden de Amarís dominaba todo el planeta, no había distintas religiones fundamentalistas como hay por ejemplo en Sol III, en Medio Oriente, no existía ese tipo de terrorismo en Gaela, pero no significa que fuera la panacea universal para nada, para nada.

Madre era una persona que si bien había venido de Magar, un país del viejo continente, no tenía muchas luces, si se entiende el contexto, si se entiende el concepto. Padre sí, pero a su vez era muy humilde, muy, muy humilde. No hablaba mucho, era más bien callado.

 

Y mi escape era mi fantasía. Jugaba con Luis, el sordomudo, con José... José era hijo de un matrimonio que no profesaba la Orden de Amarís sino una religión conservadora menor, pero como no se metían en opiniones profundas nadie los molestaba. Lo mismo mi otro amigo, Héctor. Sus padres también eran de una religión minoritaria.

Y luego estaba Manuel. Manuel era de padres muy humildes, tan humildes como los míos, pero tenía un carácter fuerte o agresivo a lo mejor por su complejo de inferioridad, de pobreza.

 

Y recuerdo que cuando llegué a primer grado fue para mí una tortura. Madre me dejó como si fuera un depósito, una mercancía y se marchó. Tenía buena conducta en la escuela pero no por ser bueno sino porque mi misma ultrasupertimidez me impedía hacer travesuras. No hablaba, en el recreo no corría, me quedaba tranquilo. Y así como entre los animales hay una cadena de mando donde el rey, hipotéticamente, sería el león y la oveja sería un punto muy bajo en la cadena alimenticia, en mi grado yo era uno de los últimos en la cadena de mando, tenía temor de pelearme, soportaba provocaciones, burlas. No es que me llevara mal con mis compañeros, pero mi timidez se notaba. Para la maestra -porque tenía una sola maestra-, era el mejor alumno en conducta pero como decís vosotros en una de las regiones de Sol III, mis compañeros me habían tomado el tiempo -esto es: me habían medido-, se daban cuenta que por mi timidez podían empujarme que yo no iba a responder. Esperaba que se cansaran y no me molestaran más.

 

Luego de hacer la tarea, cuando volvía a casa tomaba la leche y me iba a jugar con el sordomudo Luís, con Manuel, con José, con Héctor. Jugábamos a que éramos piratas de doscientos años atrás o guerreros de hace mil años. Y a veces, cuando estaba solo en casa, tenía unos muñequitos pequeñitos tipo soldaditos y jugaba solo y me escapaba de la realidad, una realidad donde no... no tenía nada que me agradara. El mundo de fantasía me conquistaba, me conquistaba mucho.

 

Había otra niña que vivía a la vuelta de casa que me agradaba sobremanera, yo ya tenía seis para siete años y viéndolo desde mi altura de thetán me sorprendía de que como Arturo, un niño tan pequeño le atrajeran las niñas siendo que otros quizás incluso mayores, diez o doce años, no le daban importancia al otro género. Pero de la misma manera que me atraían, de la misma manera yo me retraía, me retraía muchísimo; cuánto más me agradaban más vergüenza sentía de estar cerca de ellas. Tenía un engrama tremendo de frustración, otro engrama de timidez, otro engrama de baja estima, otro engrama de no ser aceptado, de no ser querido salvo mis amigos, mis amigos con los que jugábamos a mil cosas. Pero mi fantasía, mi tremenda fantasía dominaba mi vida. En mi fantasía era un héroe, un héroe invulnerable, invencible y en la vida real era un niño que en algunas regiones se diría "el último orejón del tarro, un producto de descarte", agravado por el consentimiento de madre.

 

Mamá Sara era muy sobreprotectora. A veces un amigo discutía y me quería pelear y yo entraba en casa llorando y madre lo retaba al que era mi amigo. Entonces, en lugar de enseñarme a defenderme me sobreprotegía más para hacerme más débil.

Y padre, padre estaba en su trabajo, no se metía. Padre trabajaba en carpintería, armaba sillas, bancos, cosas menores, no ganaba mucho dinero, pero por lo menos tenía un trabajo y tenía bastantes encargos. De todas maneras teníamos un departamento muy, muy pequeño que para mí era mi casa, mi hogar.

 

Como dije, había nacido a mitad del siglo XX. No existía en Plena, salvo las familias muy adineradas, la televisión, o sea, me crié escuchando radio. Y eso, de alguna manera alimentaba más mi fantasía porque me hacía imaginar los personajes de la radio. Si hablamos de fantasía nadie me superaba, es más, a veces visualizaba con el costado del ojo como lo que vosotros llamaríais entidades, y le comentaba a madre. Me decía: -¡Ay, Arturo, qué imaginación que tienes!

Pero no tenía miedo no, no, no; no era temeroso, no era temeroso de lo que se llamaba fantasmas, no, no, para nada. Me gustaba dibujar y le mostraba a madre mis cuadernos.

-Mira, mira lo que he dibujado, el día de mañana voy a hacer historietas, comics.

-Claro, claro -me decía madre. Y dejaba de hacerme caso y seguía haciendo la comida o cosiendo alguna ropa, pero me daba la importancia necesaria.

 

Pero bueno, entre mis juguetes, que no eran muchos, y mis amigos: Manuel, Héctor, José y el querido Luís, el sordomudo, eran parte de mi mundo. Con ellos me llevaba bastante, bastante bien a diferencia de mis compañeros de escuela con los que casi no tenía conversación. En el recreo me apartaba de la misma manera que en el jardín de infantes, me sentaba solo en una mesa. Y aprobé primer grado con las mejores notas. Cuando llegaron las vacaciones disfruté de no estar en la escuela, era algo que odiaba. Diréis "¿Pero cómo, tan buen alumno, las mejores notas, la mejor conducta y odiar la escuela?". Sí, porque como dije antes, me sacaba las mejores notas porque no tenía otra que estudiar, y tenía la mejor conducta porque mi propia timidez me impedía portarme mal, entonces las maestras me tenían en buen concepto. La de primero me recomendó a la de segundo.

-Fíjate en Arturo Rosen, es un alumno excelente, quizás algo inhibido, pero préstale atención, que es buen alumno.

 

Quería relatar esta infancia porque así es como me fui labrando. Fui labrando mis engramas con timidez, con baja estima, con un instinto más desarrollado de que me gustaba el género opuesto, las niñas, pero mis mismos engramas me impedían hablarles a todas las niñas, no me sentía cómodo, me sentía más inhibido que nunca. Y eso me fue afectando a medida que fui creciendo, me fue afectando mucho, muchísimo. Cuando digo muchísimo es tremendamente, enormemente en los condicionamientos que se fueron gestando en mí a lo largo de mi vida de niño y hasta de adolescente. Y esas marcas quedan. Hasta que no se sacan, esas marcas quedan y van condicionando vida tras vida, tras vida, tras vida, tras vida.

 

Pero bueno, hay más para relatar en el rol de Arturo Rosen, el hijo de Sara y Paul en Plena, un país en el nuevo continente, en la región sur de Gaela, un planeta gemelo de lo que hoy es Sol III, al que llamáis la Tierra. Pero cien mil años atrás.

 

¿Si hay más historias? Sí, pero dejo descansar el receptáculo que está bastante agotado por la angustia, enorme angustia que le he transmitido.

 

Gracias, por ahora.

 

 


Sesión del 15/11/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Espíritu de Carlos M.

Adolescente y criado en la sobreprotección se le desarrolló la timidez y el temor a la exposición. Sus amigos, de conveniencia, sólo llegaban a acompañarle por afuera, por dentro no congeniaba tampoco con ellos. La entidad comenta cómo trabajaban los engramas y los roles del ego.

Sesión en MP3 (2.116 KB)

 

Entidad: Vuelvo a retomar una encarnación de hace cien mil años atrás en un mundo llamado Gaela, que dista cien mil años luz de Sol III.

 

Había encarnado en el siglo XX de Gaela en un país llamado Plena. Mi nombre era Arturo Rosen, mi padre era Paul, un humilde carpintero. Mamá se llamaba Sara. Mis amigos eran Luís -que seguramente por problemas genéticos había nacido sordomudo, pero era muy listo mentalmente-, José, Héctor y Manuel.

 

Mamá Sara no había nacido en Plena, era oriunda de Magar, en el viejo continente. Mamá hablaba mucho más conmigo que papá, pero no me hacía bien porque me sobreprotegía. De repente tenía una pelea con otro niño y me ponía a llorar y madre me consolaba y lo retaba al otro niño. Y en lugar de templarme, en lugar de curtirme hacía que me escondiera debajo de su pollera. En lugar de ser un perrito faldero era un niño faldero. Y me fui criando con poco carácter en esa vida como Arturo.

 

Era muy buen alumno en la escuela primaria, pero no por ser tan aplicado sino porque era tímido, entonces no me atrevía a portarme mal y me sacaba muy buenas notas porque en el aula lo único que hacía era estudiar, tenía miedo de hablar, miedo de respirar.

Hasta que finalmente, a mis trece años, comencé la secundaria. Tuve otros amigos, me junté con Armando y Alberto. Se burlaban de nosotros, nos decían "El trío A". Arturo, Armando y Alberto: el trío A.

 

Armando era raro, hablaba siempre sobre armas, era como que adoraba los gobiernos totalitarios. Gaela era un mundo donde de la misma manera que en Sol III el cristianismo se basa en el símbolo de la cruz, en Gaela se basaban en el símbolo del rombo. Allí habían -hace dos mil años-, clavado en el madero a Axxón. Y de allí se fundó la Orden del Rombo u Orden de Amarís, porque fue en Amarís, en el viejo continente, donde más surgió esa orden.

Y Armando decía:

-Yo no soy religioso ni me interesa, pero admiro de la Orden de Amarís lo totalitario.

Ya con trece, catorce años podía discernir un poco más, y le decía:

-¿Has estudiado la historia? ¿Lo qué ha hecho la inquisición de Amarís? ¿Los miles y miles y miles de personas que han muerto en el nombre de la Orden del Rombo por ser más escépticos o por no acatar lo que la Iglesia del Rombo enseñaba?

 

Alberto era más cabeza fresca. "Cabeza fresca" significa ser inconsciente.

Había salido campeón en primer año en un juego de mesa. O sea, que era inteligente, pero inmaduro. Entonces me sentía cómodo con Armando porque si bien adoraba lo totalitario yo creo que era más una locura, no locura de loco sino locura de soñar cosas estúpidas. Y Alberto era alguien que el 50% de las cosas las decía en broma.

Pero no eran agresivos conmigo. Mis amigos de la infancia -menos Luís, el sordomudo-, José, Héctor y Manuel varias veces nos peleábamos y me pegaban, pero éramos chicos. Pero hoy a la distancia veo otros chicos que se llevan bien, por ahí cambió la época, no sé.

 

Recuerdo que teníamos tecnología, no nos gustaba, para nada, a ninguno de los tres, para nosotros el taller era una tortura, era una tremenda tortura. Y no es como ahora, hablo desde... porque estoy relatando el Arturo niño y el Arturo adolescente, ahora soy adulto y hay muchísimos colegios mixtos, en aquel entonces éramos todos varones. Y había una escuela cercana con niñas y nos dolía su indiferencia, no nos daban importancia. Y pasaba como en algunas películas que veíamos donde al igual que en Sol III, en el país del norte, los que jugaban algún deporte eran admirados por la niñas. Tanto Armando, Alberto como yo no destacábamos en ningún deporte, entonces no teníamos una herramienta como para conquistar a una niña.

 

Teníamos un amigo llamado Lanceloti cuyos padres eran del viejo continente. Y él decía:

-No hace falta destacarse en un deporte, hace falta tener labia.

Recuerdo que le pregunté:

-¿Labia? ¿Qué significa labia?

-Bueno, la capacidad de conversación para conquistar a una chica.

-¿Y eso cómo se hace?

 

A la distancia de años me rio de lo inocente y lo ingenuo que era sumando la timidez tremenda que tenía. Todavía tenía esos condicionamientos -vosotros diríais engramas-, de mamá Sara, que de niño me protegió tanto que me hizo débil de carácter, de poder confrontar cosas.

 

Recuerdo que los profesores nos hacían pasar al frente a dar una lección oral. Yo temblaba, transpiraba cada vez que tenía que hablar adelante de toda la clase, me sentía como expuesto. Aparte, me distraía porque miraba las caras de los que estaban atrás, los lieros, los que hacían bromas, los que hacía chistes, los que se portaban mal y me miraban como si yo fuera un espécimen de zoológico. Por momentos se me nublaba la mente y el profesor de tecnología me decía:

-¿Qué le pasa, Rosen? ¿Qué le pasa? ¿Estudió?

-Sí, profesor, claro que estudié, lo que pasa es que estoy nervioso.

-¡No me venga con eso!

 

Hacía lo que podía. Y me sentaba y me ponía un seis. De alguna manera es como que iba a flote, no me hundía. Pero no era como en la primaria, que me sacaba en todo sobresaliente, en lugar de mejorar empeoraba.

Y Armando y Alberto eran peores que yo, vivían para la joda, esto es, les interesaba la diversión. O en el caso de Armando, de evadirse con su mente a un mundo totalitario.

A veces me enojaba y decía "Quisiera ver a Armando en un gobierno totalitario siendo sometido, siendo toda su familia sometida, a ver qué decía después". Pero después me censuraba mis pensamientos y sentía complejos de culpa porque estaba deseándole el mal. Pero me sacaba. -Sacar significa me hacía perder el control-. Pero mi timidez hacía que no lo demostrara, era todo por dentro, todo por dentro, y me tragaba la bilis, me tragaba el veneno. Y así estaba.

 

Como ser suprafísico, como thetán 90% no encarnado, el repasar esa vida de Arturo, Arturo Rosen, me hace sentir alivio, es como cuando tienes una muela que te duele horrores, horrores, horrores y te dan una inyección calmante y te la extraen. Al momento te duele, sí, pero después dices "¡Ah!, se terminó la tortura". Sí, los engramas te condicionan y te crean una especie de tortura psicológica, te señalan, te dicen "No eres importante, te dejas manipular, eres bueno para nada". Los mismos engramas hacen que te implantes más engramas, como que te caes y en el piso te pasan por arriba, encima. Sin contar los roles del ego que se alimentan de tu dolor, de tus miedos, de tus inseguridades y cuando te quejas esos mismos roles del ego te señalan diciéndote "Esto te pasa por tal y tal cosa". Y tú, qué le vas a decir al ego "¡Pero si tú me has empujado a esto!", y el ego no te va a responder porque el ego forma parte de tu ser. Y el trabajo es integrarlo para que el ego no sea tu amo, tampoco es llevarlo a un estado de esclavitud, directamente integrarlo que no forme más parte de tu camino, un camino que tienes que andar libremente. Pero como Arturo Rosen me costaba.

 

Aprobé primer año de la secundaria, pero me costó muchísimo. En las vacaciones me vi poco con Alberto, sí me vi más con Armando. Con Manuel, Héctor, José y Luís el chico sordomudo casi no nos veíamos porque a poco al empezar segundo año papá Paul y mamá Sara compraron una propiedad vieja a pocas calles de donde estábamos antes pero más grande, así que ya tuve poco contacto con mis amigos de la infancia, apenas les veía. Quizás el cambiar de lugar haría que también vaya cambiando mi actitud, a eso apostaba las fichas, hablando como si estuviéramos en el juego de la ruleta. Pero ya sabemos lo que es el juego de la ruleta tú apuestas y sale el cero y pierdes todas las fichas.

Y en la vida, el juego de la ruleta es la inseguridad porque también no se trata de apostar todo ni siquiera estando seguro, ni con una estima alta se trata de apostar todo, se trata de dar un paso tras otro, firme, pero no apostar todo porque en la vida, como en el juego, los vicios siempre pierden.

 

Gracias por escucharme por ahora.