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Psicoauditación - Carmen F.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión del 03/10/2022


Sesión 03/10/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetan de Carmen F.

La entidad comenta que en Gaela creaba maravillosos objetos de porcelana, cerámica, vidrio, y que para obtener un mejor precio quedó con un comercio que podía venderlos bien. Pero al dueño, ya mayor, se le iban los ojos con ella. Con su marido acordaron vigilarlo.

Sesión en MP3 (3.496 KB)

 

Entidad: Estoy aquí reunido con vosotros. Agradezco al Absoluto, a Eón, el permitirme expresar conceptualmente a través de este receptáculo que me canaliza. Mi nombre como thetán es Marsa-El, plano 3, subnivel 8. El plano 3 es un plano de superación, y anhelo en algún momento llegar al plano 4, que es un plano maestro.

 

Nací en un mundo llamado Gaela, en Saeta, país del viejo continente, una península. Mi nombre en esa vida era María Rosa Ricardi. Me llamaban por mi segundo nombre, Rosa.

 

En Saeta conocí a quien es mi esposo, Antón Suager, de Grafeng. Él se radicó con su familia, que luego volvió a Grafeng, en Saeta. Nos conocimos y con el tiempo nos casamos. Pero Saeta estaba en la frontera con Amarís, prácticamente los creadores, o por lo menos los que actualmente más transmiten la religión perniciosa de la Orden del Rombo, y con el tiempo nos mudamos a Plena, al sur del nuevo continente.

 

Por suerte estaban trabajando con nuevos ordenadores. Tengamos en cuenta que hablo de 1970. Y que ya estén trabajando con ordenadores personales, o como les llamaban al norte del nuevo continente, en Beta, computadores personales, era una maravilla. Y eso le servía a mi esposo, Antón, porque trabajaba con los nuevos programas de ordenadores. Y había un programa especial que permitía hacer todo tipo de gráficos.

 

Yo trabajaba más modestamente.

Cuando yo decía eso, Antón no es que se molestaba, pero me decía:

-Rosa, lo tuyo no es modesto.

-Pero Antón, trabajo fabricando objetos de cerámica.

-¿Te piensas, Rosa, que cualquiera hace eso? Para mí son obras de arte.

-Claro, pero en el tema de dinero gano muchos menos créditos que tú.

-Lo entiendo, lo entiendo, Rosa -dijo mi esposo-, pero se trata de hacer lo que a uno le gusta.

Le respondí con cariño, con amor:

-Antón, ¿cómo te sientes tú trabajando con estos nuevos programas de los ordenadores personales que dentro de poco lo va a tener cada familia en su casa?

-Pues... Pues mujer, me siento maravillosamente bien.

-¿Ves?, y encima ganas créditos.

-Pero bueno, yo ya de cuando estábamos es Saeta estudiaba esto y me encuentro que en plena están bastante adelantados, han traído incluso material del norte, de Beta.

-A eso me refiero -le expliqué a mi esposo-. A mí también me gusta lo que hago, moldeo las cerámicas, puedo hacer animales, puedo hacer aves, luego las pinto, pero me siento como una fracasada, como que... como que no... ¡Ah!, ¿cómo explicarlo?

Antón me interrumpió:

-Rosa, a ver, ¿a ti te gusta lo que haces?

-Sí, pero a veces trabajo más de ocho horas, termino agotada, y lo que vendo es muy poquito.

-Pero tú me has dicho que tienes amigas, puedes repartir tarjetas en distintos lugares, que te vayan conociendo. Prácticamente tú estás vendiendo a conocidos, y obvio que nunca vas a ampliar tus ventas.

Me quedé pensando y le dije a Antón:

-Supongamos que me conozcan más, supongamos que mis ventas se multipliquen por diez.

-Eso estaría perfecto -me dijo Antón.

-Claro, pero no daría abasto. Quiero que me entiendas. Yo, las ocho o nueve horas que trabajo desde la media mañana hasta que casi se va el sol, puedo hacer una o dos figuras de porcelana o de cerámica por día.

-Y cuáles, yo de esto entiendo poco, pero ¿cuáles son más caras?

-Bueno, las de porcelana. Pero son las que me llevan más trabajo también. El cocido, el tipo de pintura que tiene que llevar, hay una especie de vidrio líquido que hay que pintar con sumo cuidado. Y entonces si el día de mañana ampliara mis ventas, ¡je, je!... A lo que me refiero, Antón, es que tendría que vender mis productos al triple de lo que los vendo, y sin embargo me cuesta venderlos al precio actual. Valen mucho más, mi trabajo vale mucho más. Entonces es como que me siento desvalorizada, pero no con la sociedad, para conmigo misma, es como que me quita incentivo, es como que me quita... ¡Ahh!, me quita deseos de hacer más, porque tengo tanto en mente, tanto tanto tanto, tantos dibujos, tantas formas... Es más; puedo con una especie de un barro, sería un fango especial tipo cerámica que le pondría como brillo. Y he logrado hacer un material heterogéneo, pero... pero bien adherente, entre una especie de fango con una porcelana agregándole una especie de pegamento con vidrio líquido que luego se va endureciendo. Y te puedo asegurar, Antón, que no es frágil, para nada, ¿eh? para nada. No es como una copa de cristal que apenas se cae se rompe, no, no. Pero esto que te estoy diciendo, uno solo, uno, puede llevar hasta dos o tres días el hacerlo, ¿y tú te piensas que me pagarían lo que verdaderamente costaría?

Mi esposo me dijo:

-Mira, es así de sencillo, porque con los programas que hago con los ordenadores puedo aplicar en todo lo que es marketing, lo que en los países del centro del continente llaman mercadeo. Supongamos que el día de mañana tú te pones una pequeña empresa y contratas gente que haga lo que haces tú o les enseñas o tienes aprendices jóvenes, y entonces ya serías una empresaria. Y ahí sí te darías a conocer mucho más.

-¡Ahhh! -suspiré-, es muy fácil hablarlo.

 

Recuerdo que conocí a una joven que no era de la zona, tenía un vehículo pero tan caro, tan caro... Y una amiga le recomendó y vio uno de mis productos terminados con vidrio líquido.

La joven me dijo su nombre, pero dice:

-No, no, mi nombre no importa, me dicen Cuca. Vivo en la Sexta avenida, suelo ir al club hípico. -¡Vaya!, pensé, es una millonaria. Le gustó una de mis obras maestras que era como una especie de cueva, pequeña, no tendría más de quince centímetros por doce centímetros de alto, y tenía destellos dorados y plateados.

Y me dijo:

-¿Decolora con el agua?, o...

-Para nada, para nada. Es vidrio líquido que se ha solidificado, y debajo hay una especie de porcelana con un material especial. -Y me hizo una oferta. ¡Ay, por favor! Lo que yo le iba a pedir era diez veces menos. Mi honradez era decirle "¡No, vale menos!". Pero en realidad Cuca tenía razón, lo que me había ofrecido era lo que verdaderamente yo pensaba que valía mi trabajo. Y le dije que estaba bien.

-Me lo llevo ya.

-Espera, que te busco una caja.

-No no no, se lo doy a mi chófer y que él lo lleve. Y mira, en la Cuarta avenida abrieron un bazar, es un señor de unos cincuenta y cinco años, un señor grande, se llama Antoine Treceguet que vino de Amarís, como muchos otros que han venido perseguidos por la Orden del Rombo. Tiene dinero y se puso un bazar. Y estoy segura que las cosas tuyas le van a ser útiles. Llévale un par de muestras, dile que vas de parte de Cuca, del club hípico.

-¿Así? ¿Cuca? ¿Directamente?

-Sí, sí, él sabe quién soy. -Me pagó y se marchó. El chófer la esperaba en la puerta, la abrió la puerta del coche, fue del otro lado y se llevó mi obra.

 

Cuando le conté a mi esposo, Antón, se puso contento muy, muy contento:

-¿Ves?, esto que te ha pagado esta señorita del club hípico, Cuca, es lo que verdaderamente valen tus obras.

-Dijo que la iba a usar en una pecera y como adorno, por eso me preguntaba si la pintura se salía o se decoloraba o si era tóxica para los peces. Obviamente que no lo es. Y me dio esta tarjeta. -Mi esposo la miró.

-¡Mira tú, un bazar en la Cuarta avenida! Y bueno, lleva aunque sea dos adornos pequeños. Y ve mañana a ver a esta persona, Treceguet.

 

Y fui. El hombre tenía un bigote finito y una mirada, ¡je, je, je!, está mal lo que voy a decir, como la esos villanos de película, que se tocan el bigote y tienen esa mirada como turbia. Y me recorría con su mirada.

-¡Vaya, pero qué maravilla! -Y me miraba. Me sentía incómoda, me había puesto la cara roja-. ¡Pero qué maravilla eso que llevas en la mano, esas obras! ¡Ah! En el fondo yo sabía que sus palabras tenían doble sentido, doble intención, no sé si lo decía por las obras pequeñas o lo decía por mí-. ¿Tienes muchas?

-Sí, señor, tengo bastantes.

-No me has dicho tu nombre.

-Rosa Ricardi. La señorita Cuca...

-Sí, Cuca... Si te recomendó Cuca, ¡por favor! Mira, te diría que traigas todo lo que tengas y yo te lo pago bien. Pero las cosas que tengo en mi bazar son jarras, tazas, platos, sí, hay algunos adornos... Pero lo que tú haces va más allá, ¡son verdaderamente adornos! ¿Ese plumaje que has logrado en esa ave que has traído, cómo lo consigues? Podrías venir a trabajar aquí y con el tiempo podrías ser mi socia, no te pagaría por mes sino que te daría el 50% de la ganancia. Y te aseguro que aquí se vende bien. Es más, si hay muchas ventas y ves que un día se hace tarde no hay ningún problema en que te quedes a cenar. Cualquier cosa lo llamas a tu esposo y le dices que te quedas. Cualquier cosa yo te alcanzo con mi coche.

Sonreí y le dije:

-Pero ahora estoy un poquito apretada de créditos, ¿esto qué traje se lo puedo vender?

-¡Pero claro, Rosa, claro!

-Mire, señor Treceguet, lo que...

-¡No, no, nada de señor Treceguet; Antoine, dime Antoine! ¡Eres jovencita, pero dime Antoine! -Me encogí de hombros.

-¿Y cuánto me daría por estas dos obras, el ave, y esto, que es un elefante?

-Bueno...

 

Me dio una cifra, no tan alta como la de Cuca pero muy, muy interesante. Acepté, me dio el dinero. Y miré mi reloj y le dije:

-Discúlpeme, pero tengo que... Hoy quedé con mi esposo, que tenemos luego un compromiso.

-No hay problema, no hay problema. Trae más cosas mañana, trae más cosas mañana. -Le di la mano y hizo un gesto y me besó la mano con su boca. Sentí como cierta aprensión-. ¿Te parece que te alcance a tu casa? No tengo problema en cerrar.

-No, no, tomo un taxi, no hay problema. -Y me despedí.

 

Cuando llegué a casa le conté a Antón. Antón me dijo:

-Bueno. Mira tú, gracias a esta señorita Cuca, ahora este señor Antoine te ha pagado bastante más de lo que tú pensabas.

-No te lo tomes a mal, querido esposo, pero no me gusta.

-¿Qué cosa?

-Antoine se comportó muy educado, absolutamente educado, como un caballero, respetuoso. Por fuera. Pero su mirada, su sonrisa, su gesto..., el hecho de decirme, "Si un día se hace tarde no hay problema, hablas con tu esposo y te quedas a cenar", no no no.

-O sea, ¿vas a negarte? -Lo miré.

-Querido esposo, ¿tú quieres que vaya?

-No no no, no es que yo crea en tu intuición, yo tengo la certeza de tu intuición, tú eres diez veces más intuitiva que yo. Yo puedo ser un genio para los ordenadores, pero tú, con tu intuición me ganas. O sea, querida esposa, si a ti te parece que esta persona tiene un maquillaje de caballero, pero que en algún momento va a salir con alguna cosa ¡mmm!, negativa, no.

-Me siento mal -confesé-, porque sé que si no voy, después Cuca va a decir, "¿Para qué la recomendé a esta mujer?", y sé que en el club hípico hay millones de personas con dinero, y el dinero hace falta. ¿Pero sabes lo que pienso? Yo puedo vender todas las obras que haga, todas, pero no me voy a vender yo.

-Mi amor, quizás estás exagerando. Este señor, Antoine Treceguet, no te ha dicho nada.

-No, no.

-Y si esperas y si vas, apenas haya una palabra que tú huelas, olfatees como indebida, dejas de ir.

-Bueno. Tuvo un gesto que no me gustó. Siempre cuando me despido de alguien o de conocidos tuyos le doy la mano, me aprietan firme, pero no fuerte. Él se llevó la mano y me besó el dorso de la mano, una galantería que siglos atrás estaría bien, pero hoy en pleno siglo XX no. No estamos en los años setenta. Me parece que no.

-Quizá sea su costumbre de Amarís.

-Antón, Antón, tú y tu familia son de Grafeng, arriba de Amarís, y vuestras costumbres incluso son aún más antiguas que las de Amarís. Y sabes que ese saludo de besar la mano es del siglo XIX para atrás. No sé. Pero tampoco voy a desperdiciar mis obras. Haré esto: Iré. Pero querido esposo, apenas vea, perciba, sienta de parte de este señor del bazar de la Cuarta avenida, ¡que hasta me quería acercar en su coche!... Yo no quiero ir en el coche de nadie, yo puedo pagarme un taxi o ir en bus, llegado el caso. Pero insisto, al menor gesto que no me guste dejo de ir.

-Está bien, confío en tu intuición. -Me abracé con Antón.

Me dijo:

-¡Ay, querida Rosa!, tú vales por ti misma, no por lo que fabricas, no por la cerámica, no por la porcelana, no por el vidrio líquido, no por ese plumaje que logras, que parecen aves de verdad en esa cerámica. Tú vales por ti, y eso es lo que tienes que entender. -Asentí con la cabeza.

-Valgo en todos los aspectos. Lo que tengo que aprender, no contigo, por supuesto, tú me amas y me respetas, pero con la sociedad, lo que tengo que aprender no es a que yo sepa que valgo sino a hacerme valer, a hacerme valer.