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Psicoauditación - Carolina H.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 23/10/2020

Sesión 24/10/2020

Sesión 09/11/2020

Sesión 10/11/2020

Sesión 07/12/2020

Sesión 13/04/2021

Sesión 11/06/2022


Sesión 23/10/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Carolina H.

En el mundo de las amazonas, en Umbro, reinaba la dureza y la violencia en su poblado, así como en los demás, adonde iban a secuestrar a los que encontraran. La entidad relata de pequeña cómo crecía en aquel entorno. Pero se inclinaba más hacia el entendimiento que hacia la irascibilidad.

 

 

Sesión en MP3 (3.907 KB)

 

Entidad: Mi nombre era Dilitia, hija de Revena, una fuerte amazona del clan de Senna.

Mi padre..., mi padre era un esclavo, no lo conocí, y mi madre era una buena guerrera, muy buena guerrera del clan de Senna. Pero tenía complejo de inferioridad, ella anhelaba poder pero no se tenía confianza con la espada, entonces se desquitaba conmigo con tremendos malos tratos desde muy pequeña, con desprecios, con salivazos. ¡Je! Cuando yacía acostada con su esclavo me mandaba a la tienda de la anciana Amanda, que como era anciana la tenían únicamente para juntar pequeñas ramas, porque los troncos los juntaban lo hombres.

 

Recuerdo que tendría cuatro nada más, cinco a más tardar, de vuestros años. Yo sabía que de noche no iba a entrar a la tienda porque me quedaba en lo de la anciana Amanda, pero de tarde podía entrar. Pero claro, no me avisó de que estaba yaciendo con su esclavo, miró para atrás y me lanzó un enorme tronco que me dio a la cabeza, estuve al borde del desmayo. ¿Pensáis que se preocupó por mí? No, no, para nada, para nada, me llevó a la anciana Amanda. Las demás amazonas eran indiferentes porque yo era una niña, y había bastantes niñas.

Me curó. Me quedó inflamada la parte de la frente, me puso agua fría, luego me dio un té de hierbas, pero estuve por los menos como cuatro o cinco días con dolor de cabeza.

 

¿Pensáis que madre se apiadó de mí? No. Al día siguiente ya me mandaba a cargar baldes con agua del arroyo. Siendo tan pequeña los traía casi tambaleándome. ¿Lo positivo?, que ya de pequeña fui fortaleciendo mi cuerpo cargando baldes.

No estaba más encima mío porque ella anhelaba su libertad de salir a galopar en hoyuman con otras amazonas, a ver si podían cazar hombres para tenerlos como esclavos o directamente como engendradores de niñas. No les interesaba tenerlos para placer aunque algunas sí, les interesaba tenerlos para procrear. No los mataban, los usaban para los trabajos pesados mientras las mujeres practicaban con espada, con lanza, con arco y flechas, combate, agilidad, resistencia, fuerza. Por una cuestión de género, los varones, en Umbro siempre, eran más fuertes que las mujeres, pero las amazonas eran otro tipo de mujer: más altas, más musculosas, más ágiles, y los varones de la comarca eran campesinos, atendían almacenes, tiendas. Y siempre secuestraban a los varones jóvenes, no importa si tenían o no familia, nunca más la iban a ver. Envejecían y morían en la región.

 

Pero había una diferencia, la anciana Amanda casi no tenía fuerzas, traía algunas ramas para el fuego nocturno, pero la alimentaban. Cuando los varones apenas podían andar los dejaban morir, ya no servían para procrear y encima darles de comer..., la solución era matarlos. La otra solución era ignorarlos. Y cuidado que alguno le implore a alguna de las mujeres un plato de comida, le daban un golpe de revés o le cercenaban el cuello.

+Y fui creciendo de esa manera, fui creciendo de esa manera.

 

Admiraba a una joven, una joven ya crecida pero luchadora, se llamaba Azahara. Yo ya había crecido un poco más, ya había pasado los ocho, nueve años, y de ver a mi madre con distintos esclavos, porque nunca era el mismo, se cansaba, no los mataba, salvo que estuviera de muy muy mal humor y los degollaba. A las demás amazonas no les importaba. Eso sí, si tenía que conseguir otro esclavo lo tenía que cazar ella porque había matado al que tenía. Y si había hombres sueltos que no pertenecían a ninguna, si era un buen trabajador igual había que cazar a otro para remplazar a ese. Los hombres que no estaban para procrear, estaban para cargar bolsas, para armar viviendas o ayudar a traer animales que ya habíamos cazado.

 

Yo era pequeña pero me consideraba una amazona. Pero admiraba a la joven Azahara, su majeo con la espada. A veces la veía practicar sola, como danzando y era... era como un reflejo de lo que yo quería ser cuando crezca.

 

Esa tarde cuando la vi estaba de muy, pero muy mal humor. Lo comentó con otra compañera. Ella tenía un esclavo llamado Rolor, que no la podía embarazar. Recuerdo que discutía con otra y le decía:

-Aquel que está más allá de las estrellas me dio un hombre que es estéril, no es impotente pero no me sirve para nada.

 

La joven con la que conversaba, Itara, le dijo:

-¡Je! Y mira si eres tú la infértil, la que es yerma. -¡Ay, Para qué le dijo así! Azahara le dio una bofetada que la tiró en medio del barro. Itara quiso reaccionar tomando la empuñadura de su espada pero Azahara ya tenía la espada de ella en la garganta de Itara, y le dijo:

-No se te ocurra sacar la espada. Conozco a tu madre, una mujer grande, no quiero dejarla sin una hija. -La otra agachó la cabeza y se marchó. Azahara se hacía respetar.

 

Recuerdo que cogía una espada de madera, me iba a los límites cerca del bosque. Imitaba torpemente con la espada de madera los movimientos de Azahara, a veces me desequilibraba y me caía en el barro, y me daba una ira tremenda. ¡Aggg! Pero seguía practicando y practicando, imitando de una manera tonta los movimientos con la espada.

Recuerdo que varios días después hubo una fiesta en toda la aldea porque la que era líder, Senna, había regresado de una campaña en la zona occidental sur apenas explorada. Los hombres estaban mezclados con las mujeres, pero había mujeres jóvenes que recién eran adolescentes, apenas unos años más grande que yo-, y los hombres les decían "Cuidado, no la miren a Senna a los ojos, no la miren, a ver si las castiga todavía por mirarla". Ellos mismos, cuando estaba Senna caminando, bajaban la mirada, no se atrevían a mirarla los ojos. El carácter era absolutamente insoportable, es como que odiara a los hombres porque había sido traicionada por su esclavo. Sí.

 

Recuerdo que un esclavo joven le preguntó a uno de los hombres:

-¿Por qué es así la líder, qué le pasó?

-¡Ah!, ¡Ja, ja, ja!, porque vio a su hombre, a su esclavo acostado teniendo intimidad, una tremenda intimidad fogosa con la líder anterior, y Senna estaba tan pero tan enfurecida que le cortó la garganta a su hombre y atacó a la líder anterior.

El hombre les preguntó a los demás:

-¿Y la mató?

-No, no, perdió. La líder anterior estuvo a punto de matarla.

-¿Y qué la salvó? -preguntó el hombre-, no me digan que fue aquel que está más allá de las estrellas.

-De alguna manera sí. En manos de una niña se corporizó esa luz que está más allá de las estrellas y con una flecha le salvó la vida a Senna, matando a la otra líder, y Senna fue la nueva líder.

El hombre preguntó:

-¿Y qué pasó con esa pequeña, dónde está? -Lo miraban como si el hombre fuera un retrasado. Hacía demasiado calor, me dolía mucho la garganta. Continuó:

-¿Eres tonto de verdad?

-¿Por qué me decís eso?, hace poco que estoy... ¿La nueva líder mató a esa niña?

-No, al contrario; la líder se lo agradeció. Y le debe mucho. Pero ahora es como que está celosa, porque esa niña creció y es muy diestra para luchar.

El joven dijo:

-¿Y dónde está esa niña?

Le dijeron:

-¿Pero eres tonto de verdad?, eres esclavo de ella, es Azahara. -Yo me sorprendí. Me sorprendí enormemente de que Azahara tuviera también un esclavo, no me imaginaba a Azahara acostada con alguien, pensaba que las grandes luchadoras no se acostaban con los varones. Infantil, por supuesto.

 

Mi oído era muy fino. Escuché antes de que aparecieran el galope de varios hoyumans, mi madre Revena me llevó con ella para saber qué pasaba.

-¡Venid, venid todos! -Era Senna. Yo, directamente, a pesar de ser chiquita, a Senna directamente ni la miraba-. Venid vosotros también, -les decía a los varones-. Encontramos nuevos bosques en el oeste, un lugar fértil donde podemos sembrar, podemos establecernos, obviamente sin dejar esta zona. Vimos grandes valles, agua, cascadas. Allí nuestros animales podrían comer, engordar, podríamos criar más animales, más ganado, tener más hoyumans. Y no está habitado, podremos extendernos. -Todos vitoreaban. Menos la que yo tenía como ídola, la joven Azahara, que le dijo a la líder Senna:

-Yo no veo el plan tan bueno, no me parece prudente. -La líder, con ojos de odio, se acercó a la joven amazona.

-¡Je, je! Está bien que cuando eras más pequeña me salvaste la vida, pero hoy no permito que me corrijas y menos delante de todas.

La joven no se achicó:

-Mi deseo no es corregirte, mi deseo es ser coherente. No somos tantas, no estamos consiguiendo tantos varones para procrear, encima en mi caso mi hombre no me embaraza. Si vamos a aquel valle, ¿qué va a pasar con esta región? Aquí estamos más cerca de cualquier poblado, ¿lo vamos a dejar sin vigilancia?, ¿nos vamos a repartir?, vamos a ser más vulnerables. Hay muchas jóvenes, muchas niñas, en un par de años seremos el doble de las amazonas que somos ahora y podríamos hacer eso, pero hoy no lo veo.

Senna se enfureció y le dijo:

-¡Se va a hacer como yo lo ordeno, porque yo soy la que mando! Todas las demás son torpes menos yo.

Azahara no se achicó y le dijo:

-Tú puedes ser líder, pero eso no significa que cometas igual torpezas.

-¿Me estás desafiando? -Desenfundó su espada, Azahara desenfundó la suya.

-Senna, yo no quiero pelear, nada más hice una opinión.

-No, me has contradecido delante de todas. Eso no te lo voy a perdonar.

-Senna, por favor, te salvé la vida cuando era más chica, no hagas que ahora te la quite. -La líder abrió los ojos como incrédula y miró a las demás amazonas como, buscando un apoyo.

-¡Je! ¿Habéis escuchado lo que dijo esta imbécil?, ¡qué valor estúpido que tiene! ¿Pero habéis visto lo atrevida que es? ¿Te piensas que has crecido?, todavía eres una niña, tengo mucha más fuerza que tú.

-No. Quieres expandirte pero no somos tantas, estás cometiendo un error. ¿Qué decís vosotras? -Ninguna de las guerreras se atrevió a contradecir a Senna, no apoyaron a Azahara.

-¿Ves?, nadie te hace caso.

-No necesito apoyo, yo uso nada más mi sentido común. Nos dividimos y nos debilitamos. No podemos expandirnos ahora, yo no lo recomiendo.

 

Senna no solamente era mala, era traicionera, porque sin avisar levantó la espada y lanzó un golpe hacia abajo, un golpe mortal, un golpe que no llegó a destino porque la joven Azahara lo frenó con su propia espada. Y se armó el duelo, eran las mejores. Escuchaba el ruido de los metales chocando el uno contra el otro. Yo era pequeña todavía y temblaba de la impresión. Y me abrazaba a mi madre, me aferraba a su mano.

Finalmente la líder Senna cayó sin vida, la espada de Azahara le había atravesado el pecho.

La joven levantó la mirada, miró a sus compañeras y les dijo:

-Yo no deseo ser la nueva líder, sólo quiero usar el sentido común, no hay que expandirnos ahora. Si alguna quiere liderar que lo haga. Yo sólo quiero que estemos a resguardo de todos los invasores, tenemos vigías en todos los caminos...

Una mujer mayor, que se llamaba Miraglia, le dijo:

-Con todo respeto, Azahara, ya eres adulta, aún no has concebido, ¿por qué no vas a ser nuestra líder?, tienes un carácter hermoso. Y si tu varón te traiciona o no te da hijos, no te desquites con él.

-Mi varón no me traicionaría. Y aparte yo no me desquito con nadie. Me conocéis, soy justa. Si yo no quedo embarazada dejaré que se vaya.

-Pero lo que pasa que...

-¡Basta! No quiero empezar con peros, con dudas, dejaré que se vaya. Tampoco me gusta ver a los hombres que ya no sirven para acarrear peso, verlos morir de inanición o de desatención o de enfermedades porque no son atendidos. Estamos al borde de la crueldad y no debe ser así. -Cada día me gustaba más la forma de ser de Azahara.

 

Pasaron los amaneceres, y finalmente la joven liberó a su esclavo y lo dejó ir. Al día siguiente buscó entre las guerreras a la que más se destaque con la espada, y vio a una que se llamaba Aldicar, una guerrera excepcional, y la nombró líder de las amazonas.

Aldicar dijo:

-¿Y tú?

-Yo quedaré al margen en tanto y en cuanto no quieras expandirte por ahora hasta que no seamos más numerosas.

-Está bien, pero no me objetarás lo que yo ordene.

-No, Aldicar, salvo el tema de la expansión no me meteré en nada, podrás liderar de la manera que tú quieras. -Y fue mi... fue mi espejo.

 

Madre Revena me vio crecer. Yo estoy convencida que ella pensaba "Dilitia ya es casi una adolescente", pero todavía jugaba con espadas de madera simulando un combate con otras niñas. Y yo me daba cuenta que tenía un tremendo reflejo porque las otras niñas no me podían vencer. Aún no me animaba a practicar con arco porque no era tan alta y no era tan fuerte como una adulta, y hasta las mismas lanzas eran pesadas para mí por mi cuerpito delicado.

Y mi madre seguía yaciendo con uno y otro hombre y no quedaba más embarazada, y su rencor crecía. A veces hablaba conmigo como si fuera una amiga y me decía:

-Dilitia, ¿no te gustaría ver a tu madre como la líder?

Y yo le decía:

-Madre, y por qué no desafías a...

-¡Dilitia! -En ese momento sonaba una tremenda cachetada en mi rostro y me tiraba al piso.

-¿Por qué me has pegado, madre?

-Porque tú quieres que me maten, tú quieres que desafíe a la líder para que me mate. Entonces tú estarás contenta, estarás contenta de que me maten.

-No, madre, tú dijiste que te gustaba ser líder.

-Es una manera de decir. ¿Pero qué voy a desafiar?, no soy tan buena con la espada, así que no te atrevas nunca más a decir que desafíe a la líder. Y que nadie te lo escuche, porque soy capaz de ahorcarte con mis propias manos. No me importa que seas mi hija, fuiste un accidente nada más. Uno de los esclavos aparentemente era un buen semental y me embarazó, y yo todavía era joven y no quería quedar embarazada. Si no te hubiera tenido, ¡ja, ja, ja! hubiera sido mejor, eres un estorbo.

Me sublevé y le digo:

-Un estorbo, pero me mandas en pleno invierno con todo el frío al arroyo a cargar baldes y a buscar leña para el fuego, y todavía soy una pequeña.

Cogió un tronco.

-¿Quieres que te lo parta en la cabeza? A tu madre no le contestas. ¿Quién te crees que eres?, eres una basurita. ¿Piensas que vas a llegar a amazona?, ¿te crees que no te vi que miras a Azahara como si ella fuera la mejor? No sea que un día la mate cualquiera o uno de sus machos, de sus esclavos machos que se retobe y la mate dormida.

 

Salí de la carpa con lágrimas en las mejillas. Era imposible entenderla a madre, era imposible razonar con ella.

 

Hice -con un cuchillo que yo tenía- una espada de madera pero más grande, que pesaba más, quería practicar con una espada de madera de más peso para poder fortalecer mis brazos. Y aparte me cargaba una alforja con piedras a la espalda, trepando pequeños montes para fortalecer mis piernas. Era la única niña que hacía eso, eso nadie me lo había enseñado. Era mucho más fuerte que cualquiera de las otras niñas pero todavía era una criatura. Tenía tanto tanto tanto por aprender...

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 24/10/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Carolina H.

Crecía, aprendía y vivía de prisa, mientras el poblado cambiaba de líderes. La de este presente confiaba en ella al punto de encomendarle misiones. De viaje, como si el camino le hablara, cambió de planes.

Sesión en MP3 (4.001 KB)

Entidad: Es muy difícil que no te queden recuerdos negativos después de una infancia tan infeliz, tan sufrida, y no por extraños no, no, sino por un ser querido, tú propia madre. Nunca supe quien fue mi padre.

 

Como en todas la regiones de las amazonas, los varones eran esclavos que eran capturados en los distintos pueblos para procrear, para hacer los trabajos pesados mientras las mujeres de dedicaban al combate, a la práctica con todo tipo de armas, escondidas en los espesos bosques que había al este de la región de los apartados.

 

Ya había crecido y seguía practicando y fortaleciendo muchísimo mi cuerpo, me colgaba mochilas -o alforjas- en la espalda, con piedras, subiendo montes escarpados en los límites de los bosques. Mis hombros, mis brazos, se notaba la musculatura.

 

Y ya era casi una adolescente, pero con recuerdos negativos. Si tuviera que decir algo positivo..., y lo positivo era ver practicar a Azahara, sus movimientos, que desde pequeña buscaba imitarlos torpemente. Y ahora ya no, ahora tenía mis propios movimientos, distintos, quizá no tan ágiles, pero más potentes. Mi manera de combatir... contra el viento, por así llamarlo, era golpeando con fuerza.

 

Me dediqué a perfeccionar mi arte en la batalla. Cada mañana luchaba con espadas de madera contra las otras niñas. Cada día me sentía más ágil, más firme con mis compañeras de prácticas, y las vencía. La diferencia era que en las niñas no había rencor como en las mayores, era distinto el ego, las niñas éramos más inocentes.

 

Fueron pasando los años y sentía que mi espada era la extensión de mi brazo. Madre me seguía tratando mal, ya no tanto con golpes, porque no lo hubiera permitido, sino más bien con palabras "Inútil, para qué me dejé preñar". Nunca supe qué pasó con ese hombre, el que fue mi padre. Incluso las compañeras de mi madre tampoco lo sabían. No me pareció que fuera alguien que envejeció en la aldea y lo descuidaron y murió. Supongo que algún día sabría la verdad.

 

Recuerdo que una tarde madre me trató muy muy mal, hasta que me exploté y me rebelé. Revena quiso pegarme y le sujeté la muñeca. Sacó su espada, yo tenía la mía en mi mano, hablo de una espada de verdad.

-¡Alto! -se escuchó. Era la líder Aldicar.

 

Le expliqué con respeto los malos tratos de pequeña y permitió la pelea. Madre era cobarde, siempre fue cobarde. Me atacó a traición, frené los golpes. Si bien mi estilo de pelea era de fuerza y no de agilidad, eso no significa que no tuviera reflejos. ¡Vaya si los tenía, y cómo! Frenaba un golpe tras otro sin esfuerzo y la herí en tres oportunidades.

Aldicar me preguntó:

-¿Qué piensas hacer? Has vencido en buena ley, su vida te pertenece.

-¡Aaah! La dejaré vivir, pero si se mete conmigo otra vez la mataré. -Revena me miraba con odio. Yo no, honestamente no; la miraba con desprecio, con un tremendo desprecio porque siempre anheló ser líder y nunca se atrevió, porque la hubieran matado.

Aldicar me dijo:

-¿Estás segura?, ¿estás segura, Dilitia?

-Sí, que viva. Por supuesto apartada de mí.

-Que así sea -exclamó Aldicar-. Y será la joven Dilitia quien se quede en su hogar. Revena vivirá en los límites, con las mujeres mayores. Es mi decreto. -Todas vitorearon.

 

Siguió pasando el tiempo. Las jóvenes de mi generación me respetaban. En una de mis incursiones a poblados pequeños capturé a un campesino y con el permiso de la líder lo hice mi esclavo, se llamaba Molio, y me sirvió para que me desflore y así poder disfrutar. No lo trataba mal pero tampoco le daba confianza, fuera de la intimidad lo hacía trabajar como cualquier otro esclavo. No lo trataba mal, sin embargo no es que me respetaba, me temía, me temía mucho. Recuerdo que en la misma intimidad es como que se contenía.

Yo le daba cachetadas y le digo:

-Me obedeces de día y me obedeces de noche. De noche te liberas, de noche te comportas normalmente. Hagas lo que hagas no te castigaré, mientras no te pasas de listo. Tú eres hombre pero yo soy más fuerte que tú.

 

En mis tardes seguía disfrutando el entrenamiento de Azahara, que con la única que no cruzaba espadas, tal vez por espeto, era con la líder, con Aldicar, a la que supuestamente nadie podía vencer. Obviamente, yo de pequeña había visto que Aldicar era líder porque Azahara no quiso serlo.

Iba a los límites del bosque y seguía practicando con mi espada, movimientos. Y ahora sí, practicaba con arco y flechas, a ochenta pasos de distancia clavaba mi flecha en el centro del tronco de un árbol, tenía agilidad incluso montando hoyumans.

Me sentía libre, plena ahora, sin el acoso de mi madre. Mi oído era más fino que el de cualquier otra amazona.

 

Escuché que una mañana Aldicar le dijo a Azahara:

-Mi idea es que practiquemos, pero con espadas de verdad. -Me intrigué. Mis compañeras hicieron un silencio.

La joven guerrera se encogió de hombros y le dijo:

-Se hará lo que tú digas.

 

Estuvieron bastante tiempo cambiando golpes con sus espadas, los metales sonaban. Yo me di cuenta de que Azahara se medía, iba al ritmo de Aldicar, si observaba que ella la atacaba más fuerte, se defendía más fuerte, y contraatacaba en consecuencia. Pero me daba cuenta, percibía que no se empleaba a fondo Azahara, me daba cuenta que era superior a Aldicar.

Siguieron intercambiando golpes una y otra vez. Yo no sé como veían el combate las demás amazonas, pero yo me daba cuenta de que Azahara trataba de no golpearla, en cambio Aldicar no se medía, pero para la joven era fácil parar sus golpes. Y noté que Aldicar se quedaba, ¡aaah!, sin aliento, como cansada.

Vi que en un momento dado la joven se acerca a la líder. Aguzo mi oído y escucho que le dice:

-Aldicar, ya está, es suficiente.

-¿Por qué me dices eso?

-Para que no te pierdan el respeto las demás.

-¿Por qué me iban a perder el respeto?

-Porque se dan cuenta que estás cansada, en un combate de verdad ya te estaría venciendo. -La líder se puso reactiva, pero mal mal, la empujó tomándola de sorpresa, la tiró sentada en el barro y la atacó con toda la fuerza. Azahara se echó hacia atrás y con su pie derecho, estirado, le pegó en el pecho a Aldicar, que cayó de costado. La joven se levantó inmediatamente, y si bien se enfureció era muy difícil verla reactiva: le lastimó el brazo, le hincó la espada en el costado, en el muslo, prácticamente la estaba humillando. Pero no era lo que quería, Aldicar se lo había buscado.

Azahara le dijo:

-Me parece suficiente. ¿Está bien que paremos?

-No, ¡nooo! -gritaba Aldicar. -No podía escuchar más allá de su propia ira, de su humillación. Volvió a atacar a la joven, quien no pudo hacer otra cosa: le paró un movimiento, le paró otro y al tercero le clavó la espada en el corazón. El cuerpo de la líder quedó inerte. Azahara limpió la espada en la ropa de la muerta y la enfundó.

 

Se acercaron las demás amazonas. Verdaderamente yo me sentía admirada de la destreza de Azahara, que dijo:

-Venid acá. Llevadla a los límites, cavad un foso y enterradla. No quiero más límites, agrandaremos ahora que somos más, nuestro territorio, pero todavía no estamos preparadas para extendernos a los valles nuevos.

Una le dijo:

-¿Ahora eres la nueva líder?

-Me haréis caso, pero seguiré siendo independiente. Si salgo de la región o voy a algún poblado alguna de vosotras me remplazará, quedará a cargo. Pero no tolero la desobediencia. -Miró a los varones-: ¡Qué miráis, seguid con vuestra tarea, rápido!

 

La primera vez que Azahara clavó su mirada en mí me miró detenidamente, casi treinta segundos, sin ningún gesto, y luego siguió con lo suyo.

 

Y fueron pasando los amaneceres, más amaneceres, muchos amaneceres. Mucha práctica.

Y pasaron dos de vuestros años. Azahara había organizado la región de tal manera que había vigilancia continua en cada árbol.

Recuerdo que llegó un grupo de guerreros y jóvenes. Las jóvenes eran guerreras pero no amazonas. Y eran buenas. Obviamente no tan buenas como Azahara, que las probó a ambas. Luego los dejó marchar a todos porque iban al grupo de los apartados.

Azahara me permitió ir de excursión a uno de los poblados, a ver si capturaba algunos hombres. Fui en compañía de cuatro amazonas más. Obviamente no nos acercábamos directamente al poblado, a donde veíamos a un hombre solitario lo capturábamos. Pero vimos una guerrera, una guerrera que venía del norte.

Le preguntamos:

-¿Qué haces por aquí?

-Camino..., los caminos son libres.

-Te recomendamos que no sigas por este lado, está nuestra región y más para el mar está los apartados. Sería peligroso.

La norteña, con desprecio, nos dijo:

-¿Peligroso para quién? Para una joven indefensa, no para mí. Yo la fui la héroe, la líder de mi poblado. Me vine a conocer nuevas tierras. -Se tocó la empuñadura de su espada-. Pero con esta nadie me vence. -Era más grande que nosotras pero se la notaba ágil.

Le repetí:

-Por aquí no puedes seguir, vas al territorio nuestro. Yo no tengo problemas en dejarte pasar, pero la líder te va a capturar. Y del lado de los apartados, ellos tienen una peste, te contagiarás.

-Nadie me dice lo que tengo que hacer.

-¿Estás desafiándome?

-Tómalo como quieras. No tengo porque hacerte caso.

Le dije:

-¿Lo quieres traducir a hechos?

-¡Ja, ja, ja, ja! -La norteña lanzó una carcajada y desmontó de su hoyuman-. A ver, por qué no me muestras lo que sabes.

Desmonté y le dije:

-¿Sabes lo que pasa?, con mis compañeras yo puedo sacar mi espada para competir en torneos amistosos o para practicar, pero si la saco contigo te tendré que matar.

-Vaya -dijo la norteña-, mira que eres creída.

-No me interesa luchar contigo -le dije-, sería prudente que des media vuelta y tomes otro camino más para el este.

-Así que la joven se achicó, así que la joven se dio cuenta que con la norteña no podía y ahora evita el combate.

-No estoy evitando ningún combate, podría dejarte seguir, te capturarán. Por tu carácter no vas a querer cooperar y te matarán. Entonces es mi tarea no dejarte pasar.

-Se acabaron las palabras -dijo la norteña-, no tenemos más que hablar.

 

Empezamos a intercambiar golpes. Honestamente, no estaba nerviosa, para mí era automático, sabía con anticipación hasta de un segundo cada golpe de ataque, cada golpe de defensa. Me fue fácil lastimarla en dos, en tres, en cuatro lados, pero la guerrera norteña en vez de darse cuenta de que no podía conmigo, se puso más reactiva, y una persona reactiva en combate nunca va a ganar. Se abalanzó contra mí, mejor dicho, se abalanzó contra mi espada, que le atravesó su cuerpo cayendo sin vida.

Mis compañeras me dijeron:

-¿Qué hacemos Dilitia, la enterramos?

-No, que se la coman las fieras. Tenemos una alforja vacía. Sacadle la ropa, las botas, la espada, que nos serán útiles para otras guerreras nuestras.

-¡Mira! En un bolsillo lleva metales.

-Dádmelos, esos son para mí.

-¿Le dirás a Azahara lo de los metales?

-Le diré, por supuesto que sí, pero me los gané yo. -Y me los guardé.

 

En esa jornada capturamos a tres hombres. Llevábamos hoyumans de repuesto, les atamos las manos a la espalda y los tobillos por debajo del vientre del hoyuman. Y volvimos.

Azahara me felicitó. Le conté el episodio de la guerrera. Me dijo:

-Has hecho lo necesario. Quédate con los metales, te los has ganado. Y admiro tu honestidad. -Era la primera vez que hablaba tanto con la líder.

 

Y seguí practicando y practicando y practicando y practicando más. A diferencia de las líderes anteriores, como Senna, como Aldicar, Azahara no me tenía celos, sabía que era muy buena.

 

Recuerdo que llegó una tal Kena, que venía de los apartados. Era una guerrera que parecía tan buena como Azahara. Nunca se midieron. Era corpulenta, tan corpulenta como yo. ¿Qué no tuve deseos de medirme? Sí, muchísimas veces. Pero no tenía sentido, se portaba bien, nunca buscaba pleitos, cooperaba y se había hecho buena compañera de la líder.

 

Yo estaba cansada. Había cambiado tres, cuatro veces o más de esclavo, pero si bien me daban placer yo no sentía nada, para mí eran como, y disculpad la expresión, eran como mascotas, me hacían caso por miedo, por temor, por respeto, por lo que fuera, pero yo soñaba con encontrar algún guerrero que estuviera a mi altura, que no sólo me respetara sino que yo también pudiera respetar, pero estos eran figurines.

 

Pero más de una vez dijo Azahara:

-Traed hombres inofensivos, que no tengan ideas propias. Nunca van a poder contra nosotras pero pueden complotarse para matarnos mientras dormimos. Es preferible traer esclavos tontos que esclavos listos.

 

Recuerdo que una tarde Azahara me dijo:

-Dilitia, hay un poblado un poquito más al este, a ver si podemos conseguir hombres nuevos para que procreen más niñas, en este tiempo han nacido pocas mujeres. El emprendimiento original de ir a nuevos valles, mientras no seamos más numerosas no se va a dar. -Pero me envió a mí sola.

 

Yo ya estaba preparada. En mi hoyuman puse dos alforjas con comida, con ropa, me llevé botas de repuesto, y por supuesto no me fui vestida de amazona, me fui con la ropa de cuero que tenía aquella guerrera a la que había matado en el camino. Salvo por lo morena no parecía una amazona. Y me marché para ese poblado.

 

Pero en el camino me puse a pensar "No... no tengo ningún incentivo. Mis compañeras también son como autómatas que obedecen a la líder. No... no es la vida que quiero. Deseo, anhelo conocer algo nuevo".

Y pasé de largo el poblado y fui más para el este, y más y más, hasta que llegué a una zona desértica, y fui más para el sur.

Amaneceres y amaneceres y amaneceres comiendo en poblados pequeños.

Tenía bastantes metales. Aparte de mi espada portaba dos puñales, nadie se metía conmigo en los caminos, en los poblados tampoco.

Trataba de alimentarme bien. Y en algunos caminos dejaba atado mi hoyuman y hacía mis ejercicios. Nunca dejaba de hacer mis ejercicios, mis prácticas de combate.

 

Arreciaba el calor, un calor sofocante. Y lo que veía era mar, un mar que nunca había visto en el sur y un enorme brazo de tierra, que a lo lejos se veía otra tierra. Atravesé con mi hoyuman el camino. Aparentemente había llegado a una isla.

Le pregunte a un habitante:

-¿Qué es esto?

-Esto se llama Krakoa. -Nunca había escuchado hablar de Krakoa.

-¿Son amistosos los habitantes? -El hombre se encogió de hombros.

-Depende, hay de todo. Pero ten cuidado, eres mujer, muchos hombre se abusan.

-Lo creo, pasa en todos lados. Pero no pasará conmigo.

 

Espoleé mi hoyuman y me adentré en la isla de Krakoa. Una nueva historia, un nuevo camino, una nueva vida lejos de las amazonas.

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 09/11/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Carolina H.

Un ser tenebroso la vigilaba, pero no llegó a poner su flecha en el arco. Era de una raza distinta. En el poblado le contaron cómo había surgido aquella isla donde moraban razas que no conocía. Le enseñarían cómo luchaban.

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Entidad: Mi pregunta es, ¿cómo puede ser que a veces se extraña una vida de pesar, de dolor, de desprecio, de sufrimiento? Y ese sentido, esa forma de emoción a veces es como que no te permite disfrutar el hoy. Y a mí me ha pasado.

 

Yo recordaba las palizas que recibía de mamá Rebena, los desprecios. Por dentro sentía un dolor de estómago, del malestar, y ahora que estaba tan lejos, pero tan lejos es como que extrañaba la aldea, el clan de Azahara. Pero no me arrepiento para nada de haberme ido, no me arrepiento para nada.

A veces pienso que los seres humanos somos tan tontos, tal vez me sentiría más cómoda si sintiera esa ira que te hace sentir como si hubieras tomado agua hirviendo y que te carcome las tripas por dentro, pero lo hubiera tomado como algo natural, ¿pero extrañar esa vida? O tal vez no era la vida, tal vez era la niñez, el jugar con las compañeras, imaginarnos que éramos grandes guerreras, grandes amazonas. ¡Je! Pero hoy tengo otro carácter, hoy tengo un carácter más firme, no permitiría ni la más leve ofensa.

 

Recuerdo que aún de adolescente, aún siendo adolescente, Azahara me dijo:

-Veo que eres buena, manejas bien la espada, y vas a ser aún mejor cuando crezcas. Y quizás entres en batalla, seguramente tendrás miedo. -No le respondí con palabras pero dije que no con la cabeza-. Azahara me miró y dijo-: Sólo las personas inconscientes o tontas son las que no tienen miedo. Pero hay dos tipos de miedo -agregó-, el miedo que te paraliza y ahí mueres, y el miedo que te incentiva. Pero hay un tercer miedo -La miré atentamente y sin abrir la boca escuché-, el tercer miedo es el que te nubla la mente, no te paraliza, no te incentiva, pero no te deja tener la mente vacía, y para pelear no tienes que tener emociones, y el miedo es una emoción.

Ahí sí abrí la boca, y le dije:

-Entonces ningún miedo sirve.

-Sí, sirve el miedo que hace que inconscientemente te cuides, pero tu propio ser no debe permitir que ese miedo llene tu mente. Cuando combates tienes que tener la mente en blanco y guiarte únicamente por tus reflejos, únicamente por tus reflejos. -Sonreía.

 

Recuerdo que me crucé con un anciano cuando había atravesado un enorme brazo largo al sur del continente.

Me preguntó:

-¿De dónde vienes?

-Como puedes ver, de esa inmensa tierra que dejé atrás. ¿Qué es esto?

-Krakoa, la isla de Krakoa. Y al oeste hay otra isla más pequeña, Laskar.

-Me gusta.

-A ti te gusta, pero la gente de aquí no le gustan las extrañas. Y aparte, estamos ya casi terminando el verano y este brazo que has cruzado va a estar bajo las aguas hasta la próxima temporada. -Me encogí de hombros.

-No tengo apuros en regresar al continente.

-No, no lo digo por eso, extraña, siempre buscan niños, en lo posible bebés, para tirar al volcán y sacrificarlos. -Lo miré con estupor.

-¡Sois bestias, cómo hacéis esto!

-Para ti seremos bestias, pero yo que soy grande, muy grande, la tradición me la contó mi padre y a él mi abuelo y a él mi bisabuelo y así.

-Sois bestias. De todos modos conmigo no os metáis. No lo digo por ti, anciano, lo digo por los demás, no me temblará la mano en atravesarles mi espada y hundírsela en el pecho.

-¿Te piensas que somos bestias?, bestias son los que viven allí. -Miré, un bosque espeso, oscuro, árboles con hojas de un color morado, un verdoso morado.

-Veo un bosque.

-No, habitan seres que si algún humano de la aldea se mete, lo devoran.

-¿Estamos hablando de animales?, porque cazo animales.

-No, son bestias en dos patas, enormes. Ninguno que ha entrado ha salido vivo. No sé si consciente o inconscientemente me atraía lo desconocido. Le pregunté al anciano:

-¿Dónde está la aldea principal? -Me señaló.

-Sigue camino al sur y tuerce a la izquierda. -Hice al revés, torcí a la derecha y entré al bosque. El anciano dijo-: Pobre mujer, no te veré más.

 

Aún era el atardecer, sin embargo dentro del bosque se veía como todo más oscuro porque las copas de los árboles apenas dejaban entrar la luz del sol. Pero si tenía algo bueno era mi vista, me acostumbraba enseguida a esa especie de penumbra que no era tal, había claros en el bosque. Y vi algunos animales extraños, algunos animales pequeños con cuernos, otros de cuello largo, pero no me parecían peligrosos, al contrario, escapaban, escapaban.

Lo que no vi fueron hoyumans, pero había otros animales parecidos de un tamaño más chico que un hoyuman y con colores blancos y negros. daba la impresión como que en Krakoa había animales completamente distintos a los del continente. Vi una especie de micos, micos de cola larga que gritaban, aullaban, mostraban los dientes amenazadores, pero no les hacía caso.

Y tenía hambre. Y vi algunos pequeños roedores y también otros animales un poco más grandes, de un cuarto de línea de altura.

 

Llevaba, aparte de mi espada, arco y flechas, y digo "Voy a cazar alguno para comer". Y en ese momento vi una figura de piel negra, de dos líneas de altura, una musculatura tremenda, todo cubierto de un pelo marrón. Estaba atenta. Tomé muy prudentemente una flecha, la estaba por poner al arco cuando la voz de ese ser me sorprendió:

-No hace falta que hagas eso, aquí no corres peligro. -Estaba más que sorprendida, desencajada. La bestia hablaba y se le entendía claramente-. ¿Te sorprende que podamos hablar?

-No me sorprende nada -respondí-, evidentemente Krakoa es distinto al continente. ¿Quiénes sois?

-Bosquimanos.

-En la aldea dicen que devoráis seres humanos. -Rió, rió con ganas.

-Mejor que se lo crean, así no vienen aquí a perturbar. ¿Cómo te llamas?

-Dilitia.

-Mi nombre es Ormás. ¿Tienes hambre?

-Sí.

-Justo estábamos cocinando. -Lo miré, me miró-. -¿Te sorprendes? Pensabas que comíamos carne cruda. -Desmonté de mi hoyuman. Dejé en el hoyuman, a un costado, el arco y las flechas, sólo llevaba mi espada. Había un enorme claro con un montón de chozas y cientos de seres, me sentí como más tranquila al ver mujeres, también altas, no tanto como los varones, también medían casi dos líneas, y había pequeños, niños, niñas, jugando con varas fingiendo que combatían.

-¿Cómo os llamáis a vosotros mismos?

-Somos los arudanos.

-¡Arudanos, vaya! Y sois nativos del bosque.

-En realidad, según cuentan nuestros ancestros, cuando Krakoa emergió del mar al poco tiempo la habitamos. No había humanos como vosotros.

Le dije:

-Yo no soy de Krakoa, vengo del continente.

-Me di cuenta enseguida por tu vestimenta. No eres una aldeana eres una guerrera. -Se acercó otro hombre aún más corpulento-. Este es nuestro líder, Zarcos. -Se acercó y me extendió la mano. Le di la mano, su mano parecía dura como el metal de la espada, me la apretó firmemente pero con la fuerza justa.

-¿Cómo te llamas?

-Dilitia.

-Mi nombre es Zarcos. Rara vez un humano viene aquí, la gente tiene miedo de entrar, piensa que los devoramos.

Le respondí:

-Veo que sois familias normales, veo niños jugando con esas varillas.

-No has visto nada todavía, parecemos a vuestros ojos bestias por la altura, por el pelo que cubre todo nuestro cuerpo. -Tenían como una especie de taparrabos y en el pecho como una especie de chaleco que les cubría tanto a los hombres como a las mujeres. Me invitaron a comer, vi que comían con las manos y los imité. La comida estaba riquísima, una mezcla de carne con verduras.

Terminé mi plato y le dije la verdad:

-Estoy hambrienta de hace tanto que estoy andando.

Zarcos dijo:

-Si lo dices para pedir otro plato olvídate, comemos lo justo y necesario.

-¿Y qué hacen durante el día?

-Cazamos, pero no por deporte, para alimentarnos. Aparte estudiamos las distintas especies del bosque, algunas están en riesgo de extinción, y las cuidamos, incluso de depredadores. Y otras, que son plagas, son las que cazamos. -Incluso miré y en las copas de los árboles había aves extrañas, algunas con inmensos picos, otras con ojos enormes, ojos al frente, me di cuenta de que eran aves depredadoras-. ¿De dónde vienes?

-De muy lejos, del continente, yendo para el lado del mar hacia el oeste. Soy una amazona.

Zarcos preguntó:

-¿Qué es una amazona?

-Somos un clan, vivimos solamente mujeres.

-¿Y cómo os reproducís?

-Bueno, tenemos hombres, pero los tenemos como esclavos, únicamente para procrear.

-¿Y si nacen varones?

-Quedan como esclavos.

Zarcos dijo, irónicamente:

-¿Te das cuenta que vuestras costumbres son más bestiales que las nuestras? Nosotros no tenemos esclavos, nuestras mujeres son iguales a nosotros. Es más, fuera del bosque los nativos de Krakoa creen estúpidamente que van a calmar la erupción del volcán matando bebés o matando mujeres vírgenes que no han conocido varón.

-¿Cómo los matan? -pregunté-, ¿les cortan la garganta?

-No. Si hay lava tiran a los bebés o a las mujeres que no han conocido varón para que se quemen en la lava, y en épocas que el volcán no está activo, que está frío, directamente las degüellan a las mujeres o a los bebés. Pero nosotros somos las bestias.

-Es terrible, es terrible lo que me cuentas, Zarcos.

-¿Y de qué te asombras? Me dices que tu gente tiene a los hombres como esclavos sin poder de decisión, pero tú te has acostumbrado a eso. Cómo puedo reprocharte.

-No lo digo para justificarme -exclamé-, pero me he ido de allí, me he ido.

-Aún no has visto nada de aquí. Ahora ya es tarde, no volveremos a comer esta noche. Tenemos chozas vacías, dormirás en una de ellas, nadie te molestará. Atrás de tu choza hay un pozo, lo puedes usar para hacer tus necesidades. Y mañana te asombrarás al ver nuestras prácticas.

-¿Prácticas?

-Prácticas de combate.

-¡Ah!

-¿Te interesaría aprender alguna?

-Pero por supuesto que sí, por supuesto que sí. ¿Vuestras espadas?

-No, tenemos esto. -Me mostró una varilla de dos líneas de altura-. Y esto. -Varillas de la mitad de tamaño-. Cógela. -La tomé con mi mano, era bastante pesada.

-Nunca había visto una madera tan pesada. -Le dije-: Prefiero mi espada, mi espada puede partir en dos a esas varillas.

-¿Ah, sí?

-Es lógico, es una espada metálica. -Zarcos cogió firmemente la varilla corta, de una línea.

-Golpéala con toda tu fuerza con tu espada.

-La partiré en dos...

-Tenemos cientos de varillas. Pártela.

-Si tú lo dices... -Cogí fuertemente mi espada y di el golpe más fuerte que había dado, y de repente me quedé con la sorpresa de que mi espada se había partido en dos-. ¿Las varillas son de madera?

Zarcos me miró y me dijo:

-Veo que te has sorprendido. Y quédate tranquila, no te preocupes. Aparentemente, cuando Krakoa emergió del fondo mar, una enorme piedra cayó del cielo. Asoló todo el bosque, seguramente el temblor de la tierra de Krakoa se habrá sentido también en el continente. Se impregnó no sólo la superficie sino más debajo de la tierra. Con ese material de esa piedra, a lo largo de miles de amaneceres, según cuenta la leyenda, crecieron nuevos árboles. Fíjate que las hojas algunas son verdes y otras son de un verde morado. Los árboles son hijos de esa enorme piedra del cielo, por eso la madera es tan dura, y de allí hacemos nuestras varillas. Pero también hay rocas y también hay metales, y a pesar de que tú nos ves como bestias, tenemos herreros que te pueden hacer una buena espada con restos de esa roca que cayó cuando nació Krakoa. -Estaba asombrada de lo que me contaba-. Y tenemos muchas historias más. Y te vamos a enseñar a practicar con las varillas.

-Me gustaría mucho.

-Pero no hoy, no hoy, por hoy ya es suficiente. -No pregunté más nada. A mi hoyuman lo llevaron a una especie de corral.

-Guardo algunas cosas en mis alforjas.

-Quédate tranquila, aquí nadie le roba al otro, tenemos todo lo necesario. No usamos metales como usan en la aldea, no precisamos esas cosas, no le damos valor. Le damos valor a la vida, respetamos a los animales, ellos nos respetan a nosotros. ¿Qué hay animales salvajes que nos atacan? Sí, lo hacen por instinto o por miedo, pero respetamos la vida. -En la choza había un camastro-. Duerme tranquila, aquí nadie ataca a nadie.

 

Yo era alta, bastante alta, pero las mujeres arudanas me llevaban por lo menos una décima de línea de estatura.

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 10/11/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Carolina H.

Era amazona, sabía mucho de ataque, defensa y resistencia, pero descubrió que era nada con lo que iba a conocer. Fue muy duro. Flaqueó varias veces pero consiguió sobreponerse, mejorarse a sí misma. Y lo consiguió.

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Entidad: Una de las cosas que a muchos más le cuesta es adaptarse a nuevas costumbres, a nuevas regiones, a nuevos modos de vida, a tratar con gente que hace poco tiempo ni sabía de su existencia, pero lo importante es disfrutar aprendiendo cosas nuevas. Y hay muchas personas que son quejosas, se quejan del calor, se quejan del frío, se quejan de la lluvia...

 

Yo vivía en el sur, pero de todas maneras en la región de las amazonas era una zona bastante cálida. Pero Krakoa estaba muchísimo más al sur, una isla no tan lejana del continente pero se notaba la diferencia de temperatura, y a medida que iban llegando los fríos se notaba más.

No me sentí humillada cuando me hicieron practicar con las mujeres arudanas, a usar las varillas cilíndricas, las de una línea, una con cada mano, la de dos líneas se tomaba con las dos manos. Quizá por mi práctica con la espada, quizá por mi entrenamiento amazónico no sólo aprendí enseguida sino que no había mujer arudana que pudiera vencerme.

El jefe del clan arudano, Zarcós, se acercó:

-¿Cómo estás, Dilitia?

-Bien, entrenando, entusiasmada.

-Y creída.

-¿Creída?

-Claro, llena de vanidad.

-¿Lo dices porque las mujeres no me han podido vencer? Entiendo que quizás ellas se dedican más a las tareas de carnar los animales, de cocinarlos, de cuidar a las crías mientras vosotros cazáis y practicáis combate.

El hombre me miró desde su altura de dos líneas y me dijo:

-Eres observadora, eres inteligente, pero ahora viene la parte difícil, ahora practicarás con hombres.

 

Y pensé "Bueno, soy más pequeña en tamaño, para ellos aparentemente más frágil. Supongo que si me golpean me golpearán con cuidado de no lastimarme".

Gran equivocación: Toqué a algunos con las varillas, me respondieron con toda la fuerza. Los primeros dos días no podía caminar, hasta pensé si me había quebrado las piernas con los golpes que me daban con las varillas.

Le dije a Zarcós:

-Estoy medio paralítica, no puedo mover el cuerpo, las piernas, las manos, nada.

-Hay una anciana del clan que trabaja con unas hierbas, es un ungüento que te lo pasará por todo el cuerpo, tienes un montón de hematomas. Por lo menos por diez o quince amaneceres no combatirás.

-¿Y que estaré, echada en un camastro?

-No, caminarás.

-¿Haciendo algún peso o algo?

-No, solo caminarás. Y la anciana te pasará dos veces por día el ungüento en todo el cuerpo. -Era ungüento mentolado, espeso (y voy a ser franca), con olor a podrido.

Le dije a la anciana:

-Pero, ¿que lo sacan de una ciénaga?

-Sí, tiene hongos y un compuesto de plantas, sentirás ardor pero te calmará los dolores y te hará circular la sangre. Pero los hematomas no creo que se vayan tan rápido.

 

Tenía todo el cuerpo magullado y se notaba partes más hinchadas en brazos, en muslos. Pero, bueno, Zarcós me dijo que por lo menos camine, que no haga ejercicio. Caminar es lo que hago siempre. Pero cuando intenté pararme me caí de rodillas.

La anciana me dijo:

-Dilitia, inténtalo de nuevo. -Volví a caer de rodillas-. Hoy déjalo, te quedarás en el catre acostada. Te sentarás para comer, te alimentarás bien. Mañana prueba de vuelta. -Me sentía como que todo lo que había hecho en el clan de las amazonas no sirvió de nada, era volver a empezar. Y mi orgullo estaba lastimado, tanto o más que mi cuerpo.

 

 Al día siguiente me puse de pié y caminé, con mucho esfuerzo.

Se acercó Zarcós.

-¿Cómo te sientes?

-Si digo mal es como que es poco. Estoy peor que mal. -Sonrió, pero sin burlarse-. ¿Cuánto tengo que caminar?

-El tiempo que soportes.

-Habré hecho treinta pasos y ya quería volver.

No, no, por lo menos hasta que el sol esté en lo alto. -Y caminé, pero no me dolían solamente las piernas; los hombros, el cuerpo, los brazos al acompañar las piernas.

 

Al día siguiente me dolía menos, el tercer día menos, al cuarto día menos.

-Me siento bastante mejor.

-¡Qué bueno! -Habían armado una especie de mochila de cuero y adentro le habían puesto piedras oscuras, esas piedras pesadas que aparentemente eran restos de aquella enorme piedra que había caído del cielo cuando se formó Krakoa: No pude caminar.

-Zarcós, esto que me has colgado a la espalda pesa casi tanto como... como un humano.

-Bueno, te sentías mejor...

-Vuelve a dolerme todo el cuerpo, no soporto este peso.

-Dilitia. -Zarcós me miró a los ojos-. Si tú piensas que no lo soportas, obviamente no vas a soportar el peso, mentalízate de que sí puedes lograrlo.

 

Y me empeciné. Y digo "Yo tengo que poder, soy una amazona". Y caminé con ese peso sobre mis espaldas.

Regresé después de mediodía, me saqué el peso de mis espaldas y me tumbé en el catre.

-No -dijo la anciana-, no, no, no puedes venir de caminar con ese peso y tirarte, sigue caminando por lo menos un tiempo más sin ningún peso, ningún ejercicio se suspende de golpe.

-¿Por qué?

-¡Pero tú has dicho que vienes de las amazonas! ¿Ellas suspenden los ejercicios de golpe? -La anciana tenía razón. Y caminé y caminé y caminé, y después devoré el plato que me sirvieron. Y de verdad que miré la olla y quería más.

Me dijeron:

-No, no.

 

Me notaba más fuerte pero más delgada. Y le dije a Zarcós:

-Tengo que mantener mi peso o más de mi peso, me siento con más musculatura pero mucho más delgada y no... no creo que tenga tanta fuerza.

-Espera, irás de a poco.

 

Pasaron diez días más. Recién entonces volví a practicar, pero es como que estaba con temor, no golpeaba con las varillas, lo que hacía era defenderme para recibir la menor cantidad posible de golpes. Así y todo los recibía, pero ya no me dolía tanto. Y así estuve tres o cuatro amaneceres. Por fin me sirvieron más porción y comí. Y tenía como sueño.

-Ni pienses en acostarte -me decía Zarcós-, a la tarde seguirás practicando.

-Pero con todo lo que comí lo voy a vomitar.

-No te estoy diciendo que enseguida practiques, espera un tiempo, camina, haz elongación, haz ejercicios en el piso y luego vuelve a la práctica con las varillas.

 

Y pasaron treinta amaneceres. Ya comía porción doble, no solamente había recuperado mi peso sino que pesaba más de cuando llegué a Krakoa, pero no se notaba el aumento de peso en grasa o en flacidez, tenía mucho más desarrollados los músculos de los brazos, de las piernas, del estómago.

-¿Qué sigue? -dije.

-No vayas tan apresurada -me dijo Zarcós-, no vayas tan apresurada. -Me volvieron a cargar a la espalda la mochila con las piedras oscuras-. Y ahora caminarás hasta el atardecer.

-Pero tengo que venir el mediodía a comer.

-No, estarás sin comer, veremos hasta dónde soportas. -Ya al mediodía no podía más pero me forzaba a seguir, me forzaba, me cogían calambres en los muslos, en el estómago, en la espalda.

 

Y llegué a la tarde.

-¡Vaya! Pensamos que vendrías al mediodía. -Largué el peso.

-¿Ahora puedo comer algo?

-No, tienes que caminar un tiempo sin peso, no se trata de dejar de golpe la gimnasia. -Y caminé y caminé. Finalmente me senté y me devoré los dos platos de comida, estaban saborizados con hierbas.

-¿Qué es esta hierba?

-Es una planta que fortalece. La leyenda dice que fue la primera planta que creció cuando cayó la piedra del cielo, y fortalece todo, tu piel, tus músculos, tu sangre, tu cerebro, todo.

 

Volví a practicar con los varones pero todavía tenía temor a recibir los golpes, me atajaba. Finalmente no llegaban a tocarme, paraba un golpe, paraba otro golpe, paraba otro. Alguna vez me hacía la zancadilla con la varilla larga de dos líneas y caía, me atacaban en el piso y paraba los golpes, rodaba sobre mí misma y otra vez me ponía de pié. Lo miré a Zarcós, a ver si me hacía un gesto de aprobación, y decía que no.

-¿Qué hago mal?

-Te defiendes. Todavía tienes miedo a recibir golpes y no atacas.

-Es algo en mi mente, es un temor a recibir golpes.

-Practica conmigo.

-¿Eres bueno? -Zarcós sonrió con una mirada irónica.

-Bueno, soy el mejor luchador del clan, por algo soy el jefe. Trata de golpearme.

-¿Me devolverás los golpes?

-Por supuesto que sí, al comienzo despacio, tampoco quiero lastimarte.

 

Y empecé a practicar con él. Aun con todos mis reflejos me tocaba una, dos, tres, cuatro veces en el costado, en las costillas. Tenía miedo de que fracture las costillas, me protegía con mis codos. Pero esa noche terminé dolida de vuelta.

-Eres muy bueno para mí.

-No, tú te contienes todavía, instintivamente te contienes. Y tienes que aprender a deslizarte.

-¿Cómo?

-Claro, como si fuera un baile.

-Me recuerdo la época que combatía con mis compañeras amazonas y atacaba y defendía y atacaba y defendía.

Zarcós me dijo:

-Yo no te estoy hablando de atacar y defender, te estoy hablando de hacer un baile.

-¿Cómo?

-Sin varillas. Mira como me deslizo hacia adelante, hacia atrás, a los costados, en diagonal. -Y hacía juegos con las manos, como si tuviera unas varillas invisibles. Intenté imitar sus movimientos con los pies: Hice el ridículo.

-No, no sirvo para esto.

-No, Dilitia, no digas "No sirvo", porque te frenas tú misma. Hagámoslo con las varillas. -Y estuvimos amanecer tras amanecer tras amanecer, treinta días más hasta que el paso me salió-. Bueno, ahora practica conmigo. Golpéame y defiéndete, pero con el paso. -Entonces trataba de atacar y defenderme. Con la varilla larga me hacía una zancadilla y caía-. ¿Sabes por qué caes?

-No -negué.

-Porque piensas en atacar, en defender y te olvidas del baile con los pies.

-Pero todo a la vez no lo puedo coordinar.

-¿Y sabes por qué pasa eso, Dilitia?

-No.

-Porque lo piensas. Te tiene que salir automáticamente. -Fruncí el ceño.

-No es fácil.

-Sí que lo es, falta que tú te convenzas. -Y treinta amaneceres más practicando. Y pude lograr el equilibrio ataque-defensa-baile, ataque-defensa-baile-. ¿Ves?, ahora esquivas fácilmente todos los golpes. Y ahora vas a practicar con otros hombres. Elije cualquier arudano.

-No, que venga el que sea.

-Bien. -Llamó a uno corpulento, fuerte, con cara de pocos amigos.

La miró.

-¿Qué es esto? ¿Qué me das, Zarcós, a una humana?

¡Ah! Estabas en los bosques, cazando. Es una humana que encontramos unos días después de que tú te has ido.

Me miró de vuelta.

-¿Y ella va a combatir conmigo? Le voy a arrancar la cabeza.

-Está bien. Si veo que la cosa se pone difícil te digo "Alto" y tú me obedeces.

El arudano dijo:

-Está bien.

A mí me miró y me dijo:

-Olvídate de él, ataca, defiende. No te olvides de bailar con los pies.

 

Y pude hacerlo. No solamente no me tocó sino que lo toqué tres o cuatro veces. Cambiamos varillas pequeñas por varillas de dos líneas y hasta pude hacerle una zancadilla, y cuando cayó le puse un apunte en el cuello. Lo había vencido, era la primera vez que vencía a un arudano.

El hombre dijo:

-Fue sorpresa.

-No -dijo Zarcós-, fue entrenamiento. Prueba de vuelta. -El hombre se puso reactivo, atacó con todo y me fue más fácil vencerlo. El reto de Zarcós al hombre fue tremendo-: ¿Desde cuándo los arudanos somos reactivos?, ¿desde cuando perdemos el control y perdemos la calma?

-Pero, jefe, es una humana, y encima mujer.

-¿Y eso te desmerece, no es cierto?

-No quise decir eso.

-Sí lo has querido decir. Vas a practicar con ella el tiempo que sea necesario hasta que acabes con tu orgullo, ese orgullo machista. -Y practicábamos y conversábamos y nos hicimos amigos. Terminó felicitándome.

-Por ser humana y por ser mujer eres muy muy buena.

 

Y llegó el frío y me cubría con pieles, y así y todo tiritaba.

-Ahora viene lo bueno -dijo Zarcós.

-¡Lo bueno! Con el frío apenas puedo moverme, estoy helada.

-¿Helada?, tienes piel dentro de las botas, tienes guantes, te has cubierto el cuerpo con pieles. Ahora te cargaremos la mochila con las piedras oscuras y en pleno frío caminarás hasta el atardecer, quiero ver si aguantas con el frío. Te esperará un plato caliente.

-¿Uno?, por lo menos me comeré tres.

 

Y pasaron los amaneceres helados y mi cuerpo cada vez más fuerte. Y el frío ya no me hacía mella mi cuerpo, se había acostumbrado. Dentro de poco llegaría otra vez el calor.

Zarcós me dijo:

-Tengo algo para ti. -Y me mostró una espada similar a la que yo había traído, pero el metal era más oscuro-. Este metal, hecho con esta espada que la hizo uno de los mejores herreros, no lo van a partir con nada. Es nuestro regalo para ti. Ya llega el calor, viene la bajante, dentro de poco te irás porque ya se está formando el brazo de tierra para llegar al continente.

Los miré y les dije:

-Los voy a extrañar a todos.

-Pero ve con los tuyos -dijo Zarcós-. Falta poco para que se arme el brazo, pero dentro de pronto, cuando digo pronto quizá treinta días más, tendrás que marchar a seguir tu vida. Te recordaremos con afecto.

-Yo también a vosotros.

-¡Pero basta de hablar, ha llegado la hora de seguir practicando!

Me puse de pie, cogí un par de varillas de una línea:

-¡Aquí estoy! ¿Con quién me toca hoy?

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 07/12/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Carolina H.

Siempre de viaje por los caminos y pueblos encontrando forajidos o guerreros, parecía que llamaba a los problemas. Pero afortunadamente tenía un arma arudana. También se encontró con un guerrero de doble espada.

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Entidad: Por un lado me sentía triste porque había dejado a los arudanos, pero ya era verano y un nuevo mundo me esperaba. Había cruzado el brazo de regreso al continente, pero iba directamente al norte a conocer otras tierras, otra gente.

 

Tenía un cinto bastante fuerte, de un lado portaba la espada negra hecha con ese metal de esas rocas que no eran de este mundo, y del otro lado un palo cilíndrico, de una línea, al que los arudanos le decían bo. Mi vestimenta era pantalón y botas de cuero con las suelas reforzadas por ese metal extraño y un tejido de malla en el pectoral y en la espalda, que ni una flecha podía entrar pues lo habían hecho los mismos arudanos también con ese metal extraño que cayó de las estrellas en esas rocas negras. Me sorprendía lo liviano que era la malla metálica, casi tan liviana como una campera de cuero, para nada pesada y no me quitaba movimientos.

 

Llegué al primer poblado y me miraban de forma extraña, quizá no acostumbrados a los extranjeros. Me había recortado el cabello, por un lado por mi propia seguridad porque el cabello largo hace que te puedan coger del mismo en una lucha. Lo llevaba nada más hasta la altura del cuello. He visto hombres guerreros que lo llevaban más largo.

 

Mis ojos agudos miraban toda la aldea. Me fijé en la posada, llegué y me pedí algo, tenía metales.

El posadero, respetuoso, educado:

-Señorita, su ropa es extraña.

-Vengo de Krakoa, de un lugar que los nativos no conocen. -No dije más nada porque no tenía por qué brindar información, nadie sabía de los arudanos y nadie lo iba a saber, no por mi boca por lo menos. Consumí algo y vi que el hombre se quejaba en voz baja.

Pregunté:

-¿Qué sucede?

-El moreno. Viene del pueblo que está a dos días de aquí, en hoyuman, y siempre molesta a las aldeanas.

 

Me asomé y vi un hombre de piel oscura pero sin cabello, se ve que se lo afeitaba. Corpulento. Me extrañó que llevaba un palo, era más largo que el bo que yo tenía y de un material distinto, de una madera común. Y del otro lado una espada. Los aldeanos se apartaban.

Y como me imaginé, entró a la posada. Me miró con unos ojos como si estuvieran mirando un cervatillo asado. Yo directamente lo ignoré.

Terminé de comer y tomé mi bebida. Ya le había pagado al posadero y marché. Él se quedó en la puerta.

-¡Vaya, mujeres nuevas enriquecen la aldea! -Levanté la vista, porque si bien yo soy alta él medía dos líneas de altura.

Le dije:

-No soy de aquí y quiero pasar.

Apoyó una mano contra el umbral de la puerta y dijo:

-Primero dime tu nombre. -Me encogí de hombros y no tuve problema.

-Dilitia. ¿Y el tuyo?

-El mío es Lomar, y soy lo más respetado de la región.

-¡Bravo, me alegro por ti! -Me agaché y pasé por debajo de su brazo y me tomó del hombro.

-Espera, espera, espera, no hemos terminado de hablar. -Me zafé de su brazo y le dije:

-Ni siquiera empezamos a hablar, no me interesa una conversación contigo. -No estaba de mal humor pero no estaba tampoco para soportar estúpidos, creídos y que la gente respetaba por temor. Y más cuando el posadero dijo que molestaba a las aldeanas. ¡Ay!, la gente presumida.

Lo miré a los ojos y le dije:

-No tenemos nada en común.

-Al contrario -dijo el moreno-, yo creo que tenemos mucho en común. Me pareces una mujer fuerte. Obviamente, ¡je, je, je!, no tanto como yo, pero me pareces fuerte. Podríamos hacer un buen ejercicio en el primer piso de la posada, ¿qué te parece?

-Qué puedo decirte -dije irónica-, mal no estaría, pero nunca me acosté con sapos. -No puedo decir que se puso pálido porque era muy moreno pero vi la ira en sus ojos. ¡Ah, la ira, gran enemigo del combate!

-No voy a sacar la espada -dijo-, tengo aquí mi palo con el que castigo a las mujeres rebeldes.

-¡Vaya! -dije yo. Y saqué mi bo, con el que me habían enseñado a luchar los arudanos. Se rió.

-Con ese palo de una línea, ¿qué puedes hacer?

-Seguramente partirte el tuyo. -Más ira todavía.

 

¡Ah!, qué hombre torpe. Levantó el brazo con su palo en la mano y lo bajó hacia mi cabeza. Obviamente si me tocaba me hubiera abierto el cráneo. Levanté firme mi mano con mi bo, ¿y qué pasó?, su palo se partió en dos. Se extrañó al ver una madera tan fuerte. Mi segundo movimiento fue darle con el bo en el estómago, de punta. Mi tercer movimiento dárselo en la cabeza: Cayó al piso.

Pude rematarlo pero esperé a que se recupere-. ¿Te basta con eso? -Me miró con odio.

-Mujer, te hubiera convenido acabar conmigo. -Guardé el bo. Sacó su espada, se puso de pié. Saqué mi espada oscura.

-Lamentablemente veo que eres muy torpe y tendré que matarte.

-Mujer yo no voy a matarte, voy a herirte, voy a causarte mucho dolor, y antes de que mueras voy a ultrajarte más de una vez.

Le respondí.

-Yo creo que no vas a ultrajar a más nadie. -Miré por el costado de los dos ojos y vi que la gente salió a la calle, lo vieron al hombre que le temían con una forastera. Aprendí a no confiarme, nunca subestimar al enemigo.

 

Atacó de repente, pero yo ya estaba en guardia. Paré su golpe con mi espada. Miró con sorpresa su espada y vio que se habían desprendido varios metales de la suya y asombrado miró mi espada oscura.

-Qué buen metal, pero con eso no vas a salvar tu vida, hay que saber usarlo.

 

Atacó de vuelta y le paré el golpe, le corté una parte de un muslo izquierdo. Atacó con más furia, le corté parte del brazo derecho. Todavía tenía fuerzas para sostener su arma.

-¿Lo dejamos así?

-Lo vamos a dejar cuando te mate.

 

No avanzó a lo loco para que le clave la espada en el pecho, ahora se cuidaba, atacaba sabiamente tratando de dar estocadas. Lo que yo hacía era tomar distancia, no gastaba energías, ¿para qué?

En determinado momento, cuando bajó su espada avancé poco más de una línea y le corté el cuello. Me sorprendió el filo y la fuerza de mi espada, lo dura que era, porque no sólo le corté el cuello, rodó su cabeza sobre la tierra.

Limpié mi espada con su ropa, le revisé alforjas, bolsillos, tenía muchísimos metales.

 

-A ver, gente, ¿a alguien le había robado este sujeto?

-A una joven, Eralda.

-¿Eres tú? -Una jovencita delgada asintió con la cabeza-. ¿Cuánto te sacó?

-Cinco metales plateados. -Se los di.

-¿Y a ti, posadero?

-Nunca me pagaba. -Le tiré dos metales dorados.

-¿Hay un enterrador aquí?

-Sí. -Tiré dos metales plateados, para que lo entierren, ya no va a molestar a más nadie.

-¿Y el resto a quién se lo darás?

-No soy beneficencia, el resto me lo guardo. Y ahora voy a dejar el pueblo, no me quedaré a dormir aquí.

-Somos todos honestos.

-Sí, pero llevo bastantes metales y lamentablemente no soy de confiar en nadie, excepto en mi propia persona.

 

Se acercó un anciano.

-¡Mataron al engendro ese! ¿Quién fue?

-Yo -respondí.

-¡Una mujer!

-Mujer y amazona. -Abrió los ojos.

-¡Vaya! Nos has librado de un demonio.

-No, no era un demonio, era un pobre hombre.

-Un pobre hombre que se abusaba de aldeanos inofensivos y mujeres que no sabían cómo defenderse. Porque no tienen la astucia, porque no hace falta la fuerza, podían esconder tranquilamente un puñal bajo la almohada y cuando el hombre se les echaba encima clavárselo en el cuello, pero tenían tanto pánico que no se animaban a eso por si no lograban su cometido. -Me encogí de hombros, monté mi hoyuman y marché más al norte.

 

De alguna manera es como que el peligro siempre venía a mí, vaya a saber por qué razón. Por el camino venían tres hombres con muy mal aspecto, no peligroso, aspecto de esos buscapleitos, pero los veía un poco torpes y algo bebidos. Y me cortaron el paso.

-Muchachos, tengo que pasar.

-¿Qué tienes para darnos a cambio?

-Las gracias.

-¿Te estás burlando de nosotros?

-La verdad que sí, porque aparte de torpes veo que sois imbéciles. -Desmontaron-. No me hagáis desmontar, quiero seguir el viaje tranquila.

 

Sacaron sus espadas. ¡Ay, no aprenden más! Desmonté, saqué mi espada con mano derecha y el bo con la mano izquierda. Pero hice al revés, cambié de mano, con la izquierda la espada y con la derecha el bo. Hice como una especie de acrobacia y en menos de un minuto los tres estaban golpeados, lastimados, uno de ellos con las costillas quebradas, otro con una pierna que apenas podía caminar-.

¿Saben por qué usé el palo con la derecha? Para no matarlos. Eso sí, no sé si van a tener fuerzas para poder montar. -Guardé mi bo, enfundé mi espada-. Pero me han hecho perder tiempo, así que exijo una reparación.

-¿Reparación después de la tunda que nos has dado?

-Una moneda plateada cada uno. -Se miraron. Me toqué mi bo-: ¿Saco el palo de nuevo?

-No. -Me tiraron las tres monedas y las guardé en un bolsillo. Monté mi equino y seguí viaje.

Me di vuelta.

-Hay un poblado aquí no más. Supongo que les quedan metales, vayan a que los curen. A ti -Me dirigí al de en medio-, seguramente te van a tener que entablillar la pierna. Pero bueno, eso le pasa a los tontos, ¿no?

 

Durante el viaje me analicé a mí misma: yo siempre fui compasiva, siempre fui compasiva, me pareció que el castigo fue demasiado para tres tontos, tontos que seguramente si hubieran visto una muchacha indefensa, capaz que la hubieran ultrajado entre los tres. Pero igual me asombraba de mi frialdad, me asombraba mucho de mi frialdad. Algo había cambiado en mí en el tiempo que estuve con los arudanos. Porque hacía comparaciones: bosquimanos, nobles... Se ocultaban, pero no por temor a los aldeanos de Krakoa sino para no acabar con ellos. Vivían tranquilos de la caza, de la pesca, de la práctica con el bo y con la espada, con el arco y flechas.

 

Llegué a otro poblado. Había un buen carpintero, le digo:

-¿Tienes madera blanda para un buen arco y un buen hilo fuerte que tense?

Me miró y me dijo:

-Tengo una madera blanda, pero te aseguro que no la puedes romper. Hay un pantano por acá cerca y crecen unos árboles extraños, casi sin hojas, y de ahí hago mi madera para los arcos. En cuanto al tensor lo hago con filamentos de ese mismo árbol de cañas, la punta de las flechas metálicas. Pero no cobro barato.

-No te preocupes por eso. -Le adelanté unas monedas plateadas y le digo-: Mañana volveré. ¿Algún lugar para comer por aquí?

-No, pero casi pasando este poblado tienes un poblado vecino que se come bien.

-¿Lo tendrás para mañana? Te pagaré el resto.

-Lo tendré para mañana con un par de docenas de flechas.

-Perfecto. ¿Cómo te llamas, carpintero?

-Josmán.

-Soy Dilitia. Te estaré viendo.

 

Llegué al poblado tranquilo, no eran curiosos como en el poblado anterior.

Comí bien, pagué una habitación en la posada y trabé la puerta con un banco. Pude dormir bien.

Al amanecer me higienicé y fui a la cuadra a buscar mi equino. Le pagué al hombre, me dijo que ya lo había alimentado. Le di un par de monedas cobreadas de propina y regresé al pueblo anterior.

 

Y en el camino me encuentro un personaje con doble espada, delgado, pelo medianamente largo, no parecía un provocador pero sí peligroso. Parecía un buen espadachín.

Me saludó:

-Qué raro una mujer por estos caminos peligrosos.

Le respondí:

-Depende de qué mujer. Yo no tengo ese problema, conozco el peligro de niña. ¿Quién eres?

-Mi nombre es Jonus, una de las mejores espadas de todo Umbro.

-¡Vaya! Te felicito.

-¿Por qué?

-Porque quién va a pensar en atacarte.

Descendió de las rocas.

-Veo que llevas una espada.

-Me parece que me equivoqué contigo -le dije-, pensé que eras pacífico.

-Sí, lo soy. No soy de ultrajar mujeres ni atracar a gente en los caminos, pero de vez en cuando reconozco a un guerrero o a una guerrera.

-No soy guerrera, soy amazona.

-¡Amazona! Alguna vez combatí con amazonas y las vencí.

-No me digas.

-Pero te hablo de muchos años atrás.

-¿Y quieres ahora combatir conmigo para probarte?

-No me molestaría.

-¿A primera herida?

-No, ni tampoco. Yo aparte de tener mi espada tengo una espada de madera de práctica. Y veo que tú tienes un palo.

-¡Hum! Mi palo va a partir tu espada de madera.

-Tratemos entonces de no golpearnos duros -dijo Jonus.

 

Desmonté, saqué mi bo. Tomó su espada de madera. Y como digo siempre, no hay que confiarse. Era muy veloz, muy rápido, estuvo a punto de tocarme dos veces. A duras penas paré sus golpes y él paró los míos.

-Eres bueno.

-¡Tú eres buena, tú eres buena! Continuemos un poco más.

-Tengo que llegar hasta el poblado. Apenas un poco más porque quiero llegar al poblado, le encargué al carpintero arco y flechas.

 

Me jugué a fondo pero era muy muy bueno. Hasta que finalmente hice un movimiento y lo toqué en un costado. En su rostro sentí su dolor. Levantó su espada, la golpeé con mi bo y se la partí en dos.

-Te dije. Mi palo cilíndrico es más fuerte que tu espada. Si hubiéramos hecho un combate de verdad te hubiera vencido. -Se quedó asombrado.

-Una sola persona me venció en un torneo. Y sí, me declaro perdedor, y eso que vencí a dos de las mejores amazonas mucho tiempo atrás. Tú serías pequeña.

-¿Sabes el nombre?

-Una de ellas, Kena.

-No me suena. Quizá sí, pero no, no me recuerdo. ¿Y la otra?

-Azahara. -Me puse pálida.

-¿Tú has vencido a Azahara?

-Sí.

-¿Y la has matado?

-No, por supuesto que no, fue algo amistoso. Te he dicho que no mato gente salvo que sean bandidos o gente que ultraja mujeres. -Me extendió su mano y se la tomé, era una mano fuerte, firme, igual que la mía-. ¿Me has dicho tu nombre?

-Dilitia.

-No me olvidaré de ti. Eres muy muy buena, has vencido a Jonus.

-¿Pero tanto te conocen en la región?

-Te aseguro que sí -dijo el hombre-, te aseguro que sí.

 

Sonreímos y seguí viaje. Llegué al poblado y el carpintero tenía mi arco. Tensé la cuerda, vi que era verdaderamente resistente.

-Obviamente -me dijo-, si tienes un muy buen cuchillo y haces mucha fuerza la podrás cortar, pero no se corta así no más. Y ten -Me dio enrolladas algunas cuerdas de repuesto-, estas de las doy gratis. -Le pagué el resto que le debía y le dije:

-Gracias. ¿Hay otro camino?

-Tienes un camino un poco más al este pero no hay poblados cercanos.

-No te preocupes, si tengo que pasar la noche en el bosque, la paso.

-Hay animales peligrosos.

-No. Hay animales. Peligrosos o no lo decide uno.

 

En tan poco tiempo tantas cosas. Había matado a un necio, había combatido con uno que se decía ser uno de los mejores espadachines y había conseguido un arco muy muy bueno con una de las mejores maderas y con una muy buena cuerda. Miré las puntas de flecha, ¡vaya qué filosas!, me dio un cilindro donde colgarlas. Me las colgué a la espalda, me colgué también el arco y me marché.

 

Le pedí a aquel que está más allá de las estrellas que todos los días no fueran tan trajinados, por favor. Pero qué equivocada que estaba, me esperaban días más difíciles todavía.

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 13/04/2021
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Carolina H.

En Umbro había que saber defenderse para seguir con vida. Ella era buena y lo sabía, pero en un exceso de confianza casi perdió la vida si no la hubiera ayudado un desconocido. Practicó con él un tiempo y quería expresarle su gratitud, pero él debía arreglar su pasado.

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Entidad: Me acordaba de Krakoa, me acordaba del bosque oscuro de cuando conocí a los arudanos y a su jefe, Zarcos, enormes bosquimanos, bosquimanos de dos líneas de altura, peludos, de piel oscura. Y me enseñaron tanto, tanto... Me sentía invencible con las varas de madera.

Pero tenía que seguir mi vida, tenía que seguir mi camino, al siguiente verano regresé al continente.

 

Pensar que me crié con las amazonas y por alguna razón extraña más a los bosquimanos de Krakoa que a mi pueblo natal, creo que era una cuestión de con quién te sentías bien y con quién no.

Ahora me sentía libre, pero la libertad tiene un precio: la soledad. Por un lado me sentía sola -y a pesar de todo lo que sabía en el arte de la defensa y el ataque, qué raro que es de explicar, ¿no?-, pero a veces me sentía como ¡buf!, como vulnerable por dentro, como indefensa. Pero estaba todo en mi mente, yo creo que era la misma soledad lo que me minaba mi... mi seguridad, mi templanza.

 

La soledad me agobiaba, prácticamente no tenía amigas y amigos. Sé que hay varones buenos, lo sé por los arudanos, pero los humanos te miraban de varias maneras: con desconfianza, con aires de suficiencia como diciendo "¡Ja, ja, mirad esta mujer!", y si no con ese... con ese rostro de deseo, esa mirada. Porque hay maneras de mirar a una mujer, yo no me voy a sentir molesta de que a un varón le guste porque me consideraba de buen físico y de rostro atractivo, no necesito ser varón, ponerme en lugar de un varón para saber que era atractiva. Pero hay dos tipos de miradas: está la mira del varón que admira a la mujer, y del varón que te mira de forma libidinosa, de forma... Tú te das cuenta y eso me causaba rechazo, rechazo total, no había sentimiento había solamente deseo y eso no lo toleraba. Está bien, mientras no me dijeran nada, las miradas no lastiman. A ver, quizá sí lastimen, pero sería muy estúpido de mi parte molestarme por una mirada. Mientras no haya palabras ofensivas ignoraba esas miradas libidinosas, esas miradas...

Y estaban los otros los que te veían muy suficiente y te provocaban, porque no soportaban que una mujer pudiera ser autosuficiente en la defensa.

 

Trataba de no quedarme en un poblado, no quería aquerenciarme, quería seguir recorriendo lugares. Lo pagaba con mi soledad, obviamente, pero en un poblado que me quedé más de treinta amaneceres ya había algunas mujeres con las que conversaba y... Pero era muy pronto para establecerme, quería conocer, conocer lugares, conocer... Comentaban que más al norte había castillos enormes.

Les preguntaba:

-¿Cómo son, son cómo casas?

-No, son como fortalezas con torres, con soldados.

-¿Soldados?

-Sí, todos con uniforme. -Y me intrigaba. Tal vez estaba en una de mis ilusiones el conocer un castillo. Pero me advertían-: No es que tú vas, lo conoces y ya está, eres mujer, pueden tomarte prisionera y hasta usarte.

-¿Usarme?

-Sí, en el sentido que tú entiendes, usarte como mujer.

-¡Je, je! Eso no podrían.

-Dilitia, estamos hablando de que de repente te atrapan diez, veinte, treinta hombres, y tú no me digas que puedes contra todos ellos, te machacan a golpes y luego abusan de ti y te llevan a la mazmorra y te encadenan y te dan de comer sobras, y más vale que te apures a comerlas porque las ratas la comen por ti.

La miraba a la mujer que me hablaba. Y le decía:

-¿No es muy exagerado lo que me cuentas?

-No, Dilitia, no es exagerado, pero prefiero que lo sepas. He visto que el otro día te han provocado dos varones corpulentos y los has vencido como si nada, pero no te confíes.

La miré sonriendo pero con una sonrisa de simpatía no de burla, y le dije:

-Mira, los que fueron mis maestros, en una isla al sur me enseñaron que no hay enemigo pequeño, así que en ese sentido no tengas problemas, que no me voy a meter en un pozo de serpientes.

 

Seguí mi camino recorrí distintos poblados. Había una taberna bastante grande y me pedí una bebida espumante. Me sentía bien y comí bastante bien, comí una hogaza de pan con un pedazo de cordero. Y en el fondo había cinco varones que reían a carcajadas y de vez en cuando me miraban. No percibía esa mirada de deseo, más bien era una mirada de burla, pero evitaba provocarlos -en Umbro me di cuenta que con sólo mirar a alguien fijamente, la otra persona ya se siente que lo provocas-, entonces bajaba la vista. Y si era una mujer podía haber una doble interpretación, que los provocabas o que los buscabas para tener intimidad.

Pero uno de ellos se acercó:

-¿Te puedo acompañar? Te pago otra bebida espumante.

-Te agradezco -le dije.

-Insisto.

-Te agradezco de verdad pero estoy bien. No quiero tomar más, me siento satisfecha y voy a seguir mi camino, en la caballeriza tengo mi hoyuman.

-Podrías divertirte con nosotros.

-Mi diversión pasa por otra cuestión, pasa por otro lado. El cabalgar, el respirar aire fresco, el conocer lugares...

-Pareces que eres de pocas luces.

-No entiendo. -Ya me estaba poniendo seria.

-Claro, parece que no entiendes el tipo de diversión que te proponemos, somos cinco.

-Si es lo que estoy pensando creo que estáis equivocados, no soy mujer que se preste a ese tipo de diversión.

-¿Nunca has tenido un hombre?

-No estoy obligada a responderte eso. Si lo tuve es una cuestión mía y de haberlo tenido es una elección. Y de haberlo tenido no fue para diversión, fue por gusto, por aceptación y de común acuerdo.

-Pero nadie te estaría forzando, sería de común acuerdo con los cinco.

-Creo que estás apuntando mal. Si el día de mañana eligiera un hombre sería uno. Pero cinco no me parece afecto y yo no soy diversión de nadie.

Se acercó otro de los hombres y dice:

-Escuché lo que conversaban. Te estamos dando una opción.

-Yo creo que no, yo creo que se están poniendo cargosos.

Se acercó un tercero.

-Y yo creo que eres demasiado autosuficiente para desafiar a cinco varones.

-Perdonad, pero yo no estoy desafiando a nadie, estoy dando mi punto de vista. Entiendo que no soy diversión de nadie y punto. -Le dejé un par de metales al tabernero y me marché.

 

Me siguieron a la calle. Saqué mis varas y les dije:

-¿De verdad, de verdad queréis que os muela a golpes? -Se miraron.

-¡Ja, ja, ja! No nos conoces. Primero que no somos de aquí, segundo que somos muy buenos en el arte de la espada. Sería una pena matarte mientras podamos pasarla bien. La verdad que sería un desperdicio acabar contigo.

-Entonces no hagamos ninguna de las dos cosas, dejadme marchar y todo bien.

-Creo que ya es tarde, nos sentimos ofendidos.

-No los he ofendido.

-¿Cómo no? Has dicho que nos molerías a golpes. -Y no podía retractarme...

-Sí, en el caso de que queráis molestarme.

 

Me rodearon. Estaba muy alerta. Se acercó uno y, honestamente, le abrí la cabeza con mi vara, cayó directamente muerto. Pero mientras golpeaba al primero, el segundo me lastimó muy mal en el brazo izquierdo, empecé a manar bastante sangre y yo sabía que eso me debilitaba.

El segundo me llegó a tocar en el estómago, lo golpeé con mi vara.

El tercero en la pierna.

¡Eran muy buenos, eran muy buenos! Y me di cuenta que me vencerían.

De repente se pararon y miraron a un costado, yo había caído arrodillada y miré para el costado: un elfo de casi dos líneas de altura, pero lo extraño que era de color blanco.

Lo miraron:

-Contigo no tenemos nada, Fayden, esta mujer nos provocó. -El elfo los miró.

-Los conozco. Me alegro que haya matado a uno de vosotros, pero de verdad, cinco contra una, y no digo que sea una mujer porque veo que se sabe defender bien, pero está herida y me parece que está en desventaja.

-No tienes por qué meterte.

-Ya me he metido. Tenéis dos opciones: pagarle el médico con todos los metales que tengáis y pedirle disculpas, o bien los cuatro enfrentarse conmigo.

-¿Por qué le vamos a pagar?

-Sabéis la segunda opción, no va a ser muy grata para vosotros.

-Te conocemos, Fayden, sabemos quién eres pero somos cuatro y los cuatro somos muy buenos. -El elfo se encogió de hombros.

-¿Entonces qué decidís? -Sin avisar, repentinamente los cuatro alzaron sus espadas y lo atacaron al elfo.

 

Lo que vi a continuación me pareció una visión. El elfo es como que daba pasos de baile, manejaba su espada con una destreza que no había visto ni siquiera en el mejor de los arudanos ni en la mejor de las amazonas. Acabó con los cuatro.

Había cinco cadáveres. Se acercó el tabernero.

 

-Lleva a la mujer al médico del poblado.

-Puedo caminar -le dije.

-Está bien, de todas maneras te sujetas.

Lo miré y le dije:

-Te agradezco infinitamente.

-No me agradezcas, no me gusta que haya desventaja en un combate.

-Me sorprendió como los has vencido. -El elfo blanco se encogió de hombros y no respondió.

 

Me tomé del posadero y me llevó a la casa del médico. Miré hacia atrás y el elfo le revisaba los bolsillos y las alforjas a los cadáveres cogiendo un montón de metales.

 

El médico era un hombre grande. Me recostó en una camilla, me cosió las heridas y me dijo:

-¿Cómo te llamas?

-Dilitia.

-Te recomendaría descansar un par de días, has perdido bastante sangre. -Tenía razón, me sentía débil. En ese momento me cogió arcadas y vomité todo lo que había comido y me dio mucha ira el haber vomitado.

 

El médico me preparó un té de hierbas: Era obvio que vomitaras, habías terminado de comer y peleaste con estos bandoleros. Más la sangre que has perdido. -La verdad me sentía mareada.

 

Vi que detrás de mí estaba el elfo y le dio unos metales al médico.

-Te felicito -le dijo-, la has cosido bien.

-Y aquí tengo un líquido para que se ponga en la herida varias veces al día, tiene una herida en el muslo, tiene otra herida al costado del cuerpo. Por suerte no tocó ningún órgano si no estaría mucho peor. Y tiene otra herida en el brazo izquierdo, que se ponga este líquido para evitar infección. Toma -Me dio un puñado de hierbas envueltas en un papel-, te puedes preparar con agua caliente infusiones. Por la noche ya podrás comer, pero liviano.

 

Era la primera vez que había tenido una mala experiencia. Como me había dicho la mujer en el poblado anterior, nunca hay que confiarse. Pero, honestamente, yo no me había confiado.

Pero no me voy a engañar a mí misma, pensé que podía con los cinco y no fue así. O tal vez me descuidé, cuando le abrí la cabeza al primero no reparé que el segundo me estaba clavando su espada, o que el tercero me hería en el brazo. Y ni siquiera reparé en la herida del muslo.

-Tengo más metales que les saqué a estos delincuentes -dijo el elfo blanco-, te pagaré una habitación en la posada. -Lo miré.

-¿Cómo te llamas?

-Fayden. Sé que tú eres Dilitia, se lo has dicho al doctor.

-¿Por qué haces todo esto, qué pretendes?

-Nada. Nada, de verdad, no te imagines nada raro.

 

Descansé todo ese día y el siguiente. Le dije a Fayden.

-Ya me encuentro mejor.

-No, no, aún te va a molestar el muslo al caminar, aún te va a molestar el brazo izquierdo. Pero lo peor es la herida en el costado del cuerpo, por lo menos tendrás que esperar siete amaneceres para sentirte bien.

 

Y no fueron siete, fueron diez amaneceres hasta que por fin me sentía plena, fuerte. Me había puesto, como dijo el médico, el líquido en las heridas, me ayudó bien a cicatrizar y me tomé todo el brebaje caliente, que evidentemente tenía un efecto que me hacía bien por dentro. Amén de que comía bien, pero no tenía las mismas fuerzas que antes. Fayden me dijo:

-Era obvio, tienes que empezar de nuevo a hacer ejercicios, pero lentamente. -Me sentía con una curiosidad tremenda.

-¿Cómo has aprendido a manejar la espada tan... tan bien? -El elfo blanco se encogió de hombros.

-Supongo que es instinto. Mientras venía caminando te he visto pelear y vi que eres buena, pero te falta entrenamiento. -De la forma que me lo dijo es que... Lo dijo de buena manera, con buena intención, pero tocó mi ego.

-Yo no creo que sea mala combatiendo.

El elfo respondió:

-Nadie dijo que seas mala, te digo que te falta todavía.

-Aprendí con arudanos, unos seres de Krakoa.

-Los conozco. No hay nada que no conozca en Umbro. Has tenido buenos maestros, pero si no te lo tomas a mal, todavía te falta.

-Seguiré practicando.

-Si me permites y si no te lo tomas a mal, permíteme enseñarte pero no con los palos, con una buena espada.

-Manejo bien la espada.

-Está bien, practiquemos, pero evitemos lastimarnos.

-Hagamos una cosa: te doy uno de los palos y practiquemos con los palos.

El elfo aceptó:

-Atácame sin piedad, como si fuera el peor de los enemigos.

-¿Y si te llego a lastimar? -Me miró, no sonrió, no tuvo ninguna risa de burla y eso me gustó.

-No me vas a herir. -Lo ataqué a fondo una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Esquivaba o frenaba los golpes.

-Qué me falta. ¿velocidad?

-No, eres veloz.

-¿Y cómo no alcanzo a tocarte?

-Quizá porque no te mueves bien con los pies.

-Tengo buen equilibrio.

-No basta con equilibrio, tienes que saber cómo cambiar de posición para evitar golpes del costado, de frente, de atrás. -Intenté cambiar de posición y trastabillé-. ¿Ves?, tienes que aprender a tener equilibrio moviendo los pies.

 

Me atrapó tanto su enseñanza que me quedé treinta amaneceres practicando con el elfo blanco, pero me sentía como con cierta sospecha.

-Llevas pagándome la habitación treinta días. ¿Por qué, qué esperas de mí?

-Nada. Aparte no es dinero mío, son metales que saqué de las alforjas de los delincuentes. Le pagué al médico que te atendió y le pagué al enterrador y todavía me quedan metales, se ve que estos delincuentes robaban por los caminos.

 

Por un lado me sentía como con el ego herido, le estaba por preguntar "¿No te atraigo?", pero hubiera sido una provocación, una provocación que quedaba mal en una mujer. Yo que siempre despreciaba las miradas de deseo, ¿qué cosa, no?, me hubiera gustado que Fayden mirara con ese deseo pero él me veía como una alumna.

 

A los treinta amaneceres me dijo:

-Has aprendido a sostenerte cambiando de posición, practiquemos ahora con espadas. -Pero no le llegaba y él me tocaba la cabeza con la punta de la espada-. De la misma manera que te toco la cabeza te puedo herir un hombro o degollarte. Lamentablemente tengo que seguir viaje, ya no podré enseñarte más por ahora, pero has aprendido muchísimo.

-Fayden, si no te incomoda, ¿puedo ir contigo?

-No, tengo cosas que hacer.

-¿Es mala educación preguntarte qué?

-No, hay gente que tiene deudas conmigo y tengo que cobrarlas.

-Te agradezco lo que has hecho por mí, me has salvado la vida, me has pagado el médico, has pagado a la caballeriza para que alimenten al hoyuman. Me has estado entrenando no has pedido nada a cambio.

-¿Por qué habría que pedir algo a cambio?, la satisfacción de enseñarte, de que sepas defenderte mejor. Hoy como estás preparada, si bien aún te falta, hoy podrías vencer a esos cinco sin que te toquen.

-Y sin embargo dices que aún me falta.

-Sí, aún te falta. Pero nos veremos, generalmente suelo parar más arriba de la zona ecuatorial, en un pueblo llamado Terraza. Pero no me busques enseguida, tengo gente que me debe.

-¿Dinero?

-No, gente que me debe su vida, gente que ha matado seres queridos míos.

-¿Entonces tú crees en la venganza?

-No, Dilitia -dijo Fayden-, creo en la justicia. Permíteme... -Me dio un abrazo, pero fue un abrazo afectivo, no ese abrazo de hombre a mujer donde sientes que te desea, no no no no no, fue un abrazo justo, necesario, y no más de eso. Me miró a los ojos, con una mirada serena.

Le dije:

-Nunca había visto un elfo blanco. -Se encogió de hombros.

-Yo tampoco había visto una mujer que pelee tan bien.

-¡Ja, ja, ja! ¿Y tú lo dices? Si no fuera por ti estaría muerta.

-De todas maneras eres muy buena, la humana que mejor he visto peleando.

-¿Humana? O sea, ¿que hay otras mujeres no humanas que son mejores que yo?

-Por lo menos una que es tan buena como yo.

-¡Vaya! Espero conocerla.

-Seguramente si la conoces seréis buenas amigas.

-Dime su nombre.

-Se llama Elefa.

-¿Tienes algo que ver con ella?

-No, somos buenos amigos.

-¿Y nunca han cambiado espadas para ver quién es el mejor?

-No, ni ella ni yo tenemos porqué demostrar nada.

-Vaya, hay gente que por ego quiere demostrar.

-Y ese es el error -dijo el elfo blanco-, el querer demostrar por ego.

 

Se marchó. Yo esperé un día más y al día siguiente me marché yo a nuevos caminos, a nuevos destinos. Y cada mañana practicaba sola.

Pero me quedé pensando en la frase del elfo blanco, todavía me faltaba un poco más. Sin embargo de ahora a cuando salí de Krakoa tenía muchos más reflejos, mejores movimientos, mejor defensa, mejor ataque. ¿Si me faltaba más? Y bueno..., pero me sentía muy agradecida por lo que había avanzado. Cuando salí de Krakoa pensé que era la mejor y el elfo blanco me hizo dar cuenta todo lo que me faltaba.

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión 11/06/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Carolina H.

En un asalto por cuatro hombres se salvó de caer herida de muerte gracias a un viajero. Habiendo restablecido sus heridas se encontró con una guerrera del norte. Allí se los educaba en la destreza con las armas no para seguir vivo sino por matar a todos a quienes se enfrentaba.

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Entidad: Mi nombre es Dilitia.

 

En esta última aventura había aprendido varias cosas.

La primera y la más importante: Para sentirme más cómoda, para sentirme liviana, me había sacado la malla metálica que me protegía de las heridas y la había dejado en una de mis alforjas. Obviamente una vez que mis heridas estuvieron totalmente curadas me la volví a poner.

Segundo error: Tenía un bo con una madera durísima y por un falso orgullo armé de un buen árbol un segundo bo. Lo pulí, pero no era lo mismo del primero, se me terminó partiendo.

Tercer error: Pensé que de verdad era casi invencible. El hecho de haber vencido por lo menos en una lucha amistosa a Jonus, uno de les mejores espadachines de Umbro... Pero no, siempre hay alguien mejor.

 

Me había enfrentado a un grupo de hombres que eran muy muy buenos peleando y me hubieran herido de muerte si no hubiera intervenido Fayden, el elfo blanco. Pensé que me moría, de verdad.

 

En ese momento me cogió una tristeza tremenda por todas las cosas que me faltaba hacer y conocer y mejorar, y recorrer caminos y conocer lugares. Y pensaba, "Bueno, es mi último día, no tiene sentido ponerme mal, se trata de buscar la verdadera aceptación. Todo eso mi mente lo procesaba en un segundo, ¿eh?

 

Pero apareció Fayden. Y con los cuatro maleantes que quedaban vivos, les quitó la vida a todos.

 

Pensaba mucho en Fayden, ¿por qué le había pagado al médico?, ¿por qué día tras día venía a ver como estaba? ¿Por qué cuando me repuse me dijo que debía practicar más, de a poco, sin esforzarme?, porque si bien mis heridas estaban cicatrizadas, por dentro mi organismo todavía no. Y eso que había tomado una pócima que restauraba los órganos internos.

Varias veces le pregunté de dónde sacaba todo eso y no me respondió, sólo me dijo que había un valle en un lugar secreto y que no debía desvelarlo.

Y luego empezó la práctica con Fayden. Y honestamente, no podía tocarlo.

Él fue quién me dijo:

-Estas dos varas no son iguales.

Le dije:

-No son varas, son bo.

Me miró y me dijo:

-Sí, la primera es hecha por los arudanos. -Me sobresalté.

-¿Conoces a los arudanos?

-Sí, al igual que los conoces tú. Y obviamente no develaré que están vivos. No por ellos, por los demás.

 

Sentí que Fayden era una buena persona, pero por sobre todas las cosas sentí que era alguien que estaba por encima del común denominador; me miraba con afecto pero no me miraba con deseo. ¡Je, je!

 

Y a veces es como que yo misma no me entendía. Despreciaba a los varones que tenían esa mirada libidinosa, esa mira mirada de deseo, como que te perforaban con la mirada. Sentía como un rechazo total y absoluto.

Pero a su vez me sentía como molesta de que Fayden me mirara con un afecto indiferente. Pensaréis que no me sé expresar, no existe un afecto indiferente. Pero lo que yo quería decir es que me miraba con un afecto impersonal, no con ese deseo de hombre a mujer. ¡Je! Pero no le podía preguntar: "Qué raro que no me miras con ese afán de deseo". No. ¿Cómo le iba a preguntar eso?, no era ubicado de mi parte.

Él fue el que me dijo, antes de irse:

-Veo que en la mochila tienes una malla.

-Es una malla metálica.

-¡Vaya! Es del mismo metal que tu espada -Y miró hacia el cielo-, ese metal vino de una piedra que cayó del cielo.

-Así es -asentí-. ¿Sabes?, más al norte hay un herrero llamado Raúl que encontró otra piedra y hace buenas espadas como la que tienes tú y como la que tengo yo. Pero la tuya la veo más como platinada, no la veo tan oscura.

-Es otro tipo de piedra. Pero te aseguro que mi espada es tan dura como la tuya. No cometas otra vez la torpeza de sacarte la malla metálica.

-Pero tú me has enseñado bastante.

-Nunca es bastante, nunca.

-¿Y por qué no usas tú una malla metálica? -Me miró.

-No se trata de por qué no la uso, se trata de que no... de que no tengo.

-Una respuesta más que lógica. ¿Y de tenerla la usarías?

-Sí.

-¿A pesar de ser tan bueno?

-Reitero, Dilitia, nunca se es tan bueno.

-¿De verdad no puedo acompañarte?

-No. Debo hacer justicia con personas muy muy negativas.

-¿Piensas que te estorbaría?

-Por supuesto que no, pero hay cosas que debo hacer solo. -Y se marchó.

 

Amaneceres y amaneceres estuve sola, y en momentos de descanso en zonas rocosas practicaba con mi bo y con mi espada, haciendo los pasos que él me decía, cómo avanzar, cómo retroceder, cómo girar. A veces me tambaleaba, me costaba. Una vez incluso me caí de rodillas y me sentí mal.

Y en ese momento es como que me cogió un condicionamiento. O sea, que cuando hago pasos de defensa y de ataque pierdo mi equilibrio y caigo de rodillas. Y en ese momento me sentí insegura.

 

Y parecía cómico porque hoy, hoy, sabía mucho más que hace noventa amaneceres atrás, y sin embargo me sentía más insegura que hace noventa amaneceres atrás. Y le encontré una explicación, porque en ese tiempo no me habían vencido.

 

Se había levantado una tremenda polvareda, me tuve que ponerme un pañuelo, el polvo me hacía toser tremendamente. Me cubrí hasta los ojos.

Até mi hoyuman a un árbol y me quedé sentada, respaldada contra el mismo. Vino una enorme tormenta, lluvia, me sentía aterida de frio.

 

Antes de que anocheciera cogí mi hoyuman y seguí camino.

Por suerte encontré un poblado. Fui a la posada, había un posadero bastante bastante obeso, con barba:

-Mujer, qué buscas.

-Una comida caliente, un lugar donde cambiarme de ropa.

-En el primer piso hay habitaciones, supongo que tienes para pagar. Le tiré un par de monedas plateadas-. ¡Vaya! Con esto tienes para varios días de alojamiento y de comida. Incluso tengo un ayudante que puede llevar tu hoyuman a la caballeriza a que lo cepillen, lo sequen y le den de comer.

-Te lo agradecería. ¿Hace falta una llave?

-No -me dijo el posadero-, por dentro tienes una madera que tranca la puerta. Cuando te cambies y bajes ya tendrás un guisado caliente y una bebida espumante.

-Agradecida contigo. ¿Cómo te llamas?

-Pedro. A tus órdenes. -Lo miré al hombre, parecía muy amable.

 

Subí a la habitación, me cambié de ropa. Había colgado en la pared como una especie de paño con el cual me sequé el cuerpo y los pies. No tenía otro par de botas, tenía unas sandalias livianas. También dejé mi cota de malla metálica y esperaba no tener ningún acontecimiento negativo.

Me cambié de ropa, dejé la otra colgada y bajé. Devoré el guisado con una hogaza de pan y me tomé una jarra grande de bebida espumante. Me sentía tranquila porqué el hombre dijo que con los dos metales plateados bastaban para cubrir el alojamiento de una semana y la comida de una semana. Un hombre honesto.

 

Al día siguiente me levanté, desayuné, recobré fuerzas. Afuera todavía llovía. De todas maneras fui hasta la caballeriza a ver cómo estaba mi hoyuman.

El encargado me miró:

-¿Eres la dueña?

-Así es.

-Lo estoy alimentando bien, el posadero ya me pagó cuatro metales cobreados. Para mí es suficiente. -Asentí con la cabeza y volví a la posada.

 

Era tiempo de descanso, volví a mi habitación y me recosté en el camastro. Me cubrí con unas mantas porque temblaba, me toqué la frente tiritaba de frío y estaba como calenturienta, había levantado fiebre.

Estuve así dos o tres días, el posadero se dio cuenta y me hizo una infusión con plantas.

-Estas son plantas de menta especiales, te aliviaran bastante. -De todas maneras estuve cuatro días hasta que pude recuperarme. Obviamente no dejé de comer, no quería debilitarme, pero no comía con tanta avidez como el primero y segundo días.

 

Finalmente me puse bien.

-¿Te irás?

-No -le dije a Pedro, el posadero-, me quedaré, me quedaré por aquí.

 

Cogí mi hoyuman, me alejé del poblado. Había unas pequeñas montañas y me puse a practicar, ya tenía otra vez la cota de malla metálica y practicaba, y practicaba. Todavía estaba débil de la fiebre que tenía pero no debía dejar de practicar.

 

Le di un metal plateado más al posadero, pues le dije que me iba a quedar más tiempo. Finalmente me quedé quince días, hasta que estaba repuesta del todo.

Le dije a Pedro:

-Gracias por todo.

-Bueno, gracias a ti. Aquí en el poblado nadie me paga metales plateados, somos gente pobre. Pero quédate tranquila, yo me encargué de pagarle al peón de la cuadra y también al encargado. -Le estreché la mano, me la estrechó con sinceridad, con fuerza.

 

Seguí viaje, ya me sentía mejor, el calor del sol me restablecía. Estaba fresco, soplaba viento pero no levantaba polvo, tampoco se veían nubes.

En un momento frené mi cabalgadura. Escuché unos pasos, vi una mujer sola con su hoyuman. Portaba una espada, parecía guerrera, una guerrera del norte. No las conocía pero me habían descrito el atuendo de esas mujeres.

Nos miramos:

-Me llamo Isara.

-Dilitia -le respondí.

-¿De dónde vienes?

-Del sur, y evidentemente tú del norte. ¿Qué haces? -Me miró con los ojos entrecerrados.

-Participo de torneos, gano plata con eso. -Me encogí de hombros.

-Bien, si te es útil. ¿Torneos a primera sangre? -Sonrió.

-¡Je, je! No, torneos a muerte. Por eso se apuesta bastante. -Me miró-: ¿Por qué pones ese rostro?

-Seré sincera, ¿torneos a muerte para ganar dinero, no es quitar vidas?

-¿Acaso los otros no te la quieren quitar a ti? Cada uno tiene que poner dinero para participar, saben a qué se exponen. No es algo que me agrade.

-¿Y qué otra cosa haces?

-Voy por los pueblos. Si veo a alguna guerrera que lleva bien su espada la desafío.

-¿Pero por qué harías eso? -pregunté.

-Porque soy la mejor.

-Una vez un elfo me dijo que todos somos los mejores hasta que encontramos a otro mejor.

-¿Por ejemplo tú?

-No no no, yo no peleo por diversión ni para demostrar nada.

-Pero quizá -me dijo la norteña-, aquel que está más allá de las estrellas te hizo cruzar por mi camino. Desmontemos.

-No.

-Desmontemos, quiero ver si eres mejor.

-Pero tú luchas a muerte, ¿y qué sentido tienen que una de las dos mate a la otra?

-Para ti ninguno, para mí demostrar que soy la mejor.

-¿Y qué sucede si mueres? -Se encogió de hombros.

-Es mi elección.

-Es una torpe elección -le dije.

-He vencido en quince torneos, no pienses que va a ser fácil.

-Por supuesto que no -le dije-, nunca pienso eso, y menos ahora.

-¿Por qué menos ahora?

-Porque he pasado por situaciones de muerte y la pude esquivar.

-¡Hasta ahora! -me dijo la norteña.

 

Desmontamos, ambos sacamos nuestras espadas.

Miró la mía:

- ¡vaya! Metal oscuro, debes ser buena de verdad.

-Yo no digo que soy buena. Y lamento pelear contigo.

 

Me atacó de improviso pero yo ya estaba alerta. Paré su golpe uno, dos, tres, era buena de verdad. Pero yo me sentía con baja estima, no sé cómo explicarlo, desde el episodio de Fayden que me había salvado la vida no me sentía segura de mí misma, y era estúpido eso porque para mí era mejor luchadora ahora que tiempo atrás, y sin embargo hace un tiempo atrás me sentía segura.

Y esa inseguridad hizo que me costara vencer a la norteña. Obviamente no me tocó, la herí en un muslo. No alcanzó a percibir su asombro de ver su herida que le hundí mi espada en el pecho.

Mientras agonizaba le dije:

-¿Te das cuenta, norteña, que es una tontería?

-No lo es, fui criada así.

-Qué pena, qué pena, podíamos haber sido amigas.

-Nunca. No tengo amigas. -Y de repente sus ojos estaban fijos, sin vida.

 

Hurgué sus alforjas, tenía muchísimos metales dorados. Por supuesto los guardé.

Había un bosque, la arrastré a un costado del bosque, no podía hacer otra cosa. Le saqué sus botas y las até a un costado de mis alforjas, ya tenía botas de repuesto. Y me llevé su hoyuman, al que vendí en otro poblado cercano.

 

¡Qué tontería, matar por matar! Verdaderamente, ¡qué tontería matar por matar!