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Psicoauditación - Catalina

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 19/01/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Catalina

Era huérfana en Umbro, no disfrutaba la vida. Un joven extraño con poderes apareció en el pueblo. No le gustaba. Hubo un incidente y prejuzgó que podía haber sido él. Quedó avergonzada cuando se descubrió la verdad. En la actualidad sigue afectada.

Sesión en MP3 (2.013 KB)

 

Entidad: Me encuentro con mucha oscuridad, los mismos roles del ego me jalan hacia bajo. Tengo cierta inconformidad, no me encuentro conforme con mi ser porque en distintas vidas he tratado de hacer cosas y siempre me han salido mal. ¿Qué ha habido gente buena? Mucha, pero también he sufrido traiciones, desengaños, decepciones y mi mente queda en blanco, mi mente queda en blanco porque me cuesta hasta pensar, porque pensar es dolor, porque afloran nuevamente los recuerdos. Recuerdos que en realidad siempre han estado en mi mente conceptual pero uno busca cubrirlos con capas de tierra, simbólicamente y figurativamente hablando, para que no salgan, para que no asomen.

 

Nos criamos solitas con mi hermana, nos aceptaron en la compañía pero nos teníamos la una a la otra. Sí, sí, nos querían, nos querían. Yo quizá no era tan tímida, era como más rebelde. Mi hermana, cuando actuábamos en la zona ecuatorial le gustaba pintarse, como vuestros payasos, todo de blanco, yo no.

-¿Quieres máscara?

-No.

-Bueno, pero así no puedes salir.

-¿Por qué?

-Tienes que ponerte algo en la cara, como en broma, necesitamos que la gente se ría, si no quédate atrás, quédate en la carpa.

-Está bien.

-Arra, usa un pincelito.

-No quiero. -Me pintaba como si fuera un arco iris mi rostro.

-Es ridículo, Sabrina.

-Está bien, a mí me gusta así, está bien.

 

Tenía como una ira tremenda encima y me di cuenta por qué, nos querían pero me hubiera gustado conocer a mis abuelos. Otras niñas contaban como sus abuelos les contaban relatos a veces de fantasía, a veces que fueron ciertos. A nosotras no nos contaron relatos. Y el público, el público se reía, nos aplaudían.

 

Ludmila disfrutaba.

-Qué disfrutas, esa gente que se ríe, en la semana vamos al almacén a comprar provisiones y te empujan, no saben quién eres, te desprecian, te miran.

No soy feliz, no disfruto de la obra quiero otra cosa, me siento como angustiada, como que me falta el aire, pero tuve la excusa, tuve la distracción. ¿Cómo dejas de pensar en ti?

-Cuando aparece algo o alguien, y cuando apareció ese joven misterioso, extraño que vino a trabajar con nosotras, que le preguntaron ¿Qué sabes hacer? ¿Sabes actuar? ¿Sabes hacer reír? ¿Sabes contar cuentos?

-Es un amargo, mira su rostro.

 

Prendían esas piedras que echaban humo, que decían que era para alejar vibraciones. No, me hacía toser, yo no creo en vibraciones. Pero veía que ese joven hacía cosas, que movía rocas, que tenía como un poder en las manos. Entonces como que ya pensaba en él. ¿De dónde vendrá? ¿Quién es? Después sentía como celos porque mediante algún truco es como que se levantaba del piso, y los fines de semana cuando hacíamos la obra de teatro, la gente ya no quería los chistes, lo quería a este hombre que se llamaba Ezeven. Algo misterioso hay y yo lo voy a descubrir.

Hasta que una noche atacaron a una compañera.

Mi hermana decía: -Esperen que se explique.

 

¡Qué se va explicar! ¿Quién puede ser sino el que la quiso ultrajar? No la quiso ultrajar, la ultrajaron; peor. Pero el joven se defendió lanzando una especie de rayos y huyó. Había sido él. ¿Cómo no voy a tener ira? ¿Cuántos hay como ese?

 

-Quédate tranquila.

Sentí un abrazo, lo miré.

Elmer, ¿cómo anda?, ¿por qué no serán todos como usted?, usted que protege a la compañía. ¿Por qué nunca se casó?

 

Elmer era un hombre grande pero amable, querible. Las apariencias...

Una tarde, casi noche, que mi hermana no estaba, estaba casi dormitando y entran en la pieza, me tapan la boca, me golpean, me desgarran la ropa y de repente veo como un chasquido 'xssss', y el hombre cae a un costado. Estaba casi inconsciente, no podía pensar, me dolía la cabeza, no entendía qué había pasado, me dolía todo mi cuerpo. No habían llegado a ultrajarme.

Abro los ojos: Ezeven. Mi hermana me abraza.

-Ezeven te salvó.

-¿Cómo? ¿Cómo me salvó?

-El señor Elmer...

-¡Elmer!

 

Estaba confusa, mareada, todo me daba vueltas. Me habían dado de beber algo, me dolía el cuello, los brazos, el pómulo derecho, creo que me había golpeado este hombre, el brazo derecho, la ropa estaba rota. Me hicieron una bebida caliente con unas hierbas para calmarme, la señora Duina, que muchos decían que salía con el jefe de la compañía de teatro.

-Gracias.

Me tomé el brebaje, era un poquito amargo pero me hacía bien al estómago. Me sentí con culpa porque me contaron todo, el que me había atacado era él, el hombre simpático.

 

-¡Vengan, acérquense! -El jefe de la compañía, la señora Duina-. ¿Cuánto hace que conocían a este hombre? -Lo habían entregado a las autoridades.

 

Muchísimos amaneceres, pero muchísimos amaneceres. Este señor decía que era mudo, que escuchaba pero había que hablarle por señas. Conmigo se juntaba algunas tardes y me hablaba, fingía que era mudo, no era mudo.

 

Mi hermana me consolaba: -Quédate tranquila ya se ocuparán de él.

Lo condenaron a muerte. Me daba vergüenza mirarlo a Ezeven. Levanté la vista y lo miré a los ojos, unos ojos que no tenían una expresión. Pero eran ojos vivos, pero le faltaba la expresión. Y le dije:

-Yo pensé mal de ti y te pido disculpas.

Hizo una mueca de sonrisa. Nunca lo había visto sonreír. Se sonrió. Apenas, pero se sonrió.

 

Me quedaron lo que vosotros llamáis engramas a mi parte conceptual, espiritual, que luego quedan grabados en una nueva encarnación. Como que a veces me cuesta hilvanar algunas ideas o malestares, o que de repente por estado de nervios como hasta lo que no debo comer, sí.

 

Le pido disculpas a este receptáculo que me alberga porque le he hecho doler la cabeza tremendamente por mi estado de ansiedad.

 

Gracias por escucharme.