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Psicoauditación - Cristian H.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 04/12/2020


Sesión 04/12/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Cristian H.

La entidad relata una vida en Gaela, donde no le gustaba su entorno ni su familia, todo era en función de la Orden del Rombo. Pero tenía a sus amigos, eran su desconexión.

 

Sesión en MP3 (3.517 KB)

 

 

Entidad: Me siento muy abatido. Me siento muy abatido porque primero quisiera cambiar de barrio, vivo en la zona sur de Ciudad del Plata y hay un ambiente que no me gusta, no me gusta mucho. Encima a pocos minutos tenemos una pequeña filial de la Orden del Rombo y mis padres son directivos, ayudan al director general zonal, y en casa están todo el tiempo hablando de la Orden del Rombo, y es algo que a mí me molesta muchísimo, muchísimo. Pero me molesta tanto que a veces me encierro en mi habitación, me pongo la radio portátil y me quedo en la habitación escuchando la radio portátil.

 

Vienen mis padres y me dicen:

-Carlos -Yo estoy con la radio-, Carlos Martino, te estoy hablando a vos.

-Qué, papá.

-¿Vas a venir a la filial?

-No papá, ¿a qué voy a ir?, tengo los libros, me sé todo de memoria. Aparte, cada vez que voy hay un ambiente tan denso que salgo con dolor de cabeza.

-Claro. ¿Cómo no vas a salir con dolor de cabeza?, chupas toda la energía negativa porque no crees.

-Sí, papá, yo creo.

-Carlos Martino, no crees.

-Odio que me llames por el nombre y el apellido.

-¡Primero que no me contestes!

-Bueno, sigo con la radio entonces.

-No, te la voy a tirar la radio.

-¡Ah! -Apago la radio-. A ver, qué pasa.

-Tu madre está muy mal.

-¿Mamá está mal, qué tiene?

-Está decepcionada, piensa que eres ateo.

-¡Je! No lo tomes como falta de respeto si me rio, pero yo creo en Dios, el que no vaya a la filial no tiene nada que ver. ¿Puedo decir algo papá sin que te molestes?

-Sí.

-Por favor no me retes.

-Habla.

-He visto mucha gente en el salón...

-No es salón, es templo.

-¡Buff! He visto mucha gente en el templo, que los veo como hipnotizados, como... como que tienen la mente perdida.

-Está bien.

-Papá, ¿cómo está bien?

-Están extasiados, están extasiados, están pensando en el altísimo.

-Papá, una vez conversé con un señor, me dice hermano. Yo no soy su hermano...

-Estoy a punto de darte una bofetada, Carlos Martino.

-¡Y dale con el apellido! Quedamos que no te ibas a molestar. ¿Hermano por qué?, yo no soy su hermano.

-Todos somos hermanos de la Orden del Rombo. ¿Y qué pasó con ese señor?

-Bueno, me dice: "Hermano, hermanito, la verdad que te envidio con los padres que tienes, directores. Yo llevo veinte años aquí y sigo siendo un adepto". O sea, me echaba en cara un hombre que tendrá tu edad de que ustedes tenían un cargo y él no.

-¿Y yo qué tengo que ver?

-Por eso. Déjame con mi radio, me quedo acá tranquilo. Estar dos horas sentados... Encima por lo menos si conversan y explican cómo se formó la Orden, la historia todo, pero a veces te dejan meditando pensando en el altísimo.

-¿Pero tú has estado?

-Sí, pero papá, yo no estoy pensando en el altísimo, estoy pensando que no termine... que termine rápidamente la hora para volver. Y a veces me vengo antes caminando aunque sean las diez de la noche. Ustedes llegan y yo me calenté la comida y ya comí y me fui a mi habitación. Papá, tengo otros amigos, sus padres son comerciantes, sus padres son plomeros, son pintores.

-¿Y no son creyentes?

-No sé papá, yo no les pregunto por qué no hablo de eso, hablamos de repente de chicas o si el fin de semana a donde vamos a escuchar música, no estamos todo el tiempo y dale y dale y dale con la Orden del Rombo, todavía soy un chico, yo quiero vivir mi juventud, yo quiero vivir, me siento ahogado.

-Esa es la decepción de tu madre.

-¿Por qué no me lo dice ella?

-Porque habla y se pone a llorar.

-Finge, es una artista. Con eso me quiere trabajar la consciencia. "Que mal hijo, hace llorar a la madre".

-Y es cierto, y lo haces.

-¿Puedo quedarme hoy, puedo quedarme hoy? Mañana es el último día hábil de la semana, mañana voy, me quedo, voy directamente con ustedes si hay que ayudar en algo. ¿Pero me dejan hoy acá? Pongámosle que quiero salir, ustedes salen a las diez, llegan aquí a las diez y diez de la noche. Cualquier cosa, si hay un teléfono público los llamo. Si no, más de las once y media, doce no voy a tardar, quiero respirar aire, no quiero que estén encima.

 

Y se fueron. Tengo apenas dieciséis años, yo quedé agotadísimo, me duele el pecho cada vez que papá me habla. Lo que más me molesta, que habla por el nombre y el apellido, ¡Carlos Martino! ¡Carlos Martino! Hijo, ni siquiera Carlos, hijo. Tampoco me pregunta "¿Puedes hacer esto, puedes hacer?: "Tienes que". ¿Pero qué vivo en un estado de totalitarismo? El me dice al revés, "A ti porque te gusta la anarquía". Yo ni sé lo que es la anarquía, yo sé lo que es una música, el actor de moda, la mejor cantante. No me gusta estudiar historia, sé un montón de cosas por ellos. ¡Pero si la casa está llena de esos libros que me tienen hastiado! Estoy harto.

Dejé la radio portátil, le tenía que poner pilas nuevas, ya casi no tenía pilas. Me di una ducha con agua tibia, me cambié, me puse las deportivas nuevas y salí.

Me encontré con Eduardo y Alfredo, hermanos. Eduardo tez blanca, cabello oscuro. Alfredo rubio (Yo digo ¿Pero ustedes de verdad son hermanos?), ojos celestes, Eduardo ojos como amaromados verdosos. Dos años de diferencia se llevarían Alfredo y Eduardo, diecisiete y quince, pero podía hablar de cualquier tema.

 

En frente de casa vivía Silvia, Eliana. A la vuelta Marisa, la hija de la dueña del hotel. Eliana de pequeña había tenido un problema y cojeaba, pero era tan bonita, era tan bonita... Y después estaba el edificio alto, de departamentos, frente a donde estaba la telefónica. Había una chica al fondo, una gordita, pero muy muy atractiva, muy linda. Y en el segundo piso del segundo cuerpo eran, no ateos pero es como que no profesaban lo de la Orden del Rombo, es como que tuvieran una religión rara pero la escondían.

Una vez me invitó a la casa y los veía como rezando, pero de manera rara, como... como agachados, como inclinándose.

Yo digo:

-¿Qué es esto?

-No, nada. Salgamos, salgamos.

 

Y me hablaba ella, me decía que sentía como que yo era más que amigo.

Dice:

-La verdad, Carlos, es como que te tengo un aprecio muy grande, si no fuera tan tímida te tomaría del brazo. -Yo podía aprovechar para besarla en ese momento, pero me gustaba... me gustaba Eliana.

 

Me gustaba Marisa también. Silvia no. Silvia tenía un hermano que no, no, no se juntaba con nosotros, tenían un poco más de dinero y es como que se creían que eran mejores que nosotros. No, no. Marisa era como si fuera una bailarina exótica, un cuerpito..., tenía dieciséis años pero... cabello negro, azabache, un cuerpo... Pero cuanto más me gustaba es cuanto menos me animaba yo.

 

Y Eliana. Eliana le gustaba otro muchacho más grande, uno que ya tenía dieciocho. Me hablaba y todo.

Entonces una noche salgo a pasear con la del departamento. Le digo:

-Hace años que nos vemos y que conversamos.

-Sabes casi todo de mí.

-Ni siquiera sé tu nombre.

-Isabel.

 

Bueno, fuimos a tomar algo en el segundo cuerpo. Es un pasillo como de treinta metros para ir a una escalera de tres pisos. Segundo cuerpo escalera de tres pisos, ella vivía en el segundo. Claro, y el automático se corta, hay que pulsar el botón para que se encienda el automático y a los dos minutos se corta. Y claro, agarré en la oscuridad y la besé. -Y digo bueno, que espere Eliana, que espere Marisa, es lo que tengo en ese momento-. Se sorprendió, pero me correspondió. ¡Je! Es cómico pero me sentí intimidado porque me abrazaba y me acariciaba, me acariciaba la espalda y me acariciaba más abajo de la espalda. ¿Entonces qué hice?, si ella puede yo puedo. Entonces le acaricié el cuello, le acaricié la espalda y más abajo de la espalda. Tenía una falda, una falda ancha, como se usaban en esa época. Pongo la mano por debajo de la falda y toco. Primero que pegó un respingo y después se apretó más contra mí. Claro, yo quise bajarle las prendas interiores.

Y me dijo:

-Yo nunca lo hice. Aparte, puede bajar un vecino, prende el automático y...

 

En la mitad del pasillo, entre el primero y segundo cuerpo había un sótano, pero ahí está cerrado con llave, pero atrás había un cuartito de enseres, que había escobas, escobillones, baldes, pero era largo.

Le digo:

-Vamos aquí. -Tenía un interruptor y había una luz muy pequeña. Mejor, apenas se veía.

Me dice:

-Pero yo no quiero hacerlo así.

Le digo:

-Lo que pasa que estoy con ganas. Aunque sea déjame apretarte, pero no, no sirve eso.

 

Bueno, me da como vergüenza relatarlo, ¿no?, pero es como que la puse de espaldas contra mí, le besé el cuello, le bajé la prenda íntima, yo también, y es como que me apreté contra ella, solamente rozando, hasta que en un momento dado no pude contenerme más y hubo como una explosión y es como que me descargué. No se molestó pero me hizo preguntas que yo no sabía cómo responderle.

-Estoy como mojada -me dijo. No tenía tanta confianza como para explicarle, medio tonto, porque nos besamos, nos tocamos y sentía como que no tenía confianza, es... Me dio un beso y se fue corriendo para la casa-. Mañana hablamos -me dijo.

-¿Se abre de adentro?

-Sí, de adentro se puede abrir, con el picaporte.

-¡Ah! No sea que me quede encerrado.

 

Y cuando iba por la calle para casa me dolía el pecho mucho, mucho, porque pensaba en papá, en mamá, en la Orden del Rombo. No me sentía libre, me sentía libre los fines de semana cuando estaba con Alfredo, con Eduardo.

Una tarde me choqué con Marisa. Me preguntó:

-¿Dónde van a bailar?

-Al centro. Pero vamos temprano, hay un hombre enorme que debe medir como dos metros que te pide documentos.

-¡Ah! Es cierto que ustedes son bebés.

-Habló la adulta -le dije-. En realidad pareces adulta, tienes un cuerpito de bailarina.

-Y eso que no me viste practicar en casa.

-¿Cómo?

-Claro, me pongo como una especie de malla de dos piezas y hago como un baile de contorsiones.

-¿Tu mamá no te dice nada?

-No, no, ella cuando era chica le encantaba ese tipo de baile raro. Aparte, como tenemos el hotel tenemos dos habitaciones. Y la gente paga mensualmente, no tenemos problema. ¿Por qué, querías venir a verme?

-¿Puedo? -le pregunté.

-Mañana a las cinco de la tarde, y te quedas a cenar.

-Quedamos así, así veo tu cuerpo. ¡Ay!, pero hay un problema, ¿has pasado alguna vez por una rosticería?

-Mil veces -me dijo Marisa.

-¿Y has visto el pollo dando vueltas, no tienes ganas de comerlo?

-¿Qué tiene que ver con el baile?

-Bueno, por ahí te veo bailando con ese cuerpito tan lindo que tienes y uno tiene ganas de... de poner mano ahí.

-No te pases de vivo, ¿eh? No te pases de listo, Carlos.

-Fue un chiste.

-Pero ganas tienes.

-¿Está mal que tenga ganas? Soy un varón, me gustas. ¿Está mal que tenga ganas?

-No, no está mal, pero tanqui, ¿eh? -Y quedamos para el día siguiente.

 

Esa noche dormí tranquilamente, es como que se me pasaba el dolor de pecho.

Al mediodía padre me dice:

-Carlos, acuérdate lo que me prometiste, hoy vienes al templo. -¡Ay! me quería morir, me quería morir-. ¿Por qué pones esa cara, Carlos Martino?

-Hay una chica a la vuelta que me invitó a la casa.

-Quedaste con nosotros, lo primero que tienes que hacer es cumplir con tu palabra. La llamas por teléfono y le dices que vas en la semana. Si quieres le hablo yo.

-No no no, son mis amigos.

Por suerte tenía el número y la llamé:

-Hola, habla Martino. ¿Está Marisa?

-¿Carlos?

-Sí, soy Carlos Martino.

-Soy la mamá, ahora te paso.

-¿A qué hora vienes?

-Te cuento una historia muy breve, muy pequeñita. Mis papás son directivos de la Orden del Rombo...

-Lo sabe todo el barrio.

-Claro. Ayer estaba con la radio portátil y a toda costa me querían llevar y para sacármelos de encima les prometí que iba a ir hoy.

-O sea, que prefieres ir al templo que verme a mí.

-No, no. No prefiero ir al templo, odio el templo, odio la Orden del Rombo, odio la gente que va ahí y se queda como estúpida, odio la religión, pero hay que aguantar a mi padre y a mi madre, no son como tu mamá que la escuché por el teléfono y parece recontra amable.

-¿Entonces no vas a venir?

-¿Me das una oportunidad de verte el lunes o martes?, ¿me das una posibilidad, por favor? No te enojes, yo no busco excusas.

-Hablamos en la semana.

-¿Y por qué no quedamos ya?

-Hablamos en la semana. -Y cortó. Colgué el teléfono y estaba con un dolor de pecho que me desmayaba, no podía ni respirar de la angustia que tenía, no podía ni respirar.

 

Esa es mi vida. No, no voy a contar más nada por ahora.