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Psicoauditación - Dámaris F.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 08/04/2021


Sesión 08/04/2021
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Dámaris F.

La entidad relata una vida en Gaela, en tiempos de la Orden del Rombo. Era muy buena nadadora, y llevaba a cuestas engramas producidos por un accidente. Más adelante encontraría gente que la ayudaría, cambiándole la vida.

 

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Entidad: Muchísimas veces lo he lamentado por mi 10% encarnado en distintas vidas, uno como thetán arrastra infinidad de engramas, también roles del ego que no le permiten llegar a un plano maestro.

 

Mi nombre como thetán es Dela-El plano 3 subnivel 9. Diríais vosotros a las puertas del plano maestro. Pero claro, los roles del ego pesan y los engramas "castigan" siempre. A mis roles encarnados en las distintas vidas, incluso a la actual, como Dámaris.

 

Mi primera encarnación seguramente es la que me dejó marcada. Fue en Gaela. Me llamaba Adrienne Corín. Vivía en Amarís, mi madre y mi padre me trataban medianamente bien pero eran fanáticos de la orden religiosa la Orden del Rombo.

 

De chica me mandaron a una escuela religiosa perteneciente a la Orden del Rombo. Era una tortura cómo te intentaban lavar la mente, de que toda aquella persona que se aleje de la Orden del Rombo no tendrá perdón de Dios, no tendrá perdón del propio Axxón. Las veces que de adolescente me he planteado Axxón jamás hubiera aprobado la Orden del Rombo. Jamás.

 

Los estudios no me desagradaban: matemáticas, historia, geografía. Me molestaba la parte religiosa, obviamente. Pero por sobre todas las cosas me encantaban los deportes, me encantaba la gimnasia. Era esbelta, podía hacer distintos tipo de gimnasia, en pruebas de resistencia en carrera siempre me quedaba con bastante aire en los pulmones, no ganaba pero estaba entre las diez primeras, en carrera corta de velocidad trataba de no extenuarme y que no se me desgarre la ingle, entonces prefería estar en las primera filas aunque nunca ganara.

La natación era mi pasión, tenía diez años y nadaba en cualquier estilo, era, como diríais vosotros en Sol III, como pez en el agua. Mi entrenadora, una mujer joven de veinte años era muy buena en natación, pero muchas veces me di cuenta con mi corta edad de que yo no le caía bien. Se lo comenté a mis padres, principalmente a mamá.

Le decía:

-Me da la impresión de que la entrenadora me tiene celos.

-Adrienne, cómo te van a tener celos. Eres una niña, ella es una mujer. Tú estás para aprender. ¡Ay! ¡Qué va a decir Axxón, qué va a decir Axxón que pienses así de tu entrenadora!

 

Y dale con Axxón. Axxón no tenía nada que ver en todo esto, Dios tampoco. Tenían la mente tan atrofiada con esa religión. ¿Si me preguntáis si yo era creyente?, yo era creyente del amor, del Creador no porque ser creyente es tener fe y yo sabía que había un Creador, estaba más allá de una creencia, es como si me dijeran "¿Tú crees en el árbol?, ¿tú crees en los bosques? ¡Pero si los veo! Pero a Dios no, no preciso verlo, ¡je, je, je!

 

El goce que representaba para mí la natación resultó una agonía, una agonía tremenda. Me daba pruebas difíciles, me hacía saltar del trampolín más alto. No me molestaba, no tenía ese vértigo aunque me tirara de diez metros de altura, podía hacer incluso piruetas en el aire y mi entrada en el agua era firme, no chapoteaba.

Recuerdo que me quedé para el último turno de natación, mis compañeritas se habían ido. Yo ya tenía once años.

-Ven -me dijo la entrenadora. Cogió una cuerda y me ató las manos.

-¿Qué hace?

-A ver si sabes tanto.

 

Y me empujó a la pileta y caí, caí de espaldas me desorienté abajo del agua. Pero estar con las muñecas atadas no me impedía nadar, podía nadar perfectamente, hasta incluso me sostenía en el agua con los pies y trataba de ir debajo del agua, el tener las manos atadas no me impedía llegar al borde y respirar, pero no podía treparme para subir, mis manos se agarrotaban y volvía otra vez al agua.

Me asomaba a la superficie y vi que la entrenadora ya no estaba, me di vuelta para el otro lado y vi que estaba en la otra orilla. Me acerqué porque allí estaba la escalerilla: con su pie empujó mi cabeza para que no llegue a la escalerilla. La tomé del otro tobillo y tiré con mis manos atadas: Se resbaló en el borde mojado y cayó. Podía haber golpeado con la cadera pero es como que hubiera pasado de largo su cuerpo y dio con la nuca en el borde y cayó al agua. Se tiñó de sangre el agua. ¿Cómo iba a intentar salvarla si no podía ni siquiera nadar yo?, las veces que asomaba había tragado agua.

-¡Socorro!

 

Después me enteré de que había pasado más de treinta minutos en el agua. Tragué bastante agua, estaba a punto de desvanecerme cuando un compañero que se había olvidado su bolso nos vio. Me sacó primero a mí y como pudo me sacó la soga de las muñecas atadas. Yo prácticamente casi había perdido el sentido, por las dudas me hizo resucitación cardiopulmonar apretando mi pecho una, dos, tres, cuatro echando aire en mi boca, y vomité agua. Él tenía catorce años.

-¿Qué pasó Adrienne? -le dije la verdad.

-La entrenadora me ató las muñecas.

-¿Con qué fin lo hizo?

-No sé, habrá pensado que si yo era tan buena a ver si podía nadar con las muñecas atadas.

-No, no, no, eso lo hizo a propósito. ¿Pero qué le pasó después?

-Supongo que me habrá querido sacar viendo que yo estaba para ahogarme y se resbaló en el borde mojado y se golpeó en la nuca.

 

Tocó un timbre de alarma, vinieron gente de seguridad. Tendrían que haber venido antes, yo estaba molesta. La entrenadora estaba muerta.

Ahora entre nosotros: ¿Yo la había matado o en mi desesperación por salir, porque apoyaba uno de sus pies en mi cabeza para que no coja la escalerilla, me aferré a sus tobillos y tiré? Mi conciencia estaba tranquila. Omití que me aferré a sus tobillos. En el parte quedó como que se resbaló. Pero no tuvo una buena mención como entrenadora porque no oculté que me ató y me lanzó al agua.

A la semana cambiaron de entrenadora y volvieron otra vez las actividades. Seguí haciendo la gimnasia, la carrera de cien metros, carrera con obstáculos, carrera de resistencia en el campus. Pero cada vez que me acercaba a la pileta temblaba, me agarraba un temblor, un vahído, un mareo tan grande que tenía que alejarme pasos atrás y sentarme en uno de los bancos, porque si no caía desmayada directamente en la pileta.

 

Nunca más quise acercarme al agua, no os burléis, pero en casa me bañaba con la ducha, cogía el duchador de mano.

Había una tina. Madre me decía:

-Te la lleno.

-¡No, no, no! -Nunca más quise estar sumergida en el agua, ni siquiera en una tina para bañarme, cogía el duchador de mano. Y eso lo soportaba.

 

Odiaba la escuela religiosa de la Orden del Rombo. Cuando fui mayor, ¿pensáis que me dolió separarme de mis padres? Para nada, para nada. En los años setenta todavía no existían los móviles, nos podíamos comunicar por teléfono de línea.

 

Trabajé unos meses en una fábrica de autopartes. Sabía armar partes, aprendía rápido y con el dinero que gané me pude comprar un pasaje para Plena, en el nuevo continente. Y me marché de Amarís. En Plena era una extraña, en Plena era alguien desconocida, sin amigos, sin nadie.

 

Yo no creo en las casualidades, yo creo en las causalidades, no en las casualidades. Recuerdo que un día se largó una tremenda tormenta y yo estaba en una pensión de tercera categoría, con la plata que me quedaba buscando trabajo. Y salí a la calle y estaba completamente empapada, era tan fuerte la lluvia que me ahogaba, sentía que no podía respirar me acordaba de la pileta de la escuela religiosa de Amarís. Me puse a llorar en el medio de la acera, a llorar desconsoladamente. Y veía que pasaba gente y para ellos yo era invisible. Hasta que paró un coche, un coche muy grande, lujoso, de color negro.

Bajó un joven:

-¡Te estás mojando! ¿Vas a algún lado? -Negué con la cabeza-. ¿Quieres que te alcance a algún lugar? -Negué con la cabeza-. ¡Pero te estás mojando! ¿Cómo te llamas?

-Adrienne.

-Ven -Era un desconocido-, no tengas temor. Mi nombre es Jorge Clayton, ayudo a mucha gente, por favor no tengas temor de mí. -El instinto me dijo que era una persona confiable y subí a su lujoso coche. Me senté tiritando, me envolvió con una frazada que tenía en el baúl. Tiritaba-. ¿Tienes otro cambio de ropa?

Negué con la cabeza:

-Vine con lo justo, de Amarís.

-¡Vaya! ¿Tienes trabajo?

-No. -Paramos en una tienda, en una enorme tienda de varios pisos.

-Ven.

-¿Para qué?

-Te cambiarás de ropa.

-Pero sale una fortuna la ropa, no... ¿Con qué fin hace esto?

-No pienses mal, por favor. Amo a mi novia, Ana María, con la cual me estoy por casar. No pienses mal. -Entré con él tiritando, mojada. Todos lo saludaban.

-¿Cómo te conocen?

-Porque ayudé al dueño de la tienda. -Lo miré sorprendida.

-¿Ayudarlo, cómo?

-La tienda estaba mal dirigida, estaba a punto de quebrar. Lo ayudé con dinero y le dije que tenía que cambiar el método para comercializar sus productos. -Tenían todo tipo de ropa y calzado, y del otro lado incluso cosméticos, de todo, incluso ropa deportiva para hombre también. Me presentó a una señora que era la encargada-. Dele dos mudas de lo que quiera, la joven se llama Adrienne. No me has dicho tu apellido.

-Corín -le dije.

-Atiéndala. -La encargada le obedeció como si él fuera un directivo.

 

A mí no me gustaba la ropa lujosa pero me compré ropa de buen gusto. ¿Me compré? ¡Je, je, je! Me compró el señor, o joven, Clayton.

-¿La ropa vieja?

-Déjala, para los pobres.

-¡Como si yo fuera rica! -le dije irónicamente.

-¿Qué trabajo hacías allí, en Amarís?

-El único trabajo que hice cuando salí de la escuela fue en una fábrica de autopartes.

-¿Entiendes algo de ordenadores?

-¿Ordenadores?

-Sí.

-Vi en algunas películas unos ordenadores enormes.

-No, ordenadores portátiles.

-Los he visto, pero en alguna revista.

-Bueno, hay unas partes llamadas gabinetes. Tengo un amigo que es dueño de una empresa que hace ordenadores portátiles y justamente precisaba personas que armen gabinetes. -Me encogí de hombros.

-Pero ¿quién eres tú?

-Alguien que ayuda.

-¿Y qué esperas a cambio?

-¿Mi recompensa, preguntas?

-Sí.

-Mi recompensa es la satisfacción de dar una mano, de ayudar.

-Vaya, debe ser muy religioso, de la Orden del Rombo. -El joven sonrió.

-Todo lo contrario, Adrienne, nada que ver con la Orden del Rombo. Amo la figura de Axxón pero no soporto la religión. ¿Y tú?

-¡Je, je! ¿Por qué te piensas que me fui de Amarís y dejé a mis padres? Porque eran fanáticos religiosos.

-Eres inteligente.

 

Me presentó a un joven carismático, agradable, que me dijo:

-Yo estoy a cargo de todo esto.

-¿Eres el jefe?

-No, soy el líder.

-¿Cuál es la diferencia? -pregunté.

Me dijo:

-Somos un equipo. Obviamente que tomo las iniciativas, pero acepto con gusto iniciativas de los demás.

Clayton le dijo al joven:

-Hernán, esta joven ha pasado por mucho, la encontré en una acera empapada por la lluvia. Trabajaba en autopartes, pienso que te será útil con los gabinetes. -Hernán me probó y lo que el primer día me resultó un poco complicado lo fui aceptando y después me resultaba más fácil. Y trataba de hacer mérito y me apuraba.

El propio Hernán, el líder, me dijo:

-No te desvivas, trabaja a tu ritmo, tranquila, aquí no compites contra nadie. Trabaja tranquila, no necesitas mostrarme que puedes hacerlo y tratar de quedar bien, queda bien contigo primero, con tu interior.

-¿Cómo hablas así?

-Eso me lo enseñó la persona que nos presentó, Jorge Clayton. Todo empieza por uno.

-Me da vergüenza, pero necesito preguntar cuánto ganaré.

-Mira, todos los que trabajamos aquí, Jorge Clayton nos ha conseguido un lugar donde vivir. ¿Tú dónde estabas?

-En una pensión. -Y le di la calle.

-No, no, no. Si tienes alguna maleta o alguna prenda más ve a buscarla, y te mudarás a un lugar mucho más cerca de aquí.

 

Cuando vi el departamento no lo podía creer, era un departamento pequeño de un ambiente pero muy muy cómodo, un biombo dividía la parte del comedor-cocina del dormitorio privado.

-Nadie tiene juego de llaves, nada más que tú.

-¿Y cómo lo pago?

-Con un porcentaje mínimo del trabajo que hagas. -No lo podía creer, vine descorazonada, no conocía a nadie, al cabo de un mes tenía infinidad de amigos.

 

Recuerdo que cuando llegó el verano había un club que tenía pileta, y les dije:

-Disculpadme si me quedo en el bar o en una reposera, pero al agua no puedo entrar. -Le conté a Clayton, a su prometida Ana María, a Hernán y a otros amigos lo que me había pasado, lo que me habían hecho. Omití decirles que fui prácticamente responsable de lo que le pasó a la entrenadora que me amarró las muñecas.

 

Una vez me quebré llorando y al único que se lo conté es a Jorge Clayton.

-¿Qué edad tenías?

-Once.

-No cometas la tontería de culparte. No cometas la tontería de culparte, no has hecho nada, aquí la mala persona fue tu exentrenadora. Y no voy a decir que en paz descanse porque no es lo que pienso. Y como Dios sabe mis pensamientos, no voy a ser hipócrita ni con él ni contigo -exclamó Clayton-. Nadie te va a forzar a hacer lo que no quieras, pero el día de mañana tendrías que ir a un analista y tratarte ese pánico que tienes por el agua, porque eres una buena nadadora por lo que tú me has contado. Nadie se olvida de nadar como no te olvidas de andar en bicicleta. Nadie va a volver a intentar lastimarte en el agua.

-Mi mente lo razona -le respondí-, mi mente lo entiende, soy una persona analítica, pero hay otra parte en mí, una parte emotiva que por instinto, solamente con pensar en entrar al agua ya se me erizan los vellos de la piel de los brazos.

-Tranquila, Adrienne, tranquila, disfruta del club y nadie nadie te va a obligar a que vayas al agua. Aquí son buenos amigos, tampoco nadie se va a burlar de ti si no entras al agua. Y esto que me has contado queda entre nosotros. Eres una buena persona y me ha dicho Hernán que trabajas bien.

-No tengo como agradecerte. De esa pensión húmeda a estar en ese apartamento chiquito... pero es como un lugar de pertenencia tan lindo, siento como que es un sueño.

-No, no es un sueño, como tampoco lo son tus amigos.

-¿Se aprecian todos?

-Algo mejor -dijo Clayton-, nos respetamos, porque todo pasa por el respeto. -Sonrió y me dice-: Pídete lo que quieras en el bar.

Asentí con la cabeza y le dije:

-Gracias. -Sonrió nuevamente. Y se acercó a una joven tan hermosa...

Se acercó de nuevo y me dijo:

-Ella es Ana María.

-Es muy bella.

-Lo sé, me conquistó al segundo de conocerla. -Se acercó, me abrazó y me dio un beso en la mejilla.

-Bienvenida a Plena y bienvenida a nuestro grupo. Ya no es nuestro grupo, es tú grupo también.

-Gracias, Ana María.

 

Todavía tenía mucho trabajo por delante con mi parte emocional, pero había avanzado un pequeño pasito, pequeño, pero era un avance al fin.

 

Gracias por escucharme.