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Psicoauditación - Edgar Martínez

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

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Sesión del 16/02/2016 Aldebarán IV, Aranet

Sesión del 18/02/2016 Aldebarán IV, Aranet

Sesión del 01/04/2016 Aldebarán IV, Aranet

Sesión del 17/05/2016 Aldebarán IV, Aranet

Sesión del 10/06/2016 Aldebarán IV, Aranet

Sesión del 23/06/2016 Aldebarán IV, Aranet

Sesión del 13/07/2016 Aldebarán IV, Aranet

Sesión del 08/09/2016 Aldebarán IV, Aranet

Sesión del 06/10/2016 Sol III, Björn

Sesión del 31/10/2016 Sol III, Björn

Sesión del 07/11/2016 Sol III, Björn

Sesión del 23/11/2016 Sol III, Björn

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Sesión 16/02/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

En Umbro, tiempo atrás perdió a un amigo fiel. Ahora, en una refriega con unos asaltantes de poblados encontró alguien que le ayudó, había sintonía. Siguieron juntos el camino, había un entendimiento. Con él pudo llenar el vacío de aquel amigo que había perdido.

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Entidad: A veces es como que tenía pensamientos opuestos, quizá no era muy amigable con las personas pero era leal, honesto, no sé si justiciero pero defendía al débil a menos que no tuviera razón. No era sensible porque podía ser atacado por una horda de bandidos y atravesarles el pecho a uno por uno con mi espada o cogerlo del cuello con mi mano y lanzarlo a varias líneas de distancia. No, no era sensible, quizá mi debilidad eran los animales.

 

Desde que había perdido a Guilmo es como que había perdido un compañero, no puedo decir que un guilmo era una amistad pero era tan leal como el mejor de los hombres.

 

El pensar en vivencias del pasado no me quitaba el alerta, mis oídos seguían aún prestos. A la distancia escuchaba una mezcla de gruñidos, aullidos, ladridos.

Por el volumen del sonido parecía un guilmo pero me asomé a unas rocas y a cerca de cien líneas de distancia vi un canino impresionante, cuatro veces el tamaño de Guilmo. Tres hombres lo llevaban sujetos del cuello con cuerdas tirantes, seguramente era para venderlo a buen precio a un gobernante de la zona, pero se arriesgaban demasiado. Nunca había visto un animal así pero era un guizmante, similar al guilmo pero mucho más grande.

 

Cuentan los ancianos que estaba extinto, que era un bicho del pasado de Umbro pero veo que no, sigue vivo. Y pasó lo que tenía que pasar, el guizmante fue tanteando cuál hombre era el más débil, el que estaba a su derecha. Entonces tiró hacia su izquierda y le cercenó el cuello al hombre más próximo, luego al de su derecha, finalmente al de atrás. Mordió sus ataduras y olfateó. Primero pensé que me había olfateado a mí, quizá sí pero había otra presa, había un pequeño cachorro de felino blanco separado de su familia, quizá porque los hombres habían matado a sus padres. Me di cuenta de que era un felino enorme porque de cachorro apenas era un poco más pequeño que Guilmo pero para guizmante era una presa fácil así que sí, empuñé mi espada y me acerqué, me interpuse entre el cachorro de felino y el guizmante. El enorme canino estaba acostumbrado a que todos le tuvieran temor. Se acercó a mí, prácticamente rostro con rostro, la saliva le caía por sus fauces. No se apresuraba, con un tarascón, me arrancaría la cabeza. Pero pude percibir en sus ojos que estaba desconcertado, su presa no huía, o sea, yo.

En un instante clavé mi espada debajo del hocico, la punta salió por su cerebro.

No es que el guizmante fuera tonto, simplemente todos huían y eso lo desconcertó, esos segundos fueron su muerte.

 

Limpié mi espada en la piel del animal muerto y me acerqué al cachorro de felino, vi que tenía unas protuberancias en su frente. Elevé mi pensamiento a aquel que está más allá de las estrellas, si bien nunca había visto a un guizmante menos había visto a un koreón. El koreón era un animal similar a vuestros leones terrestres, obviamente una vez y media más grandes, de color blanco, y cuando eran adultos tenían dos cuernos que asomaban de su frente. Lo dejé que me olfateara, lanzó una especie de gruñido, o maullido, y se abalanzó contra mí. Luchamos en la tierra pero no fue una lucha de verdad -era un juego similar a los que solía hacer con el querido Guilmo-, me mordía los brazos pero sin apretar, le rodeaba mis manos el cuello pero sin apretar hasta que lo puse de espaldas y lo inmovilicé. Puse mi rodilla izquierda en su vientre, por encima de sus patas traseras, porque seguramente jugando -o no- me hubiera podido rasgar parte de mi cuerpo, aún jugando. Lo inmovilicé por completo y le dije "¡Ya está!". Trataba de morderme, movía su cola. "¡Ya está!", por segunda vez hasta que finalmente se quedó quieto. Me miró, lo miré. Aflojé despacito la rodilla, luego mis manos. Se paró, me paré. Empecé a caminar. Miré hacia atrás y el cachorro de koreón me seguía. ¿Había ganado un nuevo amigo? No lo sé. Se paró, volvió hacia el guizmante, le abrió su vientre con sus garras y empezó a alimentarse. Prendí una pequeña fogata, corté con mi cuchillo parte de la carne del guizmante y también comí. Llegamos a un arroyo, en el arroyo cargué mi cantimplora, bebí bastante. El cachorro de koreón también bebió. Y seguimos.

 

Pasaron muchos amaneceres, el koreón seguía creciendo, sus cuernos ya asomaban, era bastante más grande de cuando lo rescaté del guizmante. Había aprendido a obedecerme. A mí no me interesaba el rol de amo, tampoco de dueño, el animal era libre, me seguía por su voluntad pero si me seguía, debía obedecerme. "Quédate aquí", le señalaba con una mano. Cuando no tenía para comer ponía mis dos manos en alto: "No tengo", y se sentaba.

 

Fui hasta el poblado cercano a cargar provisiones, cuando volví el koreón no estaba donde lo había dejado. Un pequeño gruñido a mi izquierda. Levanté la vista hacia los árboles, estaba allí. Evidentemente era inteligente, trataba de no ser presa de ningún cazador furtivo. Si bien era el felino más grande de Umbro podía ser presa de cualquier flecha. Cacé varios pequeños roedores se los di para que coma, yo había comprado legumbres, hortalizas y las comí con un poco de carne seca. Seguí rumbo con Koreón.

 

Como dije al comienzo, hay animales que son leales, hay otros que no, como el hombre. Supongo que Koreón me seguía porque tenía afinidad conmigo y era el único ser vivo que se había mostrado leal con él, en ese sentido yo esperaba reciprocidad.

Al día siguiente me lo demostró. A poco tiempo de haber amanecido, cinco hombres alejados de una horda que había asolado una aldea asaltaban viajeros. Si bien yo tenía un oído fino Koreón lo tenía igual multiplicado por diez o más, ya se había escondido pero no por temor. Cuando los hombres se acercaron, desmontaron de su hoyuman con hachas, manguales y uno portando una espada, eran cinco.

Nunca tuve temor, era lo bastante rápido con mi espada. Me cargaría unos cuantos y si tenía que morir, moriría. No dejé ni que hablaran, le corté el cuello al primero, atravesé el pecho del segundo, frené con mi espada el mangual del tercero, me tropecé con una piedra y con el mangual me arrebató la espada. De atrás saltó Koreón, con sus garras le abrió el cuerpo, literalmente, de dos de ellos. El del mangual titubeó, le incrusté mi puño en su rostro y le hundí el cráneo, tal era mi fuerza. Los cinco asaltantes estaban muertos.

 

Koreón se prestaba a comer a alguno, le señalé con las dos manos "No, hombres no". Entendió mi gesto y se abstuvo. Cacé un roedor y se lo lancé. Apenas lo masticó, lo tragó directamente pero entendió el límite. Podía comer todo tipo de animales excepto humanos. Ahora sí, me di cuenta de que Koreón era leal, absolutamente leal, pero esto no había terminado.

 

Gracias por escucharme. Les habló Ador-El, en el rol de Aranet.

 

 

 


 

Sesión 18/02/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

En su deambular de pueblo en pueblo en Umbro, aunque viajaba con un amigo se sentía solo. La compañía humana no le proporcionaba aliciente. Tampoco la soledad. Prefería su voz interior y ver las estrellas de noche...

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Entidad: No creo que existe la persona solitaria, entiendo más bien que debe haber una evaluación entre disfrutar del silencio o de una conversación amena. Cuando sabes que no todos pueden darte una grata conversación es preferible disfrutar del sonido del viento, recostarse por la noche a ver las estrellas, pero no me gusta catalogar como solitario a aquel que prefiere su propio interior a una charla vana, a una conversación que queda en la superficie. Y no siempre disfrutar de una compañía es conversar.

 

Hacía muchísimos amaneceres, había perdido la cuenta, que disfrutaba de la compañía de Koreón. Ya no era un cachorro, era un felino gigante al que le habían crecido los cuernos, pesaba cuatro veces más que yo y yo era bastante pesado por mi altura y mi musculatura. Koreón no era como Guilmo, no jugaba ahora que había crecido, sí se dejaba montar. Al comienzo es como que no quería entrar con él a distintos poblados porque aún no sabía su reacción, le había enseñado de pequeño a que podía comer carne de roedores o de venables, parecido al venado terrestre, le prohibí comer carne humana y muchas veces habíamos luchado contra asaltantes de los caminos.

 

Finalmente entramos a un poblado en pleno día. Koreón no reaccionaba ante la gente que salía corriendo pues muy pocos habían visto semejante animal tan de cerca y menos que un hombre lo montara. No lo amarré a un madero como si fuera un hoyuman, directamente me puse enfrente suyo y le dije "espérame", haciéndole un gesto con mi mano derecha. Compré unos víveres en el almacén general. Cuando salgo veo que un pequeño se acerca, inconsciente, ingenuo pero no tenía temor del gigante felino. Koreón lo primero que hizo fue mirarme. Le hago un gesto con las dos manos, similar al gesto de cuando no tengo comida, diciéndole "calma". El niño se acercó hasta Koreón y le tocó el lomo, le acarició el rostro. Koreón movió su cola, nervioso, pero se dejaba tocar. Lo olfateó, al niño, y sonreí cuando le tiró un lengüetazo en el rostro. El niño se secó la cara instintivamente y se alejó.

Pero estaba alerta, era la primera vez que un humano no peligroso, aparte de mí, se acercaba a Koreón. Una mujer salió corriendo de una de las casas, agarró al niño, lo alzó y corrió. Supongo que en el camino lo retaría.

Monté a Koreón y despacio salimos del poblado. Lo acaricié y le dije "Muy bien, muy bien".

 

Entiendo que cada animal tiene su instinto, un hoyuman es herbívoro, un koreón es omnívoro porque come animales más pequeños y también come plantas, pero es su genética, como decís vosotros en Sol III, es distinta, su instinto es distinto. Y claro, en la cadena alimenticia estaba prácticamente en la cumbre. Era difícil encontrar otro animal, salvo los dracons, que se enfrente a un koreón, seguramente un dracon con su aliento candente podría vencerlo, pero no dudéis que si el koreón le incrustaba en el cuerpo sus cuernos, hay que ver si el dracon salía vivo del encuentro.

 

Uno no se acostumbra a la soledad ni a estar en compañía de un animal, alguna vez en algún poblado me quedaba la noche en la posada y tenía la compañía de alguna mujer pero no me comprometía emocionalmente, no es que fuera frío, amaba la libertad y entendía que el compromiso carecía, justamente, de libertad o por lo menos en esa etapa de mi vida. A veces sí necesitaba ir a alguna taberna, tomar una bebida espumante, intercambiar ideas con algunos parroquianos del lugar pero no es algo que me preocupara demasiado, hay gente que le corroía por dentro el estar en grupos, no era mi... no era mi manera de ser. Creía en la lealtad, en el respeto. No lloraba las muertes, la de gente buena, porque entendía que estaba con aquel que está más allá de las estrellas, y la de la gente mala porque servía para abonar la tierra. ¿Si era pragmático? Seguramente. ¿Si me interesaban las aventuras, las emociones? Depende. Depende el cómo, cuándo, por qué. Hay muchos factores. ¿Que recordaba anécdotas de mi vida? Sí, las ridículas más que nada. Cuando la pequeña joven nos salvó, al otro gran guerrero, Ligor, y a mí, y reconozco que estoy vivo gracias a ella.

 

Pero la vida está compuesta de capítulos, por así llamarlo, capítulos que no tienen un periodo de amaneceres. Hay capítulos cortos, capítulos largos, capítulos interminables. Los disfrutes parecen cortos, las agonías parecen largas. No sabría definirme, no me consideraba un aventurero. ¿Si andaba en la búsqueda? Capaz que muy dentro mío sabía qué era lo que buscaba y qué era lo que quería pero en la superficie de mi persona aún no sabía qué. ¿Por qué me gustaban los animales? Me gustaban los animales inteligentes. Guilmo era inteligente, Koreón es inteligente. No podría decir que un hoyuman fuera inteligente simplemente por el hecho de que pueda ser domesticado. En la zona ecuatorial he visto hoyumans que marcaban el paso con sus patas porque habían sido amaestrados, eso no es ser inteligente. También he visto aves de color verde que repiten palabras humanas y hay gente ingenua que piensa que saben lo que dicen; simplemente repiten. Seguramente habrá un poquito de inteligencia para que su cerebro les permita repetir esas palabras pero no significa que sepan conceptuar, porque no saben conceptuar.

 

Gracias por escucharme.

 

 


 

Sesión 01/04/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

Su amigo se encontraba ante la invasión de su reino pero sin capacidad de defenderlo, se había dormido en los laureles de tanto tiempo de paz. Pero no hacer nada no era una opción: Tomó el mando para salvarle el reino.

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Entidad: Como Ador-El he tenido muchísimas encarnaciones y es más, en cada una de ellas he tenido diversas vivencias. Pero hay algo que es un común denominador; cuando tú sobresales en algo o obtienes un rédito significativo percibes que no todos se acostumbran a ver ese perfil tuyo y cuánto más significativo sea el modo en que logras sobresalir en determinado tema, más percibes el estupor de quienes te rodean.

 

En la vida como Aranet me había acostumbrado a cabalgar en el koreón, un felino de un pelaje muy, muy claro, con enorme melena y cuernos. Era fácil ver tanto a labriegos, como a guerreros, como a soldados cabalgar en hoyumans pero nadie había visto a un hombre cabalgar en un koreón, miraban asombrados con estupor, con miedo. Recuerdo que las primeras veces que llegaba con Koreón a un poblado lo dejaba amarrado, el koreón mordía la cinta de cuero y quedaba libre pero no se movía de allí y me di cuenta de que era un animal inteligente pero que no quería estar sujeto a nada, al igual que yo. Si estaba en un lugar era por libre elección, si estaba con alguien era por libre elección, si estaba en determinado momento en determinado lugar era por libre elección. Y así fue como nuevamente elegí el rumbo de ir a visitar a mi viejo amigo Gualterio.

 

Me fui acercando a su castillo, en la guardia había algunos soldados viejos que ya me reconocieron.

-Es el amigo del rey, dejadle paso.

 

Yo lo seguía llamando Gualterio, él mismo salió a recibirme con una enorme sonrisa pero no mirándome a mí, mirando al koreón.

-Se te saluda, Gualterio.

-Aranet, esta bestia está cada día más grande. ¿Qué come, grómodans? -Lancé una carcajada.

-No, si cazo algún mamífero lo compartimos. Soy el único al que permite tocarlo o acariciarlo mientras come, sus mandíbulas pueden triturar perfectamente la pierna del humano más grande.

-¿Y cómo le llamas al koreón?

Le respondí:

-Koreón.

-Pues, te has esforzado enormemente con el nombre. -Corría en un pequeño patio interior, libre, donde tenía una fuente de agua y estaba a sus anchas.

 

Saludé a Marga y fui directamente al grano.

-Gualterio, tu sonrisa es genuina pero forzada, ¿qué es lo que te incomoda?

En ese momento lo interrumpieron:

-Rey Anan, ha habido noticias del norte.

-Acompáñame -me dijo.

Fui tras ellos. El soldado precedió el camino al rey, a mi amigo Gualterio, quien se juntó con dos consejeros.

-Está conmigo, es mi amigo personal, -aclaró Gualterio.

-¿Se acuerda, Majestad, que usted contaba con la fortaleza vecina?, pensaba instruir a la tropa, como está instruyendo a esta. La fortaleza vecina ha caído.

 

Gualterio se sentó, entre pensativo y desesperado.

-¿Me puedes explicar qué sucede? -Le inquirí.

 

Luego de unos segundos de estar pensativo, levantó su mirada y me dijo:

-Han caído. Han caído varios castillos de la zona. Creo que somos la última resistencia y no somos suficientes. Contábamos con nuestra fortaleza vecina para unirse a nosotros pero se ve que han llegado más rápido de lo que pensábamos. Por la tarde me reuniré con la tropa y veremos los pasos a seguir.

 

Comimos. Ellos comieron unas pequeñas presas de carne y a mí me sirvieron una fuente enorme de guisado que devoré sin usar ningún utensilio. Luego me lavé las manos y la boca en una fuente de agua. Apenas terminamos de comer, un vigía dio la alerta, Gualterio se puso pálido.

-¡Ya están aquí!

 

Fuimos corriendo. El vigía hizo una señal de tranquilidad. Había cientos de hombres que marchaban hacia el castillo.

 

-Ábranles la puerta.

La parte trasera tenía una puerta más pequeña donde entraron los hombres, eran más de trescientos.

El que supuestamente mandaba se acercó a Gualterio:

-Mi rey, hemos podido escapar. Hubo una tremenda matanza y estamos para servirle.

Me acerqué rompiendo el protocolo, lo tomé del cuello y lo sacudí como si fuera un trapo ondeando al viento.

-¿En qué puedes servirnos, cobarde? -Algunos soldados se acercaron y Gualterio hizo un alto con la mano, me dejó actuar-. Son cerca de trescientos, ¿por qué no se quedaron a luchar?

-Porque no tenía sentido, señor.

Lo lancé, cayó a dos líneas en el barro.

 

Les dije a los hombres sobrevivientes de la otra fortaleza que hagan un círculo. Me quedé en el medio y les espeté:

-¿Todos pensáis igual? ¿Que era imposible resistir a esa tropa invasora? -Bajaron la cabeza.

-Alguno que tenga la hombría de responderme. -Un joven levantó la mano.

-Habla.

-Nos superaban diez a uno, señor.

-¿Sabéis lo qué es la honra? ¿Sabéis lo que es la valentía? Os importó más vuestra vida que vuestra dignidad pero ahora podéis demostrar que estoy equivocado. ¿Qué tan buenos sois para luchar? ¿A ver? ¿Quién de vosotros trescientos sois buenos con la espada? Acercaos. Ninguno se movió.

-Acercaos o elegiré yo al que sea. -Se acercaron tres.

-Bien. -Saqué mi espada-. Vamos al centro del círculo. -Los soldados de Gualterio también miraban.

-A ver, contra mí.

-Pero señor, somos tres.

-¡Sois pocos! A ver, contra mí.

 

Eran bastante buenos, bastante, bastante buenos. Traté de no lastimar a ninguno, simplemente los pateé en el trasero y cayeron de boca al barro.

-Levantaos. Así como habéis peleado conmigo, así quiero que los trescientos peleen. Gualterio, ¿estás instruyendo a la tropa?

-Sí, Aranet.

-Bien, vamos a planificar una buena defensa.

 

Esa noche Aranet me sirvió una bebida blanca muy, muy, mucho más que las bebidas espumantes de las posadas, tan fuerte que me raspaba la garganta.

-¡Ah!, esto es vida. La disfrutaba.

-¿Qué más te sucede?

-¿Pero qué?, ¿ahora lees la mente?

-No, veo tu semblante. ¿Qué más te sucede?

-Estoy falto de práctica. Hoy te vi con los tres jóvenes y no has perdido un ápice de tu velocidad, de tus reflejos.

-¿Y tú? -le dije.

-Yo he perdido mi habilidad, tengo sobrepeso.

-Te veo, se nota. -Nunca fui diplomático, me molesta mentir en el rostro de la gente-. Verdaderamente estás hecho un asco. -El edecán se puso pálido al escuchar que alguien le hablaba así a su rey.

Le miré al edecán: -¡Tú, largo de aquí! No, ven, trae un par de bebidas más, de éstas fuertes.

-Señor, yo no estoy para eso.

Toqué el mango de mi espada:

-Trae un par de bebidas. -Lo miró a Gualterio, Gualterio tenía la mirada baja. Dudó dos segundos y se fue a buscar las bebidas. No estaba acostumbrado a ver que alguien le daba órdenes por encima de su rey.

-¿Qué pasó contigo? Te has amansado. Imagínate a Koreón amansado, cualquier otro animal lo mataría.

-Gualterio me respondió:

-Pero es un koreón, lo lleva en su naturaleza. Es como el grómodan, el grómodan es manso, le das hierba, mastica hierba, lo montan en el desierto. Igual que un hoyuman, lo domas y hasta puedes hacerle marcar el paso que desees pero un koreón es un koreón.

-Y un hombre es un hombre. ¿Qué te ha pasado?

-Que nosotros pensamos, Aranet, no actuamos por instinto, pensamos, nos adaptamos.

-No, no nos adaptamos, nos amansamos. Has dejado de practicar por cientos de amaneceres.

-¿Cientos?, te has quedado corto, Aranet.

-¿Qué has hecho?

-Reinar.

-¿Qué es reinar?

-Delegar: Haced aquello, haced lo otro...

-¿Y tú, mientras, qué? Te dedicabas a estar sentado en el trono, a tomar una bebida dulce, anisada, comiendo carnes delicadas y teniendo intimidad con tu esposa de vez en cuando, si es que la sigues teniendo.

 

Gualterio se puso pálido porque no estaba acostumbrado a que le hablaran así. Pero era yo, es como que tenía cierta ascendencia sobre él.

-Recuerdo que te enseñé a pelear con la espada. Recuerdo que una vez me puse mal porque tu soberbia te había vencido y te creías el mejor, y mírate ahora, ¿cómo puedes instruir a la tropa?

-Pero tengo gente que lo hace.

-¡Gente que lo hace! Tú eres la cabeza. Yo no entiendo a los reyes, delegan todo. ¿Tú piensas que tienes el poder? Tú no tienes nada, el poder se tiene con esto -Me toqué el mango de la espada-. Los títulos no sirven de nada. Si esta gente os vence, ¿qué crees que pasará con tu esposa, con tus hijos, con las familias del poblado? Los matarán, violaran a las niñas...

-Pero tú no estás comprometido, puedes irte.

-Si fueras otro que me dijera eso, lo lanzaría al piso de un bofetón pero entiendo tu confusión. No te voy a entrenar, no hay tiempo, pero te voy a hacer reaccionar. Hay que empezar a trabajar. No vamos a dormir -pero me estoy cayendo de sueño con lo que he bebido-, no vamos a dormir y la tropa no va a dormir.

-¿Los vas a hacer practicar toda la noche?, van a estar molidos.

-No, les voy a hablar.

 

Nos reunimos. Había un pequeño cono que hacía de amplificador de mi voz. De un balcón del palacio les hablé a todos, incluidos los trescientos que habían llegado.

-Vuestro coraje, vuestro valor está aquí -Me toqué el corazón-, pero debéis actuar con esto -Me toqué la frente-. En la batalla no se debe ser pasional, se debe ser frío, no luchar con odio, no luchar con pasión, eso les ciega, no les permite pensar. Ahora vamos a trabajar, vamos a cavar zanjas, vamos a armar trincheras con hierbas secas y ese polvo negro que puede hasta explotar. Y los mejores arqueros con flechas incendiarias apuntaréis a esas trincheras en el momento que yo os diga. Cavaréis más cerca otras trincheras con maderos saliendo, maderos en punta que lamentablemente no mataran a los guerreros -tumbaran a sus hoyumans pero es un mal necesario-, los guerreros caerán, no tendrán tiempo de levantar sus escudos. La segunda fila de arqueros disparará contra ellos.

 

Y estuve hasta casi el amanecer dando instrucciones a todos, golpeé mis manos y dije: -¡A la obra! -Y se pusieron todos a trabajar.

 

Gualterio miraba. Lo tomé de los hombros, lo sacudí y le dije:

-Ánimo, te haré ganar.

 

Gualterio suspiró, estaba más tranquilo. Le digo:

-Confiaré en ti, tú confiaras en mí y ambos debemos confiar en ellos. -Señalé a toda la guarnición-. No sé si los venceremos pero frenaremos la primera envestida. Lo pensarán amaneceres enteros antes de volver.

-¿Estás seguro que los rechazaremos?

-Absolutamente. -Pero en el fondo pensaba si mis palabras eran verdaderas o era solamente un mensaje de aliento para Gualterio-.

 

No sé si tú manejas el destino o el destino te maneja a ti. ¿Tenemos libre albedrío o hay una ley de causalidad? Pero entendí que había llegado en el momento justo. ¿Qué me decidió visitar a Gualterio? Un deseo, curiosidad, ver cómo se encontraba y quizá, tal vez, oportunamente cambiaría la historia de su reinado.

 

Gracias por escucharme.

 

 


 

Sesión 17/05/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

Su amigo estaba por perder el reino y tenía que ayudarle, tenía que cambiar el rumbo de los acontecimientos o perecerían miles. Tenía un plan.

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Entidad: Muchos comentan que la táctica y la estrategia son dos virtudes para definir la inteligencia. Sé que hay seres que escriben muy bien y desde pequeños saben leer y escribir, sumar, restar, a diferencia mía que, como Aranet, me crié con la espada, amando a los animales y llevándome mejor que con muchas personas. No era ermitaño, era amigo de mis amigos y un gran adversario de mis enemigos. En este momento me encontraba en una situación caótica; mi amigo, el rey Anán, Gualterio, estaba fuera de sí. Había perdido su energía, su vitalidad, como que su mente se había transformado, ni su esposa lo entendía.

 

Mi fiel animal, el koreón, lo dejé suelto en el bosque para que no llame la atención. Estábamos en medio de una batalla de enormes proporciones, miles de soldados enemigos se acercaban a nuestras fronteras. Había puesto infinidad de trampas pero sabía que las iban a traspasar. Había logrado preparar a nuestros soldados que estaban faltos de entrenamiento pero sabía que no era suficiente, iban a arrasar con todo, matando mujeres, niños, ancianos o violando mujeres y niños.

 

Como dije antes, mi koreón, este gran felino con cuernos, iba a llamar la atención. Esperé que fuera de noche, cogí un hoyuman, bastante resistente el animal, lo ensillé, me vestí con una capa marrón sucia, desgarrada para no llamar la atención y me alejé furtivamente. Pero no huía, no, no, me iba hacia las filas enemigas. Fui sorteando los obstáculos en las trincheras, ni mi propia gente me vio marchar. Tampoco le conté a Gualterio que me alejaba.

Llegué a un poblado vecino, se rumoreaba que un ejército se acercaba y que lo comandaba un gigante llamado Rumanor y había un segundo, en ese mismo pueblo, llamado Jerene, alto, ágil. Yo llevaba mi espada pero estaba vestido como un andrajoso, parecía más un humilde campesino -a pesar de mi gran estatura y corpulencia- que un guerrero.

Llegué a una posada, me pedí una bebida espumante, disimuladamente miré a todos. ¿Causalidad?, este hombre que era el segundo de Rumanor -ya me lo había señalado el posadero-, se acerca:

-Pareces un guerrero.

 

Traté de hablar con voz no tan firme, me costaba disimular, no era mi manera de ser. Le respondí:

-Trabajé en una granja, mataron a mis patrones, ¡je, je, je! Obviamente me quedé con sus metales. -Entendía la clase de persona que era este hombre y le simpatizó que yo fuera un ladrón.

-Y ahora, ¿cuál es tu anhelo?

-Ganar más metales. Si hubiera que matar a alguien lo mato, si hubiera que luchar lucho.

-¿Quieres ganar metales dorados?

Nunca supe que yo era buen actor, abrí los ojos entusiasmado:

-¡Pero por supuesto! A quién debo matar.

-Luchar para nosotros.

-¿Y quién sois vosotros?

-Qué importa eso. ¿Te unirías? Vamos a atacar un castillo.

-¡Ah! Eso me gusta. ¿Habrá oro para saquear? ¿Habrá mujeres?

-¡Ajá! Eres de los míos, nos vamos a llevar bien. Ven, termina la bebida y salgamos.

 

Fuimos al corral. Al lado de su hoyuman tenía una armadura.

-¡Ah! Pero qué bueno, tienes armadura.

-Sí, ya te conseguiré una para ti.

-¿Adónde está la gente?

-Pasando aquella colina está mi jefe, Rumanor.

-Eso quería saber. -Saqué mi espada.

-¿Qué haces?

-Lamentablemente debo matarte. No tengo nada contra ti pero debo matarte. Sacó su espada.

-Pobre hombre -me dijo-, no sabes que después de Rumanor soy el que mejor manejo la espada en la región.

-Bien, eso significa que me llevará más tiempo matarte.

 

Cruzamos los metales. Instantes más tarde caía muerto, con el cuello rebanado.

Cambié sus ropas por las mías, me puse la armadura, cogí su hoyuman y marché para las colinas. Había cientos y cientos de soldados, me saludaban cuando iba marchando, se ve que me respetaban. Hasta que un gigante, algo obeso, de larga barba se acercó y me dijo:

-¡Por fin has venido! ¿Qué has averiguado?

 

Traté, a través de mi armadura, de imitar la voz del que había matado.

-Va a ser fácil tomar el castillo, sigamos por el camino que estábamos.

-Espero que no se te ocurra, como el verano pasado, que has querido, como todos los años, pelear por el liderazgo.

 

Mi mente pensaba muy rápidamente "¡Aja!, así que esta gente cada año se bate a duelo para ver quién es el líder".

Le respondí:

-No, este año no me interesa, me siento muy joven y tú ya eres algo mayor. Me daría pena desafiarte.

Largó una risotada, luego se puso serio:

-¿Es una broma?

-No, no es una broma, eres demasiado lento y viejo para mi agilidad.

 

Los soldados más cercanos paraban la oreja, algunos murmuraban con otros y el murmullo -como sabéis- se desparramó por los cientos y cientos de soldados.

 

-O sea, que tú no me desafías porque piensas que yo sería una víctima fácil para ti.

-Bueno, no quise decir eso pero tienes muchos más amaneceres que yo y verdaderamente te veo un poco torpe.

-Jamás me habías hablado así, eres mi segundo, eras leal.

-Sí, y decir la verdad es ser leal.

-¡Acercar unas antorchas! -Trajeron antorchas grandes casi del tamaño de un hombre, las clavaron haciendo un círculo. En medio de la noche un círculo de llamas nos iluminaba.

-Sácate la armadura, con ella pelearás torpemente. No quiero tener ventaja -me dijo.

-¡Oh!, no te preocupes, justamente la armadura equiparará tu torpeza.

 

Arremetió contra mí, lo esquivé fácilmente, lo lastimé en un costado. Arremetió de nuevo, lo corté en el estómago, empezó a manar sangre. Arremetió por tercera vez, lo corté en una pierna, empezó a cojear. La cuarta vez le partí la cabeza en dos. Todos los soldados se pararon, me saqué el cabezal de la armadura y mostré mi rostro.

 

-Mi nombre es Aranet, soy el mejor guerrero que hayáis conocido. Mis planes son otros, mis planes son engrandecer este ejército.

Cuatro o cinco se acercaron:

-Ya tenemos planes.

-Bien, maté al líder. Yo soy el líder.

-Tú no eres de los nuestros. ¿Dónde está nuestro segundo?

-También acabé con él en el poblado. Pero bueno, si alguno no está de acuerdo enfréntenme, hasta de a dos podéis enfrentarme. -Dos lo hicieron, en segundos los maté.

-¿Alguien más? -Se acercó un hombre joven con cara displicente, manejaba la espada como si hubiera nacido con ella. Verdaderamente era rápido, llegó a lastimarme levemente en un brazo hasta que le atravesé el pecho.

-¿Alguien más? Acercaos todos entonces. No vamos a atacar el castillo, vamos a unir fuerzas con ellos, vamos a hacer una gran región. No hace falta saquear nada. Tendréis comidas, tendréis mujeres pero no para violarlas, habrá muchas posaderas, en la región, que a cambio de metales cobreados os harán pasar un buen rato. Esa es mi propuesta. No me interesa que tengáis una vida cómoda pero formaremos un gran frente entre vosotros, lo que quedó de la tropa del castillo que ya habéis tomado, más el castillo que aún no habéis conquistado donde reina Anán. ¿Qué decís?, metales, mujeres, bebida espumante, aventura... Pensadlo.

 

Se acercó un hombre mayor pero vi que en su rostro no traía el afán de la pelea. Se acercó con una sonrisa franca.

-Eres muy audaz -me dijo-. Muy audaz e ingenuo a la vez porque has vencido a uno, a dos pero entre diez podríamos acabar contigo y seguir con el plan.

-Sí, y capaz tomarían el castillo pero morirían cientos. Y esos cientos, ¿se perderían los metales, las mujeres, la bebida espumante? Pensadlo.

-Te apoyo Aranet. Soy el anciano Geral.

-Bien, Geral, si tú me apoyas supongo que estos jóvenes también lo harán. Todos lanzaron vítores.

-Yo los guiaré a la mañana y tendréis vuestra recompensa.

 

Gracias por escucharme.

 

 


 

Sesión 10/06/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

La entidad relata un episodio en Umbro donde tenía que salvar el reino de su amigo de los ejércitos que estaban en camino. Logró convencerles que se juntaran en lugar de combatir.

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Entidad: No es la primera vez que sucede que planificamos estrategias, elucubramos tácticas y aún haciendo las cosas bien surgen alternativas que pueden ser definitorias a favor o en contra.

 

Rememoro por enésima vez esa vida tan compleja porque el relato puede parecer sencillo, simple dirían algunos, porque no están en el pensamiento del rol, lo que sucede. De afuera lo veríais como un hombre burdo, de modales no refinados, peligroso, duro, apto para la risa, imposible para el llanto, práctico, para nada ordenado... Quizá con más afecto por los animales que por los humanos pero leal, absolutamente leal. Ese era mi rol de Aranet.

 

Habiendo logrado lo casi imposible, que las tropas enemigas, aquellas que asediaban, se unieran -obviamente iban a obtener su beneficio de muchísimas maneras, evitando más muertes, más dolor, más ausencias-, la mayoría no tenía familias a las cuales volver por lo cual para ellos el ser soldados era su vida y podían obedecer tanto a un líder como a otro. Y en este caso me había impuesto yo.

 

Pero como siempre necesitan un incentivo, el incentivo era metales, comida, poder lograr estabilidad, tener instrucción adecuada para que no pierdan la capacidad de acción. ¿Cómo era yo como jefe?: Duro. Los hacía marchar ordenados, con disciplina, incluso me metía en cosas menores. Dos de los soldados bastante corpulentos discutían entre ellos por una rivalidad, por una mujer de muchísimos amaneceres atrás. Los separé, se rebelaron.

-¡Esto es algo nuestro!

-Soy Aranet. -No impuse mi jerarquía me impuse yo. Un golpe a cada uno en el rostro y ambos cayeron sentados en el barro en sentidos opuestos-. Esto es por dudar de lo que yo digo. -No se levantaron, me miraron.

-Bueno, ¿a qué esperáis? -No se levantaron, me miraron.

-Arreglen sus problemas. -Uno de ellos llevó la mano a su espada.

-¡No!, sin armas. Dejad vuestros cintos. ¡De pie! -Toda la tropa nos rodeó en círculo.

-Arreglen sus problemas. -Me miraron-. Vamos a ver quién es más hombre.

 

Eran bastante parejos. Se dieron bastante duro, les sangraba el rostro a ambos. Sus puños tenían la piel pelada de tanto golpear. Ninguno venció al otro, quedaron los dos exhaustos.

 

-¡De pie! -Me puse de frente a los dos-. ¿Qué pasó con esa mujer? Lo voy a preguntar por segunda vez y última: ¿Qué pasó con esa mujer por la que peleabais?

Uno de ellos dijo:

-Se fue con un tercero.

-Entonces, ¿cuál es el problema?

-Yo pienso que nunca se olvidó de mí.

El otro se atrevió a decir:

-Yo pienso lo mismo.

 

Los tomé a ambos del hombro cual si fueran niños y les dije:

-¡Cómo podéis ser tan duchos en batalla y tan estúpidos en la parte amorosa! Se fue con otro, se olvidó de los dos. Antes de esa mujer, ¿cuál era la relación entre ustedes?

-Más que amigos casi hermanos.

-Sois niños, sois infantiles.

-Señor, pero cómo no...

-No, a mí no se me contradice aunque me equivoque, porque no estamos en batalla, estamos hablando de un tema menor. Si en batalla trazo mal una estrategia, el segundo al mando, y no vosotros, puede sugerirme "Convendría hacer otra cosa por tal y cual motivo", pero no me vais a interrumpir por una tontería. Daos la mano. No me hagáis repetirlo, daos la mano. -Se estrecharon la mano.

-Amarrad vuestras espadas a vuestra cintura. Y esto es un asunto terminado. Ya tendréis tiempo de brindar el regreso a vuestra amistad con una bebida espumante o dos, o tres, y si tenéis suerte alguna mujer os prestará atención algunos instantes, porque más de eso no precisaréis. -Logré que se rieran.

-Monten, seguimos la marcha.

 

Me adelanté. El segundo al mando, el que yo había nombrado, se frenó en seco.

-¡Alto!

Me extrañó que diera el alto sin pedirme permiso. Allá, en la espesura, una figura impresionante se asomaba.

-Tranquilos, tranquilos. -Le di las riendas de mi montura al segundo-. Amarrad el hoyuman a uno de los carros. Esperad.

 

Avancé. La criatura gigantesca se acercó a mí, rostro con rostro, y me lamió la cara. Monté a mi koreón. Todos absortos al ver que montaba a un felino con cuernos.

-Esta es mi montura, soy el único que puedo hacerlo, soy especial. Pero así como soy especial soy exigente. Aquel que me falle se las verá conmigo. El koreón no os hará nada. Eso no significa que lo toquéis o que os acerquéis demasiado, simplemente si vosotros lo ignoráis él os ignorará a vosotros. Y mientras se esté alimentando no estéis a menos de una línea o estaréis con una pierna menos. -Todos con los ojos más que abiertos.

 

Y avanzamos, yo al frente. El segundo, con valor, con coraje puso al hoyuman al lado de mi koreón, marchando, mirando de reojo a mi bestia que lo ignoraba, que ignoraba todo.

 

Tras medio día de marcha mis oídos y mi olfato detectaron que algo no iba bien.

-¡Esperad! Huelo algo de hedor, algo...

Y de repente, de los árboles, decenas, cientos de salvajes casi sin ropa nos rodearon. Me di vuelta y le dije a la tropa:

-Estad preparados, son muchos pero nosotros estamos mejor armados y montados. Veré si hablan nuestro idioma, si nos entienden.

 

Uno de ellos, prácticamente sin cabello, alto, alto como yo se acercó. Lo extraño es que miró al koreón sin darle temor, quizá los salvajes estaban acostumbrados a ver ese tipo de bestias. Desmonté y me acerqué al hombre.

-Cuál es vuestra idea.

Habló en mi idioma: -Necesitamos alimentarnos. Si vas a pasar, dadnos algunos metales. Ese es el precio por dejaros pasar.

 

Me quedé pensando unos instantes, el salvaje pensó que yo estaba sacando cuentas a ver cuánto le daría. De repente le di un puñetazo en el estómago, un rodillazo al mentón y cayó al piso. Los demás salvajes intentaron abalanzarse contra nosotros.

-¡Alto! -dije.

Le cogí del cuello, me tomó la mano, le apreté más el cuello.

-Soltadme o me quedo con tu cabeza en mis manos.

Me soltó. Afloje mi ahorque.

-No os daré nada. ¿Tú eres el jefe? -asintió con la cabeza.

Lo solté: -Ponte de pie. Soy Aranet el jefe de toda esta región, esta región que estáis ocupando vosotros. ¿Queréis metales? ¿Queréis metales? -Asintió con la cabeza sin hablar-. Uníos a nosotros, trabajad con nosotros. Tenemos un poblado.

-No estamos acostumbrados a vivir entre la gente. Tenemos mujeres también en el bosque.

-Y en invierno pasaréis frío. No les prometo una vida cómoda, no estáis acostumbrados a una vida cómoda pero de la misma manera que podéis luchar con vuestros cuchillos, porque ni siquiera tenéis espadas, también podréis coger un hacha, hacer leña, encender fuego, vuestras mujeres pueden cosechar, vender sus legumbres, sus verduras, construir viviendas apartadas del poblado. Tendréis intermediarios y ganaréis vuestros metales. Habréis asaltado a otras tropas, habréis ganado, también habrán perdido gente. -Asintió-. Es ilógico, muchas mujeres habrán parido, vuestros críos habrán muerto de frio. -Asintió-. No tiene sentido, venid con nosotros.

-¿Yo seguiré como líder?

-Seguirás como líder de los tuyos pero obedecerás mis órdenes. ¿Estás de acuerdo? -Dudó-. Si no estás de acuerdo tienes dos opciones: Luchad y moriréis todos y nuestros hombres se encargan de vuestras mujeres. O iros, desapareced en el bosque. Elegid.

-Iremos con vosotros. -Se dio vuelta, lanzó un grito, cientos y cientos y cientos de salvajes se acercaron-. Tendremos comida, tendremos métales, tendremos más mujeres, tendremos hogares fuera de poblado. -Todos largaron un grito, un grito que parecía de guerra pero era de euforia, de algarabía.

-Marchad detrás nuestro, al final.

-No estamos acostumbrados a ir a la fila de nadie.

-Todo se aprende, esto no es humillarse, es ubicarse. Yo voy al frente, yo soy el que mando hasta que alguno me venza, lo que veo muy difícil.

-No es tan así, tenemos a Ordamonal.

-¿Quién es Ordamonal?

-Nuestro verdugo, porque también tenemos leyes entre los salvajes. Aquel que roba a un hermano, o se le corta la mano o directamente se le corta el cuello. -Y apareció el hombre.

-¡Ah!, veo que sabéis manejar el hacha.

-No, solamente él.

 

Me sorprendí, porque era media cabeza más alto que yo, y no estaba acostumbrado a ver un hombre más alto que yo.

-¿Para qué lo traéis, para demostrar que él puede vencerme?

-Nadie lo ha vencido nunca.

-Bien. -Obvié al jefe y hablé directamente con el verdugo:

-¿Tú me entiendes?

-¡Grrr! -gruñó.

-Bien, vamos a combatir. ¿Eliges el hacha contra mi espada o directamente sin armas? -Lanzó a varias líneas su hacha.

Me saqué el cinto con mi espada, lo tomé al koreón del hocico y le dije: -Quieto, quieto. -El koreón se sentó. Nos alejamos unas líneas.

-Aquí estoy.

Se abalanzó contra mí, me pegó con su cabeza en mi estómago. Caí, lo sujeté y lo lancé varias líneas hacia atrás. Lo golpeé con la fuerza de mis puños en el estómago, en el rostro. Por casi un segundo me sorprendió que resistió mi golpe y recibí un golpe muy fuerte que me atontó, me hizo trastabillar, sin caer. Me di cuenta que me había dejado un poco atontado su golpe y no quería estar a su merced. Me siguió golpeando y levanté mis brazos. Me golpeaba en mis brazos, por suerte no sabía pelear muy bien. Tiró uno, dos, tres, diez, veinte golpes en mis brazos. Cuando ya estaba un poco cansado, con el canto de mi mano lo golpeé en la garganta, se quedó sin aire. Lo golpeé en el estómago, otra vez en la garganta. Le pateé con el filo de mi pie a un costado de su rodilla: sentí un crack y cayó con un grito de dolor. Ya no se levantó, tenía la pierna quebrada.

El jefe de los salvajes me dijo:

-¿Qué hacemos con él, lo dejamos a merced de los animales o lo matamos?

-¡Cómo vais a matarlo? Es útil. Coged un par de maderos, unas sogas, entablilladle el pie.

-Pero no va a poder caminar.

-Cojan el hoyuman más robusto y que monte, es útil.

 

El verdugo me miró con ojos de agradecimiento. De verdad que se sentía agradecido. Le tendí la mano y lo levanté.

-Eres bueno, te voy a enseñar algunos trucos para pelear mientras no los uses contra mí.

 

Sonrió gruñendo. Lo entablillaron, montó. Fue el único que montó. Los demás hoyumans de los salvajes iban adelante de sus carretas, los demás salvajes detrás nuestro y seguimos la marcha. Y éramos casi el doble y faltaba poco para llegar al castillo donde alguna vez reinó Anán.

 

Gracias por escucharme.

 

 

 


 

Sesión 23/06/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

En una región de Umbro, su amigo, el rey, estaba desaparecido. Unos ejércitos deseaban su corona y lejos de combatirlos los unió. Por otro lado tenía que encontrar y fortalecer a su amigo, el rey, dejarle su reino y recuperar la libertad. Él era libre.

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Entidad: Veníamos por el camino, seríamos unos cincuenta jinetes. Evitábamos los poblados porque aparte no entenderían treinta soldados, veinte salvajes conviviendo. Algunos incluso llegaron a ser amigos de copas, como decís vosotros, hasta se mimetizaron en cuanto a costumbres. Soldados que antes no salían del fuerte del palacio ahora iban al poblado con los salvajes, a las distintas posadas o a estar en compañía de alguna mujer de la feria por algunos metales de por medio.

 

Su idiosincrasia era distinta; de nuevo, como decís vosotros, los salvajes eran más confianzudos. Otar, que demostró ser un excelente combatiente, siempre lo tenía cerca mío porque además era bastante inteligente, quizás un poco irrespetuoso, uno de los pocos que no me decía señor. Acercó su cabalgadura.

-¡Aranet!

-Sí, Otar, ¿qué?

-¿Hasta cuándo seguiremos? Es la tercera vez que salimos ¿Qué estamos buscando?

-A Anán.

-Aranet, la gente te venera, has logrado la unificación de cuatro castillos en la región, acabado con todo tipo de rebelión evitando muertes innecesarias. Nosotros mismos que venimos de tribus donde el asaltar, el violar es algo natural -si se quiere, por costumbre-, nos hemos adaptado a esto tan civilizado y hasta nos gusta. En toda la región lo conocen como "El monarca".

-Otar, no soy rey, no me interesa ser rey, soy libre, me oprime estar entre cuatro paredes.

-Aranet, la fortificación es inmensa ahí no se siente opresión, está la feria, las mujeres, las bebidas espumantes y por sobre todas las cosas has equiparado las riquezas. La mayoría del pueblo goza de derechos que antes no tenía.

-Necesito encontrar a Anán.

-Aranet, escucho historias que Anán es blando, que se dejó estar, que era uno de los mejores en combate... y la edad, el no hacer nada... ¿O tú tienes miedo de qué esto te pase a ti?

 

Me di vuelta y lo miré, a Otar.

-No, no tengo ningún tipo de temor. Cuando alguno de vosotros se anime a montar a este bicho o a un pariente de este bicho os daréis cuenta de que nada podrá quitarles vuestra libertad.

 

Otar no tenía temor del coreón, es más, alguna vez incluso le acarició la melena clara, seguramente porque estaba yo, no creo que el coreón dejara acercar a nadie en mi ausencia. Esa noche cenamos a la luz de fuego, cazamos varios animales herbíveros los pusimos al fuego y cada uno se agarró una presa. Pensé en prohibirles la bebida espumante para que estén alerta pero una cantimplora con bebida espumante no voltearía a ningún jinete. Aparte -y de nuevo, como decís vosotros-, una cantimplora les duraría lo que un suspiro.

 

Otar se adelantó y volvió al galope.

-¡Aranet! Fíjate que a lo lejos se acerca un jinete.

-¡Alto! -di la orden-. Otar, un encargo; ese jinete, córtale el paso y si quiere seguir, sacas tu espada.

-¿Y si me combate, lo mato?

-No, ni siquiera lo hieres. Si lo hieres, aunque sea lo más mínimo, respondes a mí.

-¡Pero Aranet!

-Respondes a mí.

-Pero supongamos que sea bueno, supongamos que yo evito lastimarlo pero él llega a querer tocarme.

-Entonces le aclaras que alguien atrás te espera.

-Aranet, ¿supones que es Anán? ¿Y cómo viene al encuentro nuestro sin saber?

-Simplemente quiero que lo pruebes, eres una de las mejores espadas. Nosotros nos quedaremos a la distancia.

 

Otar se adelantó, conversó instantes con aquel jinete. Otar sacó su espada, el jinete también. Desmontaron. Intercambiaron golpes una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. El jinete parecía luchar mejor que Otar pero la experiencia, la frialdad, la práctica de Otar pudo más. En un momento, de un codazo lo tumbó, su instinto hizo que le ponga la espada en el pecho pisando con su pie izquierdo la espada del jinete caído. Guardó su espada, lo ayudo a levantarse y le señaló hacia nosotros.

No me había equivocado, era Anán.

-¡Aranet! ¡Aranet!

-Hombre, soy yo.

-Pensé que... pensé que habías huido.

-¿Huir?

Miró y vio que había soldados y salvajes.

-¿Me explicas esto?

 

Le conté toda la historia, cómo vencí al comandante que nos asediaba, cómo se unieron los salvajes, cómo nos acercamos a palacio. Yo me adelanté para decirle al jefe de la guardia que eran amigos.

Le resumí que salimos dos veces antes a buscarlo. Le pregunté por Marga, por los niños.

Me dijo:

-¿O sea, que está todo en orden?

-Faltas tú.

-¿Tengo la corona?

-Nunca la has perdido.

 

Otar lo miraba y dijo:

-Aranet es el monarca de cuatro regiones, lo respetan. De ti nadie se acuerda.

-Está bien -corté yo.

 

Anán nos guió hasta donde estaba Marga y los chicos. Había una señora mayor, la invitó a venir a palacio. La mujer no podía creer que él era un rey.

Volvimos a palacio y le dije:

-No basta con que te calces la corona en la cabeza, tienes que entender estas costumbres, ahora. El poblado tiene bastantes metales, trabaja con bastantes verduras, hortalizas, cereales, comercian animales, crían ganado, los soldados se entrenan juntos con los salvajes, cada uno copia el método de pelea del otro y se enriquecen pero tú tienes que demostrar quién eres.

 

Anán me contó que había practicado mucho pero que lo habían vencido y que la última, vez un tal Netrel, le había salvado la vida. Tenía su autoestima por el piso, se sentía poca cosa. Muchos de la tropa de soldados lo vitorearon: "¡Volvió el rey!" "¡Volvió el rey!". Todos contentos, no los salvajes. Los salvajes me preguntaban:

-¿Y qué será de ti? En nuestra tribu manda el más fuerte, en las tropas del norte manda el más fuerte. Tú eres el más fuerte, ¿por qué le dejas la corona a un blando?

-Porque no es un blando, ni él sabe lo que puede.

 

A Anán le costó muchísimo adaptarse otra vez a la vida de palacio, no a Marga, no a los chicos, a Anán. La señora fue feliz ayudando en la cocina, todas las mañanas, apenas amanecía, antes de desayunar, practicábamos lucha a mano limpia y luego a espada, estuvimos casi noventa amaneceres. Luego de las prácticas cogíamos un pedazo de carne, leche de un vacuno, era un gigantesco desayuno. Anán había cambiado, su aspecto se le veía fibroso, ágil como mucho tiempo atrás no lo había visto, hasta su carácter había cambiado. Y ahí es cuando uno se da cuenta de que a veces el temperamento, la forma de ser, cómo te comportas depende de quién eres, de cómo te ven los demás, de cómo te ves tú, porque la aprobación empieza por uno y él no se aprobaba, de esa manera era imposible que los demás lo aprobaran.

 

Marga me trataba con más cariño que antes, me decía:

-Aranet, estoy convencida que te sientes más cómodo con los salvajes que con los soldados, por tu forma de ser.

-Mujer, yo me adapto a lo que sea, me he sentado en ese trono.

-¿Y nunca te has tentado de ponerte la corona?

-¡Mujer! ¿Corona yo? Mujer, mi corona es la libertad. Para mí, estar en un asiento real es estar prisionero, una cárcel mental. No, no para mí.

Hasta que llegó la prueba.

-Oksaka -uno de los mejores soldados- y Anán, haréis una práctica adelante de toda la guarnición, rodeados de soldados y salvajes. -Oksaka estaba considerado uno de los mejores en lucha con espada-. Y esta vez sin piedad. El primero que es herido, pierde.

 

Combatieron bastante tiempo. Anán cayó dos veces de rodillas pero paró los golpes hasta se dio vuelta para mirarme: Lo miré con una cara que no se distrajo más. No se puede dar vuelta mirando a alguien en combate a ver qué piensa el otro de cómo lo está haciendo. Finalmente Anán terminó hiriendo levemente en un hombro a Oksaka. Anán había quedado sin aliento.

-Necesito un trago.

-No. -Todos estaban acostumbrados a que yo le dijera "no" al rey.

-¡Otar!

-Aranet.

-Pruébalo.

-Sí. -Sacó su espada.

-Aranet, no doy más, estoy sin aliento.

-A primera herida.

-¡Oh! con gusto.

 

Combatieron bastante tiempo hasta que Otar le hizo un pequeño tajo en la pierna a Anán.

-¡Oooooh!

 

Los salvajes vitorearon a Otar, quien levantó la espada en señal de victoria.

-¿Qué has logrado -Se enojó Anán-, que los salvajes me falten al respeto?

-No, simplemente he visto al nivel que estás: deplorable.

-¡Deplorable! He vencido a Oksaka.

-¿Cuánto te piensas que dura una batalla? Hay batallas que duran desde el amanecer hasta pasado el mediodía y tú, por dos combates, has perdido el aliento y hace noventa amaneceres que estamos practicando.

-A ti no te hemos visto combatir -me dijo.

-Otar.

-Aranet.

-Practiquemos.

-¿A primera herida?

-No, a desarmar, no quiero herirte. -Otar sonrió. Vi sus ojos que estaba deseando ver sangre en mi cuerpo.

Segundos nada más combatimos. Cambiamos uno, dos, tres, cuatro, cinco golpes. Lo golpeé en la pierna, en su rodilla. Tomé su muñeca derecha, lo golpeé con el puño, el mismo puño que sostenía la espada y lo desarmé.

Otar dijo:

-Eres excelso luchando y vi que te has medido, podías haberme herido cinco veces. No he visto nunca un guerrero como tú.

 

Pasaron treinta días, seguí entrenando a Anán. Lo hice correr por el bosque, yo montando mi coreón.

-¿Por qué no corres tú también?

-Porque no preciso, yo estoy siempre en estado.

 

Treinta días después, otra vez en la guarnición, la tropa y los salvajes.

-Otar, prueba al rey.

La mirada de Anán era distinta, más firme, más atento, no prudente, atento. Combatieron. Lo cortó a Anán en la pierna.

-Suficiente -dije.

Otar estaba exaltado, siguió atacando.

-Suficiente -dije.

Otar siguió atacando hasta que Anán lo hincó en un costado del estómago y Otar cayó de rodillas.

-Ya está.

 

La herida era leve pero manaba bastante sangre.

Le dije a Otar:

-¿Desde cuándo pierdes tu serenidad?

-Es que me sentí humillado de que alguien blando me venciera.

-No es blando, te dije que nada más estaba fuera de estado. Después de mí, el rey siempre fue el mejor espadachín de la comarca. Y eso quiero que todos lo sepan porque en poco tiempo me marcharé y él quedará a cargo de todo, y según vuestras costumbres el mejor espadachín es el que manda. Bueno, aquí lo tenéis.

 

Otar aprendió a obedecer a Anán, al comienzo a disgusto, después lo fue respetando viendo como Anán ordenaba a la tropa. A veces salían a explorar cien, doscientos entre soldados y salvajes entremezclados, vigilaban las regiones, a veces iban a cazar, volvían con porcinos y con otros animales herbívoros y yo me sentía tranquilo porque dentro de poco me iba a alejar a mi codiciada libertad, porque esa fue la razón de que buscara a Anán. A mí no me interesaba estar en un lugar demasiado tiempo y, honestamente, ya había pasado bastante.

 

Gracias por escucharme.

 

 


 

Sesión 13/07/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

No estaba muerto. Aunque herido por una flecha y caído abismo abajo, no estaba muerto. Fue salvado para poder salvar a un pueblo de perecer a manos de unos maleantes que aparecieron. Después pudo descansar.

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Entidad: A veces te cuesta estar alerta desde que te levantas hasta que te acuestas o tal vez te relajas un poco, quizá, porque te sientes más seguro y ya no duermes con un ojo abierto pensando que un traidor va a venir a darte una estacada o clavarte un puñal por la espalda. Tampoco te imaginas que dándole la espalda a otros puedas creer que nadie va a poder dañarte, entonces sientes el dolor, sientes un dolor punzante- Inconscientemente espoleas al koreón e inconscientemente ves el vacío delante tuyo y estás cayendo golpeándote brazos, piernas, cuerpo, parte de la cabeza contra las rocas y no se te cruza por la cabeza pensar que en segundos estarás muerto. El koreón rodeando rocas, aristas, a líneas debajo mío cayendo al vacío. Un golpe, ¡Ahhh! y todo negro, oscuridad. Y cuando abres lo ojos, te das cuenta que estás vivo porque sientes un tremendo dolor, un dolor punzante en todo tu cuerpo y ves nublado, ves borroso. Te dan algo de beber amargo, de sabor vegetal, y luego todo oscuridad.

Pierdes otra vez el conocimiento y no sabes, no te imaginas, no piensas cuántos amaneceres, cuántos, has estado en el mundo de los vivos y cuántos amaneceres has estado más cerca de aquel que está más allá de las estrellas.

 

Vuelves a abrir los ojos y ves dos rostros: una mujer anciana, agradable, con una sonrisa que te tranquiliza. Te das cuenta que estás entre amigos. Al lado una joven, distinta, otro color de piel. Te das cuenta de que no es de ahí. Me dan de comer un poco, algo pastoso también con gusto a vegetales. Me curan las heridas, la mayoría ya cicatrizadas. Puedo sentir mi cuerpo, puedo mover las manos, los pies, muevo los dedos, muevo la cabeza, no siento que tuviera algún hueso roto. La joven me comenta que ella me encontró.

Le dije:

-Había conmigo un felino de pelaje muy claro, con cuernos.

La joven hizo que no, con la cabeza.

Entendí que mi querido Koreón, al que Gualterio llamaba bajeón, no sobrevivió, seguramente él cayó debajo mío haciendo que mi caída fuera atenuada por su cuerpo.

Quise levantarme. Vinieron dos ancianas. ¿Pero es que no había gente joven ahí? Eran muy parecidas, las señoras. Me lavaban las heridas con ungüento que tenía un gusto muy similar a la bebida que tomaba y al alimento que comía. Me enteré de que estaba en un valle desconocido donde nadie entraba y nadie salía, y que las plantas que me ponían en las heridas, el zumo reparaba todo tipo de heridas hasta incluso las de la piel, al punto tal que tiempo atrás esas plantas habían sanado la piel de alguien que se había quemado.

 Al poco tiempo la joven se marchó. Las señoras me dijeron que siguiera haciendo reposo, que aún no estaba listo para incorporarme. Iba recuperando mis fuerzas lentamente. Le agradecí a la joven antes de que se fuera, de no ser por ella me hubieran comido las aves carroñeras, aún en vida me hubieran terminado de matar o hubiera muerto de las heridas que se hubieran llenado de gusanos. Pero no, se ve que aquel que está más allá de las estrellas tenía algo más para ofrecerme y yo debía responderle haciendo más cosas por mí y por los demás.

 

Pasaron treinta amaneceres más hasta que empecé a caminar. Mis ojos brillaron cuando vi todo mi ropaje de cuero y mi enorme espada.

-Te la guardamos.

 

Ya sabían que mi nombre era Aranet. Cogí mi espada y empecé a practicar, todavía me dolían las articulaciones.

-No puedes levantarte -me dijo Tomsa, una de las señoras.

 

 Entonces me asomé al poblado y sí, allí vi gente joven, niños y niñas que corrían, muchachos y chicas jóvenes, hombres de rostro pacífico labrando la tierra y cuidando el lugar. Era un lugar tan bello que uno decía "Es para vivir para siempre aquí". Pero obviamente yo era un errante, no, no me servía vivir así.

 

Y amanecer tras amanecer me levantaba, trotaba unas cuantas líneas, hacía ejercicios.

-Ve de a poco, ve de a poco -me decía Tomsa.

 

Practicaba con la espada.

-Es un bello lugar -decía.

-Sí, y no queremos que nadie se entere.

-No os preocupéis, el día que me vaya me olvidaré, de manera figurada, de que estuve aquí. Nadie lo sabrá.

 

Ya prácticamente no tenía rastro de las heridas, hasta las internas se me habían sanado con el brebaje.

-Esto es una maravilla.

-Lo sé, pero si la gente de afuera también lo supiera buscarían comerciarlo y en menos de treinta amaneceres todo quedaría desolado, el valle. Porque se trata justamente de ir usando lo mínimo, no es un valle tan grande, el sembradío no es no es tan grande tampoco y la ambición de los mortales es querer ganar metales a costa de curar y saquearían todo y nos matarían.

 

Y fue un presagio, porque al amanecer siguiente un joven, Itco, bajó corriendo de las colinas.

-¡Mirad!

 

A lo lejos se veían cuatro figuras montadas en cuatro hoyumans. Me puse pálido, eran guerreros. Me vestí con mi ropaje de cuero, me calcé mi espada y esperé. Los más ancianos se acercaron a estos cuatro forasteros.

-¡Bienvenidos!

No me gustaba la cara de ninguno de ellos.

-Veo que vivís bien -dijo el más joven, el más impulsivo.

-No, somos un poblado tranquilo, comemos los frutos que nos da la tierra, no comerciamos con nadie.

-Veo que tenéis muchas jóvenes en edad de merecer.

Ahí me envaré, quizá no venían por metales sino por mujeres.

 

El mayor era el más peligroso. Desmontó de su hoyuman -no soy de impresionarme pero me considero bastante grande, el hombre era media cabeza más alto que yo, algo extraño porque rara vez salió alguien más alto que yo y con una espada tan grande como la mía-, me miró y me midió, luego no me prestó más atención pero habló con los otros que de reojo me miraron. Me puse alerta porque se fueron separando. Tomsa estaba con el rostro aterrado aunque no lo demostraba pero en el poco tiempo que estuve yo ya la conocía.

 

No hablaban, aceptaron la bebida que les dieron, la tomaron en unos jarros metálicos, lo dejaron apoyado en los vasos metálicos en una mesa de madera mirando todo.

Estoy tan acostumbrado a las batallas, a las miradas, a las intenciones que cuando el más joven llevó su mano al mango de su espada, yo ya había atravesado su pecho con la mía y había prácticamente casi partido en dos al segundo. El tercero logró tocarme un poco en el costado; le cogí el cuello con la mano izquierda y con la derecha lo levanté con mi espada, prácticamente. Quedaron los tres cadáveres y el gigante. En situaciones normales me hubiera costado vencerlo si es que lograba vencerlo, pero todavía no estaba repuesto del todo, aún me dolían las piernas al caminar, había caído en un precipicio, no era chiste.

 

Golpeé mi espada contra la suya y no lo moví, me asombré. O tal vez en todo ese tiempo sin practicar y el poco tiempo que practiqué estos amaneceres no bastaba. Me golpeó con su puño izquierdo y caí. Me levanté rápidamente, seguimos golpeándonos con las espadas hasta que los dos a la vez nos tocamos. Ya uno de ellos me había herido en el costado derecho, el gigante me hirió en el costado izquierdo y lo herí en su costado izquierdo. Ni se mosqueó. Como si hubiera sido un rasguño.

 

No es que le tuviera apego a la vida pero me parecía absurdo que Urbina me hubiera rescatado para morir en manos de este hombre que luego quién sabe lo que haría con el poblado. No era justo. Entonces me di cuenta de que aparte de las fuerzas físicas hay una fuerza interna, un fuerza interna que quizá venga de aquel que está más allá de las estrellas. Lo golpeé fuertemente en su mano con mi espada haciéndosela caer, me dio con su mano derecha un bofetón en la cara. Instintivamente también solté mi espada pero un segundo más tarde salto sobre él, lo cojo con mis dos manos del cuello, aprieto la garganta, no permito que él apriete la mía, sigo apretando la garganta, golpea mi cuerpo, mi cuerpo lastimado, pero en ese momento no siento el dolor; aprieto, aprieto y golpea, no doy más con mis fuerzas y aprieto y aprieto... hasta que queda el cuerpo sin vida y yo caigo extenuado a su lado. Se apresuran las ancianas a levantarme, me ponen en un camastro y dos jóvenes me llevan y volví a perder la conciencia.

 

Al abrir los ojos Tomsa me dice:

-Pasaron dos amaneceres, te hemos curado todas las nuevas heridas pero hazme caso Aranet, por treinta amaneceres tendrás que hacer reposo. El señor que está más allá de las estrellas es grande, si Urbina te encontró fue para que nos salvaras y salvaras a las jóvenes del valle de estos maleantes que han venido de casualidad, no por hierbas sanadoras.

 

Sí, por algo me habían salvado, por algo tenía que estar vivo.

Esto era un nuevo comienzo. Había estado otra vez al borde de la muerte y había matado con mis manos a un guerrero más grande que yo, y quizá más fuerte que yo, porque nadie puede decir "Soy el más fuerte del planeta". No, nadie puede decirlo. Y aprendí algo que pensé en ese instante en que me encontraba perdido: Que tú tienes tu fuerza pero dentro tuyo tienes una fuerza mayor que viene de aquella esencia invisible que está muy, muy, muy en lo alto. Y esa fuerza interna fue la que me permitió vencer a ese guerrero.

Tomé un caldo caliente, vegetal. Le sonreí a Tomsa y cerré los ojos. Ahora sí, descansando tranquilo.

 

Gracias por escucharme.

 

 

 


 

Sesión 08/09/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

Se alejó agradecido del poblado donde le habían devuelto la vida. En su camino se encontró en un pueblo en que unos maleantes estaban saqueando. Liberó a unos pobladores de ellos. Se alejó contento del poblado por haber ayudado.

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Entidad: Muy pocas veces me sentí con tanta armonía, paz, sensación de bienestar, sin nada en que pensar, viendo como se mueven las hojas de los árboles con el viento, viendo de noche las estrellas. Cuando las miras fijamente tu mente imagina figuras, pero debemos seguir el camino. Y así fue como me despedí de esa gente maravillosa.

 

-Gracias por curarme.

-Gracias -me dijeron-, por defendernos.

-Era lo menos que podía hacer. Y no hace falta que me digáis nada, tengo muy buena memoria pero me olvidaré de este lugar salvo que alguna vez volviera a visitaros.

-Acuérdate de lo que llevas en la alforja.

-Sí, sé que es muy valioso y lo defenderé con mi espada. No tengo nada para daros por este bello hoyuman.

-Ya nos has pagado. Si no fuera por ti hubiera habido una masacre aquí y hubieran destruido lo que hicimos en generaciones.

-Bueno, si no fuera por aquella joven que me encontró en el barranco otra hubiera sido la historia. Pero bueno, pareciera como que aquel que está más allá de las estrellas arma las cosas como si todos nosotros fuéramos una obra de teatro de la zona ecuatorial. ¿Habéis escuchado de esas obras de teatro?

-Sí -dijo una de las ancianas-, he ido cuando era muy joven.

 

Me despedí de uno por uno, abrazo tras abrazo. Monté mi cabalgadura y me fui al paso. Mi hoyuman era robusto, lo que vosotros llamaríais un percherón, alto, fuerte, y me fui alejando del lugar observando los caminos, las laderas, los peñascos marchando a paso liviano, los oídos prestos, los ojos también, de que no hubiera nadie acechando, no por mí, por la hermosa gente que dejaba atrás, pero no, no había nadie.

Llegó la noche, el cielo estrellado, una noche espléndida. No encendí fuego, comí un poco de carne cocida que llevaba en una de las alforjas y un poco de alimento que llevaba en otra de las alforjas para el hoyuman. Había un arroyo cercano y bebimos mi cabalgadura y yo. Dormí a la intemperie. Mi sueño era muy liviano, si una rama crujía ya estaba con los ojos abiertos y la espada en la mano, no sólo por posibles asaltantes sino también por alimañas que pudiera haber. Al amanecer comí el resto de carne cocida y le di otro poco de alimento a mi hoyuman. Y marchamos.

Recién por la tarde de ese día visualicé un poblado, di toda la vuelta al mismo entrando por la parte opuesta para que nadie pensara, supusiera o investigara de donde venía. De todos modos no daba explicaciones nunca a nadie.

 

A veces el destino te ayuda cuando tú ayudas. Honestamente no me quedaba ni un metal cobreado y ya no tenía más alimento. De todas maneras, cuando estaba a punto de desmontar veo que de un lado del poblado se acercan cuatro jinetes. Espoleo mi cabalgadura y voy a una de las calles laterales. La dejo atada a un madero y camino hacia una de las esquinas. Los cuatros hombres desmontaron y se acercaron a un negocio, no soy de prejuzgar pero sus rostros eran poco amigables. Me acerqué a la gran tienda donde entrado estos hombres y apenas entro, en segundos miro la escena: mujeres, niñas, niños, hombres grandes sentados en el piso, no lastimados pero sentados; uno de los hombres los tenía vigilados con su espada, otro revolviendo mercadería, los otros dos con el dueño pidiéndole todos los metales cobreados, plateados, dorados. Estaban asaltando el lugar. Los cuatro me vieron a la vez, me midieron. Me quedé quieto -medir significa mirar mi rostro, mi físico, cómo llevaba mi espada para ver qué tipo de rival era para ellos-. Sonrieron, no porque yo les haya parecido fácil sino porque era uno y ellos cuatro. El que vigilaba a la gente sentada se quedó, los que estaban con el dueño se quedaron también, el que revolvía la mercadería se acercó a mí.

-Siéntate con ellos y saldrás con vida de esta.

 

Podía haber hablado, podía haber dicho mil cosas, podía haber dicho que los retaba a combatir en la calle pero creo que hubiera sido una pérdida de tiempo, así que apenas terminó de hablar ya tenía mi espada clavada en su pecho. Murió instantáneamente. Los otros tres quedaron paralizados, así que de una estocada le atravesé el corazón al que vigilaba la gente. Los otros dos, que parecían los más peligrosos, se abrieron uno de cada lado. Mis ojos se desenfocaron, puse la vista neutra mirando hacia un lugar indeterminado y con el costado de los ojos miraba a los dos, mi arma en la mano, la mente sin pensamientos. Me atacó uno, le corté la muñeca, le corté el cuello. Me atacó el otro, paré su golpe, le herí en el estómago, se tocó, le atravesé el pecho. Los cuatro muertos. Enfundé mi espada.

-Pueden levantarse. ¿Están bien? -Los más pequeños, niños y niñas lloraban-. Ya está todo bien, yo estoy de paso.

 

El dueño de la tienda no sabía cómo agradecerme, se estaban llevando enorme botín.

Normalmente no suelo pedir favores pero le dije al hombre:

-Honestamente, no tengo comida, ni para mi hoyuman, no tengo un solo metal vengo del desierto.

-¿No se ofende si le recompenso con metales plateados y dorados?

-No.

 

Me dio mucho más de lo que yo esperaba que de todas maneras era el uno por ciento de lo que le hubieran sacado estos maleantes. No tuve empacho en aceptarlo. Además me llenó la alforja con granos, con alimentos y me dijo:

-Gracias.

-Aranet, para servirle.

El hombre me miró.

-Hace mucho tiempo atrás escuché hablar de un Aranet pero me dijeron que había muerto.

-Será otro Aranet, yo estoy más vivo que nunca.

Todos me agradecieron, le dije al hombre: -Tú te harás cargo del sepulturero.

 

Llevé mi hoyuman a la cuadra, le di un par de metales al cuidador, le dije que alimente mi hoyuman. Fui a la posada a comer un guisado bien caliente y una buena bebida espumante negra, bien oscura. La alforja especial donde llevaba ese tesoro preciado la tenía conmigo, no me arriesgaba a dejarla en la cuadra.

Terminé de comer, le pagué al hombre otro metal y descansé en un cuarto hasta casi el anochecer. Fui a buscar mi cabalgadura y en lugar de marchar al amanecer marché bajo la luz de las estrellas habiendo hecho una buena obra salvando ancianos, mujeres y niños, con la alforja llena y con mis bolsillos con bastantes metales y con ese tesoro preciado que me habían dado en el valle, en ese valle secreto. Y ahora sí, puse rumbo a visitar a un amigo.

 

Gracias por escucharme.

 

 

 


 

Sesión 06/10/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

Era joven pero tenía que pasar unas pruebas de iniciación para ser considerado adulto, guerrero por su pueblo, en tiempos Vikingos.

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Canalizo a Ador-El.

 

Entidad: Dicen que la historia la escriben los vencedores. Yo entiendo que no la escriben los vencedores ni los perdedores, creo que la historia está escrita por quienes tergiversan las realidades.

 

Recuerdo mi iniciación, una iniciación que me transformaría en adulto, en guerrero. Y no es cierto que todos pasaban las pruebas, no, no es cierto, llegaban hasta a morir en el intento, literalmente a perder la vida.

Había una cueva bastante gélida, húmeda. En una cantimplora de cuero me dejaron bastante, bastante agua. Me puse un abrigo de piel de animal pero descalzo y bloquearon la entrada. Adentro estaba todo oscuro ni siquiera tenía un poco de aceite para tener una lumbre, nada. Mis oídos captaban sonidos de pequeñas alimañas, lo que a mí no me inquietaba para nada.

 

Siempre fui más impulsivo que mi padre, a quien todos respetaban y veneraban. A mí no me convencía mucho su manera tan extraña de ver las cosas, quizás era impulsivo y a la vez intentaba ser recto y me molestaba cuando me corregía: "Björn, eso no es así. Björn, ¿quién te dijo que hicieras tal cosa?". Pero lo que más me molestaba era: "Aún no estás en tiempo". ¡Ohhh! Y a veces me lo decían adultos que tú los mirabas y veías en ellos una mirada tan mansa... Pero en realidad no era una mirada mansa, era una mirada de imbécil. Pero sí, aprendí a callarme la boca para evitar coscorrones o pequeños azotes.

 

Tiritaba de frío. Había comido bastante bien, bastante abundante pero tenía entendido que tenía que estar tres días y tres noches solamente con agua. Tenía dos opciones: Contar los segundos, lo cual era absolutamente absurdo, o descansar sentado a una roca húmeda envuelto en el cuero del animal abrigando mi cuerpo, no así mis piernas, a mis pies desnudos. Traté de explorar en la oscuridad la cueva llevando conmigo mi cantimplora. En un rincón había unos maderos, los puse bajo mis pies y me dormité. Volví a despertarme, ignoro el tiempo que había pasado. Tenía sed, tomé un par de tragos de agua. Le tomé el peso a la cantimplora, era bastante bastante grande, tendría como tres litros de agua, un litro para cada día. Mis necesidades las hacía en el fondo de la caverna. Oí unos chillidos, alimañas pequeñas que se peleaban entre ellas. Me eran indiferentes.

 

No sé el tiempo que pasó. Mi oído era muy agudo, una alimaña se acercaba y de repente siento como una mordedura en mi pié. Automáticamente con la mano tomo la alimaña, supongo que sería una rata, la lanzo con toda la fuerza contra la pared, escucho un chillido y un cuerpo que cae exánime.

 

Me dormité, me sentía más débil. Cada tanto tomaba un sorbo de agua hasta que ya la cantimplora quedó vacía. Me sentía débil, flojo. De repente una luz hace que cierre los ojos, evidentemente habían pasado los tres días.

Se acerca un guerrero. Lo reconocí, Sabok.

Me dice:

-Tienes para elegir, Björn, arco y flechas de un lado, lanza del otro.

No había espada, elegí arco y flechas. No hablé, lo miré a los ojos.

-Tienes que ir al bosque, comerás lo que caces o no comerás.

 

Me sentía muy débil pero mi orgullo impedía que hable. Lo aparté, lo empujé. Bajé trastabillando, había más gente abajo observándome. Padre no estaba.

Estaba un poco mareado pero no iba a claudicar ni siquiera a sentarme delante de ellos. No veía a las mujeres.

Bajé las rocas y marché hacia el bosque. Tenía un arco y solamente diez flechas, algo cazaría o moriría en el intento, literalmente. Dentro del bosque, que ya nadie me veía, me sentaba. Me sentía débil, flojo, prácticamente tres días sin comer. Pasó un pequeño roedor, me enojé conmigo por no estar presto, por no estar alerta. Ya tenía presto en mis manos el arco y una de las flechas pero no estaba el roedor a la vista. No tenía sentido gastar energías. Avancé en el bosque y me senté muy quieto en una roca alta.

Había un cerdo de tamaño grande. Apenas sin moverme tensé la cuerda, apuntaba a su corazón. Algo habrá percibido el animal. Décimas de segundo antes de que se lanzara a correr solté la cuerda y la flecha salió disparada, le acerté en el medio del lomo. El bicho lanzó un chillido impresionante pero no cayó, la flecha se le hundió pero no tocó su corazón. Seguí sus pasos, no podía correr, no me sentía con fuerzas para correr. Había una pequeña hilera de sangre, seguí sus huellas.

 

Me sentía desorientado, mareado cerré los ojos. Estaba a punto de dormirme cuando de repente me sobresalto, veo a lo lejos al cerdo caminando despacio. Preparo otra flecha, estaba como a cuarenta pasos en medio de la espesura, no tenía sentido arriesgarme, al fin y al cabo me quedaban nueve flechas. Lanzo, apunto más arriba, disparo, la flecha se hunde en su cuello. Un semicilindro, el animal sale disparando otra vez.

Las plantas de mis pies sangraban por la herida en las rocas pero no me importaba, las fuerzas estaban dentro mío. Corrí regulando el paso. Veo que el animal estaba parado pero era gigante, como sus colmillos. No tenía ningún cuchillo conmigo, la lanza no me hubiera servido. Si me hubiera acercado demasiado hubiera escapado, está bien la elección. Me vio, bufó a pesar de estar mal herido. Me acerqué a menos de diez pasos, se puso de frente pero no lo veía con fuerzas para arremeter contra mí, tal vez no quería ofrecer un blanco. Lo rodeé. Volvió a enfrentarse a mí, cerró los ojos, los abría. Sé que el bicho sufría. Cogí una tercera flecha, rápidamente di la vuelta, ahora estaba a su costado, la tercera flecha le atravesó el corazón.

Y ahora tenía que llevarlo, era imposible cargarlo, era imposible ni aun estando fuerte. Cogí unos troncos, los até con unas lianas, puse otras lianas, arrastré el animal sobre los troncos, cogí las lianas y empecé a arrastrar el pequeño carro improvisado, lo que no era sencillo, no había caminos, había lugares más altos, más bajos, hasta que llegó el anochecer.

 

Con la punta de una cuarta flecha abrí parte del animal, bebí su sangre y comí un poco de su carne cruda. Al rato vomité, no sólo estaba más débil sino que encima descompuesto. ¡Por todos los dioses!

Agucé mi oído y corría agua, había un arroyo. No tenía conmigo la cantimplora me acerqué hasta el arroyo y bebí, volví a vomitar, bebí. Llegué donde el animal muerto y comí otro poco de su carne, ya no vomité. Me dormí sobre el animal.

Al amanecer vi que varias pequeñas alimañas habían comido parte del animal, las espanté. Tiré de las lianas moviendo los troncos con el cadáver del animal arriba. Recién al atardecer de ese cuarto día llegué donde estaba mi gente. Vitorearon. Levanté la vista, estaba Rágnar. Mi vista se nubló, estaba a punto de desmayarme. No, no, no podía permitírmelo. Me agaché y puse la cabeza entre las piernas, mi mente se aclaró, me erguí, señalé al cerdo muerto. Entre cuatro hombres lo llevaron, vieron que solamente había gastado cuatro flechas, la cuarta la que corté el cuerpo con el filo de la punta.

 

Había pasado la iniciación, había sobrevivido. Pero esto... Esto era el comienzo, esto era recién el comienzo.

 

Sesiones relacionadas:

 

Sesión con la entidad que fue el rol de su padre, Ragnar.

Sesión con la entidad que fue el rol de su madre, Ladgerda.

 

 


 

Sesión 31/10/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

En tiempos vikingos, para ser guerrero había que pasar una iniciación, y al final de esta, una prueba. Aquellos tiempos eran duros y sangrientos, igual que las pruebas que debían realizar los que allí nacían. La entidad lo relata en primera persona, con tristeza.

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Entidad: A veces no debemos sentirnos orgullosos de haber logrado completar una iniciación porque la palabra misma lo dice, iniciación viene de inicio. Esto significa que a partir de ahora en más empezaban las verdaderas pruebas donde cada día tu vida tenía el mismo precio que un peñasco.

 

Siempre me creí el preferido de padre, Björn, el elegido. Nos juntaron a todos, a mis hermanos Hasntein, Vicksar, Iube, Ibar -Ibar siempre estaba encerrado en sí mismo- y Sigur. Sigur había pasado su iniciación de una forma tan sencilla y daba discursos ante los guerreros mayores sobre los dioses. Tenía ciertas premoniciones, para mí era nuestro hermano más sabio, Sigur.

 

Teníamos dos hermanastros que papá había tenido en una de sus aventuras y vivían con nosotros, Erik y Agnar. Éramos nada más que ocho y me quedé pensando "Nos iban a enviar a saquear una aldea con guerreros ya formados para ver cuál sería nuestra estrategia, qué táctica emplearíamos ocho adolescentes apenas formados, vírgenes en batallas, sólo pequeñas escaramuzas".

Y partimos a través del desfiladero, lo que a mí no me gustaba; me sentía más seguro yendo por el bosque pero por el desfiladero cortábamos camino pero éramos visibles para cualquiera que estuviera sobre las montañas. Me sentía muy incómodo.

Sigur llegó a mi lado exclamando:

-Sé lo que sientes, Björn, pero este terreno fue recorrido cien veces por los guerreros mayores.

-No tiene nada que ver, Sigur, siempre puede haber espías.

 

Hastein miraba hacia todos los lados. Vicksar, con su mirada muy meticulosa parecía que estaba en su mundo pero no, prestaba mucha atención a todo. Iube, prácticamente marchaba como si nada. Ibar parecía feliz, con su mano izquierda se tocaba la espada, en su mano derecha llevaba su hacha. A la retaguardia iban nuestros hermanastros, Agnar y Erik.

Llegamos casi al anochecer a esa aldea a la que teníamos que atacar.

-Si me dejan una idea -exclamó Ibar-, voy degollando a uno por uno en la oscuridad de la noche.

-Eso no es una batalla, nos ordenaron que ataquemos.

-Pero no nos dijeron cómo -objetó Ibar.

Intercedió Sigur. Sigur, con su sabiduría:

-Ambos tienen razón. Björn habla de atacar abiertamente lo cual no me parece prudente porque hay como cuarenta guerreros, somos ocho y no creo que Ibar pueda ir degollando uno por uno. Algún pequeño ruido, el grito de alguna de las mujeres y estarían todos despiertos.

-¿Y entonces qué? -espetó Ibar.

-Antes de que amanezca, antes de que despunte el sol nos esparciremos. Vendremos a contraviento y encenderemos un pequeño fuego para que el humo se aleje de la aldea.

 

Y eso hicimos. Y antes del amanecer encendimos antorchas y las lanzamos contra las carpas y contra las casas de madera. Hubo una tremenda confusión, gritos, relincho de caballos y atacamos. Sentía miedo, pero el miedo en lugar de paralizarme agilizaba mis manos matando guerreros quizá mucho más fuertes que yo pero sorprendidos. Y los vencimos. En un momento dado Sigur me toca el hombro y me señala, Ibar estaba cebado matando adolescentes, corrí hacia él.

-¡Basta! ¡Quedan niños!

-Nuestras órdenes eran matar a todos.

-No, nuestras órdenes eran llevar a las mujeres jóvenes, y los niños se van a unir a nuestro clan. Así lo dispuso padre, así lo dispuso la junta de guerreros.

 

Ninguno de nosotros, ni Erik, Agnar, Sigur, Iube, Vicksar y Hanstein tuvimos la más mínima herida, Odín estaba con nosotros. Llevamos más de treinta mujeres y niños capturados. Llegamos a nuestro clan y lo primero que percibí de los guerreros mayores fue una mirada de respeto, estábamos todos orgullosos, alegres aunque no lo demostráramos para no parecer presuntuosos. El único malhumorado era Ibar. Ibar se había cebado, quería seguir matando por matar, su instinto era cruel. La contracara era Sigur, el más prudente, el más sabio de todos nosotros.

Fue nuestro bautismo de sangre, no sangre propia, sangre ajena. Diréis: ¿Qué orgullo puede producir la muerte ajena? Era otra época, otras costumbres, otra crianza, otra manera de ser.

 

Señalar es prejuzgar, era lo que éramos. Punto. No hay que dar explicaciones. Estaba en nuestra naturaleza porque así habíamos sido engendrados. Punto. Habíamos tenido éxito, habíamos pasado de la iniciación, esto había sido nuestro bautismo de fuego y sangre. Y ahora sí, a beber alcohol hasta emborracharnos. Ya se me permitía yacer con alguna mujer y elegí una de la otra aldea que no sólo no se opuso sino que se ve que su pareja no la conformaba. Y disculpad si soy tan rudo como me expreso.

Fui prudente en la bebida, quería aprovechar la noche con la mujer. Y vaya si la aproveché, eso también estaba en mi naturaleza.

 

Gracias por escucharme.

 

 

 


 

Sesión 07/11/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

Necesitaba la aprobación de su padre. Para ello desempeñaba tareas de valor como arrasar territorios y eliminar a sus moradores. Sentía que valía más de lo que padre pensaba.

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Entidad: Siempre me consideré que tenía una elevada intuición. Padre Ragnar me daba tareas menores, me daba para que planifique conceptos, estrategias, prácticas que si le parecían correctas, luego las levaban a cabo ellos.

 

Muchas veces he participado de batallas con los mayores pero nunca estaba entre los cabecillas, es como que no se me permitía dirigir ninguna tropa.

Cuando padre no estaba otros quedaban a cargo de la región, es como que ninguno de mis hermanos era importante para que pueda ocupar su lugar cuando él estuviera invadiendo otras regiones, por eso dejó a Östen Beli, también conocido como Eysteinn Beli, a cargo de Suecia quizá porque comandé a mis hermanos para demostrarle que yo podía tomar decisiones. Y marché a Saselandia, Reidgotaland, Gotland. ¡Jé! Pero claro, no es lo que cuenta la historia.

 

Cuenta que nos asentamos en Lejre, que Ivar quedó como dueño del lugar. Llevamos con nosotros una importante cantidad de guerreros que normalmente no obedecían a un joven, seguramente el respeto no lo tenían por mí sino por padre, por Ragnar. Desarrollé una gran estrategia, unos pocos hombres entraron por el norte desembarcando en silencio y antes de llegar al asentamiento principal de Zelandia, con tremendo griterío y lanzando flechas incendiarias distrajeron a nuestros enemigos. Nosotros desembarcamos por el lado opuesto, éramos el grueso de los guerreros. Cogimos a todos distraídos, acusamos una cantidad de bajas pero no era tan sencillo, en la parte boscosa ellos tenían, como estrategia, guerreros de reserva que nos sorprendieron a nosotros causando bajas en nuestras filas. Nos replegamos. En nuestra desesperación incendiamos el campamento principal de ellos cortando a hachazos cabezas. Nos juntamos con el resto de los hombres yendo al noreste.

 

Dos de mis hermanos querían volver. Les dije:

-No, no volvemos a Suecia, vamos a dividirnos otra vez. Nosotros atacamos por el norte, tú -a Ivar- ve con la mitad de los hombres y atacad desde el sur.

 

A veces no se entiende la estrategia de otros pero sí, esperaban que huyéramos, éramos la cuarta parte de guerreros de los que tenían ellos aún con las bajas que les causamos. Y nuevamente atacamos. No medimos entre guerreros, entre ancianos, entre jóvenes, entre mujeres; estábamos cegados, todos eran el enemigo. Hasta que se rindieron. Yo designé a Ivar para que se quede con parte de nuestros guerreros, en Lejre.

 

Me sentía orgulloso, agitado, ansioso. Ivar me dijo:

-Sería conveniente asentarnos en Holguer, más al Noreste.

-No, nos quedamos en Lejre. Estamos en el norte de Zelandia, cerca de

 dos bahías, no hay manera de que otros guerreros nos acorralen.

 

Quedó bastante de nuestra tropa asentada en Lejre, al centro norte de Zelandia y volvimos a Suecia. Los guerreros cantaban por el triunfo, yo estaba pensativo, muy pensativo. Por un lado pensaba "Qué dirá padre al respecto...". Y marchamos para el norte navegando lentamente, lentamente. Paramos en la localidad de Nicopin, bajamos a tierra, cazamos un par de animales, repusimos fuerzas. Prácticamente no hablaba, estaba más que nada pensativo, muy pensativo, tendría que haber estado más contento de lo que habíamos logrado.

 

Recuerdo que Agnar me preguntó:

-¿No hemos traído mujeres?

-No, por una razón, hermano, cuando saqueamos y no dejamos nadie atrás las mujeres son un botín. Cuando queda población y uno de nosotros a cargo, la gente que queda se vuelve aliada nuestra, tiene que estar tranquila no incitar nuevas rebeliones, eso lo hubiéramos logrado si llevábamos cautivas.

Pero seguí pensando en qué diría padre Ragnar de nuestro triunfo.

 

Tiempo después, cuando padre vuelve, se entera:

-Bien, no esperaba menos de vosotros, al fin al cabo Zelandia no es Bretaña. No era tan difícil.

 

Lo de padre no era un halago, más bien sonaba a desprecio y sin embargo casi no lo logramos. El error mío era tratar de lograr la admiración de padre, pero a padre era difícil sacarlo de la admiración de su propia imagen y a mí no me interesaba ser su sombra, su hijo lo era por nacimiento, su sangre lo era por herencia pero no, no sería su sombra, nunca.

 

 

 


 

Sesión 23/11/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar

En un crudo invierno se encontró transportado a un cálido lugar donde una diosa dispuso con él. Se resistió a despertar del sueño que después supo que fue inducido. La entidad lo comenta en un pasaje de su vida como Björn, hijo de Ragnar.

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Entidad: Lo que cuenta la historia es la décima parte de lo que tu vives, de lo que gozas, de lo que sufres, de los apegos, del orgullo, del falso orgullo, del rencor, del buscar la aprobación a pesar de ser respetado. A veces eres presa del halago y generalmente te molesta la crítica.

 

Admiraba a padre porque hace dos meses había salido en una expedición y en este helado enero no iba a volver con sus guerreros, menos de la mitad de los hombres habíamos quedado en la región. Cuando tú miras la región en julio, agosto, septiembre ves los fiordos, desde lo alto de la montaña los arroyos, los ríos, los bosques de las montañas vecinas y tú piensas "No puede haber en la Tierra otro lugar más hermoso, una época ideal para cazar animales, para asarlos para que toda la aldea festeje". Pero no tenéis la más vaga idea de lo que es el invierno.

 

Generalmente no consulto, me considero el sucesor de Ragnar, no debo preguntar. Sin embargo lo hice con Sigur, a quien consideraba a mi hermano más sabio:

-Han muerto nueve adultos y no todos eran mayores, y tres criaturas congeladas.

-Es lo que es, están con los dioses.

-No me resigno, Sigur.

-Nadie se resigna, Björn -respondió mi hermano.

 

Las casas estaban enterradas en la nieve, teníamos que hacer un hueco para entrar en ellas. Teníamos bastante aprovisionamiento de comida, la misma nieve conservaba los cadáveres de los animales evitando el olor a putrefacción.

Había ordenado que únicamente saliéramos los guerreros más jóvenes si hubiera que cazar algo. Había prohibido encender fuego dentro de las casas a pesar de que en lo alto teníamos una especie de chimenea, había muerto gente por el humo que desprendía la leña. Estábamos casi tan abrigados dentro como afuera.

 

Esa noche habíamos comido bien y habíamos bebido bastante. Ya era adulto, tenía casa propia, estaba cercana a la casa de madre pero estaba con algunos amigos. Recuerdo que la aldeana Astrid me servía vino, me miraba, entendía su mirada pero a mí no me atraía. No voy a negar que algunas veces, bebido, me había acostado con alguna aldeana y al día siguiente ni permitía que se me arrimara ni que me hablaran si yo no les hablaba primero, no sea cosa que se tomen confianza.

Tenía la falsa sensación de que el vino me calentaba por dentro. Había cogido una especie de sopor, me había recostado en mi camastro, la aldeana Astrid me puso una piel encima, le agradecí con la mira y me fui quedando dormido bajo los vapores del vino.

 

Cuando abrí los ojos vi que no había tanta nieve al abrir la puerta. Me puse una lana en los pies y luego el calzado, y doble abrigo de piel y gorro de piel. Cogí mi espada y salí. Inspeccionando en la nieve no había nadie a la vista, todos estaban todavía durmiendo a pesar de que el sol hacía un rato que había asomado. Además de la espada me calcé sobre mi hombro el arco y llevaba flechas. Marché para la montaña más cercana. A medida que iba subiendo sentía que algo no estaba bien, un presentimiento extraño. A medida que avanzaba había menos nieve, sin embargo miraba las montañas vecinas y las cumbres estaban heladas. ¿Por qué aquí no? Aparte, el sol asomaba apenas en el mes de enero, sin embargo lo veía más alto de lo que normalmente uno puede visualizarlo. Miré hacia atrás y me sentía desorientado, no visualizaba mi aldea, no visualizaba nada pero mi mente estaba despejada, ya no me afectaban los vapores del vino. De repente la vi a ella. Miré su calzado, sus piernas largas, tenía un vestido con una piel liviana. Sobre su hombro derecho tenía arco y flechas. Me fui acercando.

-Mujer, mi nombre es Björn.

Con una voz que sonaba a música me dijo:

-Sé quién eres.

-¿Me conoces?

-Os conozco a todos.

-¿Cómo puede ser que no estés tan abrigada?

-Aquí, en mi mundo no hace frio. -Y era cierto, no sentía frío para nada.

-¿Quién eres?

-Freyja.

-Freyja -repetí-, te llamas igual que Freyja, la Diosa.

-En Asgard soy Freyja.

-Esto es Asgard, soy un mortal, soy un ser humano mortal. Puedo captarte con mi mente pero no puedo verte. No puede ser.

Me tocó el rostro, mi pequeña barba, mi cabello claro.

-Si fuera como tú dices no podría tocarte, Björn.

-¿Qué hago aquí?

Sonrió.

-Todo tiene su momento y este es el momento de que estés conmigo.

-¿Qué este contigo?

-Ven.

 

Me tomó de la mano. Le miraba su cuerpo, su cabello. Se dio vuelta y me sonreía. Sus ojos, su dentadura... Freyja, la Diosa, era de carne y hueso y era la mujer más bella que había visto en mi corta vida. Fuimos a una especie de caverna iluminada por antorchas, a un costado había un lecho de pieles. Me despojó de las mías, dejé mi arco, flechas, mi espada a un costado. Ella se despojó de sus armas y de sus prendas, verdaderamente era una Diosa. Me puso de espaldas sobre el lecho y se montó encima mío. En un momento dado extendió todo su cuerpo sobre mí y me besó, nunca había sentido un éxtasis tan profundo. Sentí como un espasmo tremendo y mi energía explotó pero quería más y ella también. No sé cuantas horas pasaron, tampoco sé cuantas veces llegué a la culminación explotando mi energía dentro de ella. Hasta que en un momento determinado le dije:

-Mi Diosa, estoy extenuado, no puedo más.

-Descansa, guerrero.

-¿Qué pasará con nosotros? Quiero seguir viéndote.

-Pides demasiado. ¿Por qué no te conformas? Has tenido en tus brazos a una Diosa yo he tenido en mis brazos a un mortal, ¿por qué pides más?

Y me quedé dormido.

 

No sé cuánto tiempo dormí, me desperté en la oscuridad. Me dolía la cabeza, los efectos del vino. A pesar de que yo había ordenado que dentro de las casas no se prendiera fuego había una pequeña antorcha prendida. Estaba en mi habitación cubierto por las pieles, al lado mío la aldeana Astrid. La toco, estaba desnuda. Yo también.

Me levanto y le digo:

-¿Qué me has puesto en el vino?

-Un polvo que me dio la hechicera Ultrar para que puedas dormir mejor.

 

Y me di cuenta que en el sueño había estado una, y otra, y otra vez con la aldeana Astrid mientras mi mente pensaba que estaba en Asgard con la Diosa Freyja, me sentí molesto.

-Me has hechizado.

-No, señor, esto que le puse era para que durmiera mejor. -Su rostro era de miedo, miedo hacia mí.

-Me has hechizado para yacer conmigo.

-Señor, tú me has agarrado una y otra vez, y yo obedezco a mi señor, orgullosa de que se haya fijado en mí.

-Pues ya puedes irte. Y cuando nos veamos no me dirijas la palabra.

-Hay mucha nieve afuera señor, mi casa está lejos.

-Abrígate y sal. Ahora.

 

Astrid no era una mujer fea, nunca me había fijado en ella pero todavía tenía la imagen en mis ojos de Freyja. ¿Cómo podía tener una imagen de una Diosa que jamás había visto? Los efectos del polvo en el vino, esas explosiones de energía en todo mi cuerpo habían sido con Astrid.

La aldeana se marchó, cerré la puerta, puse una tranca para que nadie entre. Me puse un pequeño abrigo, me envolví con pieles y me quedé dormido. Pero esta vez no soñé.

 

Gracias por escucharme.