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Psicoauditación - Laura M.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 22/02/2017

Sesión del 28/02/2017

 


Sesión del 22/02/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Laura M.

La entidad relata cómo de joven, en Umbro, unos guerreros mataron a su familia y se la llevaron lejos. Tendría que vivir en un nuevo entorno y con una gente que la adoptó. Su juventud la ayudaría a adaptarse.

Sesión en MP3 (2.510 KB)

 

Entidad: La mayoría se piensa que en las distintas vidas se repiten circunstancias hasta lograr el aprendizaje requerido. ¿Pensáis que como el karma es una lección a aprender te vuelven a ocurrir circunstancias similares hasta tanto sepas como desenvolverte ante ellas? Pues bien, no es así, no por lo menos en mi caso, una vida que me ha afectado bastante. Pero no debo ser hipócrita, he logrado adaptarme.

Hay seres sabios que dicen que adaptarse y acostumbrarse pueden llegar a ser opuestos, y explico por qué. Cuando tú te acostumbras, te sometes a las circunstancias, al entorno, a lo que te rodea y pasas a ser uno más, un ser gris. Cuando tú te adaptas, te adaptas para sobrevivir, para salvar esas vallas, para vencer esos obstáculos, pues si no te adaptas sucumbes como los que se acostumbran, porque hay muchas maneras de sucumbir. Hay gente que se hunde en la nada, en el vacío -como diríais los filósofos encarnados- en un vacío existencial. Pero mi desafío fue encarnar en un mundo hostil sumido en una eterna edad media, en algunas regiones en una edad antigua, comparada con la historia de Sol III.

 

Mi nombre era Snowza (con la 'w' y 'z'), Snowza. Nací en Turania, mi gente no era una gente muy pacífica, batallaban con tribus de otras regiones. Pero la aldea donde yo vivía era una aldea tranquila, no era un poblado grande, era un poblado con poca importancia, no deseable por saqueadores del norte.

Papá trabajaba en artesanía de madera, quizá ganaba menos que los herreros que trabajaban con metales, pero no se complicaba la vida, cobraba bastantes metales. Vivíamos bien, era única hija.

Ya había cumplido ocho de vuestros años cuando a lo lejos se escucha que la tierra tiembla -en mi percepción de niña-, galopar de hoyumans, similares a vuestros caballos, griterío, las mujeres y los niños corriendo de un lado a otro en nuestro pequeño poblado, decenas y decenas de cabalgaduras, guerreros con espadas con rostro fiero, salvaje, como diríais vosotros, matando a diestra y siniestra sin un por qué, no perdonaban la vida a nadie. Nuestras viviendas eran precarias de madera, techo de paja consolidado con una especie de pegamento para que no filtre la lluvia dentro, todo quemado con antorchas. Así fue cuando perdí a mis padres. Tenía tíos, mataron toda a mi familia, los conocidos.

 

En mi poca comprensión de ocho años vi que a las niñas adolescentes las subían a grupa de sus hoyumans. Un guerrero me miró de manera muy hostil, yo me agazapé, tímida, me encogí sobre mí misma. Otro guerrero gritó, le ordenó. Estaba tan aterrada que no escuché lo que le dijo, me subieron a una montura y me llevaron.

Amaneceres y amaneceres hacia el norte. Dejé de ver el verde del pasto, de los bosques, de las llanuras hasta ver zona montañosa, nieves, nieve por doquier.

Estaba aterida, mi cuerpo no estaba acostumbrado a tan bajas temperaturas. Me pusieron un saco de piel con un hedor insoportable. Me dejaron en una especie de jaula de madera. Sé que es cruel lo que estoy contando pero la realidad va mucho más allá de lo que podáis imaginar.

 

Me dolía el estómago. No tenía pena, tampoco me asomaba el llanto porque no había asumido la situación, es un cambio muy brusco el que he sufrido, no asimilaba que mis padres no estarían más conmigo, estaba viviendo como un sueño o una pesadilla. Un hombre altísimo, altísimo para mi corta estatura ordenó que abrieran, llamémosle, jaula de madera. Salí con las manos en mi pecho. Me habían alimentado el día anterior y mi instinto de supervivencia me hizo comer un guisado con un sabor repugnante pero lo comí todo. Hice arcadas como para vomitar, pero me dieron agua con un líquido, una mezcla agridulce que de alguna manera me curó la parte estomacal. Me acurruqué contra mí misma y pude dormir bien.

Salí de mi prisión. El hombre me tomó de la mano suavemente a pesar de su estatura gigantesca y su rudeza, y me llevó a su vivienda, una vivienda de madera pero por lo que podía apreciar muy fuerte, armada con troncos enormes, y veía una especie de chimenea de la que salía humo, algo que me sorprendía.

Cuando entré me di cuenta de qué era. A los costados había un hueco y en ese hueco no había madera era como una especie de protección de piedra, lo que llamaríais un hogar a leña, y adentro el ambiente estaba bastante cálido. Me sentí más tranquila cuando vi a una mujer de rostro amable que me abrazó.

-¿Esta es la niña?

-Sí -asintió el hombre.

-Has hecho bien en traerla, no pudimos tener hijos. -Miraba a uno y a otro.

La señora me dijo:

-¿Cómo te llamas?

-Snowza.

-¿Cómo?

-Snowza.

-Mi nombre es Alena, mi esposo se llama Tordaz. Vivirás con nosotros y te cuidaremos y te criaremos. ¿Sabes leer?, ¿sabes los números?

-Un poco.

-Quizá nos veas como salvajes, pero yo sé leer y escribir, y te enseñaré.

-Mujer, hay otras cosas para enseñarle.

 

Los planes de mi mamá adoptiva, Alena, eran distintos a los de mi padre adoptivo Tordaz. Al amanecer siguiente el hombre me llevó al exterior en medio de la nieve. Me atreví a preguntarle por el abrigo de piel.

-No, te tienes que acostumbrar al frío, ya tienes una ropa puesta de cuero. -Me dio una espada pequeña, la mitad de la que portaba él pero para mí era muy pesada-. Te enseñaré los movimientos, tienes que copiar.

No sé cómo me atreví a decirle:

-Pero, señor.

-Señor no, Tordaz. Llámame por el nombre.

-Pero Tordaz, yo soy niña, no niño.

-¿Y? En este mundo hostil las niñas se tienen que defender aún más que los varones para evitar ser ultrajadas o muertas. Si eres débil sucumbirás.

-¿Qué es sucumbir?

-Te mataran, morirás a manos de un hombre o de una fiera de las montañas.

 

Y cada amanecer practicábamos con la espada. Nunca hacíamos simulación de combate, simplemente me enseñaba movimientos, posturas, maneras. Y por la tarde, después de almorzar, con mi mamá adoptiva Alena cogíamos papel y un pedazo de grafito y me enseñaba a escribir y a profundizar en los números.

-Mujer -decía Tordaz-, eso que le enseñas no sirve para nada.

-¿Te molesta, amado esposo, que sea instruida? No tiene porque ser una bestia más, como tus amigos. -Pensé que el hombre se iba a enojar pero lanzó una risotada.

 

Dentro tenía una congoja y por otro lado estaba molesta conmigo misma, ya casi a punto de cumplir nueve años tenía desdibujada en mi mente toda la vivencia de Turania, de mi aldea natal, de mi familia, todo desdibujado como si hubiera sido un mal espejismo. Esto era lo que tenía. Quizás inconscientemente me estaba adaptando y ese olvido, involuntario o inconsciente era para protegerme.

No supe lo que era el llanto. Si me preguntáis, ¿me estaba volviendo dura? No, para nada, seguía con timidez. Cuando llovía fuerte, los truenos, los relámpagos me hacían encoger en mi camastro, pero tenía un camastro con mantas gruesas y un plato caliente de comida.

 

Recuerdo que le pregunté a mamá adoptiva Alena:

-¿Cuándo es aquí la época de calor? -Sonrió, pero dulcemente, sin burla.

-Aquí no hay época de calor, habrá días más templados, pero un día templado del norte es un día frío y cuando llega el invierno apenas te puedes mover, tu cuerpo está duro y es cuando más tienes que salir al exterior y moverte y hacer ejercicios.

Lo miré a Tordaz y me dijo:

-Es como dice tu madre, debes templarte por fuera y por dentro.

 

Y sí, me acostumbré a decirle madre a Alena. A Tordaz lo llamaba por su nombre, no le decía papá, él tampoco quería pero me tenía mucho afecto. Quizá de más grande entendí que se había frustrado de no haber tenido un hijo varón y me estaba criando como un varón, lo que a mamá Alena no le gustaba. Ella seguía instruyéndome con las letras y los números hasta que aprendí a escribir correctamente.

 

Pero esto que relato, esto es sólo el comienzo, porque lo que vino después... ¡Bufff! Es otra historia.

 

 

 


Sesión del 28/02/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Laura M.

La entidad relata que después de haber sido raptada por unos bárbaros y acogida en una familia la habían entrenado en las armas hasta ser brillante en su manejo. En unos años se convertiría en una guerrera más. Pero tenía otros proyectos.

Sesión en MP3 (1.028 KB)

 

Entidad: Era día de fiesta, habían venido los guerreros festejando un saqueo. Me acuerdo que cuando era pequeña sentía miedo, culpa por convivir con los bárbaros del norte.

Fui creciendo. Cuando cumplí catorce de vuestros años trataba de consolar a las jóvenes recién raptadas hasta que como decís vosotros me levantaron el peso. Ungar uno de los principales guerreros me dice:

-No tienes porque consolar a nadie, es como si consolaras a algún animal que cazáramos en una trampera, sabes que lo vamos a matar para comerlo. No sé qué destino le daremos a las esclavas.

 

Conmigo el trato era distinto. Tordaz, junto con su esposa Alena, mis padres adoptivos, me criaron como uno de ellos desde que tenía ocho años, desde de que saquearon la aldea turania. Salvo que hubiese una fuerte tormenta de nieve, todos los amaneceres, padre, quizás frustrado por no tener un hijo varón, me enseñaba el arte de la defensa, a practicar con el arco, con la lanza pero principalmente con la espada. Ya a mis catorce años estaba casi en igualdad de condiciones con Tordaz, mi padre adoptivo, que me duplicaba en peso, en fuerza y me llevaba una cabeza de altura.

Pero ese mediodía había fiesta, había un gigantesco barril de doscientos litros, cogían un cucharón y se servían el líquido, la bebida espumante, en jarras de madera. Casi toda la bebían, el resto se la desparramaban entre la barba y el pecho. Me acuerdo cuando era pequeña, me daba una sensación de repulsión pero te adaptas, te adaptas.

 

No sólo me adapté sino que cuando cumplí dieciocho de vuestros años mi cuerpo era musculoso, y sin tener la fortaleza de un varón era absolutamente invencible con la espada. Es más, algunos varones, por ese parecer machista trataban de intimidarme. Los miraba con desprecio, con burla a propósito. Sacaban su parte reactiva y ya tenían la espada en la mano. A la mayoría los vencía fácilmente.

 

Un día Ungar le dice a Tordaz:

-La voy a probar a tu hijastra, a Snowza, quiero ver qué tan buena es.

 

Y adelante de todo el clan me retó a un duelo con espada, a primera herida.

Durante bastante tiempo cruzamos los metales. Veía que se estaba cansando, lo podía haber tocado en la pierna, en la parte del muslo derecho, en un brazo, en el rostro pero inteligentemente hice un movimiento y me tocó en la parte del omoplato, caí de rodillas exagerando el gesto de dolor y escuchando el grito de triunfo.

-Ve, mujer, a curarte la herida. No es nada, es un raspón -me dijo.

 

Tordaz me curó, madre Alena me hizo un par de suturas. Tordaz cerró la puerta me miró a los ojos y me dijo:

-Has sido astuta, muy inteligente y eso es bueno. Estoy convencido, porque sé cómo combates, que lo podías haber marcado en cinco ocasiones por lo menos en el cuerpo, pero humillar a uno de los jefes no hubiera sido bueno para ti ni para nosotros como tu familia, los que te hemos acogido y te hemos dado cabida en este hogar. Has hecho bien dejándote ganar.

Lo miré y le dije:

-Pensé que no te darías cuenta.

-¡Vamos, hija! -Rara vez me decía hija, siempre me llamaba por mi nombre, Snowza-. Te conozco de pequeña, sé lo diestra que eres y lo que serás todavía.

 

A partir de ese momento Ungar me llevó no a saqueos, no llevaban mujeres a saqueos pero sí a cacerías y demostré lo eficiente que era con el arco cazando porcinos, no nos faltaba comida en el invierno.

Era mi nueva vida pero anhelaba esperar un tiempo más, fortalecerme físicamente un poco más, y sé que mi destino era marcharme del clan del norte. Me había encariñado con Tordaz y Alena pero no me sentía libre, no quería depender de nadie. Quería ser Snowza, la guerrera.

 

Gracias por escucharme.