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Psicoauditación - Maribel

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 29/5/12
Médium: Jorge Raúl Olguín

Interlocutor: Karina
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Maribel

En Judea conoció a Jesús por medio de Santiago. Iba a sus sermones pero dejó de ir cuando en su casa descargaron la ira sobre ella. Tuvo temor. Ser mujer en aquellos tiempos era ser nada. Repasar esta vida le ha hecho muchísimo bien.

Sesión en MP3 (2.333 KB)

 

Interlocutor: Bienvenido...

 

Entidad: Qué gusto estar aquí nuevamente.

 

Interlocutor: ¿Cómo te encuentras?

 

Entidad: Con muchos deseos de relatar una vivencia bastante bastante sufrida.

 

Interlocutor: Estoy aquí para escucharte.

 

Entidad: Hace dos milenios encarné como femenina. Mi nombre era Raquel y era la única hija de la familia. Mi padre se llamaba José, mi madre, Ana, y tenía un hermano, Jonás. Ellos eran fervientes religiosos y yo me sentía con una sensación extraña porque no entendía cómo ese dios podía ser tan vengativo, tan hosco. En esa época no se conocía la palabra ego pero de verdad que era un dios egoico.

 

Interlocutor: ¿En el plano en que te encuentras en este momento tienes un conocimiento distinto a ese que tenías?

 

Entidad: Claro, pero estoy hablando desde el rol de Raquel, y en ese rol me sentía como...

 

Interlocutor: ¿Desprotegida?

 

Entidad: No, no sería desprotegida sino incomprendida.

Me había hecho amiga de un joven llamado Santiago. Santiago era muy popular entre las jóvenes de la región porque enseñaba cosas distintas. Hablaba de un Dios de misericordia, hablaba de que existe un reino que se llega a él ayudando al prójimo, que las leyes del Pentateuco quedan obsoletas ante el amor a los demás. Y es como que hipnotizaba con sus palabras, y varias jóvenes eran amigas de Santiago. Santiago no pretendía tener una relación amorosa con ninguna de nosotras, simplemente la amistad y el transmitir la Palabra.

Todas las tardes decía que iba a casa de Esther y la misma Esther me cubría, e iba a ver a Santiago. Había otras jóvenes y otros varones, también.

Un día le pregunto:

-¿De dónde sacas tú todo eso que sabes y que transmites?

-¡Oh, no! -me dijo Santiago- nada es mío. Tengo un Maestro.

-¿Un Maestro? ¿Y dónde está?

-Más al norte, a veces viene y nos busca. En este momento está con mi hermano, está dando una charla.

-¿Tienes un hermano?

-Sí, tengo un hermano pequeño, casi un niño. Tiene poco más de quince años.

 

Interlocutor: ¿Cómo se llamaba?

 

Entidad: ¿Mi hermano? Juan -dijo Santiago.

Y entonces fuimos adonde estaba dando charlas el Maestro de Santiago.

Llegamos a un lugar y me sorprendió ver la cantidad de personas de todas las edades. Obviamente, había pocas mujeres, pero también había de todas las edades. Nos quedamos a un costado y Santiago puso su dedo índice en la boca como que hiciera silencio. Asentí y escuché.

En el centro había un hombre. Pienso que tendría treinta años, quizá algo más. Era alto, de cabello cobrizo, una pequeña barba y unos ojos dulces pero firmes, una sonrisa, y por momentos fruncía el ceño cuando afirmaba tal tema. Pero su voz...

 

Interlocutor: ¿Cómo te hacía sentir?

 

Entidad: Con un éxtasis tremendo. Y, como thetán, tengo la memoria total y voy a relatar algo de lo que ese señor hablaba.

 

Interlocutor: Te escucho.

 

Entidad: Es incompleto porque ya estaba la charla empezada cuando llegamos con Santiago.

-No sabéis el gozo que me dais al estar aquí. De verdad, queridos hermanos, de verdad os digo que el reino de mi Padre está alcance de todos vosotros. Mirad la mirada de quien tenéis al lado. Mirad la mirada del que tenéis al otro lado. No sois hijos del mismo padre, de la misma madre y sin embargo sois hermanos porque sois hijos de mi Padre. Mi Padre es misericordioso, está dentro de todos vosotros. Basta que miréis al cielo, allí está mi Padre y allí podréis llegar todos vosotros. Pero de cierto os digo, de cierto os digo, queridos hermanos, que nada se logra fácilmente. Yo no he venido a cambiar nada, he venido a traer las novedades. No existe la venganza sino la misericordia, no existe el castigo sino la comprensión. Pero, de verdad, mis palabras no son de unión, lamentablemente mis palabras son de desunión porque habrá familias que se desintegrarán, discutirán padres contra hijos e hijos contra padres. Es una pena que así sea, queridos hermanos, es una pena que así sea, pero es necesario, porque es necesario transmitir la verdadera palabra. No hay castigo, no hay anatema, la única verdad es brindaros como hizo aquel samaritano que levantó al caído y lo llevó a la posada dándole denarios al posadero. Aquel que levanta al caído, aquel es tu prójimo; aquel es al que tienes que abrazar, ese es tu hermano.

 

Interlocutor: Muy bello.

 

Entidad: Y me quedé extasiada escuchando a ese señor. Le digo bajito a Santiago:

-¿Cómo se llama?

-Se llama Jesúa, y ese niño que ves al lado recostado en su hombro es mi hermano, mi hermano Juan.

Y me sentí rara porque el pequeño Juan lo miraba como si fuera el más grande de los maestros y así se lo dije a Santiago.

Santiago me dijo: -Sí, así es, Raquel, es el más grande de los maestros.

Pasé por lo de Esther y volví para casa. Mi mente estaba, como diríais vosotros ahora, en las nubes; me sentía extasiada.

Llego a casa. Padre estaba de mal humor porque algo le había salido mal en su negocio. Como siempre, padre comía primero con Jonás y mamá y yo, después. Comieron vorazmente y lo que dejaron apenas alcanzaba para una. Tan egoístas eran padre y hermano que se olvidaron de nosotras, que como en todas las familias judías comían después.

Madre me dijo:

-Toma, cómetelo tú.

-No, madre, no tengo hambre. Estoy satisfecha.

Y de verdad estaba satisfecha con las palabras que había escuchado.

Madre estaba muy debilitada porque había pasado por una enfermedad y devoró toda la comida. A la noche me hacía ruido el estómago porque sí, verdaderamente tenía hambre.

Y lloré. Pero no lloré por nada, lloré porque veía la diferencia entre la cultura que enseñaba ese señor Jesúa a lo que había en casa donde no se tenía respeto por la mujer, donde si quedaba comida, quedaba, y si no, no importa. Donde mi padre me hacía crecer el cabello para limpiarse la grasa de las manos cuando comía cordero. Total, yo luego me lavaba en la fuente.

Yo era una molestia para mi padre. Mi padre lloró cuando nací porque sabía que después, cuando me comprometiera, tenía que pagar la dote, que era una indemnización para que se sacara de encima al contrapeso que era la mujer.

 

Interlocutor: Esto no debe herirte como espíritu a pesar de que, obviamente, fue duro y doloroso haber vivido en una época donde la mujer era tan poco valorada, porque tú, como espíritu, sabes que encarnar como hombre o como mujer es algo que nos puede suceder. El espíritu no es ni masculino ni femenino; a veces encarnamos como mujer, a veces como hombre. O sea, ante los ojos de Dios todos somos iguales, a pesar de que la ignorancia de los hombres y más aun, lo que se ve a lo largo de los tiempos, quiera hacer que digan lo contrario.

 

Entidad: Fíjate que a los pocos días participé en otra charla y no me animé de interrumpir al Maestro pero le dije a Santiago si él le podía preguntar si estaba bien el trato con la mujer en esa época...

 

Interlocutor: ¿Cuál fue la respuesta?

 

Entidad: La respuesta de Jesúa a Santiago fue que todos, hermanos y hermanas, sois hijos de mi Padre, todos sois iguales. Lo único que nos diferencia es la conducta que pueda tener cada uno con su prójimo, no otra cosa. No hay raza, no hay color de piel, no hay denarios ni oro que puedan decir que uno sea mejor que otro.

 

Interlocutor: ¿Qué piensas tú de esas palabras?

 

Entidad: Son palabras que reconfortan, pero me hicieron sentir demasiado segura. Esa noche confronté con mi padre que nuestra religión hacía que la mujer, al igual que estaba separada en la Sinagoga, de la misma manera era separada en la casa.

Me miró, abrió la boca como con asombro. Madre se tomo la boca como suprimiendo un llanto. Mi hermano me miró con desdén. Y en ese momento recibí un tremendo bofetón que me tiró contra la pared, golpeé la cabeza, reboté y golpeé del otro lado con el piso de piedra. Quedé atontada como cinco minutos, sin perder el conocimiento. Todo me daba vueltas, todo.

Sentí que dos manos me cogían de los hombros... sería mi hermano. Y cuando todo dejó de girar ante mis ojos estaba acostada en el camastro. Mi madre llorando, diciendo: -No te enfrentes a padre, ahora te quedas de nuevo sin comer.

Varias veces me crucé de vuelta con Santiago.

Había cogido temor y dije: -No voy a ir, no voy a ir más a las charlas, tengo temor de que me vean, tengo temor de que a Esther se le escape que no voy a su casa.

A partir de ese momento me comporté como una hija ejemplar: hacía todas las tareas, iba al pozo a buscar agua. Mi mente no pensaba, sólo mi cuerpo obraba: era un autómata. Me prohibí desear escuchar las charlas, me hundí como ser humano.

Al poco tiempo me comprometieron con un comerciante obeso al que yo ni siquiera conocía. Fui madre prolífera de cuatro hijos. Pero no fui feliz en mi vida, cumplí con una obligación que te enseñaba esa religión. La única vez que lloré fue cuando me enteré que a ese señor Jesúa lo había crucificado.

 

Interlocutor: ¿Cómo te sientes habiendo repasado esa vida?

 

Entidad: Con pudor, con vergüenza de no haber sabido confrontar los miedos pero no podía, era imposible, era una niña. Esa ignorancia de esa época sigue siendo actualmente la misma...

 

Interlocutor: Nadie te juzga.

 

Entidad: No. A veces, yo mismo como thetán me puedo juzgar.

 

Interlocutor: Tú sabes que no siempre tenemos la posibilidad de debatir justamente, debatir con los necios no tiene sentido. Esa es una época con mucha necedad.

 

Entidad: Pero he descargado muchísimo, muchísimo. Y Jesúa, o como lo conocéis ahora, Jesús, es el Maestro de los Maestros.

Gracias por escucharme.

 

Interlocutor: Gracias a ti por estar aquí y por relatarnos esta vivencia. Toda la Luz para ti y para tu 10%.

Hasta todo momento.