Índice

Psicoauditación - Pamela

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 29/07/2020


Sesión 29/07/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Pamela

Estaba en Ran II, Central Domo. Aunque hacía esfuerzos para que no se reflejara en su persona la insatisfacción existencial que sufría, se le notaba. De manera tal que un gran genetista le brindó ayudarla a descubrir su interior oculto.

 

 

Sesión en MP3 (3.602 KB)

 

Entidad: Mi nombre era Ivette Miró. Mis padres eran muy condescendientes conmigo, lo siguen siendo, pero me da la impresión como que su afecto era un afecto en piloto automático. Es muy difícil explicar con palabras lo que uno guarda como concepto, ¿no?, pero es como que te daban abrazos, caricias, palabras de aliento, y luego seguían en lo suyo. No me quejo, para nada.

Pero me sentía distinta, como que no tenía un lugar de pertenencia. Además tenía como complejos. Siempre miraba por holofotos o por holovídeos a Central Domo, la gran ciudad. Imad, donde vivíamos, era pequeña en comparación. "¿Algún día iremos a Central Domo?". "Sí, pronto. Sí, quizá. Sí, tal vez. Sí, pero el trabajo... Sí, pero las tareas...".

 

Tenía voluntad. Estudié microbiología y genética, luché contra... luché contra mi timidez, luché contra mi personalidad introvertida. En los grados de la primaria, prácticamente me quedaba en mi banco y hacía las tareas más que bien, pero justamente por la timidez de portarme mal, como otras chicas.

Y me sentía distinta, prácticamente no conversaba con las otras niñas. Pero claro, mis padres me llenaban de afecto pero no veían más allá de su visión limitada. Y me fui analizando sola.

 

Y luego terminé el segundo curso y entré en la facultad y ya me centré en mi estudio. Me apasionaba la microbiología, la genética. Pero me di cuenta que me costaba muchísimo muchísimo mezclarme con otras jóvenes, y menos con varones. Y sin embargo era conversadora, el que no me conocía por dentro, que me conocía exteriormente decía "Mira Ivette, qué desenvuelta, qué carisma".

Pero qué, ¿entonces significa que había ganado mi lucha interna? No, no, no; porque por dentro estaba quebrada.

 

Tenía dos compañeros, Maurice Diver, que era una persona muy centrada, muy locuaz, simpática, pero no simpática para tratar de quedar bien, era espontáneo. Y mi otro compañero, Jouvert Lasalle, era más tímido, me miraba de una manera como gustando de mi carisma externo, de ese carisma fingido. Ambos me caían bien pero eran distintos, eran completamente distintos.

 

Empecé a salir con un joven ya de adolescente, un joven que de alguna manera es como que buscaba como sobresalir ante los demás. Yo lo que quería era, ¡je!, ser necesitada, y no me daba cuenta que eso era parte de mi ego, porque ser necesitada no es lo correcto, lo correcto es buscar ser amada, porque uno puede necesitar un objeto pero a una persona se la ama, no se la necesita.

Se llamaba Ronet, no era de los mejores del curso. Incluso muchas veces me confesaba que estudiaba por obligación porque los padres tenían bastante dinero y es como que cuanto más estuviera en la facultad menos le molestaba a ellos. Y me fui dando cuenta con el tiempo que era un muchacho resentido, Ronet, pero a mí me brindaba afecto, y eso era lo que me importaba.

Hasta que de un día para el otro me dijo:

-Necesito respirar.

-Si te molesta Imad, vamos un fin de semana al mar.

-No, me siento ahogado en la relación.

-¿Y me lo dices ahora?

-¡Y lo pensé ahora! -Directo, punzante.

Y sin darme más explicaciones se alejó. Al año siguiente tuve el alivio de que dejó el curso, lo venía haciendo por obligación y lo dejó. Y sentí alivio porque no tenía que verlo cada día. ¿Si era rencorosa? Quizá, porque el ego necesita y el ego también es rencoroso. Y el ego también es infantil, el ego demanda, el ego reclama... Todo eso me lo sé de memoria.

Pero mis amigos, Jouvert y Maurice, nunca supieron de mis "debilidades". Me admiraba porque no se notaba mi fobia social, estar en un curso era como algo claustrofóbico, exponer un tema adelante de todos sentía como un mareo. Quizá me había bajado la presión y digo "En cualquier momento me desmayo". Pero me saqué la mejor nota, mis palabras salían en forma automática. Di una lección excelente.

Me senté y mi compañera de banco me decía:

-Ivette, estás transpirada.

-Sí...

-Pero no hace calor.

-No, no, debe ser la presión.

Nos recibimos con honores, tanto Jouvert Lasalle, Maurice Diver y yo. Me vi más desenvuelta, me sentía plena, pero sabía que era una fachada.

 

Después de lo de Ronet me costaba muchísimo confiar en los demás. En mis dos compañeros sí porque éramos amigos, pero en los demás... Y claro, el hecho de no confiar en los demás me afectaba el iniciar nuevas relaciones. ¿Qué tuve oportunidades? Sí. Maurice es como que me miraba con afecto, tenía un carisma natural pero me abrazaba espontáneamente, pero yo veía que era afecto y nada más. Jouvert es como que me esquivaba la mirada, y yo de costado veía que me miraba cuando creía que yo no lo observaba, pero no se atrevía a abrazarme.

Y me di cuenta de que yo le atraía a Jouvert pero él no se animaba a dar el paso. Me parecía una excelente persona, pero necesitaba algo para llenar mis silencios, para aplacar mis vacíos, y Jouvert lo veía como tibio y me daba impotencia a mí misma porque es como que lo estuviera prejuzgando, y no era así, no era así.

 

Y en distintas universidades de Imad dimos cátedra. Cogía el micrófono y hablaba, pero cuando terminaba de hablar, después de los aplausos, iba a un cuarto me sentaba y me tocaba la garganta para medirme el pulso y tenía casi cien palpitaciones por minuto. Me costaba muchísimo el buscar ser natural, muchísimo; disimulaba muy bien la personalidad de introvertida. ¿Qué persona introvertida, insegura podía dar una cátedra delante de trescientos alumnos?

 

Y un día nos tocó ir a la ciudad que yo admiraba tanto y que nunca había visitado: Central Domo, la más importante de Ron II.

Le pregunté a Maurice:

-¿Qué hay?

-Hay una conferencia de Raúl Iruti.

-¡Cómo!, nada menos que de Raúl Iruti, es uno de los mejores genetistas del planeta. ¿Qué tema va a tocar?

-No, parece que va a tocar microbiología.

-¡Ah, bueno, excelente! Estoy mucho más empapada en microbiología que en genética.

 

Y viajamos a Central Domo. En el viaje pensaba en todos mis logros académicos, los cursos de postgrado que había hecho, los diplomas que tenía en mi habitación, porque todavía vivía con mis padres. Pero me sentía vacía. Mi pecho me dolía no sé si de angustia, no sé si de nervios.

Y escuchamos la conferencia del profesor Iruti. Tuvimos el gusto de conocerlo personalmente y nos invitó a tener una charla personal sobre el tema.

Vi que hablaba aparte con Jouvert. Le pregunté:

-¿Vendrás con nosotros?

-Sí.

-¿Pero qué cosa has hablado con él, aparte?

-No, no, sobre mis temas. -No lo quise poner incómodo. Me tomé un café, mis dos compañeros se habían ido al mostrador.

 

Me di vuelta y a mi espalda, parado, estaba el profesor Iruti. Me dijo:

-¿Tú eres Ivette?

-Sí.

-He visto tu currículum, eres muy buena. Pero me gusta observar a las personas. -Me sentí incómoda, no entendía qué quería decir. Hasta que me aclaró-. Me considero buen genetista pero prácticamente estoy dejando de lado las cátedras. Soy un asesor espiritual. -Lo miré.

-Asesor espiritual.

-Sí, trato de llenar los vacíos que tiene la persona en su interior. Pero no de una manera común donde tú coges un recipiente y lo llenas y ya está, no; primero la propia persona tiene que hurgar dentro de su vacío, profundizar sus propias falencias.

-Profesor, pero usted está hablando en general.

-No, no, no, no; cuando hablo con una persona es que hablo sobre los temas de la persona.

-Y usted supone que yo tengo vacíos internos.

-Lo noto.

-No me conoce...

-Apreciada Ivette, no te atajes, no te atajes, no busco descubrir tu mundo. Lo comento por si quieres tener una consulta personal para tratar de ver cómo modificar esas carencias. -Me sentí intrigada pero a la vez incómoda.

-¿Quién dijo que tengo carencias?

-Estimada Ivette, no estés a la defensiva, nada se impone, todo se propone. Ven con tus compañeros, hablemos de microbiología, hablemos de genética, pero si quieres hablar de tu persona, de tu ser, es otra cosa.

-Yo me siento bien.

-¡Excelente!

-Y tengo logros académicos...

-Me parece mejor.

-Y mis padres aprueban todo lo que yo he estudiado, tengo infinidad de diplomas colgados en las paredes.

-¿Y qué diplomas tienes en tu vida? -Fruncí el ceño.

-No los tengo en mi vida, los tengo en las paredes, en mi habitación, vivo con mis padres.

-Claro. Pero aparte de los holodiplomas, qué otras cosas llenan tu vida, ¿tus éxitos, tus logros? ¿Qué más? -Me dolía más y más el pecho, sentía como angustia, pero no iba a llorar. Me sentí incómoda, me daba la impresión como que el profesor Iruti era inquisidor, pero luego lo miraba analíticamente y él simplemente conversaba-. ¿Tienes un holomóvil a mano?

-Sí. -Sacó su holomóvil y me pasó sus datos.

-Puedes comunicarte conmigo cuando quieras. Y si deseas llenar ese vacío existencial me lo dices. -Sonrió genuinamente, ¿eh? , genuinamente sonrió. Y se marchó.

 

Tenía sentimientos encontrados, o quizás emociones encontradas. Por un lado es como que quizá había encontrado a la persona que podía ayudarme a modificar, cambiar o erradicar mis carencias, mi vacío, mi fobia social, esa que tanto tanto me costaba disimular. Pero por otro lado me sentí como molesta, no acosada, porque el respeto que tenía el profesor Iruti..., lo vi conversando con otros estudiantes y lo vi conversando con profesores recién recibidos, a todos con la misma cordialidad.

Y me di cuenta de que no es que había hablado conmigo por algo especial, a cada uno le tenía que decir lo que correspondía. Obviamente yo no era una metida de intentar escuchar otras conversaciones, pero veía rostros de jóvenes varones que de repente se ponían pálidos cuando el profesor Iruti les comentaba algo, quizá les señalaba donde tenían clavada la espina.

Y entonces me di cuenta que no era una persona que acosaba, era una persona que era extremadamente observadora y podía intuir lo que le pasaba a cada uno de los cientos de personas que había, entre profesores recién recibidos, profesores más avanzados y estudiantes del último año, todos en el aula magna tan grande de la universidad de Central Domo.

 

Pero por otro lado digo "Supongamos que lo llamo y concierto una cita y me abro ante él, ¿no me voy a sentir expuesta? ¿Cómo venzo mi vergüenza de sentirme expuesta? Al fin y al cabo, ¿qué es eso de asesor espiritual?". Pero claro, había otro rol del ego que me empujaba, que era la curiosidad, aunque en la facultad me ensañaron que la curiosidad era útil para la investigación de microbiología. No iba a ponerme ahora a gastar el tiempo de saber si la curiosidad era ego o tenía que ver con el análisis no, no, no, no, no. Pero haría una cosa: iría con Jouvert y Maurice a la reunión con el profesor para hablar sobre genética y microbiología, y conocerlo un poco más.

 

Esa noche me junté con Jouvert Lasalle, porque Maurice se había acostado temprano. Y me dijo:

-Esto te lo cuento a ti. Me voy a reunir con el profesor Iruti porque tengo muchas cosas dentro mío que resolver. -Me puse pálida, blanca. Se me había ido la sangre del rostro.

-¿De verdad lo vas a ver?

-Disculpa, no quise incomodarte...

-No, no, no, me parece perfecto que vayas si tienes temas para resolver. -Jouvert se encogió de hombros.

-Contigo es distinto, Ivette, tú eres tan desenvuelta, eres tan carismática. -Reí por dentro. Si supiera que quizá tengo más carencias que él...

 

Y eso me decidió, el que Jouvert me confesara que lo iría a ver a Iruti.

Esa misma noche, en mi cuarto de hotel, le mandé un mensaje. Y concertamos una cita. Yo también buscaría resolver mis carencias.

 

Gracias por escucharme.