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Psicoauditación - Teresa C.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 21/02/2018

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Teresa C.

En Umbro había muchas razas pero ella venía de una mezcla de dos de ellas. Era distinta y los demás le hacían notar que era distinta. En esa vida quedó con muchos engramas.

Sesión en MP3 (2.906 KB)

 

Entidad: Trataré de elucubrar y ordenar mi concepto para que este receptáculo lo pueda traducir cómodamente.

 

Empezaré contando que en cada encarnación podemos tener uno, diez o más engramas por cosas que nos suceden cotidianamente, graves o no. Y nos habituamos a veces a una forma de vida, nos adaptamos a una forma de ser, a un ambiente. Y una de las cosas que mejor nos ha pasado como unidades biológicas es el no tener memoria reencarnativa porque no podríamos entender determinadas formas de vidas, costumbres, regiones, o aceptar que pudimos ser tal o cual rol porque en cada encarnación somos roles, cuando desencarnamos dejamos de ser ese rol de madre, de hija, de prima, de tía, de nieta para pasar a ser, sencillamente, un espíritu que mora en el plano que corresponde de acuerdo a lo que la persona encarnada hizo en la última y en anteriores vidas.

 

Relataré la vida como Elefa. Nací en el cuarto mundo de la gigante roja Aldebarán, un mundo sumido en una eterna edad media y en algunas regiones incluso comparable a la edad antigua de Sol III, donde hay incluso animales muy similares a Sol III y otros no, un mundo que está a mucho más de diez veces la distancia de Sol III a su estrella, por el tamaño gigante que tiene Aldebarán, la gigante roja. Umbro es un mundo similar a Sol III con continentes, con océanos y la gran mayoría vive en estado salvaje en distintos poblados grandes o aldeas pequeñas.

 

Mi papá se llamaba Cordel, era humano. Mi mamá, Síbelu, era una elfa. La familia de mamá nunca aceptó a mi padre, hablaban que los humanos eran guerreros, traidores y que generalmente usaban a los demás seres para su propio provecho, para su propio beneficio.

 

De pequeña jugaba con una prima, Larisa, que era hija de los elfos Mirena, hermana de mamá Síbelu, y de Úberu. En la tribu me miraban con un poco de cautela porque si bien tenía orejas puntiagudas como la raza elfa, tenía una contextura un poco más grande, como la raza humana, un poco más corpulenta, pero la misma agilidad de cualquier elfo sumada a la fuerza de un humano.

 

A veces conversaba con mi abuela Aranda. Ella me decía:

-Aquel que está más allá de las estrellas, que lo percibes pero no lo puedes ver es el creó este mundo y es el que te creó a ti. No te sientas distinta, eres un ser vivo, como todos.

De pequeña le decía:

-Fui con Larisa a bañarnos al arroyo y vi que ella en el extremo de la espalda tiene una pequeña protuberancia.

-Sí -dijo la abuela Aranda-, entiendo que es un pequeño rabo que tiene miles y miles y miles de amaneceres, supongo que cuando los elfos teníamos cola, una pequeña cola como los simios que ves en los árboles.

-¿Y por qué yo no tengo? -interrogué a la abuela. Me respondió:

-Por tu padre Cordel, que es humano. Los humanos no tienen rabo y su piel es más rojiza. Nosotros, los elfos tendemos a tener la piel apenas gris azulada. Tú tienes la piel y la falta de la protuberancia, ese pequeño rabo, como tu padre Cordel y las orejeas puntiagudas como tu madre Síbelu.

-¿Y por qué, abuela, el resto de la tribu me mira como con desprecio, como con desconfianza? A veces me peleo con la prima Larisa y ella me refriega en el rostro "Tú eres distinta, tú no perteneces aquí", me hace sentir mal. Y a veces me quedo todo el día en el bosque... El otro día toqué una tumera.

La abuela palideció.

-¡Cómo tocaste una tumera!

-Sí, una tumera negra. Me olfateó y me permitió que la acariciase, incluso le hice cosquillas con mis dedos en su cuello.

-¿Lo has comentado?

-No, no le di importancia -exclamé.

-¡Pero pequeña -dijo la abuela-, te podía haber matado, te podía haber devorado, es un felino gigante!

-La vez pasada cruzó por delante mío un turión amarillo y no, no me dio importancia, miró para mi lado y siguió como si fuera un árbol más de tantos de los que hay en el bosque.

-¡Ay! Niña, niña -dijo la abuela Aranda-, ¿cómo puedes hacer eso? La mayoría de nosotros no se aleja de la aldea justamente por esas bestias que hay en el bosque, incluso si queremos cazar algún venado van varios elfos armados con arco, flechas o lanza cuidándose los unos a los otros de esos felinos depredadores. -Me encogí de hombros, mi tema era otro. Insistía:

-¿Por qué me desprecian?

-Te lo he dicho niña, tú eres una criatura de aquel que está más allá de las estrellas. Como todos, elfos, humanos son criaturas de ese ser que creó este mundo.

-¿Y entonces por qué, abuela, el desprecio?

-Porque siempre han desconfiado de tu padre y piensan que tú eres igual.

-Abuela, ¿y qué hay si soy igual?, ¿quién dijo que padre es malo?

La abuela me acarició la cabeza y me dijo:

-Déjame descansar, ya no tengo edad para conversar tanto.

 

Tengo muchos recuerdos. Mamá Síbelu me enseñaba el arte de la danza, pero no interpretaba la danza como un baile al ritmo de los tambores sino la danza enseñando a arquear el cuerpo, a estar pendiente, a tener agilidad al punto tal que un día, ya siendo yo más grande, tomó una pequeña lanza, ella tomó otra más grande y jugábamos a esquivar los supuestos pinchazos de la punta de la lanza al compás de una música invisible que teníamos únicamente en nuestra mente mientras nos contorneábamos. Nos contorneábamos y así aprendí a esquivar lanzazos y así aprendí a esquivar si me tiraban una estocada con una espada. Papá Cordel a su vez me enseñaba el arte de la espada y el lanzar flechas.

Tengo recuerdos contradictorios de mi infancia, el amor de mis padres, el rechazo de la aldea, hasta mi propia prima que era de mi edad siempre me restregó en el rostro su rechazo. Ella decía:

-Te digo las cosas de frente porque no soy hipócrita.

-Tampoco sutil -le respondía yo-, porque lastimas con tus palabras.

-Es tu problema -me respondía-. Yo digo lo que siento. -Y se alejaba de mí.

 

La abuela Aranda era imparcial, sé que me quería, sé que también la quería a Larisa. Los papas de Larisa, Mirena y Úberu, me miraban con indiferencia. Y eso que Mirena era mi tía directa, hermana de mamá. Pero ninguno confiaba en papá Cordel. Y la abuela Aranda estaba recluida en su propio ser, en su mundo, en su mente, ella no se metía en las conversaciones, daba algunos consejos pero no era la anciana sabia. Entonces a medida que fui creciendo me fui haciendo amiga, si se puede llamar así, de la tumeras o los turiones, que eran los grandes felinos del bosque al punto tal que siendo adolescente llegué a montar tanto a una tumera negra como a un turión amarillo. De la misma manera que un nativo de Umbro monta un hoyuman, que es similar a los caballos de Sol III, yo montaba cómodamente una tumera o un turión y mientras corrían conmigo encima de su lomo yo practicaba el tirar la lanza y ensartarla en un árbol. Porque claro, cualquiera tira una lanza estando de pie, ¿pero montado en una tumera?, la tumera es mucho más difícil de montar que un hoyuman, su forma de correr es distinta a la de un equino, a veces me agarraba del pelo del cuello del pelaje de la tumera con la mano izquierda y con la mano derecha lanzaba un lanza o una jabalina y siempre daba en el blanco.

 

Y así he llegado a cazar puercos, venados, pequeños roedores que luego llevaba a la aldea. Ahí sí festejaban, ahí no les importaba si yo era una mezcla de elfa y humano. Y me sentía mal porque los veía como interesados, como que me aplaudían porque yo estaba llevando algo para comer. O sea, no me querían por mí, me querían por lo que llevaba. Y en lugar de hacerme bien me hacía peor porque me hacía sentir más apartada, diferente, distinta. Y de joven, pero de muy joven, llegué a tener hasta lo que vosotros llamáis un complejo de inferioridad, y no me voy a retractar de lo que voy a decir, y hasta un complejo de culpa por ser mitad humana y mitad elfa.

Una vez se lo dije a la abuela Aranda.

-Yo tengo la culpa de haber nacido. -Fue quizás la única vez que a la abuela le cayeron las lágrimas.

-¿Cómo puedes tener culpa si eres una criatura de ese ser que está más allá de las estrellas? Eres una hija como todos nosotros.

-Entonces ¿porque me siento tan distinta, tan apartada?

 

Y conceptuando como thetán, si en esa vida como Elefa en Umbro sentí como que no tenía un lugar verdadero de pertenencia, como que tenía que adaptarme a las personas, a las circunstancias, a los lugares eso lo compensaba cada día practicando más con la jabalina, con la lanza, con arco y fechas. Llegaba a dar un blanco a cien líneas de distancia con la flecha, midiendo la velocidad del viento, la curvatura de la flecha, disparando hacia arriba a tantos grados para que diera justo en el blanco. Y ni hablar con la espada, yo ya sabía el movimiento que iba a hacer la otra persona antes de que lo hiciera, es como que le adivinaba la intención. Y no era tonta, sabía que era buena, sabía que era muy buena en lo que hacía. Incluso en defensa personal he llegado a luchar contra varones a los que les hacía una llave de torsión, traducido significa les doblaba el brazo de tal manera que tenían que rendirse, aún ante oponentes más fuertes que yo. Pero todo eso no compensaba la soledad que tenía y -como diríais vosotros en Sol III-, la cantidad de engramas de soledad, de baja estima, de no tener un lugar de pertenencia.

 

¡Buf! Voy a dejar descansar al receptáculo que no sólo siente todo lo que yo siento sino que esa angustia en la garganta y ese dolor en el pecho se lo transmito cien por ciento al receptáculo que en este momento traduce a lenguaje hablado mi concepto.

 

Gracias.