Índice

Psicoauditación - Tony H.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 12/09/2017

Sesión del 11/12/2017

Sesión del 27/04/2018


Sesión del 12/09/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Tony H.

En una vida como rey era excesivamente permisivo, no se daba cuenta que le estaban apartando del mundo real mientras le despojaban de todo. Se quedó sin su amigo y sin su esposa. Pensó que era hora de hacer algo.

Sesión en MP3 (3.291 KB)

 

Entidad: Entiendo que tuve muchas encarnaciones difíciles donde sufría de depresión y ansiedad por circunstancias externas. Diréis ¡Qué sencillo es no asumir responsabilidades y creer que todo lo que sucede es por culpa de terceros y de esa manera uno no asume sus propios errores! Y tal vez sea cierto, y tal vez sean verdad las dos cosas, que uno no asume sus propios errores y que terceros son los que te han empujado al precipicio cayendo al abismo, un abismo que no tiene fin, que no termina nunca. Tú esperas el golpe contra las rocas y nunca llega, no, y caes, caes, caes, caes. Ah, y lo que es peor es que te acostumbras a estar mal, lo tomas como algo normal diríamos, y recuerdas como si fuera un espejismo -o algo que en realidad nunca pasó-, las épocas de resplandor.

 

Mi nombre era Faustino. Estaba sentado en el trono con el torso desnudo, un trono desvencijado con una madera arruinada, mirando las paredes que prácticamente se venían abajo. Tenía una copa plateada, creo que era lo de más valor en el castillo, un castillo que se derrumbaba día a día, partes donde ni siquiera tenía techo... Y todavía me quedaba un barril de bebida espumante que no lo tomaba en una jarra de hojalata, lo tomaba en una copa de plata. Pero bebía en soledad, no había nadie. ¡Ufff! Solamente el castillo en ruinas. Y me engañaba porque pensaba que bebiendo la bebida espumante la depresión sería reemplazada por la euforia y la ansiedad por la calma. Bueno, una de las dos era cierta; la bebida me quitaba la ansiedad pero me aumentaba la depresión.

Somos tan ignorantes en el tema que pensamos que bebiendo nos va a dar euforia. No entendemos que el alcohol desinhibe y te provoca euforia cuando estás rodeado de gente a la que aprecias y que te aprecia, pero si estás en soledad lo que te desinhibe es el entendimiento de que has dado todo y no te han devuelto nada, nada de nada.

 

Mi mente se remontaba a más de mil amaneceres atrás con un palacio lleno de gente festejando mi casamiento con Alisa. Alisa nunca me había mirado con buenos ojos. Cuando con treinta amaneceres de diferencia fallecen padre y madre yo quedo en el trono y automáticamente Alisa me miraba con otros ojos, a mí o mi corona. Pero estaba tan deslumbrado, tan enceguecido por su belleza que no reparaba en más nada. Además, siempre fui apuesto, de buen torso.

Y tenía un amigo casi hermano, Demetrio, que a veces me halaga más de lo debido, pero yo estaba tan envuelto con mi propio ego que entendía que el halago era justo.

-¡Mira, majestad!

-No, tú no, Demetrio, tú eres mi amigo, mi amigo desde pequeño.

-Pero majestad, nunca tuve nada, fui un simple soldado, tú eres el rey ahora.

-No, dime Faustino, somos casi hermanos.

-Eres tan bueno Faustino -me decía Demetrio-, y te mereces todo lo que tienes.

-Y tú también, Demetrio. Tú te encargarás de los soldados, de adiestrarlos. Eres muy bueno con la espada.

-Pero tú también, majestad.

-No, insisto, no me digas majestad, dime Faustino.

 

Y desde pequeños practicábamos con la espada. Siempre tuve como cierto complejo de inferioridad porque Demetrio me vencía. Y de grande yo practicaba con otros soldados, cuando era príncipe, y los vencía, pero cuando me tocaba enfrentar a Demetrio, ¡ay!, es como que algo me agarrotaba los dedos, apenas podía sostener la espada -lo que vosotros llamaríais un engrama-, y Demetrio siempre me vencía.

Pero él me decía:

-Faustino, eres misericordioso, eres compasivo conmigo. Te dejas vencer para hacerme sentir bien.

 

Y eso me halagaba. Y yo pensaba "Sí, sí, yo soy mejor que él con la espada, lo que pasa que en el fondo es cierto, me dejo ganar para que él se sienta bien". Qué fácil que era engañarme a mí mismo, que fácil que era no ver cuando Alisa hablaba íntimamente al oído con Demetrio y se reían. Incluso después de la boda a veces me decía:

-Faustino, ¿quieres ir a cabalgar?

-No, debo ocuparme de las cuentas de palacio. Ve, ve. Ve tranquila a cabalgar con Demetrio.

 

Se iban al amanecer y volvían al atardecer. Y yo, ingenuo de mí, "Qué amigo que tengo, se ocupa de mi esposa, la hace sentir bien". Qué ciego que estaba. Claro que la hacía sentir bien, por eso cuando llegaba la noche y estábamos en nuestros aposentos, Alisa me decía:

-Discúlpame, Faustino, he cabalgado tanto, tanto con Demetrio que apenas puedo moverme. -Y se dormía.

 

Sí, claro que había cabalgado y mucho, pero estaba ciego. A veces iba al patio de armas, los soldados se cuadraban pero al rato se olvidaban de mí y cuando entraba Demetrio todos lo vitoreaban.

Hasta que llegó el día de la batalla. Un reino vecino, por un advenedizo del norte que había matado al verdadero rey, nos invadió. Demetrio ya estaba avisado, preparó a la gente, fortificó las torres. Ellos venían con unas plataformas extrañas que lanzaban rocas para derribar muros, pero Demetrio había cavado unas trincheras con un efecto doble, las plataformas con ruedas volcaban al caer en las trincheras y eran blanco de los soldados con flechas humeantes ardientes. Una vez quemadas las plataformas Demetrio atacó venciendo fácilmente al advenedizo del norte y me dijo:

-Faustino, aprovechemos y quedémonos a cargo de ese castillo, que incluso es más grande que el nuestro. -"Que el nuestro", decía, él ya se sentía parte.

-Claro -le dije-, así evitaremos que otros traten de invadirnos.

Este es un ejemplo.

 

Y la astucia de Demetrio hizo que perdonara la vida a la mitad de los invasores, sumándolos a sus filas.

Y ya no se iba a pasear con Alisa, no le interesaba, se iba con parte de las tropas al otro castillo, al que habíamos conquistado.

 

Hasta que un día decido ir.

-¿Para qué te molestas?

-¡Oh! Quiero saber cómo está todo.

Y vi el castillo, una maravilla. Fortificado, más grande que el mío. La gente prácticamente me ignoraba, vitoreaban a Demetrio. Y me fui dando cuenta que mi castillo se iba deteriorando, sin cuidados, hasta la gente de la cocina, los mejores cocineros habían marchado al otro castillo, que no estaba tan lejos, solamente a tres amaneres de marcha. Pero no me daba cuenta que cada día tenía menos tropa. Me alegraba, sí, por las tardes cuando Demetrio venía y decía:

-Vamos, vamos, Faustino, tú eres el rey ahora. Bebamos.

 

Y me hice adicto cada tarde a las conversaciones con Demetrio y a la bebida espumante. Y bebía, y bebía, pero no me daba cuenta de que Demetrio apenas tomaba un par de sorbos y me servía a mí hasta hacerme dependiente de la bebida.

Y por momentos me sentía con depresión y con ansiedad y no sabía por qué. A Alisa prácticamente no la veía sonreír, sí le sonreía a Demetrio.

Pero estaba como ciego de entendimiento. Yo estaba contento: "Mi esposa y mi mejor amigo, casi mi hermano, se llevan bien". Y vaya si se llevaban bien, se llevaban tan bien que casi no me daba cuenta que hacía decenas y decenas de amaneceres que con Alisa no teníamos intimidad. Una noche porque cabalgó mucho, otra noche porque le había caído mal la cena, otra noche vaya a saber porqué, y prácticamente no teníamos conversación con Alisa.

 

Un día se cayó parte del techo del salón principal. Demetrio dijo:

-Evidentemente, los constructores... Habría que ejecutarlos.

-No los conocí, ni siquiera eran de la época de mi padre sino de mis abuelos -le respondí a Demetrio.

-Pero no te preocupes -me palmeó la espalda-, pondremos todo en condiciones apenas terminemos de arreglar el otro castillo.

-Claro -le dije-, el otro castillo sería como una especie de protección para el nuestro, para que hordas del norte no se acerquen a nosotros.

-¡Cómo entiendes Faustino, cómo entiendes! ¡Qué haríamos sin ti!

 

Y yo, tonto, envuelto en mi vanidad me creía sus palabras, era presa de los halagos, por supuesto que sí, y no me daba cuenta de que cada día todo se venía más abajo.

 

Un día, una pata del sillón del trono se quebró.

-Déjame -dijo Demetrio. Llamó a un carpintero y le puso un suplemento a la pata que no correspondía para nada al modelo del resto de las patas-. ¡Pero fíjate, fíjate qué seguro te sientes ahora!

 

Me importaba sentarme, no importa si las demás eran patas trabajadas y esta una pata cuadrada común y las ventanas eran huecos y el techo cada vez se derrumbaba más, la decoración de las paredes arruinada...

Hasta que un día Demetrio me dice:

-Faustino, hermano, no te lo tomes a mal pero me han dicho que hay muchos invasores que están poniendo la vista en el otro castillo.

-¡Pero hermano! -le dije-, quédate a cargo.

-Pero ¿y tú?

-Tú no te preocupes por mí, ve al otro castillo, fortifícalo. Si cae el otro es más fácil que luego caiga este.

-¡Tienes razón! ¿Te das cuenta cómo sabes? ¿Te das cuenta lo bueno que eres? -Y sí, yo me lo creía.

 

Y de un día para el otro, Demetrio se fue con casi toda la tropa más los que ya había en el otro castillo.

 

Una tarde Alisa me dice:

-Faustino, voy a ir al otro castillo, necesito cambiar un poco de aires.

-Sí, si te hace bien. Ve.

 

Por la tarde tenía hambre, voy a la cocina y no había nadie, se habían marchado los cocineros. Voy al patio de armas, no quedaba casi nadie. Salgo de los muros, voy a la parte de la feria feudal: todo abandonado, ni un solo vendedor.

Le pregunté a un anciano:

-¿Dónde están todos?

-En el nuevo castillo, majestad.

-¿Y tú por qué te has quedado?

-Apenas puedo moverme, tengo la pierna infectada de una herida que nunca fue bien curada, me quedan pocos amaneceres de vida, ¿para qué me voy a mover?

 

Lo invité al anciano al castillo. El anciano conocía algo de cocina y preparó unas aves. Le ofrecí bebida espumante, dijo: -No, no, sólo tomo agua.

Me quedaba un barril de bebida espumante y me serví en mi famosa copa de plata. Había quedado solo.

 

Dos días antes de morir, el anciano me dice: -¿Me permite, majestad, que le diga algo?

-Sí, por supuesto.

-Si toma represalias no hay problema, prácticamente ya no tengo un hálito de vida, pero al que usted llama su hermano, Demetrio, está en el otro castillo viviendo en pareja con la que era su esposa, Alisa.

-¡Qué me dices, anciano!

-Mi rey, desde el primer momento, incluso de antes de su boda, Alisa tenía relaciones con Demetrio.

-¡Estás hablando de la reina!

-Majestad, máteme si quiere, pero debía decírselo, él está reinando allá, lo proclamaron rey.

-¿Cómo rey?, es hijo de plebeyos.

-¿Y quién le va a discutir el reinado si él tiene el poder, los soldados, las armas, el carisma? Tú, majestad, no tienes nada más que tu soledad.

 

Y el anciano murió y quedé solo con mi depresión, mi ansiedad, la traición del que consideraba mi hermano, la deslealtad de quien era mi pareja, mi reina y mi gente. Mis soldados se habían ido todos.

Sólo había algo dentro de mi pecho que hacía que mi depresión y mi ansiedad pasaran a segundo plano, una puntada, un tremendo dolor, un dolor que no sabía como describirlo si era odio, desprecio hacia mi propia persona, deseos de venganza... Tenía ganas de tomar mi espada y salir a combatir, pero luego me miraba a mí mismo, miraba mi copa, la bebida espumante... No sólo no tenía una capa, no tenía ni siquiera una camisa encima mío..., botas, el pantalón y el torso desnudo, con barba de días, con suciedad de varios amaneceres en las ruinas de un castillo y en las ruinas de lo que era mi vida. Pero esto debía acabar, tenía que hacer un giro de ciento ochenta grados, tenía que planificar cómo hacerlo, cómo restaurar eso que había perdido. Esa era mi tarea pendiente, pero no sabía por dónde empezar.

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión del 11/12/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Tony H.

Preparaba la venganza. Se convencía de que los suyos le habían traicionado y era hora de pasar a la acción. Formó un pequeño ejército con el que iría a recuperar lo que le habían quitado.

Sesión en MP3 (1.306 KB)

 

Entidad: Sí, bebo en soledad. ¿Y qué?

Estoy en un castillo en ruinas. ¿Y qué?

Mi amigo me traicionó, mi pareja me traicionó, mi gente me dio la espalda.

Muchos me echan la culpa de mi soledad, como que yo buscaba problemas y luego no me hacía cargo de mi responsabilidad y que esa soledad es lo que me hunde en depresión, en ansiedad. ¡Pero basta! Quiero recuperarme.

Los sabios dicen "Uno debe recuperarse por uno mismo", pero dejo que mi ego me guie.

Los sabios dirán "No, no, ¿cómo vas a dejar que tu ego guie tu vida?". Porque en este momento es mi motor, es mi fuerza, es mi venganza.

 

Y fui por distintos pueblos con mi traje totalmente derruido buscando gente. Y la gente primero me preguntaba "Eres un vago, eres un don nadie, no te creemos que tengas un palacio, no te creemos que tengas un título". Y otros decían "¿Cómo nos vas a pagar?, no tienes un solo metal, lo único que tienes es aliento a alcohol". Y yo les decía "Una vez que conquistemos la fortaleza de mi enemigo, una vez que acabemos con mi enemigo. En ese palacio hay mujeres, sirvientes que estarán a cargo vuestro". Me daban la espalda, decían que deliraba.

 

Y pasaron los amaneceres, diez, veinte, treinta amaneceres, pero se corrió la voz de que había un loco borracho que buscaba gente, que decía tener un castillo, pero que no tenía metales, pero que la recompensa sería cuando se venza al otro castillo. Y una tarde tirado en mi sillón bebiendo las pocas gotas de licor que me quedaban veo aparecer decenas y decenas de jinetes, unos peores que los otros, mal vestidos, con barba de cien amaneceres, con dientes faltantes, con armas deplorables, pero era lo que había y lo tomé.

-¿Tienes por lo menos algo de comer?

-No, pero por la zona hay muchos herbívoros que podéis cazar.

 

Y lo hicieron. La cocina dentro de todo funcionaba, algunos cargaron leña, había todavía utensilios de cocina y los mal entrazados cocinaron y era la primera vez en decenas y decenas de amaneceres que comía una comida, ¡ahhh!, como si fuera de una posada. Fui dejando de beber de a poco y fui alimentándome y aprovechaba para entrenar a los hombres. No tenía nada que perder. En vez de ir vagando por ahí esta gente sin hogar, sin familia se había aquerenciado del castillo destruido con la esperanza de vencer a mi enemigo. Sí, era el renacimiento de Faustino traicionado por su mejor amigo Demetrio que pagaría caro, pagaría muy caro lo que hizo; dejarme, llevarse mi gente, llevarse a Alisa, mi pareja. La gente destartalada que ahora estaba mejor alimentada porque tenían un techo, un cobijo, una cocina donde hacer sus guisados, ellos mismos estaban mejor alimentados. ¿Me obedecían? No, su meta era esa recompensa.

-¿Dónde queda ese castillo de tu enemigo?

-Es el castillo Alcázar -les respondí.

El que tenía la voz cantante me dijo:

-Estás loco Faustino, es una fortaleza, nada que ver con esta ruina.

Les dije con sentido común:

-¿Abandonaréis ahora?, ¿todos estos amaneceres os habéis alimentado y nada más? Si abandonáis no habrá ninguna recompensa, yo no tengo metales. -Y se quedaron.

 

Y el milagro que hace la esperanza de metales... Empezaron a entrenar, y yo que ya estaba repuesto bebiendo prácticamente nada y comiendo bien había recuperado unos cuantos kilos de peso, me sentía mucho más fuerte, mucho mejor, ya no abandonado, incluso con un filo me había recortado un poco la barba y el cabello, me veía con aspecto más presentable, ya no abandonado.

Y los ayudé a entrenarse. Al comienzo fue duro porque aguantaban medio amanecer, pero luego se fueron poniendo en línea y yo aprovechaba, al mismo tiempo que los instruía yo también me iba poniendo en línea, como en los viejos tiempos.

Pero mientras ellos estaban exultantes esperando ver metales cobreados, plateados, dorados y tener mujeres a su disposición, mi meta era la venganza y no era bueno, porque por un lado cobraba energías practicando con la espada pero esas mismas energías eran quemadas, agotadas por mi deseo de venganza. Y terminaba exhausto como si hubiera practicado el doble o el triple de tiempo. Pero no podía todavía pensar fríamente, mi sed de venganza no me lo permitía y dentro de poco partiríamos al castillo Alcázar a acabar con Demetrio y con la gente que me traicionó.

 

Es todo por ahora.

 

 

 


Sesión del 27/04/2018

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Tony H.

El rey Faustino estaba caído, le habían dejado solo. Supo que un gran señor vendía protección para reinos del entorno, pero cuando escuchó que unos grandes personajes estaban en contra decidió no aceptar la oferta y unirse a ellos.

Sesión en MP3 (1.956 KB)

 

Entidad: Debo reconocer que es cierto que tenía depresión y en lugar de dejarme atontado, en lugar de dejarme somnoliento me traía más ansiedad, y entonces bebía en soledad, en mi castillo en ruinas. ¡El gran Faustino! El gran Faustino que alguna vez brilló, que tenia luz propia. Fui dejado de lado, fui apartado. Mi gran amigo casi hermano, Demetrio, se alejó, se llevó toda mi gente. Y para peor, Alisa, mi pareja, se fue con él a su castillo Alcázar.

Me quedé tirado en un sillón que en una época había sido un trono y ahora era nada, un mueble destartalado, ajado, sucio como mi ropa, gastado como mis botas, desaseado como mi rostro, mi cuerpo, mi cabello, mi barba. ¡Je! En el piso había varias botellas vacías y yo seguía bebiendo, pensando que en algún momento me vengaría. Ya había hablado con varios labradores de la zona.

Un tal Eustaquio me dijo:

-Señor -¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!, me seguían diciendo Señor a pesar de que estaba como un vagabundo-, señor, no tratamos con guerreros, al contrario, les tenemos miedo porque han asolado varias veces nuestro poblado. ¿No se ofende, no se molesta, si mando a uno de los peones a que le alcance un plato de comida?

-No preciso nada, tengo lo suficiente.

 

Volví otra vez a mi palacio derruido, destrozado. Lo que en una época había sido el patio feudal no quedaba ni siquiera el esqueleto de los puestos de lo que había sido una feria. Apenas algunas ratas pasaban por abajo de mis pies, ni miedo me tenían. Tampoco las pateaba ¿eh?, para mi eran animalitos como cualquier otro animal que es una creación de aquel que esta mas allá de las estrellas. -Suspiro-.

Y me tomé una botella de un licor fuerte. Hubiera dado cualquier cosa por una bebida espumante, pero tendría que ir hasta una taberna a rodearme de gente indeseable. Ellos me verían a mí como un indeseable, mi aspecto era, ¡je!, el de alguien que estaba abandonado.

 

Y ¡oh!, después de tantos amaneceres de soledad y tantos amaneceres de rencor escucho que viene un montón de hombres, escucho el trote de los hoyuman. No me iba a parar siquiera a ver quién era, si querían invadirme no se iban a llevar nada más que mi vida. ¿Y a quién veo entrar? ¡Al que me traicionó! A Demetrio, con veinte hombres.

No lo saludé, grité:

-¿Te piensas que te tengo miedo? Puedo contra ti y contra los veinte que están detrás de tuyo.

 

Demetrio decía que había venido a salvarme la vida... ¡Ja, ja, ja, ja, ja! (Tose). ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ay! Me hacía mal el tomar... Tosía y escupía flema, (tose), y odiaba la mirada de compasión que tenía Demetrio. Me veía seguramente como alguien a quien había que tenerle pena porque bebía, porque tosía, porque mi ropa estaba en un estado lamentable, como mi cuerpo, como mi mente. Y... ¿a quién le importa?

Me dijo que había un hombre, un tal Andahazi, que quería apoderarse de todas las comarcas, no de la comarca, de todas las comarcas. Que tenía veinte reinos en distintas regiones que lo apoyaban y que vaya con él, con Demetrio, a unirse a ese tal Andahazi, al que obviamente había que pagarle protección. ¿Qué protección? ¿De qué me iban a invadir? Mi castillo estaba en ruinas, estaba más para demoler que para reparar... ¿Qué me iban a sacar?

Lo cómico fue cuando me dijo:

-Solo cinco reinos están en contra.

Y le pregunté si había alguien conocido que apoyara esos cinco reinos.

Me respondió:

-Sí, siempre hay suicidas, gente que se va a poner en contra. -Hasta que nombró a Ligor y a Aranet. Y por primera vez me sentí bien y me reí, pero no de una manera guasa, me reí irónicamente, diciéndole:

-Demetrio, Demetrio, Demetrio, Demetrio... no tienes la menor idea, no tienes la menor idea de quién es Ligor, maneja el rayo, monta dracons, te puede quemar vivo a ti y a todo un ejército. Y no sabes quién es Aranet, es el guerrero más fuerte de todo Umbro.

Me respondió:

-Primero que no creo que monte dracons ese tal Ligor, es una leyenda y otra cosa no es. Segundo, que aunque fueran dos guerreros poderosos estamos hablando de que tiene miles de hombres, ese tal Andahazi.

No sé por qué razón le dije:

-No pienso unirme. ¿Y donde están esos dos hombres que has mencionado?

Me respondió:

-Están con un tal Anán, un tal rey Anán.

-Ja, ja. Algo escuché también de él, no mucho, pero algo escuché. Pero voy a hacer lo opuesto a lo que haces tú, me uniré a la causa de los rebeldes, de los que no van a apoyar a ese hombre, de los que son resistencia. Tú me ves aquí derrotado y tú te vas a entregar a ese tal Andahazi como un borrego. ¡Ja, ja, ja, ja! Y me dices a mí que estoy preso de mi vicio de la bebida cuando tú vas a estar preso y pagando, para que te protejan de... de la misma persona, porque si no pagas acabará contigo y con tu bello castillo Alcázar. ¡Ja, ja, ja, ja!

Me respondió con desprecio:

-Nos iremos, quédate bebiendo.

-No me voy a quedar bebiendo, tengo ropa en el piso superior para cambiarme. Me bañaré en un arroyo y me cambiaré y me afeitaré.

Me miró como diciendo que yo deliraba.

-Tú eres así, no vas a cambiar, la bebida te puede. -Dio media vuelta y se marchó con sus hombres. Antes de irse me dijo-: He venido desde mi castillo Alcázar porque de verdad te tengo un aprecio tremendo. Y tus hombres no te dejaron, no tenías con que pagarles, no tenías con que alimentar a su familia y por eso te dejaron. Tampoco me llevé a tu pareja, Alisa, ella quiso venir, sabía que contigo no tenía futuro.

-Vale, vale, vale, vale. Vete, vete, vete, vete, vete, vete. Déjame tranquilo aquí.

 

No se dignó a mirarme y se marchó. Montaron sus hoyumans (suspiro) y otra vez me quedé solo. Ya no tenía más bebida, pero dentro mío había como una especie de fuerza que me movía y me fui hasta el arroyo que estaba a pocas líneas de mi castillo en ruinas, me sumergí por completo, me quedé un tiempo no sé cuánto en el agua, luego con una navaja me corté prolijamente parte del cabello y me recorté la barba. Me froté con unas plantas perfumadas y luego fui al piso superior donde en un baúl guardaba ropa verdaderamente en muy buen estado y botas nuevas. Me cambié. La ropa vieja y las botas viejas las saqué a lo que una vez fue el patio feudal, les puse unas ramas encima y les prendí fuego. Y escondido tenía una bolsa de metales dorados, plateados y cobreados, no era tan inconsciente como Demetrio pensaba. Conseguí un hoyuman, un par de alforjas, dos cantimploras y ya les preguntaría a los labradores de los alrededores donde estaba el castillo de ese tal rey Anán. Me uniría con la gente de Ligor y de Aranet, no tenía nada que perder y mucho para ganar. Demetrio buscaba lo seguro. Yo, Faustino, buscaba la aventura, el revivir, el renovarme, el ser un hombre nuevo. ¿Lo lograría? Por lo menos la voluntad la tenía.

 

Gracias por escucharme.