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Psicoauditación - Alicia

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 15/08/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Alicia

A través de distintas vidas acumulamos engramas por sucesos, situaciones que nos condicionan. Luego, todo eso nos impide disfrutar de la libertad y encontrar la felicidad. ¿Que nos queda? Una vida no como se ha proyectado, sinsabores, vivencias no deseadas, pasar...

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Entidad: A veces distintas vidas marcan nuestra manera de pensar, de actuar, de proceder. Pienso que no tratamos de ser felices, tratamos de sobrevivir. Si en ese sobrevivir podemos estar mejor, bien venido sea pero factores externos, situaciones ajenas a nosotros, a veces nos impiden ese estado de armonía y nos coge una tremenda impotencia en no poder llevar a cabo cosas que proyectamos, que queremos, que deseamos. Entonces es como que nos desquitamos con cosas menores, con cosas que nos satisfacen momentáneamente. Queremos un manjar y de repente podemos tomar una hogaza de pan y decimos "Bueno, algo tengo".

 

Era una adolescente. En esa vida me llamaba Oriana, había nacido en la aldea Muguero, en la zona ecuatorial. Siempre me acordaba de papá, cariñoso, leal, amable, jugaba conmigo, jugaba como si fuera un niño más.

Un día lo encontraron muerto en el camino sin signos de violencia, como si hubiera sido envenenado. ¿Ataque al corazón? No, no; era muy joven, muy buen estado físico. No.

Mamá Rubira era una persona... cómo decirlo, de carácter accesible. Cómo describirla... no era mala. Buena, tampoco podría decir buena, era accesible. Digamos, que decía a todo que sí para estar tranquila, que no la atosiguen.

 

Todavía era una niña cuando se juntó con Biamba. Lo veía a Biamba como a un gigante, era un hombre corpulento. En la aldea Muguero era considerado un héroe.

 

A mí no me registraba, traducido significa que me ignoraba por completo. Mamá Rubira vivía pendiente de él. Y yo, de ser la niña consentida de papá había pasado a ser la que limpiaba la casa, la que limpiaba el corral, la que cepillaba a todos los animales, servía la comida. Nunca un "gracias" de parte de Biamba, como si yo no estuviera. Alguna vez intenté meterme en la conversación entre mamá Rubira y Biamba y él me miró como censurándome, me callé la boca.

Es cierto, jamás me maltrató ni me gritó directamente. A veces acarreaba agua, me costaba porque todavía no era una niña grande. Traía dos baldes de madera, Biamba salía de la casa sin nada, en lugar de dejarme pasar, con el peso de los baldes tenía que correrme yo para que él saliera. Lo odiaba pero a mamá no le decía nada. Alguna vez me quejé y me decía:

-Tienes la casa, tienes de todo. Biamba nos da de comer.

 

Pero Biamba no trabajaba en el campo, teníamos gente que producía los granos para comer, para vender en el poblado. El comerciante principal de la aldea Muguero nos daba bastantes metales cobreados por los granos que vendíamos.

Biamba a veces ayudaba, a veces se pasaba practicando con la espada.

Apostaba. Dentro de todo, aquel que está más allá de las estrellas nos ayudaba porque no perdía. Cada siete amaneceres había en las afueras de Rubira.

-¿Vienes conmigo Rubira?

-Sí.

Biamba le preguntó:

-¿Por qué te has puesto Rubira, igual que el poblado vecino?

-Porque mis abuelos son de Rubira -le había dicho mamá a Biamba.

 

Rubira quedaba a mediodía cabalgando, era un poblado más pequeño. A veces me quedaba sola en la casa y mamá Rubira acompañaba a Biamba al poblado con su nombre. En las afueras cabalgaban cien líneas, el que llegaba primero se llevaba la mitad del dinero, el que llegaba segundo un cuarto, el otro cuarto para los organizadores. Era raro ganarle, de diez carreras puede ser que una saliera segundo, jamás debajo de ese puesto. La gente lo adoraba en Rubira y en Muguero, donde vivíamos nosotros. Como dije antes era el héroe del lugar.

Sabía combatir, a veces venían indeseables a buscar pleito, Biamba los corría. Sí, es cierto, rara vez había matado a alguien.

 

Recuerdo que fui varias veces a la zona boscosa y conversaba con una señora muy anciana, una hechicera llamada Janilda. Le comentaba que yo me servía de mí misma porque era un estorbo para Biamba y seguramente para mamá Rubira.

Janilda me decía:

-¿Y qué quieres?, pequeña...

-Siento como que... Conoció a mamá Rubira siendo joven todavía y le gustó de verdad, pero le molestaba que tuviera una hija.

-¿Y ahora que tú ya eres una mujer sientes como que él te mira de otra manera?

-No, no, no, Janilda, no, no, no en ese sentido, me ignora directamente, no existo.

-Mejor. He visto mujeres que son manoseadas y hasta forzadas por hombres.

 

Me levante parte de la ropa y le mostré en la cintura mi estilete, un cuchillo fino, una hoja muy delgada.

Le digo:

-¡Que alguno se atreva a subirse encima mío! Le perforaría los riñones una, dos, diez veces. Pero no lo soporto, nunca valora mi trabajo. Ayudo con los animales, acarreo agua, limpio la casa, sirvo la mesa. Mamá Rubira prácticamente está como ida, extraviada su mente, atontada por él.

-Estará enamorada.

-Claro, pero ¿y yo?

-¿Qué quieres?

-Yo sé que papá no murió por causas naturales, alguien lo envenenó.

Janilda miró varios recipientes, cogió unas hierbas: -Esto, esto mata.

Cogí una pequeña bolsa y tomé unos metales:

-Véndame.

-¿Para qué?

-A Biamba le gusta mucho tomar infusiones.

-¿Quieres envenenarlo?

-Quiero que se descomponga, que sufra.

-Pues para eso, apenas un poquito.

 

Le llevé hierbas a Janilda. Preparé una infusión mezclada con otras hierbas para que no se diera cuenta pero le puse muchísima cantidad. A Biamba le encantó, se tomó tres copas llenas. No pasó mucho tiempo que empezó a retorcerse del dolor de estómago, me sentí culpable. Tenía unos metales ahorrados, los puse en una alforja. Sin despedirme de mamá tomé una cabalgadura y me marché de la aldea sin saber que lo que la hechicera Janilda me había dado eran unas hierbas para evacuar el vientre que producía retortijones. Me marché pensando que lo había matado cuando no era así.

 

Me marché para el sur. Amaneces y amaneceres con mi pecho dolorido, con complejos de culpa, despreciando a los varones. En un poblado había un hombre bastante atractivo pero muy jactancioso, me atraía pero jamás podría enamorarme de ninguno. Conversando fuimos a su casa y por primara vez yací con alguien. Consumaba el deseo pero luego quedaba vacía. Y así en distintos poblados que pasaba; conocía a alguien, algunos no querían dejarme marchar, decían que yo era la mujer más bella que habían conocido. Para mí no significaban nada, era tan indiferente con ellos como Biamba lo había sido conmigo. Pero me sentía a veces desprotegida, a veces tenía el temor de encontrarme con alguien violento, por suerte no me había pasado.

 

Cabalgando hacía el sur por un bosque pasó lo que yo temía, dos hombre me cortaron el paso.

-¿Traes metales? -Saqué mi pequeño cuchillo.

Su risa fue burlona. Sacaron sus espadas, hablaron entre ellos.

-¿La matamos y la ultrajamos después o la ultrajamos primero y después la matamos?

¡Juig! ¡Juig! El sonido de las flechas atravesando la garganta de ellos me espantó, mi cabalgadura se encabritó. Los hombres cayeron muertos. Me doy vuelta, atrás una mujer vestida con un ropaje que no conocía, portaba arco, flechas y una enorme espada.

-¿No llevas espada? -negué con la cabeza. Estaba aterrorizada, no podía ni hablar.

-Mi nombre es Mara, soy una amazona. Vengo de los bosques del sur. ¿Sabes usar una espada? -Negué con la cabeza-. ¿Sabes hablar?

-Sí.

-¿Cómo te llamas?

-Oriana.

-Ya te dije, mi nombre es Mara. No puedes andar con eso.

-Lo que pasa es que de pequeña siempre me imaginaba que querían ultrajarme y que yo le clavaría este estilete en los riñones.

-Y nunca te ha pasado.

-No. He estado con varios jóvenes en distintos poblados pero solamente para satisfacer una necesidad, mi corazón no tiene lugar para el amor, los desprecio.

-Si tienes tiempo te enseñaré a usar la espada para que puedas defenderte. Si tienes más tiempo te enseñaré a usar el arco con las flechas.

-No tengo apuro -le respondía a Mara-. Puedo perder seis, siete amaneceres.

-¿Seis, siete amaneceres? -repitió-, yo creo que no alcanzará ni siquiera con cien amaneceres, pero depende de ti.

 

Le conté mi historia sobre mamá Rubira, sobre papá, sobre Biamba, sobre la aldea Muguero. Mara se rió, pero no con esa mueca burlona, se rió de una manera como comprendiéndome.

-Pasé vestida con una ropa informal, como si fuera una campesina por esa aldea que dices Muguero. ¿Biamba es un hombre corpulento, moreno con la cabeza afeitada?

-Sí.

-No ha muerto. Esa hechicera que dices, Janilda, se burló de ti o directamente no quiso convertirte en una asesina. Te has escapado para nada.

 

Pero pensé que no, pensé que ese Creador que está más allá de las estrellas es el que organiza mi vida y me fui por algo, y estuve mucho más de cien amaneceres con Mara aprendiendo a usar la espada, el arte de la flecha, el arte del combate a mano. Pasó un invierno, llegó otro verano más, mi cuerpo se había fortalecido y podría decir que era tan buena como Mara combatiendo.

Ella me dijo finalmente.

-Debo volver con mi tribu.

-¿Puedo ir contigo?

-No, Oriana, eres una extranjera, nuestras costumbres son distintas.

-¿Tenéis varones?

-Sí, que nos sirven para procrear, luego nos deshacemos de ellos.

-¿Los matan?

-Algunos los dejamos marchar en tanto y en cuanto cumplan la promesa de no delatarnos, de no saber donde nos encontramos y algunos se quedan como reproductores o directamente trabajando la tierra.

-O sea que tenéis varones esclavos.

-Sí, se podría decir así, se podría decir así. ¿Te causa impresión lo que te cuento? Has conocido poco mundo, mujer.

-¿Por qué dices eso, Mara?

-Porque en todos los poblados que conozco, yendo disfrazada de campesina, las mujeres son usadas. Así que no te creas que tenemos la más mínima culpa de usar a los varones, los sometemos, somos más fuertes que ellos, no hay un sólo varón que pueda vencernos mano a mano, en combate, con espada, con flecha. Imposible.

-Me hubiera gustado ir contigo.

-No sé si te adaptarías. Hay un poblado cercano, Andeco, es un poblado pacífico. Tiene un gran almacén, precisan gente. Te recomiendo que te quedes ahí. Trabaja, nunca muestres tus habilidades.

-¿Y qué hago con mi cólera?, ¿qué hago con mi ira?

-Pensé que ese enojo que tienes con la vida sería por haber perdido a tu padre cuando eras pequeña. Me imaginé que enseñándote el uso de la espada durante temporadas iba a hacer que ese, ese carácter tuyo, tan hosco, lo ibas a evacuar con los ejercicios, pero veo que todavía no lo has hecho. Me da pena por ti porque ese odio, esa ira que llevas te consume.

-Cuando estoy muy molesta elijo a un varón en el poblado y canalizo mi deseo.

-¿Y luego?

-Luego quedo vacía, más vacía que antes porque al consumir ese deseo momentáneamente es como que nada me llena, es como que todo me significa nada, si se entiende el juego de palabras.

-Quizá tu madre no te brindó ese amor que necesitabas y eso hizo hueco en tu interior, que todavía no has encontrado como llenarlo.

-Te he encontrado a ti Mara, te tengo afectos, eres una gran amiga.

-No, yo ya me marcho. No tengas apego por las cosas.

-El afecto no es un apego -le respondí.

-A mí me ha pasado -me dijo ella-, que tuvimos un joven, Roben, lo tuve como pareja. Nunca pude quedar embarazada, no sé si era problema mío o de Roben pero cometí el error de quererlo. Nuestra aldea no es perfecta; vi que Roben a veces por las tardes desaparecía, me imaginé que cuidaba cabalgaduras y lo encontré cabalgando, cabalgando encima de una amiga. A él lo maté y por ley de las amazonas a ella la desafié y le corté la garganta. Nuestra reina lo aprobó, pena de muerte para el varón que yace con otra y desafío a la otra mujer.

-Y si ella te hubiera matado, ¿qué?

-Bueno, así es la ley, ella me engañó. Pero si me hubiera ganado yo hubiera muerto y ella hubiera seguido viva. Por eso diariamente práctico con la espada.

 

Mara se marchó con su tribu. Le agradecí el haberme enseñado. Me marché de nuevo para el norte con mi cabalgadura, mis metales cobreados y ese fuego interno que no sabía cómo evacuarlo.

 

Gracias por escucharme.