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Psicoauditación - Elke

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión del 17/09/2018

Sesión del 15/09/2015


Sesión 17/09/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Elke

Era muy pequeña. Quemaron el pueblo. Escondida se salvó de los guerreros. Pero estaba sola, tenía miedo. La entidad relata una vida en Umbro donde a su corta edad ya sufrió engramas.

Sesión en MP3 (1.808 KB)

 

Entidad: Me encontraba perdida. Me encontraba perdida de pequeña porque saquearon mi aldea, incendiaron todo. Me quedé solita, tenía nada más cinco de vuestros años. Veía todo como humo, veía las mujeres grandes gritando porque los guerreros las subían en sus equinos y se las llevaban como cautivas. Y a los niños jóvenes no los mataban, se los llevaban como esclavos, lo mismo con las niñas chicas.

 

Yo estaba en un establo que de repente se derrumbó, había unas parvas de heno que impidieron que las maderas me aplastaran y me sentí como muy solita, como muy desprotegida. Esto me causó como un engrama de desprotección, como que necesitaba cariño, afecto. Me sentía como muy muy solita, era muy pequeñita, muy muy pequeñita.

Y de repente escuché silencio. Salí de debajo de los maderos, me miré, por suerte no me había lastimado, algunos pequeños raspones, una pequeña herida en el antebrazo derecho, pero no era nada, apenas me sangraba.

Se veían cuerpos carbonizados, o sea, busqué dónde estaba mi familia, pero no reconocía las casas, era todo ruina, todo caído, algunos animales sueltos, se olía a humo, hedor a carme quemada. Y silencio, algunas aves rondando en bandada.

 

Al final del poblado había un pequeño almacén que por suerte tenía algunos comestibles, pero yo estaba acostumbrada a tener mi catre, la manta donde me tapaba para dormir. A los cinco de vuestros años me sentía como desamparada, como sola, y mi instinto de supervivencia hizo que comiera, había un arroyo cerca y podía beber. El almacén también tenía alguna ropa que no se había quemado, me podía cambiar de ropa y de calzado.

Pero me sentía como solita, y ahí es donde me vino ese temor, un temor a la soledad, temor a estar desprotegida.

Y después anocheció. Me quedé adentro del almacén general, la puerta estaba como atrancada y la pude cerrar. Y a la noche, no sé si era mi imaginación o mis oídos, escuchaba aullidos, deberían ser guilmos, esos perros enormes, salvajes.

No veía ninguna manta, pero veía bastante ropa vieja y me tapé, y me quedé dormida en un costado del almacén.

 

Mi mente no asimilaba lo que había pasado porque fue de un momento para el otro; estaba el herrero martillando, en la cuadra cargando con el rastrillo las parvas de heno, el señor Anselmo con la carreta, un hombre que ya era viejo cuando yo era una bebita pasaba, y de repente se escuchó un griterío tremendo y una horda de salvajes del norte. No tuve tiempo de pensar, mi instinto hizo que me guareciera al costado de la parva, el hecho de que se haya derrumbado todo me protegió porque no me vieron. Y después pensé "¿Y si me hubieran llevado, no sería mejor?", porque se llevaron otros niños también.

 

Pero mi estómago me decía "Tienes que comer". Había como una carne seca, salada, mucho no me gustaba pero la comí igual.

Y volví al arroyo a beber agua y a un costado se escuchó un gruñido, no me quise mover, no me quise dar vuelta y de a poquito fui girando la cabeza y parte del torso para no asustarme yo misma: un gigantesco guilmo. Un perro guilmo que era tres veces más grande que yo, con sus colmillos amenazantes. Yo sabía nadar, pensé en tirarme a las aguas del arroyo, pero el guilmo también sabía nadar, y si escapaba... Una vez padre me dijo "Si algún día encuentras alguna bestia no te muevas, se va a ir". Pero no era cierto, me había olfateado, había olfateado mi miedo y se acercaba amenazante.

 

Y bueno, aquel que está más allá de las estrellas habrá decidido que era mi fin, para que no siguiera sufriendo. Pero no; el guilmo se dio vuelta cuando se escuchó un galope y una lanza se clavó en un costado del canino. ¡Ay! Levanté la vista, un jinete, sería uno de los que volvieron a ver qué pasaba. Pero el hombre tenía cara amistosa, confiable. Le conté lo que había pasado, que vinieron unos jinetes, arrasaron con todo y con antorchas quemaron el poblado y mataron a casi todos, se llevaron mujeres y niños, a los hombres y a los viejos los mataron.

-Quédate tranquila, ahora estás protegida.

-¿Quién eres? -le pregunté.

-Vengo del lado del mar, del oeste, soy un guerrero errante. -Cuando escuché la palabra guerrero me encogí sobre mi misma en posición casi fetal-. No niña, no tengas miedo, no tengas miedo, yo te protegeré. -Yo desconfiaba, el mismo engrama de lo que había pasado el día anterior me hacía sentir desconfiada con todos. Pero bueno, entre el guilmo que ahora lo había atravesado con la lanza y el hombre, por lo menos el hombre no me iba a matar-. ¿Quieres subir a mi cabalgadura? -Me encogí de hombros, no contesté-. ¿Hay algo más aquí? -Señalé con mi mano el almacén.

-¿Piensas que hay víveres? -asentí con la cabeza sin hablar. El hombre bajó de su cabalgadura y lo acompañé. Había botas nuevas, se las cambió por las viejas que él tenía. Llenó sus alforjas de provisiones y dijo lo mismo que yo pensaba-: Fue una suerte que el almacén no se haya quemado. Llevaré ropa para ti también. -Asentí con la cabeza sin hablar.

 

Tenía el engrama de desconfianza, el engrama de temor, el engrama de no tener un lugar de pertenencia porque ya no existía mi hogar, pero entre quedarme solita y que el hombre me lleve en su cabalgadura... parecía un hombre bueno.

Me alzó y me montó adelante en su cabalgadura. El equino me olfateo y luego no me dio importancia.

Me preguntó por mi familia, señalé para atrás. El hombre hizo un gesto con la cabeza, como diciendo "No hay nada que se pueda hacer". Y partimos.

 

Me encontraba tan desesperada y tan desesperanzada que me daba lo mismo todo, porque era una niña. ¿Y cómo puede ser que de un día para el otro pierdas tu familia, tus amigos, la gente que conocías, el viejo Anselmo y de repente te encuentras con un desconocido que supuestamente te rescata de un feroz guilmo? Pero era lo que había. Y yo me aferraba a la vida porque aquel que está más allá de las estrellas me había dado otra oportunidad, y capaz que este hombre bueno era mi salvación.

 

Descargué bastante y lamento que al receptáculo le duela tanto el pecho. ¡Ah!

 

Gracias.


Sesión 24/09/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Elke

Fue encontrada paralizada delante de un guilmo, un viajero la salvó. Seguiría camino con él, era la mejor opción, no estaría sola.

Sesión en MP3 (2.327 KB)

 

Entidad: Ahora estoy bien. Es que cuando una es niña no es que no sienta las cosas como una adulta, pero tiene otra manera de percibir el drama, de sentir el dolor, de entender el sufrimiento.

Y el hombre que me había salvado del guilmo es como que lo tenía como... como un tío, ¿no?, como que era mi nueva familia. No es que me hubiera olvidado de mi poblado, de mi aldea, de mis padres y de que salvé la vida de casualidad, o aquel que está más allá de las estrellas me protegió.

Porque esta gente mala me hubiera llevado, me hubiera hecho esclava o no entendiendo qué, porque se llevaron a otros niños. Y ahora, como nunca, paseábamos por todos lados.

 

Recuerdo que el hombre me preguntó:

-¿Y tú cómo te llamas? ¿Cómo te decían tus padres?

-Me decían Reda, siempre me llamaron Reda. Y tú, ¿cómo te llamas?

-Mi nombre es Sturgion.

-¿Y no tienes familia? -El hombre me dijo:

-Tuve familia, pero al igual que tú la perdí.

-¿Y cómo?

-Es una larga historia, pero me pasó algo parecido a lo que te pasó a ti.

-¿Pero y tú no te defendiste?

-No es lo mismo, pequeña Reda, tú te escondiste y cayeron unos maderos y no te vieron. En mi caso no estuve, fui a otro poblado a comprar algo y cuando volví unos saqueadores, unos bandidos, tal vez parecidos a los que... a los que asolaron tu poblado acabaron con el mío y allí perdí mi familia. -Me abracé al hombre y me levantó, me apretó cariñosamente. Y le pregunté al oído:

-¿Y tú no... no has tenido hijas? -Me asusté porqué había como lágrimas, vi los ojos húmedos del hombre. -Y asintió con la cabeza.

-Tuve una hija que ahora tendría tu edad y también una esposa, pero bueno, no vas a entender Reda, pero me pasé amaneceres y amaneceres y amaneceres quejándome y quejándome a aquel que está más allá de las estrellas por mi mala fortuna hasta que entendí que no me las iba a regresar por más que me queje.

-¿Y eso te ha conformado, Sturgion?

-¡Ay, niña! Cuando tienes una pérdida nada te conforma, pero te quedan dos caminos y elegí el que debía, seguir mi vida.

-¡Ah!, ¿y el otro camino cuál sería?

-No, pequeña, ese es el camino: seguir la vida. Eres muy pequeña para explicarte mis pensamientos, muy muy pequeña.

 

Y seguían los amaneceres. A veces íbamos para un poblado y para que la gente del lugar no preguntara él decía que yo era su sobrina y que mis padres habían muerto, lo cual era cierto; no que era su sobrina, pero de lo contrario hubieran preguntado mucho.

Pero me cuidaba. Los amaneceres que había frío me abrigaba, en los almacenes me había comprado ropa nueva, unas botas nuevas. Y lo que me gustaba, cuando cruzábamos algún arroyo me permitía meterme y nadar. ¡Ah, me encantaba nadar!

 

Recuerdo que me preguntó Sturgion:

-¿En tu poblado nadabas?

-No -le respondí. -Pero nadaba como algo natural. ¿Acaso no les pasa lo mismo a los animales? Las mulenas, los hoyumans son equinos que entran al agua y su mamá no les enseñó y nadan y nadan y siguen nadando.

 

Y un mediodía que estábamos a punto de comer algo en un costado de un camino se escucha el galope de hoyumans, había tres jinetes. Me asusté porque les vi cara de malas personas. ¡Ah! Sí, yo era pequeña pero me daba cuenta de los rostros de la gente buena y la gente mala.

Lo miré a Sturgion y me tomé de su brazo. Me dijo al oído:

-Suéltame, pero quédate ahí sentada. Déjame hablar y déjame actuar a mí. No te asustes, no te va a pasar nada. -Los hombres desmontaron.

-¡Vaya! -dijo el de adelante-, seguro que en la alforja deben haber varios metales así que tienes dos opciones, hombre: nos das los metales y lo que te quede de comida o acabamos contigo y nos llevamos los metales igual.

El segundo le dice:

-Y mira la niña, es muy pequeña, ¿qué hacemos?

-No hables ahora, primero vemos a este hombre, a ver cómo reacciona.

Sturgion habló:

-Por la forma que hablan no me parecen buenas personas, pero hoy estoy en un buen día, así que pueden seguir su camino y no me meteré con ustedes.

-¡Ja, ja, ja, ja! Mira las cosas que tengo que escuchar -dijo el segundo-, eres uno, nosotros somos tres. ¿Y tú nos vas a dejar marchar? Por qué no te preguntas si te dejaremos con vida.

 

Sturgion sacó su espada, los tres jinetes desmontaron. Yo temblaba de miedo. Y lo que vi a continuación me pareció algo increíble, algo que no podía entender.

Primero la rapidez de Sturgion en frenar los golpes de espada de los tres hombres, en esquivar los puntazos que le daban con la espada. Y fue acabando con uno tras otro sin perder la serenidad, en silencio. Luego limpió su espada en la ropa de uno de los hombres.

-Discúlpame, mi amor, por haber visto esto. -Me encogí de hombros, pero aliviada de ver que los había matado.

-¿Porqué les revisas las ropas?

-Para ver si tienen metales, porque ellos siempre buscan asaltar a alguien, pero... ¿Y ves?, no me equivoqué, hasta metales dorados tienen.

-¿Y no es una falta de respeto que les robes?

-Mi amor, Reda, están muertos, eran asaltantes, no les sirve de nada ahora la plata, a nosotros nos sirve para en el próximo pueblo comprar alimento o alojarnos en una posada.

-¿Y qué harás con los hoyumans?

-Hay un poblado cerca y tengo ganas de descansar en una cama. Así que vamos al poblado siguiente y nos alojamos en una posada.

 

Ató a los tres hoyumans y marchamos. Llegamos al poblado, se acercó un hombre que parecía ser la autoridad del poblado y Sturgion le contó lo que había pasado, yo asentí con la cabeza.

-Mi tío nos defendió, nos querían matar.

 

Llevamos nuestros hoyumans a la cuadra a que los cuiden. El hombre los puso en el establo.

Le dijo Sturgion:

-¿Cuánto me das por los tres hoyumans y su... todos los barrios que tienen, monturas, alforjas? -Le dijo una cantidad. Sturgion no regateó el precio, dijo que estaba bien, pero que además, dentro del precio compensaba el alimento de nuestros hoyumans y el cuidado hasta el día siguiente.

 

Fuimos a la posada y pidió una habitación, nos sentamos a comer. "¡Ay, por fin un plato caliente de guisado, cuánto hace que no tomo un plato caliente!".

El hombre se tomó una bebida espumante y a mí me pidió un zumo de frutas.

Miré adentro del local y había un par de personas de no muy buena apariencia, pero lo miraron a Sturgion y miraron a su espada y nadie se metió con nosotros.

 

En la habitación había dos camastros.

-¿Cuál te gusta más?

-Ese, el que está al lado de la ventana. -Elegí.

-Bueno, ahí tienes un pequeño balde. Higienízate y acuéstate. -Esa noche dormí en una cama blanda y abrigada.

 

Al día siguiente nos levantamos, desayuné con una masa y leche vacuna y me sentí mejor. Fuimos los dos hasta las cuadra a buscar los equinos, después que Sturgion le pagara al posadero.

Y seguimos viaje. Ya me había acostumbrado a estar con Sturgion. Recuerdo que una vez me dijo:

-Pequeña Reda, en los poblados acostúmbrate a llamarme tío, así la gente no pregunta. No me interesa contarles a todos nuestra historia porque ambas historias son tristes.

-Está bien, así lo haré, tío Sturgion.

 

Salté y me dio un beso en la mejilla. Sonrió. Me tomó del cuerpo y me subió al hoyuman, él montó el suyo y partimos al paso, despacio a seguir viaje y a conocer lugares.

 

¿Me preguntáis si me había olvidado de mi familia? No, pienso que jamás me olvidaría. Miré al cielo y pensé "Pero aquel que está más allá de las estrellas me compensó", perdí mi familia pero me regaló un tío, un tío que también había perdido a su familia, ya no estaba más sola.

 

Gracias por escucharme.