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Psicoauditación - Francisco G.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión del 22/01/2018

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Francisco G.

En Gaela sus padres estaban en la Orden del Rombo. Él no podía expresar libremente sus ideas porque podría ser denunciado por cualquiera, incluso por sus padres. Quedó con muchos engramas en aquella vida.

Sesión en MP3 (2.764 KB)

 

Entidad: Dicen que hay que ir al engrama base, o sea, el que originó la cadena de diversos engramas. Aunque muchas veces me pregunto si el engrama base es el primero o bien el que más se ha afianzado en nuestro ADN. Pero rememoro el primero, que en realidad fue más de uno.

 

Había nacido en Plena, un país al sur en el continente nuevo de Gaela. Mi nombre era Armando Rémora, había nacido en la primera mitad del siglo XX, en 1950 exactamente, ya terminando la primera mitad del siglo XX. Mis padres eran sencillos, por describirlos de alguna manera.

¿Qué podría decir de Gaela? Que estábamos viviendo en el siglo XX de la era de Axxón, que imperaba la Orden de Amarís u Orden del Rombo, como se llamaba popularmente. Era la religión dominante del planeta.

Mis padres eran directivos de una filial de la Orden de Amarís y desde pequeño me llevaban a la filial del barrio. Yo no entendía nada de religión, nos hacían leer distintos libros, pero de verdad no me aburría, me gustaba porque había una biblioteca que tenía de todo. Me atrapaba mucho la astronomía, verdaderamente me gustaba la astronomía, me gustaba la zoología y puedo decir que en las distintas filiales, basándome en lo que vi en la filial del barrio, eran amplias de criterio. Si bien la Orden de Amarís fue absolutamente inquisidora en siglos pasados -miles y miles de personas murieron a manos de la inquisición-, hoy había una tremenda amplitud de criterio; permitían por lo menos libros de zoología, libros de astronomía y bueno, en la mitad del siglo XX había como una apertura llamémosle científica. No sólo me gustaba la filial por la biblioteca, había un salón de juegos. Lamentablemente también me mandaban a una escuela religiosa, obviamente. ¿Qué se podía esperar?

Padre me decía:

-Armando, el día de mañana nos reemplazarás a nosotros, serás un buen directivo de esta o de otra filial si nos mudamos más al centro.

 

Yo estaba entusiasmado, mi deber era jugar, aprender a leer y a escribir, sumar, restar, dividir, multiplicar, pero a medida que fui creciendo empezaron los cuestionamientos.

Tuve una infancia no fácil. En realidad era osco, osco quizá porque no tenía mucha comunicación con mis padres, era hijo único. Los comencé a ver con otra óptica, con otra mirada, con otros ojos. Los veía totalmente fanáticos, hablaban únicamente de Axxón, de cómo fue clavado en el rombo, de cómo más tarde en Amarís se fundó la Orden. Leí los libros de historia, cómo justificaban la inquisición, cómo perseguían y mataban a quienes no compartían nuestra creencia.

No era mal alumno pero mi primaria fue un suplicio. No era tímido, ni mucho menos, para nada, al contrario; quizá dos veces solas me peleé en la primaria y golpeé a quien fuera mi rival bastante. En realidad no me interesaba que me respetaran, era osco y más bien solitario, y honestamente no tenía amigos hasta que terminé la primaría.

Cuando llegué a la secundaría conocí a dos jóvenes Arturo Rosen muy, muy, muy tímido pero muy buena persona, y a Alberto Tavares, divertido, bromista, pero jamás te iba a traicionar, al contrario, éramos tan unidos que nos decían "Ahí va el trío A", por Armando, Arturo y Alberto.

 

Es como que acá pasaba al revés en la secundaria, era un curso de treinta alumnos, todos varones, y nos excluían, como que éramos los raros: Arturo el tímido, Alberto el bromista ya de por demás y yo Armando el osco, el que no me daba con nadie.

Y éramos muy unidos en la secundaria, teníamos teoría y también taller y no faltaban las dos horas de religión. En algo los tres coincidíamos pero lo decíamos muy indirectamente, no nos interesaba la religión. Arturo Rosen era como yo, le encantaba muchísimo la astronomía. Alberto es como que vivía en un mundo aparte, como que volaba con su imaginación pero ya demasiado, es como que era alimentado y retroalimentado por sus bromas, no bromas pesadas, pero de alguna manera no congeniaba con mi carácter osco.

Pero como dije antes yo valoraba mucho la lealtad, nos podíamos contar, llamémosle intimidades, que ni Arturo ni Alberto las iban a divulgar y ellos a su vez me comentaban a mí cosas que tampoco iba a divulgar ni siquiera con mis padres.

 

Tuve quizá más acercamiento con Arturo Rosen, incluso vino a casa. Mamá le dijo a Arturo:

-Tú eres un ser de Luz, veo como algo brillante en tu frente.

Yo la codeaba.

-Mamá, mamá, él no sabe nada del tema.

-¿De qué no sé nada? -preguntó Arturo.

Y cuándo no, mamá lo hizo pasar al comedor y le contó que eran directivos con papá de una filial de la Orden de Amarís. Y Arturo se desenvolvió bien, conversó con mamá, le encantaba el tema, le hablaba de cosas. Mamá quedó encantada y me dijo:

-Tráelo de vuelta, que una noche venga a cenar, Armando.

 

Cuando salimos a la calle, que Arturo iba a tomar el bus para la casa, le digo:

-¿Desde cuándo te interesa la Orden de Amarís?

-¿Y qué quieres?, quedé bien con tu madre. Tú sabes que a mí me da lo mismo todo, yo quiero pasarla bien. -Y era raro escucharlo hablar así por la timidez que tenía, pero bueno, la confianza podía más.

Le digo:

-¿Pero no te estás comportando de una manera hipócrita?

-¿Para qué me trajiste?, lo que hice fue agradarle a tu madre.

 

Y sí, tenía razón. Pero yo me sentía como..., a ver cómo lo explico, como con vergüenza de que conocieran a mis padres demasiado fanáticos. Con Arturo no había problema, seguramente lo hubiera habido con Alberto porque se hubiera matado de risa de las cosas que le hubiera comentado madre, y menos si hubiera traído cualquiera de los otros alumnos del curso, eran demasiado creídos, demasiado vanidosos, demasiado pagados de sí mismos. En cambio Arturo era más maleable podríamos decir, pero no me mal entendáis, no es que uno lo quisiera moldear a su manera de ser, eso sería manipular y no era lo que yo quería, pero de alguna manera es como que no me incomodaba traerlo a casa y que conociera a mis padres. Con papá casi no habló pero mamá se encargaría de hacerle propaganda. Por eso padre me dijo al día siguiente:

-Así que vino un tal Arturo Rosen... Tráelo, tráelo. ¿Qué hace?

-Bueno, eeeh, el padre es carpintero.

-¿Y?

-Bueno, que no son de posición, son pobres.

-¿Y? -dijo padre-, ¿pero son buena gente y deben ser fervientes creyentes de la Orden de Amarís?

-Sí, supongo que sí.

-¿Cómo, supones? -dijo padre-, averigua más sobre el tema, es muy importante eso. Y más que nosotros somos directivos, no te vamos a juntar con cualquiera.

-Pero padre, ahora no me vas a elegir los amigos.

-No, pero hay que saber con quien anda uno, no sea cosa que nos metan el lio a nosotros, porque si nos llegamos a enterar de algo, urgentemente hay que denunciarlos.

-¡Pero padre!

-¡Ah!, tú eres un elegido. El día de mañana vas a ser un directivo general, más que nosotros todavía, seguramente en la central de Plena, de la Orden de Amarís.

-Padre, estás soñando, ¡qué dices!

 

Yo no era tímido como Arturo pero no me atrevía a enfrentar a padre. Yo, en realidad, si bien creía que había algo más allá, creía en un Dios de amor, el que nos había mostrado Axxón con sus palabras, con su actitud hace dos mil años. No era fanático y menos por la historia, me repugnaba leer sobre las muertes que había causado la inquisición.

Y esos eran mis engramas, el tener que fingir con mis padres que estaba todo bien. Y no sabéis lo que cuesta impostar, porque de repente vosotros vais a un teatro, primero al actor le pagan, actúa una hora y media, dos horas, si estuviera maquillado se saca el maquillaje y ya es una persona normal, deja de ser el personaje. Yo era el personaje las veinticuatro horas, tenía que fingir que me agradaba la Orden de Amarís, tenía que fingir que era extremadamente religioso, tenía que fingir que me gustaba la filial. Sí, me gustaba por los juegos, por la biblioteca, por hablar con algunas jóvenes, pero vivir impostando, vivir negando el propio ser porque tus propios padres te señalarían con el dedo es como que te sientes excluido por tu propia familia y eso no está bien, eso no está bien.

 

Y en mí había una dualidad: Por momentos me sentía como especial, como que era único. Por momentos me sentía con muy baja estima, como que había cosas que jamás podría lograr. Y sentía como rencor, y como angustia que no me permitía tragar saliva, un dolor de garganta por la misma angustia. Y la ansiedad me provocaba nervios en el estómago, pero gigantescos nervios en el estómago, se me cerraba la boca del estómago. Entonces me refugiaba en los libros y estudiaba y estudiaba y aprendía mucho más -y no es chiste- en la biblioteca de la filial de la Orden de Amarís que en la propia escuela. En la escuela era como que era todo programado, a los profesores les pagaban para enseñar, y si aprendías bien y si no también. Incluso tenías un profesor de dibujo que con tal de que no hagamos lío ni hablemos ni nada: "Mirad, quedaos callados la hora que estemos aquí y los apruebo a todos". Nosotros contentos en esa hora; leíamos chistes, revistas, libros, lo que fuera. No estudiábamos, no importa, nos daban la lección en bandeja, nos daban los exámenes y todos aprobados no con diez, para disimular, con siete, con ocho.

 

Pero a medida que fui creciendo me di cuenta que ese profesor era un ejemplo pernicioso. Pero claro, uno era adolescente, ¿qué le importaba estar la hora entera sin hacer nada?, leyendo -eso sí, no podíamos conversar-, y todos eximidos. Y era otro engrama ese porque era un engrama como que no le importábamos a nuestro profesor. Y los miraba a mis compañeros y sabía que todos estaban contestos, hasta Alberto. El único que estaba sombrío era Arturo Rosen que me decía:

-Armando, ¿qué hacemos? -yo le decía inteligentemente.

-Nada, pasemos la hora disimuladamente. Búscate algún libro, lee.

Tenía algo parecido a mí, le encantaba estudiar, entonces fuera de clase hablábamos de astronomía, a ambos nos encantaba. Alberto no, Alberto estaba en otra.

 

Pero sí, cuando los engramas se te implantan por falta de estima, porque tienes diálogo con uno o dos personas y el resto no te entiende o no acepta tu manera de ser o tienes que fingir adelante de tus propios padres que algo te gusta cuando no es así, es doloroso.

¿Que la pasé mal en mi infancia? No, mis padres jamás me castigaron. No éramos ricos pero tenía juguetes de pequeño, de adolescente tenía discos, pero me faltaba algo, ser parte de algo, de algo genuino, es como que no tenía un lugar de pertenencia. Y si para vosotros eso no es un engrama, por favor, creo que es el engrama más pesado, el no tener un lugar de pertenencia, porque de cien personas podías confiar en una, en dos, en tres...

 

Por favor, en este momento cuando relato esto a través de este receptáculo, le estoy causando al receptáculo un dolor brutal, tremendo en el pecho porque él siente lo que yo siento.

 

Nada, es todo por ahora. Gracias por escucharme.