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Psicoauditación - Herdo-El

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 10/01/11

Sesión 22/01/11

Sesión 27/06/11


Sesión 10/1/11
Médium: Jorge Raúl Olguín
Interlocutor: Karina
Entidad que se presentó a dialogar: Herdo-El, thetán

 

Habló sobre unos problemas de su parte encarnada. Se extendió sobre el ego y los roles, la desidia, la autoestima, los proyectos, la venganza… Habló sobre sus encarnaciones.

 

Sesión en MP3 (3.433 KB)

 

Información complementaria:

El ego y sus roles

La Atlántida

 


Sesión 22/1/11
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Herdo-El, thetán

Relató una vida en Aldebarán IV donde era un guerrero que no conocía su origen real.

 

Sesión en MP3 (4.448 KB)

 

Los distintos recuerdos, las distintas vicisitudes por las que pasamos en cada vida, nos templan si somos fuertes espiritualmente o nos dejan hechos un guiñapo o un despojo si somos débiles interiormente.

 

Tuve una vida en Umbro donde he pasado por todas las circunstancias por las que puede pasar un ser encarnado. Mi mente en esa vida, de un hombre de cerca de 35 de vuestros años, tenía como flashes, como relámpagos de recuerdos, y yo ignoraba si éstos ocurrieron de verdad en mi vida o si eran sólo sueños. Mi nombre en esa encarnación era Madok, soy guerrero, de rostro duro, de facciones extremas, de mirada aún más dura todavía, la piel tostada por el sol, una pequeña barba, con una figura para respetar y con una espada para respetar aún más... Pero, en esos flashes, yo me visualizo de niño como bedel en un palacio, con música, con jóvenes adolescentes bailando, con una mesa larguísima con más de 20 personas devorando carne, frutos, bebiendo bebida espumante que se chorreaban por todo el cuerpo; al lado mío, dos figuras de un hombre y una mujer y un bufón haciendo sus morisquetas; había faroles encendidos en todos los rincones, pequeños músicos tocando instrumentos a cuerda similares a las guitarras de Sol III, pero mucho más pequeñas; y de repente mi mente recuerda gritos, flechas, muertes, sangre, lloriqueos de mi parte, miedo... y yo, con mi torpe andar -debido a mi corta edad- me escondía debajo de una tabla que hacía de mesa; y después más gritos, fuego, humo... y me entraba tos, la vista se me irritaba, y de repente siento unas manos que me recogen, me montan en un carro, se produce una sacudida, los hoyumans relinchan, veo las estrellas pero hay negrura y oscuridad, oigo galopes... y entonces mi mente volvía al presente, sin entender de qué se trataban esos flashes, sin llegar a creer que fueran recuerdos propios.

 

Me crié en los límites occidentales del pueblo Turanio. Mi padre se llamaba Abín y mi madre Azera. Mi padre fabricaba espadas pero a su vez era un excelente espadachín. De pequeño ya practicaba, como muchos otros niños, con espadas de madera, yo era muy diestro. Tenía un tío, Orzán, que había trabajado como lanzador de cuchillos en los teatros y plazas de la zona Central en los fines de semana, y alguna vez tuvo que escapar galopando en su hoyuman porque le había salido mal el tiro y había matado a su "partenaire"; él me enseño a lanzar cuchillos, y con 10 de vuestros años ya podía acertar a varias líneas de distancia a cualquier árbol como blanco. Sabía también disparar muy bien con el arco, la flecha que lanzaba siempre daba en el blanco, pero no me gustaba, lo que a mí me gustaba era la espada. Tenía una espada bien pesada, pero mi mano era muy fuerte y mi brazo muy potente.

 

Fui creciendo, y ya teniendo los 18 de vuestros años participé en mi primera batalla contra unos guerreros del norte, unos guerreros temibles, más altos y más corpulentos que mi gente: los Turanios; pero los íbamos venciendo: una, dos, tres, cuatro veces... Éramos unos de los pocos pueblos Turanios que nunca habían sido avasallados por hordas de otras regiones. Tuve mi bautismo matando a un guerrero gigantesco, muchísimo más pesado que yo, paré el golpe de su espada y con mi mano izquierda le hundí en el pecho mi puñal; y muchos pensarían que eso no fue leal, pero se trataba de vivir, de sobrevivir... y aparte, ¿quién dijo que el combate debe ser limpio? Gané respeto entre los Turanios de Occidente y me convertí en un gran guerrero. Ya con 25 de vuestros años, Padre y Madre estaban débiles y fallecieron con muy poca diferencia. Heredé la herrería, pero a mí prácticamente no me gustaba, por lo que una persona del pueblo -Turkek se llamaba- me compró la propiedad y el taller. Guardé la bolsa de metales entre mis ropas -como todos-, cogí uno de los mejores hoyumans y me marché...

 

Muchas noches dormía al costado del camino directamente ya que tenía un oído fino y podía escuchar el trote de un hoyuman a distancia, incluso mi propio hoyuman también me alertaba relinchando o bufando si escuchaba a alguien acercarse. Nunca me pescarían dormido o desarmado, mi espada era la continuación de mi brazo. Una vez, dos tontos asaltantes me quisieron pescar por la noche dormido, pero no los lastimé: a uno le pegué un bofetón y lo lancé a una línea de distancia, y al otro lo levanté con la mano izquierda a tres cabezas por encima de mí y lo lancé lejos.

 

-Les perdono la vida, hoy estoy de buen humor. ¡Corred! Pero antes de que se vayan... ¿qué tenéis ahí?- y miré sus alforjas. Uno de ellos tenía pequeños alimentos que había sacado de un poblado cercano y me los quedé. Quiso protestar, y le dije:

-Te llevas tu vida, no protestes, otro os hubiera matado... ¡Iros!

 

Recorrí infinidad de aldeas y poblados, y si bien era guerrero, no me molestaba hacer otros trabajos como cortar leña para ganar más metales o trabajar en alguna posada y descansar en ella algunos días. No precisaba trabar la puerta de mi cuarto... al menor ruido, el visitante tenía apoyada mi espada en su cuello, como le pasó una noche a la joven posadera que me vino a visitar; y en la oscuridad le pregunté:

 

-¿Quién eres?

-Soy Tania, me manda el patrón por si deseas una atención.

-¿Y por cuánto me saldría esa atención?

-Sólo dos metales cobrizos.

-No, no me interesa.

-Pero he visto que tú guardas mucho más...

-Eres mujer, pero si un varón hubiese visto lo que yo tengo ya estaría muerto, porque no me gusta que se divulguen las noticias sobre quién tiene metales y quién no.

-Bueno, dame un solo metal para mi patrón.

-Pero y... ¿dónde estaría tu negocio entonces?

-No me interesa mi negocio, me interesa tu compañía.- la cogí del brazo y cerré la puerta. Me preguntó mi nombre...

-Madok.- le respondí, y fue lo último que hablamos.

 

Nos quedamos hasta el amanecer, pero siempre duermo con un ojo abierto -metafóricamente hablando-, no soy de aquellos que se duermen y cuando se despiertan la mujer ya se llevó todos los metales, dejándolos sin nada. Ella seguía allí, le di el metal cobrizo y le di otro más para ella.

 

-Es que no lo quiero.- me dijo.

-Tenlo, no te lo estoy pagando por ningún servicio, te lo estoy dando. No lo tomes como un precio por algo.

-¿Te quedarás?

-No, desayuno y ya parto, voy a seguir recorriendo aldeas.

 

Cuando bajo ya vestido para irme, el patrón me dice:

 

-Esperaba que te quedaras algunos amaneceres más, todavía no he recaudado lo suficiente para pagarte lo que te debo.- lo miré con mis ojos oscuros, puse la mano en la empuñadura de mi espada, y el hombre dijo:

-Pero bueno, aquí tengo algunas reservas. No te preocupes Madok, puedo pagarte.- Me dio una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete monedas plateadas, que eran las segundas más valiosas después de los metales dorados. Las miré y las guardé.

-Buenos amaneceres.- y me marché.

 

Pasé por la cuadra a buscar mi hoyuman. El hombre encargado, muy atento, ya le había dado de comer y lo había abrevado, y ahora lo estaba terminando de cepillar. Le di una moneda plateada y se quedó mirándola, no lo podía creer...

 

-¡Pero esto es mucho!- me dijo.

-Está bien.

-Pero hace dos amaneceres me habías dado...

-Está bien. Amas a los animales, no los cuidas por obligación. Sé que es tu trabajo, pero los quieres. He visto otros encargados y mozos de cuadra que maltratan a los animales. Buen amanecer.

-Gracias señor Madok.

 

Monté en mi hoyuman y me marché hacia la zona ecuatorial. Iba trotando por el camino y de repente mi mente volvió a recordar, imaginar o delirar sobre aquella repetitiva visualización: una criatura en un gran castillo, fuego, llanto, muerte, alguien que me coge y me pone en un carro... Pero entonces, ¿quiénes eran mis padres verdaderos? Dejé pasar el tiempo y participé en muchísimas aventuras.

 

En la zona ecuatorial había una banda salvaje que asolaba las pequeñas aldeas, y era algo extraño porque en la zona ecuatorial generalmente no había batallas, era la zona más pacífica del planeta, y justamente por esta razón la mayoría de la gente estaba indefensa, o al menos hasta que yo llegué y averigüé.

 

-No se meta buen hombre.- me dijo un anciano. -Son los saqueadores y son grandes espadachines.

-Pero... asolan todos los pueblos de la zona, deben ser cientos. Tendríais que formar un pequeño ejército.

-No señor.- me dijo el anciano. -Son solamente siete hombres, pero nadie se les puede oponer. Toman incluso hasta mujeres jóvenes, y a veces las encontramos muertas tras haber sido violadas en el camino. No roban animales ni comida, sólo buscan metales. Asaltan incluso en los caminos, y a veces, si están algo bebidos, llegan hasta la aldea de turno y la saquean. Nadie les opone resistencia.- me molestaba lo que me comentaba el anciano, y sabía que en breve me chocaría con ellos.

 

Me quedé algunos amaneceres en ese poblado y me enteré de que corría la versión de que en unas montañas cercanas estaban los saqueadores. Fui galopando, había otra aldea cercana a muy poca distancia, y apenas dejo a mi hoyuman en la cuadra empiezo a escuchar gritos, carcajadas, burlas. Eran los siete jinetes, se acercaban a la aldea, y todos corrieron a refugiarse. Entro a la posada, me pido una bebida espumante y el posadero me la sirve con la mano temblando, me tomo la jarra de un trago y le dejo una moneda cobriza. Salgo a la calle, los jinetes me ven y desmontan, me empiezan a mirar; la gente también está mirando la escena asomada en todas las ventanas.

 

-Forastero, ¿eres de por aquí?

-No.

-Y supongo que tendrás metales...

-Oh sí, del color que me pidáis: cobrizos, plateados, dorados... ¿Por qué? ¿Os interesa?- hablan entre ellos, y el que parecía que llevaba el mando dice:

-Mi nombre es Zelder, soy el jefe de los saqueadores. Esta vez la aldea está salvada, nos conformaremos solamente con tus metales.

-Con gusto os daré...

-¿Pides por tu vida?

-No, no, no... no me habéis entendido. ¿No queríais metales? Tengo un metal muy interesante para vosotros...- y saco mi espada.

 

Se abren en semicírculo y se acercan a mí. Dentro de mí tenía una furia contenida, pero había aprendido del que yo creí que era mi padre -el herrero- que la furia no debía dominarme, sino yo dominar a la furia. En menos de diez de vuestros minutos acabé con los siete y apenas tuve un rasguño en mi hombro izquierdo, la gente no lo podía creer. Cuando murieron todos los bandidos, todos salieron de sus casas.

 

-Revisadlos. Todos los metales que encontréis repartidlos entre todos vosotros, entre todos, incluso a los granjeros que están más allá del poblado. Dejad solamente unas monedas para el sepulturero, que haga siete buenos palos para las siete tumbas, pues todo el mundo merece ser enterrado.

-¿Te quedarás?

-No, me marcharé, pero me enteraré si no han hecho las cosas como yo les he ordenado, como que me llamo Madok.

 

Se corrió la voz en las distintas aldeas de que un solo guerrero, Madok, había acabado con la banda de los saqueadores. Pero ya sabéis como es esto... en el siguiente pueblo ya no eran siete los bandidos, sino veinte, y decían que yo movía mi mano como si fueran las aspas de un molino y los fui matando uno por uno. Después, esos veinte bandidos pasaron a ser una horda que venía con arcos y flechas, y decían que yo paraba las flechas con mi espada... Al final yo era más un mito que un hombre, pero eso pasaba siempre. Umbro era un mundo original, donde si bien había seres que para otros mundos podrían ser míticos, también había mucho de mito en cuanto a exagerar las historias. Por otro lado, también es cierto que no todos tenían la habilidad para vencer a siete saqueadores que no eran mancos, sino que tenían lo suyo... pero el aprender a tener la mente fría era muy importante.

 

Cuando cumplí 35 de vuestros años marché de nuevo para el norte, a la parte occidental, y llegué al poblado donde me crié. Algunos de los jóvenes de mi edad se acordaban de mí. Incluso hasta esa región llegaron mis supuestas hazañas, pero no la versión de los saqueadores, sino otra donde había acabado con una banda de norteños, con hordas del propio Borius, que era uno de los guerreros más terribles del norte; también decían que yo había vencido a distintos samuráis orientales... Pero mi respuesta fue: -No hagáis caso de los rumores, la mayoría no tienen fundamento. Sangro como cualquiera y puedo morir como cualquiera.  

 

Se acercó un hombre mayor, Sayus, que era de la época de mi padre o quizás un poco más grande. Me preguntaba por qué razón aquel que está más allá de las estrellas le dio tanta edad... Me dijo sin que yo dijera nada:

 

-Sé a qué has venido.

-Pues entonces dígamelo, señor Sayus. ¿Quién soy?

-Eres Madok.

-Ese es el nombre que me pusieron mis supuestos padres... pero, ¿quién soy?

-¡Eres Madok!, y tengo esto guardado.- lo acompañé hasta la casa, y debajo de una cómoda muy antigua tenía una medalla plateada con una cadena, estaba grabado el nombre Madok, pero no en idioma Turanio.

-Esto te pertenece, lo tenía tu padre o supuesto padre, pero no quería que lo llevaras contigo para así ocultar tu identidad.

-Entonces, ¿quién soy?

-Eres un rey.

-Soy un guerrero.

-Eres un rey. Nuestros guerreros atacaron un castillo bastantes líneas al oriente, mataron a mucha gente. Llegaron a vencernos, pero uno de los nuestros te llevó para pedir un rescate, rescate que nunca se pagó ya que te dieron por muerto. Tus padres eran reyes y murieron y un sobrino se proclamó rey, pero el verdadero rey eres tú.

-No me interesa, anciano.

-Te tiene que interesar. El castillo es una ruina y su poblado está empobrecido, tu primo cobra altos impuestos y mata de hambre a la gente. No tiene muchos soldados, pero los usa para abusar. Debes ir por ellos, por la gente, no por tu título...

 

Me puse la medalla, y sin apuro comí un guisado y dejé que mi caballo pastara y abrevara. Le dejé una moneda de plata al anciano. -Esto es mucho.- me dijo. -Tú tienes familia, y siempre hace falta.

 

Marché al galope con mi hoyuman a mi destino. Quería enfrentarme al pasado, quería dejar de lado mi pesadilla. Ya no era aquel bebé llorón de entonces, tenía 35 de vuestros años y mucho peso sobre mis hombros, pero mucho por hacer todavía; y si dejaba la vida en el intento moriría con la consciencia tranquila... Gracias por escucharme.

 


Sesión 27/6/11
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Herdo-El, thetán

Relató una vida en Aldebarán IV donde siendo niño, hijo del rey, lo salvaron mientras un ataque al palacio. Se crió en aldeas y fue guerrero legendario en Umbro. Viajó buscando su origen hasta que en una aldea encontró a Merlok, que también era hijo de un rey a quien le arrebataron la corona, y por miedo a que lo mataran, escapó de palacio y vivió con unos granjeros. Hablando, reconocieron ser hermanos. Decidieron ir a palacio y encontraron que ahora reinaba su primo, pero no estaba satisfecho con la vida que llevaba. Madok renunció a la corona que debería haber sido suya, y con su primo convinieron que Merlok quedara como rey. Finalmente, Madok y su primo cabalgaron en busca de aventuras.

 

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Entidad: Muchas veces pensamos que el destino lo hacemos nosotros, que el destino no está trazado pero me da la impresión de que aquel que está más allá de las estrellas es quien mueve los hilos.

 

Y yo buscaba mi destino, ese destino que el anciano me dijo que estaba en un palacio, donde me habían arrebatado la posibilidad de ser rey. No era algo que me apasionara; me había criado guerrero, humilde, en aldeas, recorriendo con mi hoyuman las distintas regiones. Se habían tejido leyendas detrás de mí: "Mirad, Madok, el que venció a las huestes de Borius, el que venció a los guerreros del norte, el que llegó al sur, a regiones inexploradas". Mi fama en Umbro estaba casi a la altura de Ligor pero, de todas maneras, quería saber mi origen, mi verdad y recorría las regiones con mi hoyuman yendo al oeste, donde hipotéticamente estaba aquel palacio donde me habían llevado de pequeño.

 

Hacía dos días que no encontraba aldea alguna y mis provisiones se habían acabado. En una pequeña campiña alejada de todo veo una casa. Desmonto mi cabalgadura y me acerco allí. Dos ancianos se acercan con rostro temeroso. Los saludo y les digo: -Mi nombre es Madok. Busco solamente comer un plato caliente. Os pagaré con metales. Soy pacífico con gente amable y enemigo de los salteadores de caminos.

 

El hombre me mira a los ojos y confía en mi mirada: -Venid, siempre hay un plato caliente para el viajero.

 

Me sirvieron un guisado, un zumo de frutas -no era lo mío, en la posada bebía aquella bebida espumante- pero lo importante era llenar el estómago.

 

Mi oído era agudísimo. Les pregunto: -¿Quién más vive en la casa?

 

-Nuestro hijo, pero él es inofensivo.

 

-Que venga con nosotros...

 

De la otra habitación salió un joven de mirada noble.

 

-¡Adelante! Mi nombre es Madok. ¿Cómo te llamas?

 

-Mi nombre es Merlok.

 

-¡Merlok! -nos dimos la mano.

 

Era algo más joven que yo.

 

-No tienes aspecto de granjero.

 

-Bueno, es una historia muy larga, muy larga.

 

-Si no os incomoda tenemos toda la tarde. ¿Puedes contarla?

 

-Cuando mi padre murió yo...

 

-Sí, dime...

 

-Ocupé su puesto...

 

-¿Eras un noble?-los ancianos estaban incómodos.

 

-Soy un viajero, seguiré camino. En el próximo amanecer me olvidaré que estuve aquí. No os preocupéis, no suelo divulgar historias.

 

Y Merlok dijo: -Fui rey.

 

-¿Rey?

 

-Sí, un rey al que mi primo envidiaba, pues él siempre creyó que su padre debería ser el legítimo rey y él heredar el trono. Muchas veces luchábamos juntos contra enemigos que atacaban el palacio pero muchos que estaban en palacio murmuraban que el rey actual intentaba matarme.

 

Y le dije: -¿Y era tan así?

 

-Él era muy seco para conmigo pero siempre tuve dudas. Ellos -mirando a los ancianos- son mis padres adoptivos. Mi padre adoptivo se llama Herco.

 

El anciano hizo una inclinación.

 

-Y ella es mi madre adoptiva, Arami. Herco y Arami Tobar.

 

-¿Y por qué supones, Merlok, que tu primo quería deshacerse de ti?

 

-En palacio quizá no lo demostró pero luego me enteré -por murmuraciones en las distintas aldeas- que me buscaba por todos lados. Otro anciano dijo que él nunca quería deshacerse de mí y que el matrimonio Tobar me llevó por precaución.

 

-¿Pero de qué te ríes? -me preguntó Merlok.

 

-Bueno, tuve una historia parecida. Solo recuerdo que de pequeño vivía en un palacio. Recuerdo gritos, espadas, fuego, violencia y sé que me llevaron, me salvaron la vida.

 

Merlok se acercó a mí, me miró a los ojos: -Tú eres mayor que yo.

 

-Sí, bastantes amaneceres te llevo.

 

-Recuerdo que cuando nací mi padre me dijo que yo venía a reemplazar a su hijo perdido, un hijo que fue olvidado.

 

-Sigue -le dije-, sigue.

 

-Hubo un ataque que pensamos que no podíamos contener. Digo podíamos, aunque en realidad yo aún no había nacido.

 

-Sigue.

 

-Finalmente vinieron refuerzos, soldados que estaban en misión y que regresaban a palacio. Se logró rechazar a las hordas salvajes y recuperamos el control del palacio pero al niño, al príncipe, se le dio por muerto. Luego nací yo. Yo fui el objetivo de odio siempre, de celos de mi primo Krein.

 

-Merlok, ¿tú estás diciendo que yo soy tu hermano al que nunca conociste?

 

-Estoy seguro que sí, estoy seguro que sí.

 

-Umbro es grande, Merlok.

 

Herco y su esposa Arami asintieron: -Hijo, eres un viajero. Hay muchos reinados en la zona. Sería una causalidad que tuviera que ver contigo.

 

-Padres, lo que Madok relata, que él, de pequeño, fue llevado de un palacio coincide con la desaparición de mi hermano y su edad es mayor que yo. Mirad nuestros rostros: quizá él tenga un rostro más duro, más curtido, pero somos parecidos.

 

Arami, la señora, decía: -Eso no tiene nada que ver; hay muchos que pueden ser parecidos y que no tienen nada que ver uno con otro.

 

Yo asentí y le dije: -Sería hermoso tener un hermano pero, bueno, me crié en una aldea. Es verdad que tengo como recuerdos: me visualizo en un palacio yo siendo niño, lámparas de aceite encendidas en rincones, música, tocando instrumentos a cuerda. Luego recuerdo gritos, flechas, muertes. Siento una mano que me toman y me suben a una carreta y me llevan.

No lo creo. Me he criado en el pueblo turanio. Mi padre de llamaba Adin y mi madre Asera. Él fabricaba espadas; era espadachín, aparte. No tengo recuerdos de nada más.

Mucho después dejé la aldea turania y seguí camino pero no me identifico con nada que sea vida de palacio. Simplemente trato de buscar mi origen por curiosidad. No me interesan lujos, no me interesa nada.

 

Merlok me dijo: -Pero es bueno que el hombre sepa su destino, es bueno que sepamos nuestra misión de vida, es bueno que cumplamos lo que vinimos a hacer a este mundo.

 

Lo miraba a Merlok y le digo: -Hablas raro y te contradices. Y no te ofendas pero debes haber aprendido el arte de la espada y, sin embargo, estás escondido aquí, en esta pequeña campiña. ¿Qué haces aquí disfrazado de granjero? Si tú hablas de buscar tu destino, ¿por qué no has vuelto al palacio de tu primo Krein?

 

Y me respondió: -Quizá me dejé estar o no tengo la audacia, la valentía o pienso que si vuelvo Krein me mande decapitar.

 

-¿Prefieres estar aquí? ¿No te pica la curiosidad?

 

-¿Y a ti?

 

-¿Y tú cómo sabes? ¿Cómo has armado tu historia?

 

-Merlok, volví a la aldea de adopción y un hombre mayor, Sayus, me dijo que yo era hijo de rey.

 

-¿Y qué pruebas?

 

Me saco del cuello y le muestro a Merlok una medalla plateada con una cadena con mi nombre, Madok.

 

-Merlok, esto lo tenía mi padre.

 

Merlok se saca una cadena similar, con otra medalla plateada con su nombre.

 

Cuando me enfrenté a más de media docena de saqueadores no palidecí. Ahora, mi rostro estaba pálido por la sorpresa.

 

-Somos hermanos... somos hermanos. Ven conmigo.

 

Los granjeros lo cogieron del hombro: -Déjalo, ¿para qué se va a arriesgar?

 

-Él se merece ser rey. Aparte, se comenta que el castillo es una ruina, su poblado está empobrecido, que nuestro primo cobra altos impuestos, que la gente de afuera del castillo, en la fortificación, pasa hambre. Veamos si es cierto.

 

Por la noche partimos ambos. Recorrimos aldeas. Pasaron varios amaneceres y llegamos a un palacio. Soldados salieron a nuestro encuentro.

 

Merlok se adelantó: -Abran paso, soy vuestro rey -algunos lo reconocieron. No a mí, obviamente.

 

Entramos a palacio. A un costado había un patio de armas descubierto. Estaban practicando.

 

Había un hombre luchando con rostro aburrido. Se acerca un lugarteniente a decirle algo al oído. Estaba vestido como un simple plebeyo.

 

Se acerca a nosotros, lo mira a Merlok: -Tantos amaneceres te he buscado-y lo abraza-. ¿Por qué desapareciste?

 

-Por los rumores.

 

-¿Qué rumores?

 

-De que pensabas matarme para quedarte con mi reinado.

 

-No me interesa el reinado. No tienes idea de lo que es esta tortura. ¿Quién es tu amigo?

 

Le tendí la mano: -Me llamo Madok.

 

-Madok, Madok, Madok...

 

-Has escuchado hablar de mí.

 

-He escuchado hablar de un Madok guerrero que venció a una horda del norte. Obviamente que las historias se agrandan, ¿no?

 

-Así es.

 

-Y he escuchado hablar de otro Madok, un Madok que murió antes de que naciera Merlok. Venid, vamos a tomar una bebida espumante.

 

Nos sirvió -y él también- en una jarra metálica una bebida espumante muy similar el vino de Sol III. Y bebimos.

 

-En una época -dijo Krein-, de verdad, ansié tremendamente esta corona, tremendamente. Pensaba que mi padre se merecía ser rey. Hoy no me interesa. Y si lo que pienso encaja tú tampoco serías rey, Merlok, porque le correspondería a Madok.

 

-Eres bastante inteligente, Krein -le dije-. Has armado el rompecabezas.

 

-Tú eres el pequeño desaparecido. Prácticamente no se sabe nada de ti. Mi padre me lo ha contado. Prácticamente tu historia se ha borrado. Mi tío crió a Merlok como hijo único y ha borrado tu historia. Pero no por maldad sino por dolor, pensando que borrando un afecto el dolor desaparecía.

Yo vivo aquí, aburrido.

 

Merlok dijo: -Corrían rumores de que me querías matar. ¿Por qué?

 

Yo agregué: -Corrían rumores de que la gente pasaba hambre.

 

Krein dijo: -¿Ves a alguien con hambre?

 

-No -negué-, verdaderamente veo que están bien. Afuera hay una feria, se comercia bien. Si cobraras altos impuestos no estaría así.

 

-Bueno, seamos sinceros con nosotros mismos -dijo Krein-, ¿venís a desafiarme, a quitarme la corona? Tenedla, no me interesa. Es tal mi aburrimiento que no me interesa.

 

Merlok me dijo: -En realidad es tuya, Madok.

 

-No, no es vida para mí. De verdad no es vida para mí.

 

Krein y yo nos miramos. -¿Quieres aventuras? -le dije.

 

Sus ojos brillaron: -Aquí no tengo rivales.

 

-Ven. Hagámoslo como un juego.

 

Fuimos al patio de armas.

 

-Practica conmigo.

 

Cruzamos los metales y me di cuenta que Krein era temible con la espada. Prácticamente estuvimos bastante tiempo sin sacarnos ventaja y paramos.

 

-Simpatizo contigo.

 

-¿Venías dispuesto a matarme?

 

-No, venía dispuesto a saber quién era yo, qué quería, cuál era mi vida pero le tomé mucho apego a la aventura. Y tú, Krein, no tienes apego por el aburrimiento... Ven conmigo. ¿O de verdad te has acostumbrado a la vida palaciega?

 

-No, no me interesa. Pero, bueno, estoy acostumbrado a comer todos los días, a beber bebida de buena calidad.

 

-Y, ¿por qué? ¿Qué sabes si en el próximo amanecer estarás vivo?

 

Lo miramos a Merlok y dije: -Eres una persona buena. Trae los granjeros aquí, que estén contigo. Devuélveles parte del cariño que te han dado.

 

Krein juntó a su gente de confianza y hizo una proclama por escrito, dejando a Merlok como legítimo rey, sin nombrarme. En el palacio nunca se supo que yo, Madok, hubiese sido el verdadero, el único rey.

 

Pasaron los amaneceres. Diez, quince, veinte. Los granjeros -los padres adoptivos de Merlok- estaban en palacio bien atendidos en su vejez.

 

Le dijimos a Merlok: -Cada tanto, vendremos. Fortifica el muro norte, pon más guardia allí. Haz que recorran la comarca cada tanto pero nunca dejes desguarnecido el palacio. Contrata más hombres. Págales bien, nunca te van a traicionar. El soldado que tiene metales, buena comida y bebida no te traiciona. Pero ten cuidado, que no beba en tiempo de vigilia, que beba en tiempo de descanso.

 

Y marchamos con Krein rumbo a la aventura. Por el camino Krein me decía: -Hasta ahora nadie me ha vencido con la espada y entiendo que a ti tampoco.

 

Le respondí: -No tiene sentido medirnos hasta el final. Puedes salir herido.

 

Krein lanzó una tremenda risotada. Espoleó su hoyuman y lo seguí atrás.

 

¿Hacia adónde? Hacia un destino que aún no sabíamos. A veces uno propone y aquel que está más allá de las estrellas es el que dispone.

 

Él es el que dispone.