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Psicoauditación - Isa

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 12/09/13
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Entidad Isa, thetán.

Relata una vida en que fue secuestrada por los sarracenos en un viaje a Jerusalén. Era muy joven y creció con ellos. Un hombre sabio le puso al corriente de cómo es la Creación. Quedó con engramas de incomprensión y de falta de lugar de pertenencia por no tener con quien conceptuar como deseaba.

Sesión en MP3 (1.724 KB)

 

Entidad: Es un gusto estar aquí comunicado con vosotros. Mi nombre es Isa. Estoy en el plano 5 subnivel 1.

 

En este plano no se da cabida a los roles del ego, no se da cabida a ninguna circunstancia negativa. Sin embargo, tenemos dolor, no dolor por nosotros puesto que carecemos de ego sino dolor por aquellas entidades tanto en los planos más bajos como en el plano físico que se sumergen en sus pasiones, en sus dependencias, en sus dolores, en sus mezquindades. Y desde aquí, aun siendo thetán, trato con otras entidades hermanas de conectarnos tanto con el cuerpo causal como con el cuerpo de ideas de esos seres para armonizarlos. Gozamos cuando eso se da y sufrimos cuando el otro se aferra a su dolor. En este plano se sufre por el dolor del otro. Eso es compasión.

 

Sí tengo engramas. Tuve decenas de vidas donde he pasado muchas circunstancias desfavorables donde me vi endeble, donde me vi vulnerable.

 

Yo era una niña llamada Aisha. Me adoptó una familia inglesa. Crecí en el cristianismo.

Recuerdo que en el siglo XII mi familia acompañaba a los nobles y fuimos para Jerusalén. Nos atacaron. Caí como en un pozo, no un pozo físico sino un pozo mental. En ese momento me desvanecí y cuando me desperté me encontré con los que eran mis enemigos, los sarracenos.

No me trataron mal, me enseñaron su lengua. Estuve años siempre con miedos porque las costumbres eran distintas; me habían contado lo que hacían con las niñas cuando eran adolescentes. Las que mejor podían estar las casaban con algún señor mayor, las otras quedaban allí a merced de cualquier guerrero.

 

Pero como era dócil, estaba libre. A veces paseaba por los jardines. Y un día me atreví a salir. Me adentré en un pequeño bosque, olía como a quemado, había humo. Me acerco y había unas pequeñas brasas encendidas y había un señor de edad indefinible, de barba blanca. Le pregunté su nombre y me dijo que era el Señor de la Montaña. Le dije que me llamaba Aisha. Me dijo que ese no es un nombre inglés. Le dije que desconocía mi origen, que era adoptada.

 

Me explicó cosas que yo desconocía, que los puntos luminosos de la noche eran otros soles, que este mundo no era el único, que tenía que aprender matemáticas porque la matemática y la música explicaban la Creación.

 

En ese momento no lo entendía pero cada tarde iba al bosque a hablar con ese hombre que parecía tan sabio, tan armonioso, tan pacífico que te transmitía una paz que hasta me emocionaba y lloraba pero de felicidad de encontrar a alguien que vibraba en una sintonía igual a la tuya.

 

Cuando cumplí dieciocho años me llamaron a palacio y me dijeron que había gente de mi pueblo a muchos kilómetros. Me dieron un caballo equipado con montura inglesa y me dijeron que vaya, que me iba a encontrar con los míos. Sentí que me quedaba huérfana porque me había acostumbrado a esa vida. Honestamente, nunca había sido maltratada. Me encontré con gente inglesa y les conté la historia. Me dijeron que mi familia estaba viva.

 

Tres meses después me hallaba en mi hogar. Recuerdo que vino un gran militar y me preguntó qué había sido de mi vida. Le conté, obviamente, de ese señor. El hombre -el militar- me miró y me dijo:

-Aisha, ese señor que tú dices, el maestro quien has hablado que te enseñó tanto es el jefe espiritual de toda esa gente. El Señor de la Montaña es el jefe de todos.

 

-Pero yo he visto, señor, que había guerras intestinas y se mataba gente y el que dirigía era otro, de rostro muy afinado y de gestos muy crueles, nada piadosos.

 

-Claro, hija, ese era el jefe del ejército, el que ha rechazado una y otra vez a los cruzados. El otro, el que habló contigo, está por encima, es el jefe espiritual.

 

-¿Y por qué son enemigos nuestros? ¿Porque no son cristianos? Porque con todo el respeto, señor, me pareció una persona tan noble, tan sabia...

 

Y este soldado de alto cargo me dijo: -Querida hija, nosotros también tenemos un hombre así, muy sabio, y en tiempos de paz no ha sido amigo de ese anciano que tú mencionas pero sí han compartido comida y vino.

 

-¿Y por qué después de una década vuelven a guerrear?

 

No me lo supo explicar.

 

Volví con mi familia. Más tarde conocí un joven, me casé. Nunca me olvidé de aquel anciano llamado el Señor de la Montaña pero sentía como que algo me faltaba.

 

Tuve dos hijos hermosos. Viví largos sesenta y dos años. Para la expectativa de vida de aquella época era mucho.

 

Fui feliz pero nunca me olvidé de aquel señor de edad indefinida y de tanta sabiduría.

 

He pasado cosas que quizá cuarenta y cuatro años de posterior felicidad no me las hicieron olvidar, que nunca supe cual era mi lugar de pertenencia. ¿El mundo entero tal vez? ¿Mi familia tal vez?

 

Fui feliz pero nunca pude aplicar todo eso que aprendí con este gran maestro. Es como que mi alma quedó cercenada en esa vida. Y me quedaron engramas de incomprensión porque mi esposo era dulce pero lo notaba como básico, como que hablaba en un idioma que quizá él no me entendía. Me entendía las palabras, no el concepto. Y sentí que no tenía lugar de pertenencia, como esa comida que le falta sabor.

 

En distintas vidas he ayudado a mucha gente y por eso estoy en el plano quinto, que es un plano de Luz, sin roles del ego, que sí los tiene mi parte encarnada femenina pero con distintos engramas que voy a ir erradicando para que mi parte encarnada sea plena.

 

Gracias por escucharme. Les habló Isa.