Índice

Psicoauditación - Luisana

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 10/06/2020


Sesión 10/06/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Luisana

La entidad relata una vida en Umbro, en la que desde pequeña había sido maltratada por sus padres. Descubrió que con su pensamiento tenía el poder de obligar y dañar a otros. También supo que podría tener un hermano y abandonó la casa para buscarlo.

 

 

Sesión en MP3 (3.659 KB)

 

Entidad: No tenéis ni idea de cómo he sufrido en el rol de Dazar, ¡Ag! Vosotros pensáis que yo justifico todas las actitudes que tengo, pensáis que las cosas que hago las hago a propósito, pensáis... pensáis que estoy equivocada. ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ingenuos! ¡Ingenuos!

 

De pequeña me han tratado mal mi familia, mis primas, mis hermanos me empujan de aquí para allí.

¡Aaay! Yo sentía en ese momento un ataque de ira, pero era mujer, era débil, era niña y gozaba, disfrutaba cuando veía que se retorcían en fuertes dolores de cabeza. Hasta que me di cuenta a medida que fui creciendo de que había cosas que las provocaba yo -Y no me importa si dudáis de mi palabra, porque no vivo de vosotros, no vivo de nadie, vivo por mí, ¡por mí!-, pero ellos no sabían.

 

Una vez mi propio padre me golpeó porque no le fui a dar de comer a los animales en el granero.

-¿Qué pasó con las aves, que no comieron?

-Porque estuve cargando agua. -¡Paf, una bofetada! Me cayeron las lágrimas por la mejilla. -¡Ja, ja, ja! Pensáis que de dolor. ¡Ay, ay, ay! No me comprendéis, era de impotencia. Era de impotencia porque quería coger un rastrillo y clavárselo por la espalda- Pero claro, luego hubieran venido las consecuencias: mis hermanos me hubieran molido a palos.

 

Mi padre hizo una sonrisa burlona y se marchó. Y lo miré con un odio pero tan grande que cayó de rodillas. Lo vieron mi hermano mayor y mi madre, lo levantaron, vieron que sangraba por la nariz. No me dijeron nada porque yo estaba de rodillas tratando de levantar los baldes, no me relacionaron con el incidente. Lo llevaron casi desmayado a la casa y no paraba de manar sangre por la nariz. Y ahí no más quedó inerte con la mirada fija en el infinito. ¿Pensáis que me apené?, ¡pensáis que me apené? Os equivocáis, no me apené. Para nada. De repente me cogieron unos dolores de cabeza tan grandes que digo "Espero no correr la misma suerte que él". Y me asusté.

 

Vinieron vecinos para el velorio de todas las granjas de los alrededores.

La primera vez que madre se portó cariñosa conmigo, me dijo:

-Dazar, hemos perdido a tu padre, sé que te sientes como yo, sé que nos falta algo. -Y yo para mí pensaba "Sí, me falta poder comer algo", porque tenía hambre.

 

Pero claro, a medida que fui creciendo aprendí a disimular, aprendí a fingir, aprendía a poner cara de pobrecita, pero cuando estaba sola en casa   golpeaba contra las paredes hasta lastimarme y que me saliera sangre de los puños.

Hasta que me di cuenta de que eso no me desahogaba, no; y aparte me hacía daño a mí misma. Tendría que ser más inteligente.

 

Traté de hacer bien las cosas. Trataba bien a mis hermanos, me seguían tratando mal, pero yo agachaba la cabeza: "Sí, ahora voy a acomodar la parva de heno. Ahora voy a dar de comer a las aves". ¡Ja, ja, ja! Hacía todo bien, pero entendía que mi mente tenía como una especie de... de poder sobre ellos, poder de lastimarlos. Me sentí muy asombrada cuando a padre le agarró esa hemorragia y quedó ahí, duro. Y pensé "¿Pero lo provoqué yo?, ¿tanto?

 

Había un cabrío muy indócil que cada vez que le quería dar de comer quería arremeter, pero bueno, lo paraba la cerca. Me fijé que no mirara nadie y le clavé la mirada deseándole mal: se tumbó, cayó de rodillas, se arrastraba, hasta que quedó inerte. Miré de costado y vi que de la casa salió mi madre.

Y empecé a actuar:

-¡Madre, madre, mira, por favor, mira lo que le pasó al cabrío! Le estaba dando de comer, será alguna peste que hay en la región.

-Córrete, hija, córrete, Dazar, a ver si es alguna enfermedad y te contagia.

-Pero madre, madre, mira, le sangra la nariz como a papá... ¡Ay! Por favor, madre, abrázame, abrázame que tengo miedo.

 

¡Ja, ja! Sabía actuar, sabía disimular. Pero me envolvía la ira porque en el fondo yo hubiera querido que me criasen con amor. Yo era la sirvienta de todos, la que acarreaba el agua mientras mis hermanos estaban en el camastro tirados. Padre trabajaba pero me maltrataba, madre... madre era un cero a la izquierda, su opinión valía como un metal cobreado, nada. ¡Ah!

 

Pero vino la alarma cuando uno de mis hermanos, enojado me dijo:

-Al final no sé para qué te trajeron. -Lo dejé pasar y después a solas me pregunté "¿Cómo me trajeron?, ¡me tuvieron!".

Y hablé con madre:

-Madre, mi hermano mayor me dijo que vosotros me habéis traído. ¿De dónde me habéis traído? -Madre se puso a llorar.

-Dazar, te hemos dado amor, te hemos dado cobijo, te hemos alimentado... -Pobre madre, qué buena mujer; me alimentó, me dio cobijo, me dieron amor, ¡Aaah!, amor con olor a flores, qué belleza... ¡Hipócritas!

Y la dejé hablar.

-¿Así que me habéis encontrado?

-Te abandonaron. Hablamos con unos vecinos, había otro chico un poco más grande que se lo llevó una pareja de granjeros para el poblado Castaño.

-O sea, que tenía un hermano verdadero un poco más grande que yo y lo adoptó una pareja de granjeros. ¿Por qué no me lo habéis dicho?

-¿Qué ganábamos, hija? De estar sola tirada en un camino te hemos traído a un hogar con amor, donde te hemos protegido.

-Gracias, madre, gracias. Seguramente mi verdadera madre nunca habría sido como tú.

-Claro que no, mi hija. -Y no mentía. Seguramente que no porque de protección nada, de amor nada. Que me cobijaron..., que me vistieron... Después de padre (que descanse en el fuego), yo era la que más trabajaba y la que más seguía trabajando.

 

Pero me di cuenta que tenía junto a esa tremenda ira por la injusticia que había sufrido, esa tremenda ira que me embargaba, que me invadía todo el cuerpo, la mente, y la única manera que tenía de sacarme esa ira era haciendo daño.

Y a veces lloraba por la noche y me sentía mal. Me di cuenta que no tenía un lugar de pertenencia, que era una... una simple niña adoptada que fue creciendo, y quizá por eso el mal trato de padre, por eso la indiferencia de madre fingiendo amarme, por eso mis hermanos y el mal trato.

 

Pero tenía que aprender a usar el poder de mi mente.

A mi otro hermano, el que le seguía a mi hermano mayor, una tarde le dije:

-¿Me ayudas a cargar agua?

-No, hace frío afuera.

-Mírame. -Me miró-. Ayúdame a cargar agua. -Suave, ¿eh?, sin gritar, pero tampoco sin implorar-. Ayúdame, ¡ayúdame! -Se levantó como si fuera un... un autómata. Pasó por delante mío, fue al aljibe y empezó a cargar un balde tras otro. Y me di cuenta que lo podía dominar sin dañarlo.

 

Y seguí probando ese don. Una tarde mi hermano mayor me gritó. Cogí una rama, lo golpeé con todas las fuerzas en la espalda, cayó retorcido del dolor.

-Olvídate, olvídate del episodio, olvídate.

Se levantó, me miró:

-Dazar, me duele muchísimo la espalda, ¿has visto si me he tropezado?

-No, hermano, habrá sido algún enfriamiento por la noche, y te está afectando.

-Tienes razón. -Y se marchó para la casa.

 

Entonces fui estudiando esos dones y me di cuenta de que cuando tenía ira podía hacer daño con mi mente pero también podía obligar, como mi hermano del medio a cargar agua, o como a mi hermano mayor a olvidarse.

 

Vi que tenían bastantes metales en una caja, metales plateados, dorados, cobreados. Y yo con ropas humilde me fui a la caballeriza y cogí un hoyuman, lo equipé, le puse la montura, un par de alforjas y cargué -del pequeño cofre que tenían guardado en su puesto secreto-, un montón de metales dorados y plateados. También algunos cobreados como cambio. Lo hice sin ningún disimulo.

Me vieron mis hermanos y mi madre.

-¿Qué haces, nos estás robando?

-Miradme, ¡miradme!... Olvidad el hecho, olvidad todo. -Se quedaron con la vista como... como autómatas. Y me preguntaron:

-¿Por qué ensillas el hoyuman, a dónde vas?

-A cumplir órdenes, madre, ¿acaso no me has dicho que vaya al poblado a buscar comestibles a los grandes almacenes? Tú me lo has dicho.

-Es verdad hijos, le dije a Dazar.

-Por suerte unos vecinos me han regalado unos metales porque en casa no tenéis nada, ¿no? -Se fijaron en los cofres y apenas quedaban unos metales.

-Tienes razón, Dazar, padre antes de morir habrá comprado unos vacunos y gastó todos los metales.

-Madre, sé que el poblado cercano tiene un gran almacén, pero tú me has dicho una vez que hay otro poblado llamado Castaño, que tiene un almacén más grande y puedo traer más cosas.

-Claro que te lo dije, hija. Queda para el poniente, pero hay como un día de viaje.

-No te preocupes, no correré peligro. -Y me marché. Me marché para Castaño con las alforjas llenas de metales dorados, plateados y cobreados alejándome de esa familia sustituta que jamás me quiso.

 

En el camino, mientras montaba el equino me caían lágrimas. De repente me cogía un ataque de risa, ¡Ja, ja, ja! ¡Soy libre, soy libre! Y de repente me cogía el llanto "Me sentí mal, nunca me quisieron. Yo pienso que toda la gente me odia. ¿Qué les hice, que mal les hice a todos?".

 

Y llegué después de un día y medio a Castaño y pregunté por todos lados.

Hasta que un señor ciego me dijo:

-Hace mucho tiempo había un joven un poco extraño que era hijo de unos granjeros, pero se marchó.

-¿Hacía dónde?

-Hacia el norte, supongo. ¿Pero tú quién eres?

-Supuestamente, la hermana.

-¿Hermana? Nunca supimos que Zizer tenía una hermana.

-¿Se llama Zizer?

-Sí, pero no volvió nunca más, se fue para el norte.

-Lo buscaré, lo buscaré hasta encontrarlo. Como que me llamo Dazar.

Quiero encontrar alguien que sea verdadera familia, que me quiera, que me acepte por lo que soy.

 

Nunca había estado con un varón y en el poblado había de todo. Recuerdo que hice una compra en la posada, comí un guisado y una bebida de frutas, y cuando voy a la caballeriza a buscar mi hoyuman, el hombre me miraba con ojos de deseo.

-¡Vaya que estás crecida, niña! -Y me empezó a manosear. No me defendí, dejé que me abrace, que me bese el cuello; lo único que hice fue ponerle muy suavemente ambas manos en la nuca como si estuviera aceptando y lo estuviera abrazando y apenas, apenas deseándole que perdiera el conocimiento. Y el hombre cayó duro al piso.

No sólo no le pagué el haberme cuidado mi equino sino que le saqué los metales que tenía. Pero es como que ese abrazo, a pesar de que el hombre era despreciable, repugnante, hizo que algo despertara en mí.

 

Y vi un joven muy muy atractivo, pero lamentablemente muy caballero. Lo saludé. Me saludó muy cortésmente y siguió.

-Espera, ¿cómo te llamas?

-Esteban.

-Esteban, ¿tienes novia?

-No, señorita.

-¡Cómo no! Soy Dazar, somos novios.

-¡Es cierto!

-No solamente somos novios sino que tenemos mucha confianza y estamos a punto de llegar a tener un acercamiento más profundo.

-¡Es cierto!

-¿Y tus padres?

-Fueron al poblado vecino.

-Es cierto que me lo habías dicho porque tú me ibas a llevar a tu casa.

-Claro. Deja tu equino atado aquí, en la tranquera, y entremos.

-Porque tú me deseas...

-Claro que te deseo. Si éramos novios, ¿lo seguimos siendo, no?

-¿Has estado antes con alguien?

-No -dijo Esteban.

-Yo tampoco, pero nos hemos besado todo este tiempo, así que medianamente nos conocemos. ¿Me estás por sacar mis prendas?

-Sí, sí, claro, claro -dijo Esteban. -Y empezó a sacar mis prendas y a sacarse las suyas. E intimamos con una dulzura tremenda, era mi primera vez y la primera vez de Esteban.

 

Y luego me calcé mis ropas, unas ropas nuevas, unas ropas de cuero que había comprado en los almacenes. La otra directamente le dije a Esteban que se la regale a los pobres.

Una vez abajo en la calle le dije:

-Esteban, tú estás confundido, no sabes si me amas, y todavía no hemos tenido nada, no ha pasado nada entre nosotros, pero te sientes confundido y estás a punto de decirme que nos tomemos un tiempo. -Me miró como si despertara de un letargo.

Y me dijo:

-Querida Dazar, sabes que soy un caballero, pero no quiero desengañarte. No me animo a prometerte lo que no puedo cumplir, por ahora soy joven para comprometerme. -Me abracé a él.

Y le dije:

-Esteban, siempre te querré. Si en algún momento verdaderamente piensas que me quieres, me entregaré a ti.

-No, no, soy un caballero, jamás haría eso contigo. -Le di un beso en la mejilla, desaté mi equino, monté y me marché.

 

Seguiría ejercitando mi poder porque era más fácil manejar mi poder que la tremenda ira o el cambio de carácter que me dominaba y que todavía no había aprendido a manejarlo quizá por ese tremendo trauma que me quedó del mal trato de esa familia adoptiva, ese padre al que le quité la vida, esa madre desamorada, esos hermanos maltratadores. Pero encontraría a Zizer, a mi verdadero hermano, cueste lo que cueste.

 

¡Ay! Que me disculpe el receptáculo, que le hice doler tanto tanto el pecho, como tiene una puntada como si fuera un alfiler candente que le atravesara el pecho. Pero..., pero debería mejorarse, él, porque yo tenía que desahogarme. Lo lamento.