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Psicoauditación - Sparadokos - Ra-El-Dan

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

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Sesión 27/04/2022

Sesión 05/09/2022


Sesión 27/04/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Raeldan

La entidad narra que participó en guerras entre Roma y Tracia, en Sol III. Pero muchos años batallando cansaban y deseaba descansar, establecerse y echar raíces. Aunque tampoco era sencillo, había muchos bandidos por los caminos.

Sesión en MP3 (3.239 KB)

 

Entidad: Que hermosa época, ¡je, je! Mi nombre era Sparadokos, tenía el mismo nombre que el rey de Tracia, que había muerto hacía cuatro siglos.

 

¡Andame en mi pobre caballo! Por fin miré el pueblo. ¡Ah! Me resultó visible, una colina alta donde podía ver todo. Y sentí como alegría. Por fin, descansar, por fin. Diréis ¿Sparadokos descansando? Me lo merecía. El trayecto desde Bitinia había sido largo, tenía hasta ampollas en los pies, me dolían los músculos de las piernas, y el peso de la cota de malla me provocaba dolor de espalda.

-¡Pero cómo, dolor de espalda a ti, a Sparadokos? ¡Ja, ja!

-Ponedla vosotros y aguantadla, aunque sea una hora. Después me diréis.

 

Encima, el viento me azotaba las orejas. ¡Ay! Me maldije por no haberme comprado una gorra de piel en el asentamiento, porque había pasado hacía dos días. Siempre me las apañé. Con una funda de fieltro y en caso necesario un casco de bronce. ¡Oh, aclaro! Había que llevar también un casco de bronce todo el tiempo en vez del típico alope crestacio de piel de zorro, pero bueno, el tiempo era crudo, el clima era crudo y llevar una vestimenta liviana tal vez fuera más importante que ir preparado para la guerra. ¡Pero por todos los dioses, cuánto anhelaba dormir con la comodidad de un techo! ¡Por favor!, al resguardo del viento, al resguardo del frío, al resguardo de todo.

 

Y sí, se hizo largo el viaje desde el campamento romano. Me acuerdo que me habían eximido del servicio, un servicio que había durado seis semanas, y ya estaba llegando el invierno. Por favor. Tendría que haber tardado la mitad de ese tiempo. Pero claro, mi pobre caballo se había quedado cojo a los dos días de partir. Y no lo montaba, no, lo llevaba de las riendas. Sí, cargaba el escudo, el equipo, las alforjas, pero no a mí, por eso las ampollas.

A veces me ponía irracional, a cualquier otro caballo ya lo hubiera dado en sacrificio a los dioses hace tiempo. Tiraba de la cuerda que guiaba al semental blanco, le hablaba como si fuera una persona, "Me has servido bien en estos últimos años". ¡Ja, ja! El animal me relinchó. "No, no me quedan manzanas. Pronto te daré de comer, ya casi estamos en casa. ¿Te piensas que yo no tengo hambre?, ¿te piensas que solo tú? ¡Ay, ay, ay!, mi querido semental.

 

No lo podía creer, mi hogar, mi hogar. Solamente el pensar me parecía una ilusión. ¿Qué significaba hogar después de tanto tiempo? Ver a mi padre sería lo mejor de todo, aunque ya sería muy anciano, estuve ausente durante una buena parte de una década luchando para roma. Sí, me felicitaron, me eximieron del servicio. ¿Y qué más, qué más?

 

Roma era un poder que todos los tracios odiaban, aunque muchos le servían, de todas formas.

 

No soy hipócrita, ¿eh?, no soy hipócrita. No digan "Sparadokos es hipócrita". No, no, no, yo también tuve buenos motivos para servir, aprendí sus costumbres, aprendí a luchar como ellos por si algún día ¡Mmm...! Lo dejo así, pendiente.

 

Una de las cosas más difíciles era acatar las órdenes de esos mismos soldados contra los que había luchado, hombres que quizá hubieran matado al hermano con tal de conquistar su tierra.

Pero había valido la pena, estos hijos de perra me habían proporcionado una cantidad enorme de información. Instruí a los hombres sin compasión hasta que lucharon todos como una unidad, como un bloque. Pero lo vital era obedecer las órdenes. Incluso en la batalla no importa si estás herido: obedecer, obedecer, obedecer. Conseguir que los soldados estuvieran bien preparados, que estuvieran firmes aún en casos extremos. Disciplina y organización eran las dos palabras clave.

 

Pero no fue sólo el deseo de aprender sus costumbres las que me hicieron marchar de mi pueblo, tras la última derrota a manos de de las legiones mi tribu se quedó de lo más intimidada. ¡Ay, ay! Ya no existía la posibilidad de luchar contra nadie, ¡je, je, je! Y menos contra Roma.

 

Sí, me encanta la guerra. ¿Y qué, y qué? El derramamiento de sangre, matar... Pero no matar por matar, matar al que se oponía a mi libertad. El alistarme al ejército romano me brindó la oportunidad de participar en campañas, campañas que no hubiera ni siquiera imaginado.

 

 "Sí que eres hipócrita, Sparadokos, ¿cómo haces eso a pesar de todo lo que le han hecho a tu pueblo? ¿Te resulta placentero librar guerras junto a ellos? ¡Hipócrita!".

No, no soy hipócrita, no no no no no, yo sé porqué lo hice.

 

¡Ay! Pero ahora no doy más, estoy más que harto, harto. Quiero sentar cabeza, quisiera encontrar a una mujer, formar una familia. ¡Ja, ja, ja!

Ni yo me lo creo. En otro momento me habría burlado de tales ideas pero ahora me resultaban atrayentes. Durante mi servicio en las legiones había visto cosas capaces de dejar pálido al hombre más duro. ¿Pero qué pasó?, me acostumbré. No me adapté, me acostumbre, que es lo peor. Me acostumbré a esas cosas, al fragor de la batalla. Me había comportado igual que los romanos. Pero saquear pueblos, campos, aldeas indefensas y ver violar a mujeres y a cicerar a niños ya no. No no no no no no no. Mi corazón era duro, pero eso era...

 

Lo miré a mi caballo. Me voy a quedar tranquilo, me voy a conformar con planificar un ataque a Roma, ya tendré la oportunidad de ir a la guerra. Pero ahora necesito una buena mujer tracia que me dé un montón de hijos, que tenga buenas caderas.

¿Qué haces? El animal me mordisqueaba el codo. No tengo manzanas, no tengo, no tengo. Tengo cebada, ¿quieres cebada? Mueve el culo, no pienso parar para darte un morral tan cerca del pueblo. ¡Moviendo el culito!

 

Miré por encima, a mi izquierda, algo hizo caer un fragmento de roca. Maldición, me distraje pensando. Me pareció raro no haber encontrado a nadie por el camino de tierra, pero eso no significaba que fuera seguro.

 

Reconozco que los dioses me habían sonreído durante el viaje desde Bitinia, en aquella época la mayoría de los tracios evitaban el duro clima, se acercaba el invierno, ya lo dije. Entonces se dedicaban a lubricar y almacenar las armas para prepararse para la siguiente temporada de campaña. Para un viajero solitario como yo era la mejor época.

La verdad, tuve suerte de no haber encontrado bandidos, estos puñeteros suelen estar cerca de mi pueblo. Pero ahora no, ahora los presiento cerca.

¡Aaaaah! Fingí que estiraba los hombros, movía la cabeza en círculos, ¡ay, el cuello, el cuello! Pero no, no, no, mis ojos miraban.

 

Había tres hombres, cuatro. Me estaban observando escondidos entre las rocas.

Pero qué raro, estaban en Tracia, resultaba raro que fueran armados con jabalinas. Sí, yo veía.

Miré el casco de bronce que colgaba del cuarto costal de los traseros de mi semental. ¡Mmm! No, no lo cogí, no lo cogí. Había pocos pentaltas capaces de alcanzar a un hombre en la cabeza.

¡El escudo! El escudo sí, podía cogerlo mientras las primeras jabalinas surcaran el aire, por suerte tenía la cota de malla.

¡La lanza!... Pero no, no, estaba bien atada, no haría tiempo para desatarla. Pero en mi cinturón dorado tenía la tracia, la paratracia. Sí. Tenía colgada la sica.

 

¡Ay! ¿Por qué esos contratiempos llegando al pueblo?, por favor, ¿por qué?, ¿por qué? Espero que los bandidos no fueran tiradores expertos. ¡Ay, gran jinete, gran dios, protégeme con la espada a punto!

Y hablé en voz alta:

-¡Sé que estáis ahí, no hace falta que os escondáis!

-¡Jo, jo, jo! -Se oyó una risotada áspera. Uno de los bandidos se incorporó a unos treinta pasos de distancia. Ojos despiadados que me observaban, un rostro surcado por cicatrices, malévolo.

Abrió su capa de lana bordada y dejó entrever una túnica toda raída hasta la altura de los muslos. Llevaba una gorra de piel de zorro toda sucia, las piernas raquíticas y las botas altas. En la mano izquierda un pelte típico, que era un escudo en forma de media luna, y detrás, ¡je, je!, una jabalina. Y en la derecha otra lanza ligera lista para lanzar. No tenían armadura aparte de las jabalinas, nada más que un puñal en el cinturón. Bien. No creo que sus amigos vayan a mejorar más.

-Llevas un buen semental, lástima que esté cojo.

-Y sí -respondí-, si no estuviera cojo tú y tus compinches me habrían confundido con una nube de polvo.

-Pero lo está. Así que vas a pie y solo -dijo con desprecio el otro. -Lo miré, era mayor que el primero. Con el rostro arrugado, el pelo cano, la ropa igual de raída, pero su mirada transmitía un hambre voraz. Por pobre que fuera el escudo circular que llevaba era bueno y parecía haberle dado buen uso a la jabalina del puño derecho. Era el más peligroso, el líder.

Le dije:

-Supongo que queréis el semental.

-¡Ja, ja! -Se levantó el tercero, era más alto que los otros dos, las piernas y los brazos bien musculados y en vez de jabalina llevaba un pelte grande con un garrote de aspecto amenazador-. Lo queremos todo. El caballo, el equipo, las armas y dinero, si es que tienes.

Habló el cuarto:

-Incluso la comida, si tienes. -El cuarto era esquelético, mejillas hundidas, parecía enfermo. No llevaba escudo pero sí tres lanzas ligeras.

-Y si os doy todo eso, ¿me dejaréis seguir mi camino?

-Por supuesto -dijo el primero. Miré las burlas de sus compinches, no les creía nada.

-Quieto -le dije a mi semental mientras deslizaba la mano bajo el gran escudo circular y desabrochaba la correa que lo sujetaba. Una jabalina zumbó, ¡Ziuu! Otra hizo un arco más bajo, se clavó en la tierra entre los cascos del caballo-. Quieto, quieto, ya has pasado por esto. -El animal se quedó quieto.

-Pero Oegraus, ¡para, imbécil! -gritó el líder-, si hieres al animal te destripo yo mismo.

 

Bien, se acabaron las jabalinas, el semental es demasiado valioso para ellos.

Me coloqué de espaldas a mi montura, giré alzando el escudo, así tenía detrás al bandido delgaducho, pero no se arriesgaría a lanzar más lanzas.

 

Desenvainé la sica y sonreí:

-Bueno, tendréis que venir a luchar conmigo.

-De acuerdo -gritó el primero. Bajó la pendiente patinando, le siguieron los dos compinches. El delgaducho también bajaba. Eran cuatro contra mí.

Hablaron: -¿Preparados?

-Hijo de perra -rugió el líder-, ¿serás tan arrogante?

-¡Je, je! Yo no soy arrogante. Venid.

-Cuando te corte los huevos y te los meta en la garganta, ¿qué dirás?

-Por lo menos me los podrás encontrar. Dudo que alguno de tus compinches de mierda tenga.

 

El hombretón se retorció de furia. Gritando a todo pulmón me atacó con el pelte y el garrote preparado.

Di un par de pasos hacia adelante, me preparé colocando el pie izquierdo detrás del escudo, apreté la sica con más fuerza, "Tengo que ir más rápido, más rápido".

El matón era tan torpe como previsible. Acercó el escudo pero no pudo tocarme.

Yo acerqué el mío y le asesté un mal golpe en la cabeza. Me abalancé hacia atrás, aparté mi cabeza, alargué el brazo con la sica en mano y partí en dos el tendón de la corva izquierda del hombre: un grito perforó el aire y el bandido se cayó hecho un ovillo.

Quiso alzar el pelte pero se lo aparté de un golpe y le atravesé el cuello: Murió ahogándose en su propia sangre.

 

-¿Quién es el próximo? -El líder silbó una orden al delgaducho. Corretearon como cucarachas.

Dio un paso adelante, al cabo de un instante un grito ahogado: Otro cuerpo cayó al suelo.

-Si no me equivoco otro también va a decorar el camino con su cabeza partida en dos.

 

Quedaban dos bandidos.

El líder lo miró al otro:

-Ni se te ocurra, Oegraus, huir.

Pero a Oegraus también lo maté.

 

-¿Qué has hecho? Era el hijo de mi hermana. Voy a vengar su muerte.

-¡Je, je! -Dejé el cuello al descubierto.

El líder apretó la mandíbula:

-La verdad, me importa un cojón herir a tu animal.

-Pues ven. Ven, acércate. Acércate, ven. -Se acercó, pero ya con mucho cuidado, con muchísimo cuidado.

 

Combatimos. Un grito perforó el aire y el bandido cayó hecho un ovillo. Era otro que caía igual, pero no había muerto, no había muerto. Era fuerte, era fuerte.

Apretó la mandíbula, lanzó la lanza que le quedaba. Solamente alcé mi escudo y la frené. Con mi sica le abrí el estómago. Cayó. La sangre salió disparada por todas partes. Murió con rostro de asombro.

 

¡Ahhh! El que había caído antes se movía, no lo iba a dejar con vida.

Me dijo:

-Por favor, tengo esposa, una familia que alimentar.

-Lo hubieras pensado antes. -Le abrí a él también el vientre, le dejé las entrañas hechas trizas.

-Mátame, mátame, no me dejes así, ni siquiera Cotis le haría esto a un hombre.

-¡Ja, ja, Cotis! Ibas a cortarme los huevos y hacérmelos comer.

-¡Por favor!

-Bien. -Alcé la sica en alto.

-¿Quién eres? -acertó a susurrar.

-Un viajero cansado con un caballo cojo. -La hoja segó y los ojos del matón se cerraron.

 

Revisé su ropaje a ver qué llevaban. ¡Vaya, Sparadokos, tienes suerte! Cargué el poco dinero que tenían.

Cogí de las riendas mi semental cojo, y si no pasaba nada entremedio llegaría a mi pueblo por fin. Ahora no pensaba en una mujer tracia, pensaba en comer algo, en descansar, en descansar.

 


Sesión 05/09/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Raeldan

Regresaba a su pueblo pasando desapercibido. Supo que había nuevo rey y que mataron a su padre. Estaba muy cansado pero debía hacer justicia.

Sesión en MP3 (2.948 KB)

 

Entidad: Muchos no me conocían, lo que pasa que me había ido hace tanto tiempo. Para los jóvenes, Sparadokos era un extraño, no tenían la menor idea de las cosas que había pasado, batallas, pérdidas.

 

No me entretuve en la zona donde me habían tendido la emboscada, ¡je!, los bandidos no llevaban nada que valiera la pena quitarles. Sólo limpié la sica, arranqué la jabalina que me habían clavado en el escudo y lo volví a sujetar al costal del lomo del caballo. ¿Si me molesté en enterrar los cuerpos? No, no lo haría. Seguí camino al pueblo y queríamos llegar antes del atardecer, con mi pobre caballo.

El cielo nublado, me imagino que ya va a caer nieve. "Mi querido semental, ¿cómo puedes andar con esa facilidad con esa pata tan mala? Mira, mi querido caballo, el poblado, justo cuando está empezando a nevar".

Unos balidos, un rebaño de ovejas y cabras, ladridos de perros... "Mi querido caballo, no somos los únicos que buscamos donde guarecernos de la nieve". Frené el caballo dejando pasar al muchacho con los bichos.

-Qué bueno que vuelves -le dije al chico con amabilidad.

El muchacho se quedó parado, mirándome:

-¿Quién eres? -Y no, no le iba a decir mi nombre.

-Peirós. -No tenía porque revelar mi verdadera identidad.

 

Me dolía enormemente el cuello y parte de la garganta ya que los bandidos en un descuido me habían arrojado un dardo impregnado con algún veneno. Otro en mi lugar ya estaría inerte en el fango, pero era un tremendo luchador. De todos modos había comido una hogaza de pan y la vomité, me estaría afectando el veneno también en el estómago. Pero era apenas un raspón, no podía ser. Ya se me pasará.

 

-¿Me has dicho tu nombre? ¿Peirós? -preguntó el joven-. Honestamente, no me suena.

-¡Je! -Me sonreí, el muchacho hablaba con desdén. Pero yo ya no tenía paciencia-. La verdad, cuando yo me marché de aquí quizá tú estuvieras gateando sobre una piel de oso.

-Quizá -me respondió el joven, empezando a espolear sus últimas ovejas. Me quedé mirando el rebaño y caminé al lado del joven. ¿Qué podré averiguar?

Inocentemente le pregunté:

-¿Cómo está Resus? -Me miró con insolencia.

-¿Acaso hablas del viejo rey?

-Salvo que hubiera otro Resus.

-Hace cuatro años que muró. La peste.

-Vaya, aquí también. Aquí también, maldita sea. Así que le sucedió su hijo, Andriscus.

El joven me miró como despectivamente, de una manera desdeñosa.

-¡Vaya que has estado lejos!, Andriscus también murió. -Se acercó a mí y me murmuró-: Pero no por peste, lo asesinaron, como a Citalquis. -Me sorprendió.

-¿Citalquis?

-Lo sé, viajero, fue terrible. Mi padre me dijo que el gran jinete de los cielos acabará castigando a Kotis, pero por ahora tenemos que soportarlo.

Puse la mirada dura:

-¿Me estás diciendo de que Kotis mató a Citalquis?

-Sí.

-Falta que me digas que ahora es el rey.

-Lo es.

-Entiendo. -Ahora el joven me miraba, como con respeto o con miedo. Me paré acariciando a mi semental. ¡Ay! Quiero llegar-. Sigue muchacho, yo con mi semental con esa pata tengo que ir más lento. -El muchacho se apuró y se fue.

 

Cerré los ojos. Si hubiera estado aquí -o quizá no- también me hubieran matado también a mí, mi padre acertó en hacerme marchar. Citalquis tampoco habría cambiado lo que había ocurrido. Lo que el muchacho no sabía era que Citalquis era mi padre. Cuando me fui lo había visto sano, fuerte, erguido.

¿Cómo me recibirían ahora? La gente es cobarde, se alía con el que manda. Si saben que yo era hijo de Citalquis no me recibirían con los brazos abiertos. Pero de eso no tengo ninguna duda.

Mi cuello, mi bendito cuello. Otra vez tengo como arcadas. Pero no iba a dar la vuelta, no me iba a alejar del poblado; aquí iba a volver a servir a las legiones. No.

Tenía que vengarme, me vengaría.

Ya nadie me reconocería, ni siquiera Kotis. ¿Pero cómo podría acercarme a él y degollarlo? ¿Cómo, cómo?

 

Seguimos avanzando, con mi caballo, de a poco, lentamente. Él con su pata coja, yo con mi cuerpo arcadas, dolor de cuello y garganta.

¿Qué me aguardaría? "Dímelo tú, gran jinete".

Miré hacia el cielo, los copos de nieve me caían en el rostro. "Protégeme, gran jinete, como siempre has hecho. Ayúdame a castigar al asesino de mi padre, no importa si fuera un rey".

 

No se me aliviaba el dolor de cuello y garganta. "Malditos dioses. No, no hablo de ti, gran jinete, hablo de los otros dioses". Justo ahora con esta debilidad me había cogido furia. "Vamos", le dije al semental, "Vamos a buscarte un establo y algo de comer".

 

Seguí ascendiendo la ladera que conducía al poblado. Vi una empalizada. Viejos recuerdos. ¡Ay! Esos días cálidos de verano, nadando con otros jóvenes en el río caudaloso, montábamos de pequeños a los robustos caballos, esos caballos que montaban los guerreros más ricos. Me acuerdo cuando íbamos a cazar ciervos, jabalíes, ¿y por qué no?, hasta lobos. Sí. A mis dieciséis años me vi embadurnado de sangre después de haber matado a mi primer hombre. Después le rezaba al gran jinete: "Sabes por qué lo he hecho, era mi vida o la suya. Me despreció porque era casi un niño". Pero mi fuerza era la de un hombre.

Y mi pobre madre, mi pobre madre, dio a luz a mi hermana. La beba no había durado más de un mes y mi madre murió al dar a luz. "¡Ay!, Gran jinete, gran jinete, ¿por qué esas cosas?".

 

Me acuerdo cuando me enteré que Roma había invadido Tracia, cabalgar para ir a la guerra con tres legiones con mi padre Citalquis, con mi hermano Marón.

Recuerdo en la primera victoria gloriosa y todas las derrotas que siguieron después, la agónica muerte de Marón una semana después de que un gladiador le clavara una espada y le atravesara el vientre. Nos emboscamos desde las colinas, hicimos ataques nocturnos, envenenamos ríos, alianzas con otras tribus que traicionaron por avaricia.

Le hablé al semental como si me entendiera: "¿Por qué nunca cambiamos, por qué somos así los tracios? Luchamos contra todos, incluso contra los nuestros".

 

Me acordé del asesino de mi padre, sobre todo contra los nuestros. ¿Unirnos para enfrentarnos a Roma? ¡Ja, ja, ja! ¡Ay Dios! Imposible. Pero pude servir en las legiones romanas, lo pude hacer.

La segunda parte era la de unificar a las tribus, pero eso era imposible, la guerra había cambiado todo. "Kotis, asesino de mi padre, lo voy a matar. Y pronto".

 

De repente vi dos centinelas armados con escudos y jabalinas apostados junto a los grandes portones. Hablaban entre ellos mientras yo me acercaba. Claro, venían tan pocos viajeros, menos si poseían cota de malla y casco metálico.

-¡Alto! -Me detuve y alcé la mano izquierda en un gesto pacífico.

-Dejadme entrar, hace una noche muy mala, mi deseo es estar junto al fuego con una copa de vino.

-Hablas nuestro idioma... -Se sorprendió el guarda de mayor edad.

-Por supuesto, soy medo, como vosotros.

-¿Ah, sí? La verdad, no veo en qué te diferencias de una boñiga de perro.

-Yo tampoco -dijo su compañero.

No me exalté. Humildemente dije:

-Puede ser, pero nací y crecí aquí. Este es el mejor recibimiento. -¡Ay!, me dolía la garganta, apenas podía hablar.

-¿Qué te sucede?

-Comí algo que me cayó mal.

Estaba a punto de decirles que me llamaba Peirós, pero de repente el guardia dijo:

-¿Quién eres? -Me miró los brazos, se fijó por primera vez en las salpicaduras de sangre-. Un momento, un momento, ¡Sparadokos, Sparadokos! -Tomó la empuñadura de la espada-. ¿Por qué no lo has dicho?, soy Likurgus, con tu padre cabalgábamos juntos.

-Te recuerdo -le dije-, te recuerdo.

El guarda le dijo al segundo centinela:

-Es un héroe, míralo con respeto. -Likurgus me dijo-: La situación ha cambiado, tu padre...

-Lo sé, está muerto.

-Sí -Likurgus miró a su compañero-, ninguno de nosotros tuvo que ver con eso. Poyes es con quien deberías hablar.

-Poyes -repetí.

-Es el primer guardaespaldas del rey.

-Me causa un desagrado tremendo. Qué me dices de Guetas, Ceutes, Medokos, ¿siguen vivos?

-¡Ja, ja, ja! Sí, Sparadokos, y no gozan de ningún privilegio. Pero hacen perfil bajo, así que Kotis los deja en paz.

-Estoy cansado, llevo semanas viajando -exclamé-, sólo quiero comer algo caliente y beber un poco de vino. No tengo intenciones de nada, no hace falta que el rey sepa que he regresado. -Pero pensaba, "El guarda es afable conmigo, fue compañero de mi padre, pero tenía que quedar bien con el rey y avisarle de mí, ambos saben quién soy".

-Pasa, Sparadokos, no diremos una palabra a nadie, ni a una sola alma.

 

Y entré sin decir nada más. Tenía mi oído fino y escuchaba:

-Mira que imbécil que estás hecho -le dijo Likurgus a su compañero-, Sparadokos es uno de los más mortíferos que nuestra tribu ha tenido, da gracias de que estaba de buenas, no hay que contrariarlo.

-¿Qué planea?

-No lo sé, no me interesa saberlo. Acuérdate, no lo hemos reconocido, ¿eh?

-Está bien, está bien. -Había pensado mal, ellos no sabían que yo los escuchaba a la distancia, no me delatarían.

 

Así que había llegado por fin a mi poblado de incógnito, nadie sabría que Sparadokos había llegado. Su misión: matar al rey y a su segundo. ¿Dudáis? ¡Ja, ja, ja! He destripado a tantos enemigos, a tantos enemigos... ¿Dudáis? ¡Je, je! Sé fingir, sé hacerme el humilde. Y no hace falta portar una espada que me delate.

Llevaría un puñal, degollaría a los dos. Sin ninguna duda. Como que me llamo Sparadokos.