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Psicoauditación - Sebastián M.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 13/11/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sebastián M.

La entidad medita acerca de la timidez, de no ser tenido en cuenta, de aceptarse a sí mismo. En una vida en Umbro.

 

Sesión en MP3 (3.323 KB)

 

 

Entidad: Estoy aquí comunicado con vosotros, mi nombre como thetán es Da-El plano 3.8. Hay un gran Maestro de Luz que dice que en cada vida nos acostumbramos. No, dice nos adaptamos a determinada manera de ser, nos adaptamos a la pobreza si somos pobres, a la riqueza si somos ricos, a determinada familia si nos toca. No sé si lo dice puntualmente, no es por contradecirlo pero creo que hay situaciones que nos duelen, hay situaciones que nos incomodan, hay situaciones que nos asfixian, que nos bloquean, entonces eso de que nos adaptamos...

 

A ver, a ver, a ver, entiendo lo que quiere decir este Maestro de Luz, es como las razas, animales que de repente hay una glaciación y se adaptan al frío para poder sobrevivir, entiendo, entiendo. Entonces a veces uno se adapta a una circunstancia angustiante para poder salir otra vez a flote, pero ¿quién me va a negar que en el trayecto no duele la cosa?, ¿quién me lo va a negar, que en el proceso no se siente dolor? ¡Ja, ja! Claro que se siente dolor. Tampoco es cierto que en distintas vidas vivimos cosas similares, primero porque nacemos en distintas épocas, nacemos en distintos mundos con distintas costumbres, nacemos en épocas de salvajismo extremo donde tenemos un promedio de vida de treinta, cuarenta años pero como mucho; o quizá nacemos en un mundo tecnológico donde no hay más enfermedades, pero tampoco hay amor porque los sentimientos desaparecieron con la frialdad del alma.

 

Hay una vida que me marcó que quizá me dejó engramas en la vida actual, en Umbro. Vieron qué a veces nos gusta pasar desapercibidos, que no se fijen en nosotros, cuanto menos se fijen mejor estamos. Pero a veces es cruel que te pasen por al lado, que te ignoren, que te sientan insignificante y veas al otro extremadamente importante. O es al revés, tú te sientes insignificante, tú te sientes vacío y de repente ves al otro pleno, enorme.

Mi nombre era Aterneo, era un joven que tendría veintidós de vuestros años, en la feria feudal del castillo del rey Anán en Umbro. Admiraba a mi madre cómo trabajaba levantando esos enormes cajones de fruta, de legumbres, de verduras. Recuerdo que me levantaba muy temprano y ella ya estaba acarreando bolsas. Me acuerdo que me acostaba por la noche y ella todavía estaba acomodando las cosas en nuestra pequeña casa, en un costado bien lejano de la feria feudal.

Teníamos un... -era un lujo ¿no?-, un apagavelas de bronce. Apagaba la vela y yo estaba en mi catre con los ojos abiertos. Me despertaba al día siguiente, había tantas jóvenes hermosas en la feria feudal...

A veces me conversaban:

-Aterneo, ¿sabes a cuánto pagó tu madre el cajón de tal fruta? -Yo me quedaba como cortado, como paralizado ante la bella Liza.

-Ehh... mira, ella habló con tal granjero y..., pero no, no, no sabría decirte cuantos metales.

-Bueno, bueno, averiguaré. -Y me dejaba ahí. O sea, rara vez me preguntaban "Cómo estás Aterneo, cómo ha sido tu día", era para preguntarme cosas.

Alguna vez algún compañero me decía:

-He visto como miras a Liza, por qué no le dices algo.

-¡Qué!, ¿decirle algo? No, ¿para qué?, ¿para qué me de vuelta la cara? No, no, no, jamás haría eso.

-Pero he visto que te gusta.

-No, no, es atractiva pero no, no.

-¿Quieres que le hable yo por ti?

-No, no, por favor no me metas en problemas, no, no, ya veré como hago pero aparte no, no, en este momento quiero estar tranquilo ayudando a mi madre en la feria. -Y me iba.

 

Y así con todos los, llamémosle, compañeros porque a diferencia de otros pequeños cuando era chico, muy poco jugaba. A veces me quedaba recluido en casa jugando con muñecos hechos de barro.

Madre me decía:

-Pero sal a jugar, Aterneíto.

-No, está bien. -Los demás chicos jugaban con espadas de madera y a veces yo tenía miedo que me lastimen, y no.

 

Y en el presente, a mis veintidós de vuestros años, recuerdo que apareció en el patio feudal un joven noble, tenía ropas usadas, botas viejas pero se olía, se olfateaba que era un noble por su porte, por su manera de mirar tan directa, firme, y principalmente por la espada que tenía en su costado derecho. Recuerdo que me dijo:

-Escúchame.

-Sí, sí, señor.

-No me digas señor, ambos somos jóvenes. Te quería hacer una pregunta. -Y me di cuenta que era como todos, me hablaba no para entablar una conversación sino para que lo ayude en algo.

-Sí, dime.

-Quiero hacer un pequeño regalo a la novia de mi padre.

-Está bien.

-¿Tú en qué puesto estás?

-Con mi madre, en aquel puesto, vendemos frutas, cereales, verduras.

-¿Tenéis frutas secas?

-¡Pero sí, y de la buena! Le pagamos mucho al mayorista y ganamos poco pero nos alcanza.

-¿Por qué, mayorista?

-Bueno, porque madre está todo el día en la feria feudal y no, no tenemos un campo para sembrar o... No.

-Ya te explicaré como puedes ganar más metales. Bueno a ver, vamos a tu puesto. Fuimos al puesto.

Le señalo unas hermosas frutas secas: -Estas son con una cáscara blanda, pero son riquísimas.

-Bien, bien. ¿Cuánto sale un puñado de éstas?

-Le dije:

-Tres metales cobrados, pero si te llevas dos puñados te lo dejo en cinco.

-Dame dos puñados. ¿Pero por qué me vas a rebajar?

-Bueno porque así es el negocio, cuanto más llevas más barato sale.

-No, está bien. -Le envolví. Madre vio que estaba trabajando y se puso contenta. Me pagó con un metal plateado.

-Espera, que te doy el vuelto. -El metal plateado equivalía a diez metales cobreados.

-No, está bien. Esto es para ti, por la atención.

-¡Pero!

-Pero nada. ¿Cómo te llamas?

-Aterneo.

-Mi nombre es Gualterio. -Me dio la mano-. Me gusta lo que vendes, vendré seguido.

 

Lo quedé mirando que se marchaba con el paquete que le iba a regalar a la novia de su padre. Le di la moneda a madre.

-¡Me dio propina, una moneda plateada! -Madre estaba petrificada.

Le digo: -¡Pero si has visto muchas monedas plateadas!...

-No es por eso Aterneo, ¿sabes quién es Gualterio?

-No. Un noble, obviamente sí, pero no.

-Aterneo, es el príncipe.

-¿Qué?

-Es el hijo del rey Anán, la novia es la señorita Marya. -Me senté sobre un cajón de frutas, si no hubiera estado el cajón me iba al piso.

-¡Cómo el príncipe!, ¿y qué hacía en la feria feudal? -Madre me miró como reprendiéndome.

-¿Cómo qué hacía? Vino a comprar.

-¿Pero él?, ¿él, madre? -Ese día trabajé en forma automática, había hablado con el príncipe.

Recuerdo que se acercó Liza.

-¿Aterneo, tú eres conocido del príncipe? -En ese momento -y no debería haberlo hecho, ¿no?-, mentí.

-Sí, a veces incluso me ha invitado a palacio.

-¿Quieres venir por la tarde a tomar una bebida a casa y así me cuentas?

-Cómo no.

 

Y varias veces me invitó para que le cuente historias del príncipe Gualterio, que obviamente yo inventaba; que paseábamos juntos en hoyuman, que íbamos de cacería... La joven estaba deslumbrada. Recuerdo que una tarde me tomó de la mejilla y me dio un beso en la boca. Pero esa noche me sentí mal, no me besó por mí me besó porque ella creyó mi mentira de que yo era amigo del príncipe si no no me hubiera visto nunca más, como la mayoría. Me agarró como un ataque interno de ira y le quise gritar la verdad "Nunca nos habíamos visto, me habló de casualidad y no soy amigo de él", y seguro que ya se olvidó de mí porque soy Aterneo, el joven invisible, todos me pasan por el lado, nadie me presta atención.

Mis amigos estaban más dispuestos conmigo, se había corrido la voz "Mira Aterneo, el amigo del príncipe". Y de repente me agarró un ataque de pánico, ¿Y si ese rumor traspasaba las barreras de la feria feudal y llegaba al castillo que alguien, un joven rotoso, desconocido estaba diciendo que era amigo del príncipe?

 

 Y una tarde me mandaron llamar del castillo, vino un soldado comisionista.

-¿Tú eres Aterneo?

-Sí.

-Te buscan en el castillo.

Madre me preguntó:

-¿Qué pasó?

-No sé, mamá.

-¿Cómo no sabes, te crees que los rumores no se corren? Estabas diciendo por ahí que eras amigo del príncipe, ahora te van a castigar hijo mío. Por favor, le rogaré a aquel que está más allá de las estrellas que no te lastimen.

-Madre, no me pongas más nervioso, por favor. -Estaba temblando. Me puse rompas limpias, limpié mis botas con un trapo y me fui para el castillo.

Me pararon a la entrada: -Soy Aterneo, me mandaron llamar.

Me hicieron pasar, en la puerta principal del castillo lo mismo, me hicieron pasar. Y estaba Aterneo, ahí el rotoso, estaba Aterneo, el invisible en la sala del castillo.

Levanté la vista, el príncipe Gualterio. Lo miré pero su rostro estaba sereno, no tenía mirada acusadora.

-Ven, acércate, yo te mandé llamar.

-Discúlpame, no sabía que eras el príncipe.

-¿Y porqué habrías de saberlo -me preguntó Gualterio-, si nunca voy a la feria feudal?, iba cuando era más chico.

-Lo que pasa que... -Le iba a contar que los rumores fueron por presumir, cuando me interrumpió y me dijo:

-Ven, la novia de mi padre quiere felicitarte, las frutas secas han sido un éxito y te voy a explicar cómo tienes que hacer para evitar el mayorista. Hay un granjero... ¿sabes leer?

-Sí, por lo menos eso he aprendido.

-Bien, te pasaré una nota. Sales de la feria -Me escribió el nombre del granjero-, habla con él. Él no te cobrará las frutas secas, lo que vendas le darás una parte, un veinte, un treinta por ciento, eso manéjalo tú, y te evitarás ir a un mayorista.

-Gracias, muchas gracias, mi príncipe.

-¡Oh!, dime Gualterio.

-Pero mi príncipe.

-Dime Gualterio, es una orden.

-Está bien Gualterio -Me presentó a la dama, una señorita tan hermosa como tan fascinante. Me incliné, hice un gesto de besarle la mano y me dijo:

-¿Tú eres Aterneo?

-Sí, mi dama.

-¿Tu madre tiene un puesto, no?

-Sí, mi dama.

-Bien, te recomiendo que tú te dediques a la parte de frutas secas y verás cómo vas a tener un buen resultado.

-Gracias mi dama -y me atreví a decir- y dentro de poco mi reina.

-Muchas gracias, Aterneo. Ve con el príncipe, quería nada más agradecerte.

-¡Pero mi dama, fue el príncipe el del obsequio!

-Pero tú has sido el de la recomendación, te lo agradezco.

 

Me marché con una tremenda vergüenza, había hablado con la futura reina. Gualterio me acompañó hasta la feria feudal, me tomaba del hombro. Antes de despedirnos me dijo:

-He escuchado los rumores.

-Pero mi señor, yo en realidad lo que quise...

-Nada, está todo bien. Dile a todos que eres el amigo del príncipe. -Y adelante de todos me tendió la mano y en voz alta dijo-, Gracias Aterneo, por haberme visitado en el castillo. Y se marchó.

 

Todos me rodearon, me sentí importante. Y después me sentí tonto porque no era para tanto, en realidad no era para nada, había estado unos instantes nada más, pero ¡uf!

Todavía tenía la ropa mojada del sudor del nerviosismo de haber estado ahí adentro. Menos mal que no apareció el rey, me hubiera derretido de vergüenza.

Pensaréis que habré aprovechado para profundizar la relación con esta chica que me gustaba... No, no, para nada. No, porque sabía que no me quería por mí.

Y honestamente, no podía soportar eso, ya bastante había pasado por cosas que aún no he contado. Pero todos queremos que nos quieran por nosotros, no por los contactos que tenemos, por el trabajo que tenemos, por la situación buena que podemos atravesar, no, no, no, que nos acepten como somos.

Pero la gente no es así, la gente no es así, por lo menos no todos. Gente como el príncipe, que le pone el brazo en el hombro a alguien que hasta hace poco era invisible, no, una acción así vale oro.

 

¿Por qué no nos contagiaremos todos de hacer el bien, de no presumir, de no darle vuelta la cara a aquel que tiene apariencia de rotoso? ¿Por qué señalar al tímido y decirle que es tonto si no es tonto?, lo único que tiene es una tremenda timidez porque sabe que muy rara vez va a ser aceptado. ¿Por qué lo condenan señalándolo con esa mirada de despectiva, esa mirada repugnante?

 

Mamá me abrazó. La abracé. Recuerdo sus palabras:

-Aterneo, la importancia no pasa por los metales que tengas o la ropa que vistas o por las relaciones, la importancia pasa por lo que es uno mismo.

 

Y ahí me recordé de las palabras de ese gran maestro de Luz "Si tú no te aceptas a ti mismo, ¿cómo pretendes que otro te acepte? ¿Si tú no te quieres a ti mismo, cómo pretendes que otro te quiera?, porque todo pasa por uno".

¡Pero qué difícil es llevarlo a la práctica! ¡Qué difícil!

 

Gracias por escucharme.