Índice |
Psicoauditación - Walter |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
|
Sesión 18/01/2023 Aldebarán IV, Gualterio (Rey Anán) Sesión 26/01/2023 Aldebarán IV, Gualterio (Rey Anán)
Sesión 18/01/2023 Viajaba de incógnito y llegaron a una región donde tendría que pagar o trabajar por una comida. No estaba acostumbrado a trabajar como pago. Desconocía qué era picar piedra en una mina.
Entidad: Habíamos recorrido con Netrel decenas de poblados con sus costumbres, sus maneras, y yo cuidándome, evitando gestos de nobles, por así llamarlo.
Pero no me adaptaba a dormir a la intemperie, de noche recostados en el bosque, alarmado cuando escuchaba chillidos, rugidos pensando qué alimaña, qué bestia nos atacaría. Hasta que el sueño finalmente me vencía y era Netrel quien me despertaba a la mañana sacudiéndome. -Vamos Gualterio, ¡arriba! Vamos, que llegamos.
A lo lejos se veía una montaña muy muy alta: -Supongo que habrá un paso. -No. O sí, pero hay que subir. -¿Y los equinos? -De las riendas. No te quejes, tienes botas nuevas.
En un momento dado había un paso que daba al precipicio, no tenía siquiera dos líneas de ancho, el mirar hacia abajo ya me daba vértigo. Y encima, de la ladera se desprendían algunas piedras. -Deja de mirar, Gualterio, sigue. -Me sentía tranquilo que él iba delante. Netrel se dio vuelta y sonrió: -Sé lo que piensas. -¿Qué pienso? -El que va delante es el que se puede despeñar, y tú entonces volverías. -Me dio como un escalofrío. Pero de verdad, no me hubiera atrevido ir adelante. De repente la cornisa doblaba en un ángulo de noventa grados, pero yo no veía que hubiera cornisa. -Sigue, ve adelante, yo te sigo. -Pero yo me separaba, iba como a diez líneas detrás. Y de repente desapareció de mi vista, cayó al vacío. Regreso, pero no sé ni donde estaba. Avancé de a poco, de a poco, y sí, vi que la cornisa seguía y Netrel treinta pasos adelante-. ¿Qué esperas? -Avancé más rápido, siempre del lado de la roca, no quería ni mirar al vacío. Finalmente un sendero de bajada. -¿No había otro camino? -Sí. -¿Y por qué tomamos este? -Porque el otro nos hubiera llevado un amanecer más dar todo el recorrido, toda la vuelta de la montaña yendo por uno de los bosques.
Finalmente bajamos. No llegamos a un valle, llegamos a un bosque espesísimo, apenas se podía ver a diez líneas adelante. Vi figuras que se movían. -¿Qué es eso, a dónde estamos yendo? -Al hábitat de los enanos. -Bueno. ¿Pero por qué no se muestran? -Nos están observando. Avanza, no te quedes ahí. -Me sorprendía el equilibrio que tenían los equinos, yo tenía miedo de caerme al vacío y los equinos como si nada.
De repente había un claro, había como veinte enanos. Uno de ellos se acercó a Netrel, su cara era desagradable, una mueca fea. -¡Has vuelto! ¿Has visto algún puersario por el camino? -No. -Apenas tenemos para comer. ¿Y esto es lo que has traído de comida? -Me miraban a mí. -¿Está hablando en serio? -El enano se acercó, me tocó las piernas, me tocó el cuerpo. Hasta donde alcanzaba, obviamente. -Demasiado flaco, habrá que cazar puersarios. ¿Cómo te llamas? -Gualterio. ¿Lo has dicho en serio eso de que les podía servir de comida? -No. -Entonces es una broma. -No hacemos bromas, digo que no porque eres demasiado flaco. -Lo miré a Netrel. -Dime que está bromeando. -Son así, no les hagas caso.
Avanzamos. Había una enorme olla de una línea de alto por casi una línea de ancho. -¿Puedo ver? -El enano ni me miró. Me asomé, había guisado cocinado por lo menos para treinta personas o más-. ¿No era que no tenían para comer? -Se dio vuelta el que parecía el jefe. -¿Cuántos te piensas que somos? -No sé, acá hay comida para treinta. -Bueno, somos trescientos y encima dos bocas más. Por lo menos espero que traigan metales. -Quédate tranquilo -dijo Netrel-, traigo metales. ¿Pero dónde los van a canjear? -No te preocupes, con los elfos verdes podemos cambiar mercadería y también metales. -¡Vaya! -dijo Netrel-. ¿Han hecho una alianza? -Sí. Es más, nosotros a ellos les pagamos unos metales si nos ayudan a extraer material de las minas. -De vuelta me miró a mí-: ¿Eres fuerte? -Pienso que sí. -¿Sabes manejar un pico y una pala? -Me encogí de hombros. Lo miré a Netrel-. El enano dijo-: Mírame a mí, no a Netrel, a ti te pregunté. -Hace cientos de amaneceres y cientos de amaneceres y cientos que no toco un pico y una pala. -Bueno, muéstrame tus manos. Bueno, tus manos no son delicadas. -Bueno, porque practico con la espada. -¡Je, je, je! ¿Y tú, Netrel? -preguntó el enano. -Mientras tenga un plato de guisado cuenten conmigo. -Lo miré a Netrel. -¿Qué cuenten para qué? -Para trabajar en las minas. -¿Y eso es una aventura?, ¿para eso vinimos? -Hay que ayudar. -¿Ayudar? Son trescientos y encima hay elfos que los ayudan. ¿A nosotros también nos pagarán? -No. Al contrario, les tenemos que dar metales por la comida. -¡Ah, claro! Pero eso es un... -Lo miré al enano- ¿Cómo te llamas? -Zamudio. -Zamudio. -¿Te burlas de mi nombre? -No. ¿Pero por qué a los elfos les pagan y a nosotros no? -¿Y por qué te voy a pagar si capaz que trabajas un cuarto de amanecer y hay que sacarte desmayado? -Tengo resistencia. -¿A sí?, ¿a los vapores también? -Lo miré de vuelta a Netrel. -¿De qué vapores habla? -Vapores sulfurosos -dijo Netrel. -¡Pero eso te envenena! -Te pones una máscara. -La máscara no te cubre, tienes que respirar.
Nos sentamos en un tronco, nos dieron un pequeño plato metálico y comimos con las manos. La porción que me dieron era para una criatura. Por supuesto que quedé con un hambre tremendo. -Bueno, ahora a coger el pico y la pala. -¿No descansamos? -De noche se descansa. -¿Cuántos días vamos a estar aquí? -Netrel se encogió de hombros. -No sé, vemos. -¿Vemos, vemos? Vapores sulfurosos, pico y pala... Pero qué, ¿estamos en una mazmorra? -Estás equivocado -dijo Zamudio. -A ver, ¿por qué?, en las mazmorras no hay vapores sulfurosos. -¡Ja, ja, ja! -Lo miré a Netrel: -¿Se está riendo de mí? -Se ríe de todo, no hagas caso.
Los demás enanos no hablaban, comían, nos miraban. Algunos se acercaban a Netrel, lo tocaban. -¿Por qué te tiene que tocar, no te conocen? -Casi nunca ven humanos. -¿Pero no se acuerdan de ti? -Sí. ¿Que tiene?, me tocan igual, no me molestan, no lo considero un manoseo, me respetan. -¡Je, je, je! ¡Te respetan!... ¿Y ese hueco? -Hay que bajar por una escalera de madera. -Había escalones que estaban atados con lianas. Lo miré a Zamudio. -¿Aguanta esta escalera? -Algunas veces se ha roto. -¿Y qué pasó con los enanos que están sobre ella? -Se encogió de hombros. -Bueno, supongo que hubo que enterrarlos. -¿Supones? -Sí, algunos cayeron a otro hueco y no se los encontró. -Lo miré de vuelta a Netrel. -Dime que bromea. -No, no bromea. -Yo me imaginaba odiseas... Esto no es una odisea, Netrel, ¡por Dios! -Baja, porque nos atascas a todos.
Y bajé. Y seguí bajando. Y bajé treinta líneas por lo menos, y después había varios túneles iluminados con lámparas de aceite. -¿Y dónde vamos ahora? -Zamudio se adelantó. -Por aquí. -Llegamos a un lugar apenas iluminado-. Ahí tienes tu pico, empieza. -¿No hay peligro de derrumbe? -No. -¿Seguro?, porque no veo columnas de madera que sostengan este techo. -Rara vez se derrumba algo. -¿Cuánto es rara vez? -Cada cuatro o cinco amaneceres se derrumba un túnel completo. -¿Y tus compañeros? Ya sé, no me digas, los entierran. -No hace falta, quedan sepultados bajo los escombros. -De vuelta lo miré a Netrel y Netrel me hizo un gesto: -Ya sé lo que me vas a preguntar, si está hablando en serio. -¿No tienes temor alguno? -Netrel se encogió de hombros. -Si hay que morir, se muere. -Pero una cosa es morir en batalla, otra cosa es sepultado. -Y de repente un hedor tremendo que me quemaba la nariz-. ¿Qué es eso? -Los vapores sulfurosos. ¿Tienes un pañuelo? -Sí. -Y qué esperas para ponértelo. -Me lo puse, pero seguí oliendo ese vapor hediondo. De repente sentía como un calor en los brazos. -¿Por qué este calor? -El vapor puede quemarte la piel. -¿Cuánto tiempo estaremos aquí trabajando? -Hasta que baje el sol. -¿Y cómo sabemos? -Ellos saben. ¿No, Zamudio? -Zamudio no respondió. -Los dejo trabajando, voy a otro túnel. Piquen, piquen. -Y me puse a picar.
Se escuchó como una especie de temblor. -¿Y eso, Netrel? -Algún túnel, quizá hubo un pequeño derrumbe. -¿Y lo dices así?, ¿no te altera nada? -He vivido tantas cosas... -Yo también, pero quiero seguir viviendo. -Otro pequeño temblor-. Dejo el pico y subo. -Si te animas a encontrar de vuelta la escalera de lianas... Cogí el pico y empecé a picar. No estaba resignado, simplemente que no sabía cómo volver.
Sesión 26/01/2023
En la mina les dieron unas piedras transparentes, después de sacar carbón, era su pago. Marcharon hacia un pueblo donde eran ciegos, pero sabían defenderse. Después de recibir varios palos, probando con algunos, se prepararía para aprender cómo conseguían defenderse, cazar.
Entidad: Por momentos pensaba, mirando a Netrel, lo que había iniciado como una aventura se estaba transformado en una pesadilla.
Después de treinta amaneceres, amaneceres es un decir, estaba más en los túneles de las minas que en la superficie, y cuando ya subíamos estaba oscuro. Le decía a Netrel: -Voy a perder la memoria de cómo era el sol. -Netrel hizo una mueca que parecía una sonrisa y respondió: -No exageres, Gualterio, tendrías que ver gente que está miles de amaneceres en las mazmorras comiendo una hogaza de pan y le dan una jarra de agua, viviendo con sus propios desperdicios. -¿Existe eso? -le pregunté. -Tú porque eres un... o eras, ¡je, je!, un rey permisivo, pero la mayoría son tiranos. Bueno, a doscientas líneas tenemos un arroyo, es hora de sacarnos el carbón del cuerpo. -Lo miré. -¿Nos vamos? -Nos vamos. -Pero un compromiso... -No hay ningún compromiso. -Excitado fuimos hacia el arroyo-. Lava también la ropa, tenemos ropa para cambiarnos.
Nos metimos en el arroyo y lo disfruté. Honestamente, me sentía pleno sumergiéndome en el agua del arroyo. Ya no extrañaba mi tina con agua perfumada, me bastaba con saber que podía beber agua limpia y respirar el aroma de las plantas, una bendición verdaderamente. Nos despedimos de los enanos. El que llevaba la voz me dijo: -Espero verte pronto, hay mucho más por hacer. -¿Es un chiste? -No, no es un chiste, has estado muy desganado estos días. -¿Desganado? He perdido peso. El enano me dijo: -Bien que has comido guisado. -Sí, porción para vosotros, yo peso el doble. O pesaba. -Cepillamos nuestros hoyumans. Vi que la montura de Netrel era mucho más cómoda que la mía-. ¿Cómo haces? -Es cuestión de hacerme tiempo, he de untar la montura con aceite, pasarle un trapo, impregnarla y que se seque. -Vaya, no lo sabía. -Hay muchísimas cosas que no sabes. -Montamos y nos alejamos al paso-. No te puedes quejar, Gualterio, te has ganado una espada del metal oscuro. -De todas maneras no entiendo, Netrel, cómo puede haber en las minas metal oscuro si es un metal que cae del cielo. -Tengo una hipótesis. -Te escucho. -Hace tantos amaneceres que habrán pasado cientos de generaciones. Una piedra gigantesca habrá caído del cielo y se habrá enterrado allí en la región de los enanos. -¿De qué les sirve a ellos el metal oscuro? -Ellos no extraen metal oscuro. -¿Cómo no? -Ellos extraen carbón. -¿Y el metal oscuro? -Lo usan como columnas con arco, y esas columnas son capaces de sostener el peso de una montaña y mucho más. -Eso dices tú -argumenté-. ¿Y los temblores? -¡Je, je! No, los enanos también tienen una especie de polvo negro que si lo pones en un contenedor pequeño y enciendes una mecha explota como un trueno. -No entiendo. -Lo ponían, ese explosivo, en las montañas del otro lado para luego cavar más cuevas del otro lado de la montaña y seguir extrayendo carbón. -Lo que no entiendo es por qué me has traído aquí, ¿para endurecer mi físico con el pico y la pala, para ayudarlos a ellos? -Todo suma. -¿Y qué te ha sumado a ti? -Esto. -Frenó su hoyuman, cogió las riendas del mío y lo frenó-. Y sacó una bolsa pequeña-. ¿Te acuerdas de los metales? -Me acuerdo. ¿En qué sentido? -Claro. ¿Qué puedes cambiar por diez metales cobreados? -Eso es básico, un metal plateado. -¿Qué puedes cambiar por diez metales plateados? -Pero obvio, un metal dorado, es lo máximo. -No es lo máximo, Gualterio, ¿sabes qué puedes cambiar por diez metales dorados? -No sé, pero es una fortuna diez metales dorados. -Sacó de la bolsita una piedra muy pequeñita brillante, tranparente. -Esto, esto, esto en cualquier poblado grande vale diez metales dorados o más. -Volcó todas las piedras en su mano, tenía por lo menos treinta. -¿Y esto? -De las minas. -¿Pero los enanos lo saben? -Sí, lo saben. Y ellos van armados al poblado más cercano y cambian una sola piedrita por mercadería para un mes. -Vaya. ¿Y saben que tú te has llevado eso? -Sí. -O sea, ¿no lo has hecho a escondidas? -No, ¿por qué habría de hacerlo? -Entonces no has trabajado gratis, no les has hecho un favor. -Son cambios, yo los ayudo y me cobro. -Pero esas treinta piedritas son el trabajo de un año o más de cualquier minero. -Seguramente. Pero los enanos conmigo no tienen problema y yo no les oculto nada. Y eso hace una buena relación. -O sea, que el temblor no era que se iba a derrumbar nada. ¿Por qué no me lo has dicho? -Porque necesitaba que estés siempre atento y puedas trabajar, y el estar atento te incentivó. Es cierto que estás más delgado, pero en estos treinta, supuestamente, amaneceres has sacado músculos. Y, obviamente, seguiremos practicando con la espada.
Y seguimos avanzando para el norte. Y de repente cambiamos de dirección, fuimos para el este. -¿Estamos llegando a la zona oriental? -No, estás perdido, la zona oriental quedó atrás, estamos más al norte de la zona oriental. -¿Pero por aquí no está el imperio Atauro? -No, está más al este, nosotros vamos más al noreste. -Y avanzamos amaneceres y amaneceres.
Y de repente nos envolvió una tremenda niebla. -¿Y esto? -Es la región, una región bastante húmeda y fría. Por suerte en el último pueblo compramos abrigos. -Aun con el abrigo puesto sentía frío, más potenciado por la humedad y la niebla. -No veo nada, tranquilamente podemos caer a un abismo. -No, déjate guiar por los hoyumans, ellos saben. -Dime que ya habías venido por aquí. -Te lo digo, ya había venido por aquí. -Vaya, conoces todo. -No, imposible conocer todo -respondió Netrel.
Finalmente la niebla se disipó, había un valle rodeado de bosque y montañas. Y de repente vi centenares de casas de madera, abrevaderos de hoyumans, puestos donde vendían aves, puestos donde vendían hortalizas. -Parece una feria. -Está todo junto en el poblado. -Y veía mucha gente, todas con cayados tocando la tierra para un lado para el otro, para un lado para el otro. -¿Por qué están así y viven tanteando las paredes? -¿No te has dado cuenta? -¿De qué?, Netrel. -Obsérvalos. -¡Son ciegos! ¿Pero todos? -Netrel asintió con la cabeza-. ¿Tú habías venido aquí? -Sí, pero quédate tranquilo, ya saben que estamos aquí. -¿Y cómo si no nos ven? -Tranquilamente pueden oír a más de doscientas líneas de distancia, y el galopar o el trotar de un hoyuman a quinientas líneas de distancia. -¿Y cómo no se alteran? -Porque conocen mi voz. -Conocen tu voz... ¿Cómo conocen tu voz, cuánto hace que no vienes? -No sabría decirte... Mil amaneceres. -¿Y se acuerdan de tu voz? -He vivido más de noventa amaneceres con ellos y he aprendido mucho. -¿Y no tienen miedo que venga una tribu del norte y los ataque? -Tienen defensas. -¿Y cómo si no ven? -¡Je, je! Desmonta. -Desmontamos, fuimos caminando.
-¿Cómo estás, Burdín? -Le tocó la cara. -Netrel, Netrel... -Y se abrazó. -Traje a un amigo, Gualterio. -Me tocó. -Vaya, bastante delgado, ¿no ha comido? Hablé yo: -En realidad tengo un hambre que me comería un puersario. -¿Habla en serio? -¡Ja, ja! -Netrel le respondió-, habla en serio, pero exagera. -Venid, venid conmigo. ¡Analí, mira quien ha venido! -Analí era la esposa. Lo tocó a Netrel. -Ha regresado, y con un amigo. -Nos sentamos en unos bancos y nos sirvieron unos platos de guisado con verduras. -Perdonad que coma apurado, pero tengo un tremendo apetito. -Come, come -dijo el hombre. -Terminamos de comer, tomamos una bebida espumante y cuando salimos de la casa había como trescientas personas, varones y mujeres. Me impresioné. Netrel sonrió y dijo: -¡Vaya que recepción! -Y no es para menos -dijeron varios-, has regresado. -Y con un compañero, se llama Gualterio- Y preguntaba cómo os defendéis. -Lanzaron todos una carcajada. -¡Ja, ja! -No entiendo, son ciegos, cualquiera que pueda ver coge una espada y los mata. -¿Cómo te sientes para practicar? -¿Cómo practicar? -Claro. ¿Cómo te sientes, Gualterio, para practicar? -¡Mmm! Con un poco de sueño que me dio después de comer. -Está bien. Ahí tienes un catre, recuéstate un par de horas y después haremos un poco de ejercicio.
No me di cuenta cuánto tiempo dormí, pero todavía estaba el sol en el firmamento. Había como treinta o cuarenta personas rodeándonos. -Así que tu compañero dice que somos indefensos. -Lo único que les pido que lo traten bien. -¿De qué hablas? -Había una especie de palos de una línea y media de altura, Netrel me dio uno. Del otro lado había un ciego con otro palo-. ¿Qué tengo que hacer? -Atacarlo. -No no, Netrel, no no no. -Toma el palo. -No, no, me hace sentir incómodo. -Si no lo atacas tú te va a atacar él. -No entiendo... -¿Querías hacer ejercicio? Ahí tienes ejercicio. -No lo voy a atacar, pero voy a frenar sus golpes. -¡Ja, ja, ja! ¡Ay! Gualterio. -No entiendo tu risa. -Ve.
No vi el movimiento, de repente sentí un golpe en las costillas. Lo sentí tan fuerte como si me hubiera quebrado en dos, y caí de rodillos. Un pequeño golpe en la cabeza y caí de espaldas. Mi contrincante ciego me dijo: -El dolor en las costillas parece fuerte, pero apenas te toqué. No te asustes, no tienes nada fisurado. -Pues pareciera que sí. -Porque fue un golpe seco, pero no... Fue un golpe controlado. -Sentí como que me invadía una ira. -Se aprovecha porque no lo puedo golpear -le dije enojado a Netrel. -Si no lo golpeas te seguirá golpeando. -Está bien. Vamos a empezar con la lección.
Levanté el palo y apunté para su cabeza, bajé mi palo con todo, lo frenó sin esfuerzo. Le apunté a las costillas, lo frenó. Le apunté a las piernas, lo frenó. Golpeé una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete veces..., ningún golpe le llegó. Uno sólo de él tocó mi hombro, otro mi pierna, y caí de vuelta de espaldas. Y así toda la tarde, hasta que no daba más.
Ya casi estaba oscureciendo y le dije a Netrel: -Le habré tirado más de cien golpes y no lo pude tocar, él solamente me tiró diez golpes y me pegó los diez. ¿Cómo, si yo soy el que ve? -Te lo voy a explicar, pero tienes que prestar atención. Vamos comer algo.
Nos trajeron una hogaza de pan a cada uno con un dulce y una bebida caliente de frutas, la tomé con ansias. Y me devoré la hogaza de pan con ansias. -Te escucho. Netrel me dijo: -Antes de que nacieran sus abuelos o sus bisabuelos hubo como una especie de plaga provocada por unos hongos, y todos, todos los del poblado perdieron la vista. Aparentemente ese hongo cambió algo en su sangre, en su cuerpo que sus hijos y los hijos de sus hijos también nacieron ciegos. -Pero entonces quedaron indefensos. -¿A ti te parece que son indefensos? Lo has comprobado por ti mismo. -¿Y no van a un poblado a comprar? -No precisan, pueden tranquilamente cazar cualquier animal, cualquier ave o pescar en cualquier arroyo. Mira ahí a la distancia, ¿qué ves a cuarenta líneas? -Una especie de blanco. -¡Arragael, Aranet! -¿Quién es Aranet? -El hermano de Arragael. -Pero se llama igual que mi amigo. -Sí, por aquí es un nombre conocido. Arragael, Aranet, tocadme la mano, a cincuenta líneas tenéis el blanco. -Tomaron cada uno de ellos sendas jabalinas-. ¡Ahora! -Y los dos lanzaron sus jabalinas a cuarenta y cinco grados, en segundos las dos dieron en el blanco, prácticamente pegadas la una a la otra. Netrel me miró-: De la misma manera que estos hermanos pudieron alcanzar ese blanco también pueden hacer lo mismo con cualquier intruso. -¿Cuántos son en total? -La última vez que estuve en el poblado eran más de trescientos. Arragael, ¿cuántos son ahora? -Calculamos cuatrocientos, cuatrocientos veinte adultos. Y debe haber más o menos ciento cincuenta niños y niñas que ya saben defenderse. -¡Vaya! O sea, ¿que con una jabalina pueden cazar cualquier animal? -Gualterio, pueden saber si hay un cervario o un puersario, pueden saber por su manera de respirar que está reposando, si está presto a huir. Incluso si está huyendo le pueden ensartar con la jabalina su corazón porque saben dónde va a estar cuando llega la jabalina. -¿Y con los peces? -Exactamente lo mismo, ¿te acuerdas cómo yo te enseñé, de que no tienes que apuntarle al pez sino dónde va a estar el pez? Bueno, ellos lo escuchan chapotear y saben dónde va a estar, y con una jabalina pequeña lo ensartan. Aparte, recolectan todo tipo de hortalizas, verduras, frutos. -Vaya.
El hermano de Arragael, Aranet, le dijo a Netrel: -¿Y tú, te has oxidado? -¡Ja, ja! espero que no. -Cogió un palo. Yo contento por fin, le iban a dar una lección a Netrel.
Netrel se acercó a mí: -Coge un pañuelo. -Cogí un pañuelo-. Véndame. ¿Qué haces? ¡Véndame, véndame los ojos, no quiero tener ventaja!
Cogió el palo. Su contrincante era Aranet, no era parecido a mi amigo Aranet, era alto, moreno, delgado, pero agilísimo y rápido. El combate fue impresionante, un choque de palos. Netrel ni una sola vez le pudo llegar a Aranet, pero Aranet tampoco a Netrel. Finalmente pararon, se tocaron la cara y se abrazaron. -¿Cómo has aprendido esto? -Estuve cien días conviviendo, hace más de mil días atrás. -¿Puedes hacer lo mismo sin venda? -Sí. Sería mucho más rápido aún, pero no quería tener ventajas. -Se sacó la venda-. Y espero que tú aprendas, nos quedaremos un tiempo. -Supongo que cuando aprendiste habrás recibido varias palizas y golpes, y habrás tenido bastantes hematomas. -Es el precio por aprender. -Vaya, es un consuelo tremendo el que me das. -¿Pero sabes cuál es el premio? Que desde la misma manera que uno de los más rápidos de los ciegos, como Aranet o como Arragael, no pueden tocarme, tampoco nadie puede tocarme con la espada. El entrenamiento con un ciego vale el doble que un entrenamiento común. -O sea, que si viniera aquí este joven, Rebel, que se jacta de que nadie lo vence con la espada... Netrel dijo: -Aquí recibiría una zurra. -Vaya, vaya. -Y ahora descansa. Tenemos muchos amaneceres por delante, vas a aprender a cazar con los ojos vendados. -¡Ni siquiera voy a poder montar con los ojos vendados! -¡Ja, ja, ja! ¡Ay Gualterio!, ¿querías aventura?, ¡esto es aventura! -Esto es un delirio -le respondí. -Un delirio con aventura -me respondió Netrel-. Arragael, Aranet, hoy está lindo para dormir a la intemperie. Yo digo: -Voy a amanecer congelado. -Quédate tranquilo, hay buenos abrigos. -Me resigné.
Y por otro lado sentía una curiosidad innata de saber cómo podían tener un oído tan aguzado, cómo podían frenar mis golpear si no me veían. Aranet adivinando mi pensamiento me dijo: -Descansa a veinte líneas, por tu respiración pueden saber si estás durmiendo de verdad o si estás despierto observando.
No lo podía creer. Pero tenía que aceptarlo, eran superdotados, pero para la gente común eran vulnerables. Y yo me daba cuenta de que no. Mi cuerpo todavía me dolía, y eso me hacía dar cuenta de que estaba en un pueblo de gente que sabía defenderse muy muy muy bien.
|